“Loreto 70” era el movimiento que en 1970 promovía y
demandaba al gobierno federal “gobernantes nativos y con arraigo” Baja
California Sur era un territorio gobernado por militares fuereños –con
excepción del General Olachea- el gobierno de Díaz Ordaz había respondido con
un gobernante no nativo y sin arraigo pero con un gobernador civil en la
persona de Hugo Cervantes del Río. Terminaba el gobierno de Díaz Ordaz, su
sucesor, Luis Echeverría en la campaña electoral prometía, además de mayor
integración con el continente, la conversión del territorio en Estado y como
consecuencia, el gobernador nativo y con arraigo.
La clase política sudca enarbolaba proclamas soberanistas
pero también la esperanza de ser beneficiados con sendos cargos políticos
cuando el Territorio se convirtiera en Estado. Pero el presidente todopoderoso,
imperial como se estilaba, parecía estar de broma y designó –en su primer año
de gobierno- a un ingeniero agrónomo para llevar a cabo la transición: Félix
Agramont Cota que nadie parecía conocer.
En efecto, sin relaciones con la clase
política sudcaliforniana, menos con el movimiento Loreto 70; sin antecedentes
en el mundo de la política sudca ni nacional, tampoco era un destacado priista.
Poco se sabe –en ese momento- de su currículo. Es nativo pero sin arraigo. Su
posición más i titución con gran renombre en el campo de la agronomía.mportante
había sido un cargo técnico: Director de PRONASE (Productora Nacional de
Semillas) una ins
La clase política confundida, despreciada con todo y su
“Loreto 70” tiene que apechugar, y mientras Hugo Cervantes del Río se da baños
de pueblo en una larga despedida, el Ing. Félix Agramont Cota prepara su
regreso triunfal al terruño. Políticos, periodistas, opinadores, reporteros y
mitoteros en general investigan y revuelven archivos; preguntan por Agramont
Cota a sus conocidos, amigos y vecinos. Se sabe que es oriundo de El Pescadero,
que estudió en la Normal Campesina de San Ignacio, luego marchó a México para
estudiar en Chapingo ingeniería agropecuaria y no mucho más.
A su llegada al aeropuerto de La Paz, la clase política está
en primer plano, se acompaña de mariachis, matracas, confetis, mantas de apoyo
de los sectores a un actor político que no estaba en el guion. Los políticos
sudcas visten su mejor guayabera para recibir a quien el presidente ha
designado y poco conocen; ni de que pie cojea, ni a quien seleccionará como
parte de su círculo cercano; o si traerá su equipo de trabajo también impuesto
por el presidente, se hacen todo tipo de especulaciones. Los nervios estallaban
en los valedores de “Loreto 70” que no veían claro para cuando les traspasarían
el poder pleno sobre el Estado.
Cuentan los memoriosos que antes que los
políticos, una señora con varios kilos de más, apenas entra Agramont al
aeropuerto, se lanza en un abrazo mezclado con encontronazo mientras aullaba
¡Feeeeelix! quien es sorprendido, tambaleado y acaparado por la orgullosa
señora que presumía de conocer al nuevo gobernador, suceso que fue muy comentado
en la pequeña y mitotera La Paz de los setentas. A esto siguió un eterno
besamanos que aguantaron a pie firme el nuevo gobernador y su esposa María del
Carmen.
El Presidente Echeverría, imperial e infalible, no se
equivocó. El desconocido experto en semillas tenía tareas muy precisas, estaba
por la labor de instituir el municipio libre, redactar una nueva constitución, trasformar
un Territorio en Estado y convocar elecciones, quehaceres que llevó a cabo en
cuatro años y entregó el poder, ahora sí, a la vieja clase política
sudcaliforniana, que ya se les quemaban las habas. Una transición que se llevó
a cabo de manera limpia y pacífica, tampoco había organizaciones opositoras ni
partidos antagónicos, ni prensa hostil. El PRI controlaba todo, aun así,
existía unidad de propósitos en los sudcalifornianos, algo que aligeró el
trabajo del gobernador.
El Ing. Félix Agramont Cota habría después ocupado cargos de
escasa relevancia, honorarios, representativos y se retiraría de manera digna
–no como otros- a ocupar su lugar como cualquier ciudadano que podía caminar
las calles; saludar a medio mundo sin avergonzarse, sin que nadie lo molestara;
pasaba desapercibido sin que las generaciones de jóvenes supieran de quien se
trataba, algo que no parecía molestarle. Para los tiempos que corren, no es
poca cosa. Descanse en paz el Ing. Félix Agramont Cota.
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