jueves, 2 de mayo de 2013

LA CONTRICION DE NARCISO








Impresiona la apatía con la que el público, en general, aborda el caso de la acusación, detención, encarcelamiento y liberación de Narciso Agúndez. Cuando se acusa a un funcionario de gobierno de expoliar el tesoro público, se le acusa de quedarse con nuestros impuestos, esos que aportamos con remoloneo y dolor de bolsillo, que bien harían falta para otros menesteres. Se le acusó de robarse el patrimonio sudcaliforniano por 50 millones de pesos, luego de 7 meses en la cárcel, dizque no fue así y finalmente salió por 30 mil pesos de fianza. Negocio redondo.
Si el juez actuó –como dicen los engolados- con “apegado a derecho”, esto significa que Agúndez y su escudero Porras son inocentes y si son inocentes, ¿de dónde vino la decisión de mandarlos a la cárcel? Y si Agúndez –como parece por la resolución del juez- es inocente ¿por qué el exgobernador no ha aclarado a la opinión pública su situación?

Uno imagina que alcanzar el cargo político más alto que se pueda en un Estado; llegar –gracias al voto ciudadano- a la más elevada magistratura estatal conlleva cierto –o mucho- orgullo, que, además, se ha de presumir que el poder se ha ejercido con honestidad –al menos- que se han alcanzado metas, resuelto problemas y se ha actuado de la mejor manera posible. Es posible que Narciso Agúndez crea que ha sido un buen gobernador y que el juicio de la historia le será favorable, sin embargo, en lo que va de historia, el solo hecho de ser detenido en medio del escándalo mediático nacional, verlo tras las rejas, vestir uniforme de reo y ser exhibido como  símbolo de un gobierno depredador que saqueó a los sudcalifornianos,  como un triunfo de los honestos sobre los corruptos, a cualquiera debería de avergonzar e intentar explicar, al pueblo que gobernó, las circunstancias de su detención y proceso penal.
También imagina que un exgobernador –cualquiera- no desea trascender como un pillo que libró la cárcel solo por el poder residual y sus relaciones en los ámbitos políticos, por eso extraña que una persona –como el ex - que tiene una pésima imagen ante la opinión pública, no esté hoy mismo en cuanta red social, cámara, micrófono, periódico o –al menos- en la tribuna libre de los mentideros enfrascado en la rectificación y aclaración de los hechos delictivos que se le imputan.

Uno esperaría que, una vez pagado los treinta mil pesos -¿de qué?- el exgobernador Narciso Agúndez nos aclarara –a los ciudadanos- de dónde y cómo se gestó la conspiración para que fuera a dar al bote con todo y Porras; si hubo equívocos, si hubo dolo -¿de quién? ¿porqué?- en todo el proceso. El mismo se catalogó como preso político, grave en un país donde presumimos a nadie se le castiga por mantener una forma de pensar.

Podría  ser la vieja historia en la que un grupo político contrario le tendió una trampa en la que cayó por gandalla; que no la pudo librar porque, efectivamente, se robó los tales terrenos; que una vez en la cárcel maniobró como pudo –con sus aun frescas buenas relaciones federales- hasta conseguir colocar los elementos legales para que un juez –amigacho- le abriera la puerta de la ratonera. El negocio es redondo: cincuenta y tantos millones de pesos pagados con 7 meses de cárcel  algo de escarnio, un poco de burla pública, otro poco de venganza aderezada con justicia divina. Como dice el populacho”todo estaba arreglado”

Sale Agúndez del bote y se queda callado ante la confusión que parece más artificial que producto de los laberínticos procesos judiciales -reclasificación del delito, dijeron- que aunque complejos, siempre explicables.
Hace unos días reapareció ante los medios, en un acto público donde dejó entrever que aspiraba a repetir en la alcaldía de Los Cabos. Algo insólito, más parecido a una provocación que a una genuina aspiración de quien a la vista de sus exgobernados no ha sido más que un pillo; un truhan que no siente la necesidad –ni la obligación- de exponer ante la opinión pública los sucesos que lo llevó a la cárcel o porque no tiene argumentos ni explicaciones o porque, la mentada opinión pública le tiene sin cuidado. 

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