viernes, 17 de mayo de 2013

MI VECINO VENDE HOT DOGS AL PONIENTE DE LA CIUDAD



Hace casi un año, mi vecino, un joven de los muchos que no encuentran -después de estudiar una carrera universitaria- trabajo decoroso en el área en la que se han preparado. En fin, sin vocación para robar, sin dotes de político ni temeridad para meterse al narco, mi vecino ha conseguido un carrito que saca a la competencia con los siempre concentrados olores de la laguna de oxidación que se aloca con los recientes calores.

Desde muy joven la tarde, el vecino avisa, se promueve con el aroma a cebolla tatemada, grasas y salsas exóticas que invaden nuestra pequeña colectividad al poniente de la ciudad. La promesa de la exquisitez contenida en un pan partido por la mitad impele los vecinos, quizás apurados por los olores traviesos que parten la tarde, en abierta esquina, todos los días y como parte de la solidaridad social que no viene de arriba, sino del barrio, los comensales, salen, por ahí, a la hora mágica del beisbol, a comprar su perro caliente. 

Ni las promesas de El Puchas, ni los vientos alisios, ni el mítico coromuel han podido con tales miasmas, solo los hot dogs de mi vecino. Pero la noche se hace vieja, mi vecino apaga los últimos restos de tocino en la placa caliente y los olores siguen ahí. La pestilencia intrusa que se origina en la laguna de oxidación al poniente de La Paz es capaz de irrumpir las más sofisticadas fragancias y así sucede. 

Colocada la dichosa laguna cercana a los nuevos desarrollos del consumismo sudca, casinos, tiendas departamentales, supermercados y plazas de moda, cuando aún no empieza el verano, los calores que aumentan la velocidad de los átomo y por lo tanto, también los de las partículas que se subliman de nuestras excreciones y aguas negras que penetran y compiten con las fragancias de Liverpool, por ejemplo. Nina Ricci, Estee Lauder, Ralph Lauren o Don Oscar de la Renta salen francamente apabullados con la potencia de las inmundicias y desechos que ahí, muy cerca, se depositan. Una sinfonía de fragancias para el extraño Grenouille –personaje de El Perfume- pero muy maléfico para la Barbie que se va a probar un Dolce y Gabbana en el la sofisticada tienda del poniente paceño.

El personal del rumbo espera aun, aquella promesa del entonces Presidente Municipal de La Paz, Prof. Víctor Castro Cosío de que, la pestilencia de la laguna oxidación sería yugulada, sometida y desaparecida por quien sabe que artes. Contaba un ingeniero del ramo que después de hecha la promesa, el alcalde se dirigió a los técnicos para ver si era posible su ofrecimiento, el ingeniero que trataba de ser claro y didáctico en su explicación, en franco machetazo a caballo de espadas, sometió al profesor - alcalde a una serie de cuestionamientos mayéuticos: -¿a que huele una panadería? –a pan- dijo el alcalde; ¿a que huele una florería? –a flores- ¿a que huele una carnicería? –a carne-  respondía el alcalde con lógica aplastante y así hasta colmar de ejemplos vino la pregunta que aclaraba –con la respuesta- el asunto ¿a qué olerá –entonces- una zona donde se depositan las heces fecales?, el alcalde ya no respondió y comprendió que la promesa quedaría incumplida; que hiciera las promesas que hiciera, la única solución era la desaparición de la laguna de oxidación y quizás, ni así. Era tierra cagada.

Y así, mi vecino que vende hot dogs ha aliviado con sus aromas de cebolla asada y tocino frito, por lo pronto, mientras el veranillo sublima los depósitos de nuestras suciedades corporales que atacan con singular ferocidad, por las tardes, cuando el sol calienta la laguna de oxidación; mientras nuestros olfatos se adaptan y entienden que, otra vez, como en muchas otras ocasiones, la periferia paceña se acerca al centro e irrumpe y asedia a la pretenciosa clase media que toma café latte de cincuenta pesos, gasta como en Las Vegas y se perfuma con las fragancias que muestran –en grandes carteles- las estrellas de Hollywood.

Y es que el capitalismo trasnacional con tiendotas y casinos invadió la zona de huizaches, mezquites y lomboyes por donde luego cruzó el Boulevard Pino Payas –pa’ mayor simbolismo- y la laguna de oxidación, la de los gases vespertinos ya estaba ahí, cuando llegaron las tiendotas y los casinos por eso, mientras no se tome una determinación del gobierno municipal, habrá que hacer mutis en el restaurante chilango con sus enchiladas suizas o refugiarse en la perfumería de la tiendota; los que vivimos en al poniente de la ciudad, mientras el vecino no consiga chamba- difícil misión, no es de El Valle- nos conformamos con los aromas que producen, sin tanto caché, sus perros calientes.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy divertido su artículo.

Pero no fué la creación de la planta de tratamiento posterior a The Shoppes, Plaza Paseo, los fraccionamientos circundantes y Walmart.

La planta fué instalada a varios kilómetros del entonces centro urbano, quienes llegaron de invasores fueron estos "desarrollos".