sábado, 16 de mayo de 2009

…Y ÉRAMOS TAN FELICES III

El insípido gobierno de José María Castro. Dejamos a Pablo María Castro al frente del poder en Baja California pero como sombra agorera permanecía al acecho el hombre fuerte, al General Bibiano Dávalos, guardián nombrado por el gobierno central.
Don Pablo María Castro había ascendido en marzo de 1869, permaneció en el poder dos años en los que se tiró a la milonga; nada hizo por cuenta propia, en pocas palabras, era medio huevón. Fue tanta la apatía de Castro que el 8 de abril de 1871 –sin chistar- entregó el poder al General Bibiano Dávalos.

La Concesión Leeses. Dávalos inició contactos con lo que es hoy el norte de la Baja California. Algunos norteamericanos habían estado sustrayendo cabras de la Isla de Guadalupe. Era imposible mantener vigilada la zona. El vasto desierto entre La Paz y la zona fronteriza, la falta de comunicaciones hicieron que Dávalos enviara algunos subprefectos que rápidamente renunciaron ante la falta de incentivos. Finalmente decidió que familias mexicanas de la Alta California, se hicieran de terrenos con lo que Juárez estuvo de acuerdo. Así fue como inició una de las primeras colonizaciones en un contrato que se firmó con Jacobo Leeses, en Saltillo el 30 de marzo de 1864.

El contrato era leonino: sumamente ventajosa para el colonizador que solo pagó cien mil pesos. Dicho convenio lo comprometía a introducir 200 familias en un lapso de 5 años. La llamada Concesión Leeses abarcaba desde grado 31 latitud norte en dirección al sur, hasta los 24 grados y 20 minutos de latitud –casi toda la Baja California-. Las cláusulas convertían a la Colonia Lesses en un estado independiente –podría cobrar sus propios impuestos, formar su propia fuerza pública, los minerales encontrados serían de los colonos, se les exentaban de impuestos y del servicio militar; incluso podrían tener sus propias leyes. El contrato era abusivo, inmoderado, gandalla; las familias asentadas, aunque fueran gringos, les obligaba a tomar la nacionalidad mexicana. Bien sabemos que seguirían siendo gringos pasara lo que pasara.


La Colonia Lesses, ergo, sería una extensión de los E.U. En Baja California no gustó nada esta concesión de Juárez.


Algunos periódicos de La Paz se inconformaron; se arroparon con la bandera del nacionalismo y publicaban las desventajas de la concesión. Otros, aplaudían la medida. Juárez se estaba deshaciendo de la Baja California; de un pedazo de la República que –quizás pensaba el indio de Guelatao- nada contribuía al erario nacional, al contrario, solo daba problemas. Cuando los representantes de Leeses acudieron a La Paz para tomar posesión de los terrenos, el Jefe Político les respondió que había algunas cláusulas contrarias a la Constitución que prohibía a los extranjeros “adquirir terrenos baldíos bajo ningún título”, se declaró incompetente y turnó el asunto al juez de primera instancia. Los representantes de la compañía colonizadora se inconformaron y acudieron al gobierno federal. Don Benito –que aun no se convertía en busto, en calle, en nombre de ciudad ni salía en los billetes- les dijo que todo estaba arreglado, que podían tomar los terrenos cuando desearan, pasando por encima de las autoridades sudcas.
Dicha compañía afortunadamente tropezó con dificultades para introducir las familias y tomar posesión de los terrenos.


En eso estaban cuando sucedió un descubrimiento casual en parte de los terrenos concesionados a la compañía Leeses: se encontró una planta parásita llamada Orchilla que se utilizaba, para fabricar tinturas textiles. Su valor en el mercado internacional era alto. El descubrimiento fue hecho por un capitán de un barco ballenero que llegó a las costas de Bahía Magdalena.
En cuanto se supo, se introdujeron cerca de 500 trabajadores en Bahía Magdalena y en los llanos de Hiray –hasta donde se extendía la orchilla- aunque había solo una mujer, la compañía Leeses aprovechó para argumentar que esas eran las 200 familias a las que se habían comprometido en el contrato. La explotación de la orchilla abrió a Bahía Magdalena como puerto comercial y fue como surgió lo que hoy se conoce como Puerto Cortés.


Mientras se explotaba la orchilla, la compañía colonizadora se encargaba de enviar al gobierno federal una serie de noticias falsas que aparentaban cumplir lo prometido: que estaban construyendo una carretera entre La Paz y Bahía Magdalena; que levantaron una escuela en La Soledad para los hijos de los colonos; que explotaban salinas; que erigían ranchos ganaderos; que estaban ampliando el puerto y hasta construcción de ríos navegables y otras patrañas que Juárez y sus muchachos creían a pie juntillas, satisfechos con su proceder. En realidad, lo único que habían hecho hasta la fecha eran unas cuarenta casuchas de madera y un pozo para sacar agua y evitar que se murieran de sed los trabajadores de la orchilla que, malvivían y trabajaban como condenados en estas áridas regiones.


Cuando la orchilla empezó a escasear y a disminuir su valor a causa de la invención de tinturas artificiales, la compañía dejó embarcados –sin empleo- en Bahía Magdalena cerca de 50 trabajadores, los cuales tuvieron que acudir a La Paz para ser auxiliados y no morir de hambre.
Finalmente –todo se sabría- el 11 de noviembre de 1871, la secretaría de gobernación comunicó a las autoridades bajacalifornianas el fin de la concesión por no cumplir, la compañía colonizadora con las principales cláusulas del contrato.


Ascenso y descenso de Dávalos. En la grilla local, el general Dávalos seguía al frente del gobierno. Aunque no era un estadista, había desplegado una gran actividad benéfica para los habitantes. Construyó caminos, ordenó asentamientos humanos, mejoró la administración de justicia; dio nuevas atribuciones a los municipios. En fin, con mucho trabajo había conseguido cierta aceptación popular.

Sus méritos fueron desconocidos y las simpatías ganadas se fueron a pique cuando se le acusó de meter las mano en unas elecciones municipales. La animosidad del partido contrario y de la prensa fue tanta que a Dávalos le salió lo militar y actuó lleno de odio y ánimo de venganza; era de carácter duro, hosco e intransigente, tal talante no le ayudó a la hora de hacer política. Al contrario, unificó a sus enemigos en su contra y el 13 de octubre de 1874, una asonada en San José del Cabo solicitaba el desconocimiento del General Dávalos como Jefe Político y el reconocimiento del general Jesús Toledo.


Los sublevados fueron atacados y vencidos, pero iniciaron los rumores de levantamientos en Mulegé, en El Triunfo y otras poblaciones. Dávalos enloquecido sospechaba de enemigos por doquier y empezó a meter al bote a ciudadanos inocentes por cualquier gesto, por cualquier dicho. En El Triunfo fue aprehendido el señor Emiliano Ibarra y Cenobio Cota a quienes el juez no encontró culpas y fueron liberados. No contento, Dávalos lo mandó apresar de nuevo y los puso a disposición de la justicia militar en Sinaloa. En ese juicio, tampoco se encontró pretexto a los cargos de sedición que Dávalos le había endilgado. Además, a los sublevados encarcelados los trató de manera inhumana; vejados, apaleados, torturados. La prensa hizo del conocimiento esos brutales métodos y Dávalos la tomó contra la prensa.


Emiliano Ibarra se había ganado las simpatías de los paceños mientras el rechazo contra Dávalos crecía. Así Ibarra inició, junto con Cenobio Cota un plan para derrocar a Dávalos. Fue el 2 de junio de 1875, Ibarra había sobornado el oficial de la plaza para que se hiciera loco y con motivo de un rumboso baile donde estaba casi toda la tropa en alegre jolgorio, ya pisteadones los soldados, las fuerzas de Ibarra los apresaron. Dávalos, empezó a sospechar que algo no andaba bien, salió de su casa a echar una ojeada. Apenas hubo puesto un pie fuera de su casa cuando sintió el helado cañón de una pistola en la garganta, era Cenobio Cota y su palomilla. Dávalos estaba solo y a merced de sus enemigos.


Cenobio Cota se dio vuelo con Dávalos a quien le recordó todas sus bellaquerías. Lo pateó, lo cacheteó, lo sarandeó y descargó contra Dávalos todos sus agravios y resentimientos. Lo trasladaron al El Triunfo y por todo el camino fue amenazado de tortura y muerte mientras le propinaban fuertes coscorrones, mentadas de madre y otras linduras; además, hicieron correr la especie de que se había ordenado su fusilamiento. El general Dávalos fue perdiendo valentía y al rato ya estaba suplicando por su vida. Dávalos ya muy agobiado y atemorizado ante las amenazas envió por el obispo para que permaneciera a su lado. Se sabe que nunca fue la intención de Emiliano Ibarra el fusilarlo, pero dada la conducta que había mostrado cuando detentaba el poder, se lo hicieron creer. Dicen que suplicó por sus hijos, por la virgen, por diosito y hasta por el osito Bimbo con tal de no morir. El general se achicopaló y en cuanto le mostraron un documento en el que se comprometía a dejar el poder y no aceptar ningún cargo en el ejército, estampó la firma sin mirar.


El Coronel Máximo Velazco. Al saberse en Mazatlán lo ocurrido en La Paz, el jefe de las armas envió a BC una fuerza de infantería y caballería para restablecer el orden al mando del Coronel Máximo Velazco, nombrado Jefe Político en lugar de Dávalos. Este llegó por La Ventana y enseguida se dedicó a batir a Ibarra que había salido hacia San José. Se encontraron en Santiago y después de reñido combate fue derrotado Ibarra y sus muchachos. En el campo quedaron cerca de 30 muertos; perseguidos y lanzados al mar, Ibarra y otros cabecillas lograron huir en un barco llamado El Lucifer por la costa del Pacífico. Una vez destruidas las fuerzas de Ibarra, quedó reestablecida la paz en La Paz… pero no por mucho tiempo.


El Coronel Velazco se hizo cargo del gobierno el 28 de junio de 1875. Fue recibido con algarabía por los habitantes de La Paz quienes ya no soportaban las bravuconadas de Dávalos y su cobarde conducta, ni los desmadres de Ibarra. Habían vivido días de encierro, de temor, de estado de excepción de tal manera que Velazco que además era un militar Liberal, bien educado, de finas formas, se ganó inmediatamente el favor de la sociedad porteña.


El primer problema con el que se encontró Velazco fue el obispo Ramón Moreno y Castañeda. Este prelado la emprendía, desde los tiempos de Dávalos- contra las Leyes de Reforma y contra los masones -tanto Dávalos como Velazco lo eran- además, no observaba la ley que le prohibía vestir en público los hábitos religiosos. Desde principios de 1875, el obispo se paseaba por doquier con sus hábitos y aun cuando ya se le había llamado la atención, continuaba en su empeño por desobedecer. Velazco citó al obispo de manera privada, habló en buenos términos con el prelado pero le valió madres; era un fanático intolerante: en las misas arengaba a la población a desobedecer a la autoridad y a rechazar las leyes juaristas. Velazco con cierta paciencia amonestó de nuevo al obispo y recibió a las damas de la alta sociedad porteña –que nunca faltan- que pedían clemencia para el gandalla del obispo. Velazco que además de guapetón era galante y simpaticón, dejó contentas a las damas con sus alocuciones, sus ojitos y su sonrisa de galán del cine mudo.


El obispo Moreno no paraba, sacó un periódico para atacar al gobierno y sus leyes, según esto, apoyado por el Papa. Los masones respondieron con otro periódico al que Moreno a su vez, desde el púlpito replicaba. Afortunadamente, en este pleito nunca participó de manera decidida la sociedad sudca que siempre se ha caracterizado como apática en los pleitos religiosos. Mientras el Coronel Velazco se ganaba el favor de la sociedad con trabajo fecundo en la administración, llamados a la concordia y relaciones sociales, además que embellecía la ciudad con un magnífico jardín frente a la catedral. No gozaba de cabal salud y a pesar de caer con frecuencia enfermo, seguía trabajando a favor de la comunidad. Finalmente muere el 19 de abril de 1876. Una multitud de todas las clases sociales se congregó para darle el último adiós, los masones pronunciaron, ante su sepulcro un discurso que en parte decía: “El hombre que ha cumplido con sus deberes es el santo, no el que ha llenado de cilicios, no el que ha quemado a la humanidad…; no es justo que el que se rapa la cabeza y maldice a sus hermanos; lo es el que se ciñe el mandil del trabajador y el que empuña el cincel y la truya”. En obvia alusión al obispo locochón que se tornó aun más intolerante.


Por su parte el obispo no quitaba el dedo del renglón; sus discursos cada vez mas incendiarios invitaban a la rebelión: censuraban el matrimonio civil e insultaba al presidente Juárez y sus compinches liberales.


El Gobierno de Miranda y el Obispo Moreno. Una vez muerto Velazco fue el Coronel Francisco Miranda quien se hizo cargo de la Jefatura Política del Territorio. Apenas llegado al gobierno, el obispo Moreno retó a Miranda con la organización de una procesión con cohetes y un gran escándalo. El gobierno respondió con una multa de 50 pesos que se negó a pagar con cierta altanería. Entonces fue tomado preso y conducido a pie hasta El Triunfo. Un gran número de damas se acercó a Miranda para pedir clemencia para Moreno, pero de todas maneras, el necio clérigo pagó su osadía con 8 días en el bote. Pero el obispo que era más terco que las ganas de defecar, en cuanto salió del bote volvió a sus andadas: salió vestido con hábitos de nuevo y de nuevo fue detenido por la policía, multado en 100 pesos o 15 días de arresto. El obispo pataleó, protestó; se negó a pagar así que pasó otra vez al botiquín. El prelado esperaba que los paceños se rebelaran contra la autoridad pero nada sucedió. La rancia tradición de indiferencia sudca se impuso; el obispo le había jugado los huevitos al tigre –se lo buscó-.


Espichadito y por la noche salió el –antes- fogoso obispo Moreno de la cárcel, se escondió en una casa frente al muelle y días después salió en un barco rumbo a Guaymas. Apenas llegó al puerto sonorense y se puso a echar pestes contra las Leyes de Reforma, autoridades y los masones sudcas. Igualmente las autoridades guaymenses le informaron al obispuco que si había llegado a hacer sus desmadres mal valía que ahuecara el ala y así lo hizo.


Otra vez el desmadre. El 16 de noviembre de 1876, un grupo de fanáticos en contubernio con algunos soldados preparaban un levantamiento en armas en contra de Miranda, Jefe Político y contra los masones, la conspiración fue descubierta y los cabecillas fusilados.


Dichas expresiones no eran otra cosa que parte del ambiente que se volvía a crispar en el país con la salida de Lerdo de Tejada del gobierno nacional, los liberales reconocían como nuevo presidente a José María Iglesias, pero Miranda, el nuevo Jefe Político del Territorio de BC, lejos del centro, sin noticias frescas, no sabía que partido tomar; permaneció indeciso y esperó el desenlace de los acontecimientos. Mientras Lerdo de Tejada e Iglesias se peleaban por la silla presidencial, Porfirio Díaz lanza el Plan de Tuxtepec para hacerse de la presidencia, entonces, en El Triunfo, un grupo de militares aprovechan el momento y desconocen al Coronel Miranda -que se encontraba de gira en San Antonio- al que sustituyen por el Capitán Claudio Zapata.
Miranda, casi sin tropa, decide dejarle la plaza a Zapata y se embarca rumbo a Guaymas. La única fuerza que quedaba del gobierno anterior, estaba al mando del capitán Riquelme a quien Zapata invitó a unirse a su causa para evitar el derramamiento de sangre. Riquelme que no confiaba en Zapata solicitó garantías, pero como Zapata ya se había fortificado y se le habían unido cerca de 200 voluntarios, mandó apresar a Riquelme que se rindió sin combatir.
Zapata prefirió quedarse como Comandante Militar y nombró a Antonio Aguilar Jefe Político. Aguilar era un tipo corriente, mas rudo que cursi, vivía de una casa de juego de mala muerte; trataba de quedarse con la jefatura política y para ello envió un comisionado a ver a Porfirio Díaz pero en lo que llegaba dicho comisionada, Porfirio Díaz ya había nombrado al Coronel Andrés L. Tapia aunque por sus múltiples ocupaciones no se podía hacer cargo de tal responsabilidad, nombraron de manera interina al teniente coronel Patricio Ávalos que llegó el 25 de febrero de 1877.


Durante el interinato de Avalos que duró 5 meses, se amplió el fundo legal de La Paz: las coordenadas se formaron por 20 metros de la orilla del mar, la Piedra Cagada, el Cerro de la Calavera y un lugar conocido como Los Excavaderos.


Ahora llega el Coronel Tapia. En julio llegó Tapia a hacerse cargo del gobierno del Territorio. Ya había estado en el territorio al frente de un batallón del ejército así que fue bien recibido. Las pasadas revueltas, otra vez, habían producido serias crisis en los ayuntamientos y no había dinero en el erario territorial. Se pidió prestado a Sonora, se les solicitaron anticipos a los impuestos de los comerciantes.


A poco de la llegada de Tapia, las cosas se pacificaron en el sur y pudo este reformar la administración. Apenas empezaban a medio marchar bien las cosas cuando en la parte norte se sucintaron una serie de alborotos que obligan a Tapia a constituirse en el primer jefe político de la península que visitó el Partido Norte. Los habitantes de aquella zona que había crecido rápidamente, solicitaron a Tapia un puerto en Ensenada y una comunicación con el resto del país puesto que dependían del comercio con San Diego mediante la aduana de Tijuana, además le solicitaban mano dura contra el contrabando que encarecía la vida en esa región. Tapia regresó del norte en enero de 1878 dejando como subprefecto al Sr. Brígido Castrejón.
Al coronel Tapia también le tocaron los temblores que en Loreto produjeron tremendos desastres en esa población. El propio Tapia auxilió a los damnificados llegando a tener una gran popularidad en el territorio.


Pero llegaban las nuevas elecciones al Congreso de la Unión y otra vez, las cosas se ponían difíciles para el gobernante en turno que nunca quedaba bien con las campañas y con los resultados. Y sucedió de nuevo: uno de los partidos en pugna acusó a Tapia de favorecer al partido rival. La adulteración del padrón que obligó a Tapia a intervenir en la elección fue suficiente para que no lo bajaran de manolarga, robahuevos, brincacercas y comecuandoai.
Aun así Tapia pudo retirarse del gobierno con cierta aceptación y reconocimiento público a su actuación.


Aparece el General Márquez de León. A finales de 1879, llega a La Paz, el General Márquez de León después de renunciar a la Comandancia de Marina del Pacífico, e inmediatamente la armó en contra del general Porfirio Díaz que se había instalado en el gobierno nacional. Aunque Tapia, sabía de los pronunciamientos de Márquez de León, no se atrevió ni siquiera a llamarle la atención, pues la fuerza que tenía bajo su mando era muy escasa, así que Márquez de León no le importaba ir por la vida echando pestes en contra de Porfirio y su régimen, además Márquez de León era ya una figura muy respetada – ya se veía traza de héroe, de monumento, de hombre en la rotonda, de nombre de aeropuerto y hasta de un teatro en Todos Santos- así que no se escondía para echar sus discursos, mientras Tapia apechugaba.
En una de sus alocuciones –del 22 de noviembre de 1879- en La Paz, decía lo siguiente: “
Conciudadanos: la corrupción y la mezquindad de sentimientos van poco a poco extinguiendo en la república el fuego santo del patriotismo y el amor a la libertad. Los abusos del poder han intimidado a la almas débiles y comprado con los tesoros públicos esos avaros miserables que solo piensan en su interés privado…..….. Tanta bajeza nos sumirá en la deshonra y en la ruina, si por medio de un esfuerzo supremo no reivindicamos nuestra dignidad mancillada”
Como se puede ver, la retórica encendida del General, se refería al gobierno de Porfirio Díaz. Pero en el siguiente párrafo, tocaba al coronel Tapia con directas referencias a su actuación en los sufragios pasados:
“Los desmanes cometidos por las autoridades del Territorio, y ese falseamiento escandaloso del voto público que se ha presenciado en las elecciones pasadas, solo son un débil reflejo de los que está pasando en el resto del país; son los actos reprobados de una administración ignorante y de mala fe, que arrastra por el fango el decoro nacional”

El encendido discurso sigue en el mismo tono y remata de la siguiente manera:

Nací entre vosotros, sois testigos de que he sacrificado una inmensa fortuna para servir a mi patria y tengo derecho a vuestra confianza. Juro, y no mentiré como ha mentido el hombre de Tuxtepec, que la Baja California recordará siempre con satisfacción que nació en su seno vuestro hermano y amigo. M.M. de León”

Márquez de León hablaba para la historia; ya se trataba de tú a tú con el bronce. La idea de Márquez de León no era iniciar un levantamiento en el Territorio, mas bien era, conseguir elementos para luego trasladarse a Sinaloa –donde era muy conocido- y ahí fomentar una revuelta contra Porfirio –que se estaba convirtiendo en Don Porfirio-.


El primer paso del plan rebelde fue, hacerse del gobierno local, para eso se contactó al capitán Manero, quien comandaba la guarnición de La Paz. Así, los contactos de M. de León conspiraron con Manero que a su vez, informaba al coronel Tapia del desarrollo de los preparativos. El día señalado para la asonada, Manero citó a los agentes de Márquez con el pretexto de ultimar detalles, los esperó con la fuerza pública y los aprehendió. Márquez supo que estaba perdido y sigilosamente se dirigió a Bahía Magdalena donde tomaría un barco rumbo a San Francisco, California. Frente al puerto se encontraba el cañonero “Demócrata” que evitaría la salida de M. de León del Territorio hacia el macizo continental.


Rumbo al exilio, M. de León se refugió unas horas en Todos Santos, de ahí envió emisarios hacia las localidades donde había conjurados -que no sabían que la conspiración había sido descubierta- para comunicarles las malas noticias y que por lo tanto, no hicieran ningún movimiento. Pero el comunicado de M. de León no llegó con prontitud y en Miraflores se levantaron en armas Jesús Álvarez, Ponciano Romero y Jesús Verduzco que ignoraban las últimas disposiciones de su caudillo. Marcharon hacia El Triunfo y enseguida, en Todos Santos se levantaron Clodomiro Cota y Manuel Legaspy que comunicaron a M. de León sus correrías. Se cuenta que Don Manuel se encabronó muchísimo por las consecuencias que tendría para el Territorio dicho levantamiento. Sin embargo, arrepintiéndose de tomar el barco a San Francisco, regresó a unirse con los rebeldes y se puso al frente de la tropa.


Márquez de León Ataca. En Todos Santos se reunieron unos 40 hombres; en El Triunfo, Clodomiro y legaspy se encontraron con el capitán Claudio Zapata que contaba con 50 hombres a caballos, así marcharon hacia La Paz, defendida por el capitán Manero que solo contaba con 25 hombres. Tapia, por su parte se fortificó en la Casa de Gobierno y otro piquete en la cárcel de la ciudad, una buena parte de funcionarios públicos se sumaron a defender el gobierno; era personal mal armados, sin parque y sin experiencia, además de un cañón que nadie sabía manejar. Sin disciplina militar, sin los pertrechos necesarios, los empleados públicos, saltaban de las trincheras a sus casas a comer, a visitar a su familia –quizás a echar un rapidito- y hasta a dormir.


Pero la tropa con la que contaba Márquez de León, tampoco estaba en situación de presumir ni de armamento ni de pautas militares de comportamiento. Cuando llegaron a La Paz, se situaron en los suburbios y esperaron la ocasión idónea para atacar. Ahí se la pasaban en el malecón jugando rayuela, echando dados y dándole a la malilla y al conquián. Una noche, Zapata reunió a su gente, armó un griterío y se fortificó en la esquina del viejo palacio municipal. Mientras esperaban el asalto, los fortificados en la casa de gobierno –el hoy museo de Las Californias, enseguida del Jardín Velazco- empezaron a moverle al cañón que creían inservible, lo cargaron, prendieron mecha y ante la sorpresa y el susto de sus operarios –como el burro que tocó la flauta-, el cañón disparó haciendo un fuerte estallido que dispersó a los conjurados. Zapata que si era militar trataba de agrupar a la tropa pero estos huyeron despavoridos. Así los rebeldes la pensaron para volver a atacar.


Así se mantuvieron, con refriegas ocasionales, un balazo por aquí otro por allá; tropeles y corretizas que no provocaron siquiera un muerto. Solo falleció en esas reyertas un borrachito, chopa, perdido, que tuvo la mala ocurrencia de atravesarse en uno de tantos tiroteos. Así permanecieron varios días y tanto los sitiados como los sitiadores empezaron a sentir el cansancio, el tedio y la falta de recursos. Entonces, Tapia pidió hablar con Márquez de León y por intermedio del los señores Félix Gibert y Juan Hidalgo –amigos del caudillo todosanteño- informaron a Tapia que a los rebeldes les habían llegado refuerzos, entre otros recursos, 400 rifles modernos y del paquete y otras falsedades.


Tapia que no era ningún baboso, pensó que si esa fuera la situación, hubieran armado –los rebeldes- un verdadero sitio, además hubieran atacado, pero no, el sitio era bastante flojo, con muchos agujeros y no contaron mas de 7 rifles que eran los que accionaban de larga distancia de vez en cuando las huestes del General. De cualquier manera, Tapia propuso a Don Manuel la suspensión de las hostilidades con el compromiso de entregarle la plaza en 8 días, éste aceptó –lo que corroboraba que no contaba con fuerzas suficientes para el golpe final-. Antes de cumplirse el plazo, apareció en el puerto de La Paz el cañonero “Demócrata” con 50 hombres al mando del capitán Carbó, que ya había desembarcado en La Ventana 80 hombres al mando del comandante Zamarripa. Los conjurados se replegaron a un rancho cercano a La Paz hasta donde les alcanzó una bomba del cañonero. El 4 de diciembre de 1879, llegaron más refuerzos para el gobierno por lo que el General Márquez de León y sus huestes tuvieron que poner pies en polvorosa hacia Todos Santos.


La Batalla de San Juan. El capitán Manero salió con 50 hombres hacia La Ventana donde se uniría a los refuerzos. Márquez que sabía sería perseguido, preparó la resistencia en la falda del cerro de San Juan a menos de un kilómetro de Todos Santos. Al mando de la caballería colocó a Zapata. Por la noche, Zamarripa se encontró con una avanzada de las fuerzas de M de León con lo que supo la posición de este. Así, Zamarripa se colocó al flanco derecho de los rebeldes pero por la noche, M de León –viejo zorro- cambió su frente y en cuanto aclaró el día, inició el combate.


M de León tenía buenos tiradores y mejor posición. Zamarripa empezó a sufrir bajas; por su parte Zapata al mando de la caballería envolvió a Zamarripa y los obligó a colocarse a la retaguardia. A los pronunciados se les acababa el parque por lo que Márquez junto con Legaspy intentaron un golpe final. Lograron rechazar a Zamarripa de la cima del cerro, así, los rebeldes tomaron mejor posición. Aunque Manero insistía en atacar, Zamarripa, ya desmoralizado por las numerosas bajas, se rindió. Manero logró escapar a San José del Cabo.


El combate duró cerca de 4 horas. Las tropas del gobierno tuvieron 11 muertos y más de 30 heridos, mientras las tropas de Don Manuel solo tuvieron 4 muertos y 8 heridos, entre ellos el propio Legaspy. Márquez de León dejó libres a los oficiales enemigos y aceptó a los soldados que quisieran seguirlo.


La noticia de la derrota de Zamarripa llegó a La Paz al otro día; casi nadie daba crédito, dada la superioridad de las fuerzas del gobierno. Una vez constatada la noticia, Carbó y Tapia se embarcaron junto con todos los empleados públicos, se agregaron también comerciantes de La Paz que habían contribuido con las tropas del gobierno. Los pronunciados al mando de Zapata atacaron El Triunfo que bajo la responsabilidad de Manuel Navarro se rindió a los tres días de combate con la llegada de Márquez de León. De esta manera se dirigieron a La Paz y fue nombrado Jefe Político el coronel Clodomiro Cota.


Aun así, el cañonero “Demócrata” seguía resguardando el puerto de tal manera que hiciera imposible que el Gral. Márquez de León expandiera a Sinaloa su movimiento como era su deseo. De vez en cuando el cañonero hacía disparos contra el puerto. Las bombas caían entre las hoy calles 16 de septiembre y 5 de mayo, con tremendo estruendo, provocando desasosiego y serias tribulaciones en los paceños que no sentían los duro sino lo tupido.


Caída de Don Manuel Márquez de León. Las fuerzas de Márquez de León habían hecho secuestros en los ranchos aledaños a El Triunfo y San Antonio, por tal razón en esa zona, varios rancheros iniciaron una guerra de guerrillas al mando de Enrique Ceseña, Concepción Ortega, Raymundo Avilés, Carlos Contreras y Tomás Moreno, todos al mando de Espiridión Contreras quienes ayudaron al gobierno como fuerza contrarrevolucionaria, a la vez que protegían sus propiedades.


En enero de 1880, la cañonera México arribó a Pichilingue con el fin de llenar sus carboneras, después se dirigió al puerto de La Paz a recoger una lancha pero los rebeldes, en posesión de la plaza abrieron fuego contra el barco, este respondió con fuertes disparos de artillería y el personal de la cañonera regresó sin poder recuperar la lancha. Por la noche, intentaron de nuevo el rescate de la lancha y aunque hubo de nuevo fuego entre los dos bandos, los disparos de cañón obligaron a los rebeldes a abandonar la resistencia y el personal de la “México” cumplió su cometido y regresó a Mazatlán. Tal refriega fue publicada en los periódicos del centro como fuertes bombardeos contra La Paz y otras exageraciones.

29 de enero 1880 llegó a La Paz en coronel José María Rangel con el octavo batallón de infantería, traía además consigo, a Tapia, a los funcionarios públicos y a varios comerciantes. Así se restableció el gobierno y Márquez de León con su palomilla huyeron hacia el norte. Rangel salió en su persecución y, después de muchas penalidades, atravesaron el desierto, llegaron hasta la frontera y obligó a los rebeldes a salir del Territorio ya muy dispersos.
Don Manuel, como se sabe, vivió el resto de sus días en San Francisco, mientras en México se instalaba lo que sería la larga dictadura de Porfirio Díaz. En San Francisco escribiría su testamento político titulado “En mis ratos de soledad”. Solo se le permitió la entrada a México ya gravemente enfermó en donde murió en mayo 1883.


En México se impondría la paz de los sepulcros aunque en este desolado territorio, la fogosa clase política siguió haciendo de las suyas, como luego veremos.

domingo, 3 de mayo de 2009

…Y ERAMOS TAN FELICES II

El gobierno de Riveroll. Al siguiente año, 1861, Juárez hacía su entrada triunfal a la capital después de derrotar a Miramón. Riveroll fue reconocido por el gobierno de Juárez y se mantuvo en el poder pero la Asamblea, compuesta por un representante de cada municipio; que se había fundado con carácter temporal –mientras Juárez andaba del tingo al tango- dispuso que ya no tenía porqué reunirse en vista que el gobierno del centro ya se había restablecido. Aún así, Riveroll desplegó una gran actividad administrativa: organizó a los municipios, decretó leyes contra el abigeato; también sobre huertos, sembradíos y concesión de tierras, además reformó la procuración de justicia; abrió el puerto de La Paz al comercio extranjero y Mulegé, Loreto y San José del Cabo, al de cabotaje.


Sin embargo, si la Asamblea había cesado sus funciones en vista de la restitución del gobierno de Juárez, algunos ayuntamientos grilleros exigieron a Riveroll abandonar el gobierno puesto que su función también tenía que haber cesado. Riveroll alegaba que el gobierno del indio oaxaqueño lo había reconocido; dicho esto, se amachó en el poder, pero cierto descontento y ánimo conspirativo se empezó a notar en el Territorio. Así, el 11 de septiembre de 1862, un grupo de conspiradores fueron prendidos y luego desterrados. Se empezaban a mover –otra vez- las aguas, igual sucedía al gobierno central, Don Benito y acompañantes que no salía de problemas, tanto España, como Inglaterra y Francia, cobraban deudas que el país no podía pagar.

Al comprender que su posición era muy frágil, su única salvaguardia consistía en unos cuantos soldados andrajosos y mal pagados -el pomposo nombre de Guardia Nacional le quedaba bastante holgado- Riveroll con el pretexto de realizar un plebiscito, se refugia en los pueblos del sur, en eso andaba, cuando el 2 de octubre un motín encabezado por Fidencio Pineda y Modesto Arriola toma La Paz, pero Riveroll consigue apoyos y regresa a la capital con 400 hombres que se adhieren a su causa y los revoltosos huyen. Riveroll, a finales de octubre, disuelve lo que quedaba de la Guardia Nacional por faltar a sus deberes y convoca una Asamblea Legislativa que, a su vez, nombre nuevo ejecutivo. Fue designado Pedro Magaña Navarrete quien se ensañó con el pobre Riveroll a quien hizo diversos cargos injustificados. Luego, una vez que la Asamblea dio posesión a Magaña, Riveroll pudo refutar los cargos y limpiar su nombre ante la propia asamblea.
Mientras, Modesto Arriola que había huido del motín paceño, se dirigió a la Isla del Carmen donde se hizo de unos 70 hombres, luego pasó a Mulegé que ocupó sin resistencia; cuando supo que los muleginos se estaban armando para rechazarlos, marchó hacia La Paz, llegó primero a Los Dolores y en San Hilario fue batido, entregó las armas y fue desterrado por Magaña Navarrete quien duró en el cargo hasta 1864.

El auge minero de San Antonio había provocado un boom de desarrollo en la parte sur del territorio; el comercio recibió un vigoroso impulso y fueron buenos años de rendimientos de la aduana marítima. El bienestar se dejaba sentir en Baja California. El comercio y casi todos los órdenes de la vida de Baja California se notaban florecientes: “de día en día –publicaba un periódico- vemos con satisfacción abrirse ya una nueva casa de comercio, ya levantarse una nueva finca…”. Después, como sucede con los pueblos mineros, vendría la decadencia de los yacimientos del sur que había sido sobrevalorados por especuladores, mucha gente perdió dinero, la inversión extranjera dejó de fluir y la península cayó en una depresión económica que solo se soportaba con las derramas económicas del pasado. Para acabarla de joder, 1864 fue uno de los años más secos que se recuerde… que ya es decir. La ganadería y la agricultura sufrieron fuertes pérdidas.

Triunfa Félix Gibert. En los nuevos comicios del 23 de octubre de 1864, resultaron elegidos Félix Gibert –quien había sido de los cabecillas que defendieron el puerto contra Walker y sus piratas- Jefe Político y Antonio Pedrín, Vicejefe, quienes tomaron posesión hasta el 2 de enero de 1865. El primer problema con el que se enfrentó el gobierno de Gibert fue la preparación de la defensa del Territorio; ya estaba en marcha la Invasión Francesa y Maximiliano listo junto con Carlota para edificar un imperio. 15 días después, Gibert se dirigió a la Asamblea para solicitar los recursos necesarios para armar una fuerza de 400 hombres. La Asamblea respondió que no había lana para tal efecto, que lo único que podían hacer era una especie de “resistencia moral” contra la invasión extranjera.

La espera era angustiosa, las tropas de Maximiliano ya habían ocupado Mazatlán y Guaymas.

La Intervención francesa. En septiembre del siguiente año, Gibert recibió una carta de parte del Comisario Imperial de la 8ª. División, M. Gamboa, dicha carta pedía al Jefe Político que reconociera la autoridad Imperial y evitara todo conflicto con el ejército de Max; decía que Juárez estaba fuera de México junto con sus ministros, por lo tanto, no había gobierno a quien profesarle lealtad. En efecto, Juárez parecía derrotado y Gibert solo quería ganar tiempo así que remitió la carta imperial a la Asamblea. La Asamblea respondió que no podía deliberar acerca del escabroso asunto por falta de quórum pero que en breve se reunirían para debatir el contenido de la misiva. Fue necesario amenazar con una multa de 100 pesos a los asambleístas para que se volvieran a reunir. Mientras tanto, el Presidente del Tribunal pensaba que era mejor dejar a los franceses ocupar el territorio y evitar los cabronazos. Finalmente los miembros de la Asamblea, por separado responden con un dictamen por demás profuso y confuso –una joya de ambigüedad mezclada con retórica patriótica- que el presidente –que era el revoltoso Mauricio Castro- trató de aclarar de esta manera: “El gobierno, señores, desea que esta Asamblea le diga, de una manera terminante, la conducta que debe seguir el Territorio en las presentes circunstancias; esperando de un momento a otro, la llegada de los franceses, no puede continuar la marcha que ha seguido hasta hoy, porque ha llegado la hora de adoptar la última resolución que decida la suerte del país; o tomamos la resolución de resistir a los franceses o se le deja ocupar el territorio de un modo pacífico…”. “Para hacer resistencia, debemos considerar nuestra verdadera posición; sin un solo soldado sobre las armas, el Territorio no cuenta con más gente que con los rancheros y labradores diseminados a largas distancias los unos de los otros…. Nuestra península está aislada del resto de nuestra república; los estados de Sinaloa y Sonora, que son los inmediatos, están como la mayor parte de la nación ocupados por los franceses… el Presidente de la República, después de haber cambiado de residencia varias veces, pasando a diversos estados, que fue desocupando a la manera que los ocupaban los invasores…etc, el documento sigue poniendo pretextos para finalmente concluir: “La H Asamblea de la Baja California, en fuerza de las razones que la obligan a hacerlo, no aclama, sino se somete al gobierno del imperio, protestando dejar ilesos los derechos de la nación contra esta resolución que dicta, por no poder contrarrestar la fuerza irresistible de las circunstancias”


Después del 26 de octubre, Gibert recibe, desde Tepic, una comunicación del Visitador Imperial que no era otro que Rafael Espinosa, quien había sido Jefe Político de Baja California en 1850; aquel que fue apresado por el pirata W. Walker, por lo tanto, conocido por las autoridades bajacalifornianas, especialmente por Gibert y Márquez de León. Espinosa amenazaba con venir a La Paz para arreglar el asunto de la adhesión al imperio. En efecto Espinosa se dejó venir y a finales de octubre ya estaba fondeado en un vapor frente a las costas de La Paz. Fue Márquez de León –a quien Espinosa conocía y profesaba especial afecto- quien avisa a Gibert. Gibert le responde – “dígale a Espinosa que si viene con tropa, haga lo que le convenga; pero si viene solo, puede pasar a mi casa, donde tendré el gusto de alojar al amigo”-. Llegó solo y se alojó, en efecto, en casa de Gibert.
Gibert consulta con Márquez de León, Salvador Villarino y Ramón Navarro la respuesta que habrá que darle a Espinosa, quienes convinieron que aceptarían, sin resistencia, la llegada de tropas extranjeras, pero que le darían largas con el pretexto de consultar, a su vez con los ayuntamientos. Pero cuando la reunión terminó –dice Gibert- Márquez de León se le acercó de manera sospechosa y le dio instrucciones de cómo tratar al Visitador imperial: “engañándolo, mientras lo echábamos”. La actitud de Márquez de León, no le pareció leal. Márquez de León, por lo visto, tenía otros planes que no compartió con Gibert.

Clodomiro toma las armas. Apenas se hubo retirado el patriota sudca, cuando se le avisó a Gibert que un grupo de hombres armados, al mando de Clodomiro Cota, se dirigía desde El Triunfo a La Paz con el objeto no solo de tomar el gobierno, sino de fusilar tanto a Gibert como a Espinosa. Ambos se ponen a salvo pero Espinosa no sabía que hacer ante la aceptación de Márquez de León en una carta pero por otra, la actitud beligerante de C. Cota, a la sazón, lugarteniente de Márquez de León. Ante la contradicción evidente, Gibert parte apresuradamente hacia Mazatlán y Clodomiro Cota se queda en calidad de encargado de la resistencia contra los franceses.
Gibert es llevado ante Maximiliano por intermedio del Prefecto Imperial, ahí Gibert, al parecer, convence al austriaco que no envíe tropas a Baja California. Se dice que a Gibert, Maximiliano le ofreció la jefatura política de Puebla, cargo que rechazó. De México, Gibert salió hacia Nueva York donde permaneció hasta que Juárez restauró de nuevo la República. Considerado traidor en BC, sus bienes fueron confiscados.
El historiador Adrián Valadés coloca una serie de pies de página para indicar la difícil situación que tuvo que enfrentar Gibert, dudosa de traición para unos, obligado por la situación para otros y, para sus simpatizantes, un bienhechor que evitó la derrama de sangre en BC.

Por un lado, existen documentos que dicen que Gibert ofreció la sumisión del territorio, en acuerdo tanto con la Asamblea como con el Tribunal Superior y que, por eso, las tropas de Max, que tenían cosas más importantes que hacer, prefirieron combatir en el macizo del país. Hay documentos que prueban que, si las fuerzas francesas no pisaron el Territorio de BC fue a causa de que Clodomiro Cota había hecho tronar sus chicharrones. Maximiliano, el 17 de diciembre le escribe al Mariscal Bazaine: “Acabo de saber que la contrarrevolución ha estallado en La Paz, y que las autoridades imperiales han tenido que retirarse. Aunque la importancia política de la Baja California sea poco considerable, esta revolución producirá sobre la opinión pública de los Estados Unidos y de Europa, un efecto fatal, dando ocasión de creer que lejos de pacificarse el país, por el contrario, perdemos terreno…”. La carta sigue con una exhortación a Bazaine para enviar tropas a BC. Algo que ya no pudieron hacer pues la resistencia nacional empezaba a buscarle la cabeza a Maximiliano y, a Carlota se le empezaba a botar la canica.
Como se puede ver, Clodomiro Cota fue quien precipitó los acontecimientos y en ningún momento, rigió el imperio ni pisaron suelo sudca las tropas de de Maximiliano.
La Paz fue ocupada el 17 de noviembre de 1865 por Clodomiro Cota quien declaró estado de sitio y tomó presos a personas comprometidas con el Imperio; 10 días después se hizo cargo del gobierno, en ausencia de Gibert, el Vice Antonio Pedrín, que suspendió el estado de sitio y cesó la cacería de brujas que inició Clodomiro.

El gobierno de Pedrín- Pedrín trató de armar un ejército para evitar las penurias pasadas, pero no hubo cooperación, ni de los políticos, ni de los ricos que no quisieron poner un centavo para tal efecto; ni del californio de a pie que no registró voluntarios. Ante la indefensión de su gobierno, decepcionado Pedrín trata de renunciar al gobierno. Fueron comisionados una persona de cada municipio para resolver el asunto (Pedro Navarrete, Jesús Fiol, Ramón Navarro, Clodomiro Cota, Susano Rosas, Federico Montaño y Zacarías Castro). Esta Junta resolvió que Pedrín continuara –a su pesar- en el cargo de Jefe Político. Pedrín que ya no quería el paquete, se declaró enfermo de gravedad y citó al Presidente de la Asamblea, Fabian Luna para que se hiciera cargo del gobierno. De nuevo la Junta respondió que Luna no podía pues estaba bajo sospecha por haber firmado la carta en la que se reconocía al Imperio. El pasado empezaba a pasar factura y no era raro que el ambiente político se llenara con sospechas y acusaciones de colaboración con el imperio.
Finalmente acordaron que sería Ramón Navarro quien se hiciera cargo del gobierno. Pedrín que se había retirado “convaleciente” a Santiago, llamó a Navarro para entregarle el poder … en su domicilio. Entonces Fabián Luna y el tempestuoso Mauricio Castro sacaron a colación el artículo estatutario que decía que para dejar el poder se requería un motivo grave, era un secreto a voces que Pedrín se “hacía el enfermo”, por lo tanto, si abandonaba la jefatura, podría ser acusado y procesado. Así que tamposo pudo investir a Navarro… Pedrín seguía –a su pesar- en el poder.

Pero Pedrín estaba amachado y nada quería saber del gobierno. Se fue a San José –de donde era oriundo- y se negó a recibir y firmar documentos. Así, el testarudo Pedrín llama a nuevas elecciones el 24 de mayo de 1866.
El Golpe de Navarrete. Tales elecciones las gana Pedro Magaña Navarrete, pero los partidarios de Navarro no estuvieron de acuerdo. Alegaron fraude y una serie de intrigas para nulificar la elección. La situación se tornaba cada vez mas caótica y a Pedrín no le quedó otra que acudir a Manuel Márquez de León, ya Coronel y hombre fuerte, para que con la fuerza política que empezaba a tener, revisara la elección. Finalmente los presidentes de las mesas electorales declararon la elección nula …y Pedrín seguía siendo –a su pesar- Jefe Político.

Entonces Pedrín, que a estas alturas estaba hasta la madre, volvió a convocar a elecciones, cosa que la Diputación invalidó, pues la Diputación tendría que haber calificado la elección y nadie la había consultado. El merequetengue era mayor. Sin acuerdos por ningún lado, los josefinos –otra vez, Los Castro- junto con vecinos de Santiago y Miraflores se levantaron en armas contra Pedrín que en chinga salió del Territorio. Al frente de la asonada estaban Jesús Fiol y Bartolomé Castro, amiguetes de Navarrete a quien dejaron como Comandante. Navarrete, pretende justificar su actitud golpista con la idea del “servicio a la patria” pero Juárez y sus muchachos –otra vez en la capital del país- no se tragan el embuste y solo reconocen el gobierno de Pedrín, que -muy a su pesar- seguía siendo el Jefe Político de la BC, ahora en el exilio.

Navarrete -que no recibía, debido a la tardanza de las comunicaciones, la respuesta del Benemérito de las Américas”- se empezaba a convertir en un tiranuelo bananero y se aprestaba a deshacerse de mala manera de sus enemigos. Entre otros, desterró a Miguel Amao, a Ramón Navarro y a Victoriano Legaspy (nombres de céntricas calles paceñas). No llegó a septiembre del 86 cuando una nueva asonada en Todos Santos y El Triunfo comandada por Salvador Villarino y Ramón Navarro trataron de deponerlo. Navarrete contaba con 200 hombres; Villarino y Navarro con 300. Fueron varios días de tiroteos frente a la Casa de Gobierno; tiros por aquí, escaramuzas por allá que no dejaban vivir en paz. Los comerciantes del centro se reúnen e instan a los belicosos a un arreglo. Finalmente el 16 de septiembre, Villarino se dirige a Navarrete para expresarle el motivo de su levantamiento: era solo prevención pues le habían llegado noticias que sus intereses podrían ser perjudicados, por lo visto, declaró Villarino- eran temores infundados y se dieron un abrazo. A continuación los alzados pasaron a reconocer a Navarrete como su máxima y única autoridad.

Vuelve Pedrín. Pedrín se encontraba en San Francisco, California y por intermedio del cónsul en esa ciudad se pone en contacto con Benito Juárez quien apoya a Pedrín y al nombramiento de Jefe Político, le agrega el de Comandante General. Pedrín llega por San José donde es ovacionado como hijo pródigo y donde se le unen vecinos de otros pueblos sureños. Se dirige a Navarrete para que le entregue el poder pero este se pone los moños. Navarrete amaga con un estado de excepción pero ya Manuel Navarro con 40 hombres proclamaba a favor de la causa de Pedrín en San Antonio; Villarino se le unió con 25 hombres en Todos Santos; luego Manuel Salgado con otro piquete de voluntarios. Todos fueron a encontrar a Pedrín en Santa Anita donde ya los esperaba Ildefonso Green y Pablo Gastélum en Los Cabos. Todos se reunieron en La Palma y de ahí se fueron a Santiago donde sitiaron a Navarrete y sus muchachos. Después de casi dos semanas de cabronazos las tropas de Navarrete se rindieron, pero Navarrete había logrado huir. Pedrín entonces, toma el poder libre de polvo y paja, pues ya los franceses se batían en retirada y se preveía el triunfo completo y rotundo de Benito Juárez contra el güerejo de Maximiliano y su corte de conservadores.
Pero las peripecias de Pedrín no terminarían ahí. Navarrete se encontraba desterrado en Sinaloa y ahí se encontró con un tal Gastón D’Artois, de origen belga quien había sido oficial de artillería con el Gral. Corona. Navarrete hizo migas con el belga y tramaron que D’Artois se trasladara al sur de la península, buscara a los adeptos a Navarrete y organizara una sublevación para deponer a Pedrín. El belga reunió dicha fuerza en Santiago y a principios de abril de 1867 sorprendió a El Triunfo y San Antonio donde tomó presas a las autoridades. Dos días se detuvo en San Antonio, lo que dio tiempo para que Antonio Navarro, rodeara el camino por El Carrizal y llegara a La Paz para dar el pitazo.
El ataque de D’Artois. En la mañana del 4 de abril –ya sin el factor sorpresa- entran a La Paz los sublevados encabezados por Manuel Cota, Flamino Montaño, los hermanos Collins y Filomeno Brown. Se dividieron en dos grupos, uno atacó el cuartel; el otro, la casa de gobierno. Los atacantes fueron rechazados y obligados a precipitada fuga después de unas cuantas bajas. Huyeron hasta Las Playitas, otros hacia La sierra a donde fueron perseguidos por Navarro y Arano que lograron hacer prisionero a uno de los Collins. Entretanto D’Artois se dirigió a San Antonio donde hizo algunas raterías pero fue perseguido por Juan Hidalgo quien logró detener a la mayoría de su pandilla pero no al belga que se lanzó a la sierra a galope tendido. Sin conocer el terreno, D’Artois anduvo extraviado y fue fácil presa de rancheros rastreadores que lo encontraron dormido, fatigado debajo de un arbusto. De ahí se lo llevaron a La Paz. Entre sus pertenencias había un manifiesto dirigido a los habitantes del Territorio con una serie de acusaciones contra Pedrín –de intruso y semiimperial no lo bajaba- por lo que debía ser destituido.

Los paceños, excitados pedían a gritos que D’Artois y sus cómplices fueran pasados por las armas; la multitud llegó a amagar al propio Pedrín si no fusilaba a los levantados; la turba paceña exigía sangre. Aun así, Pedrín decidió consignar a los acusados al Juzgado de Primera Instancia en Sinaloa, donde dijeron que no les competía el caso, que era asunto de justicia militar, luego los militares dijeron que no había quien formara un Consejo de Guerra y después de líos legaloides -para no hacerla cansada- se sobreseyó la causa y quedaron en libertad. De D’Artois se sabría después que compró unos terrenos en lo que hora es Mexicali.

Reconstrucción del gobierno. En la BC la clase política, peor que hoy día, se tenía mutua desconfianza; muchos se acusaban de imperialistas, otros de traidores. La actitud vacilante de la clase política sudca ante las fuerzas de Maximiliano empezaba a ser tema de cuchicheos y sospechas. Estaba también, latente la amenaza de Navarrete que seguía en Sinaloa con la idea de atacar de nuevo al gobierno de Pedrín. Las sospechas, los recelos obraron de tal manera que algunas personas fueron apresadas por prejuicios, como el Sr. Juan de Dios Angulo, cuyo delito era ser suegro de Navarrete o a Ambrosio Castro que se le acusó de simpatizar con D’Artois.

Por su parte, Pedrín, a mitad del año de 1867 trató de organizar el gobierno. Ya restablecida la República, había leyes generales que se interponían con las locales, las cuales se habían expedido a causa de la intervención francesa. Había que reconstruir las leyes hacendarias, la aduana marítima, por ejemplo. Hubo casos como el del gobierno norteamericano, que sin pagar derechos, había montado una carbonera en Pichilingue, por donde pasaban sus barcos a surtirse de carbón. Ya habían hecho dos viajes, en el tercero, la administración aduanal trató de cobrar esos derechos, pero los norteamericanos no quisieron pagar. Entonces, el Cónsul de USA en La Paz, obró para que el propio Juárez les diera permiso para cargar el carbón sin pagar un solo centavo al estado, “como una cortesía con el gobierno de los Estados Unidos”- respondió Juárez que había sido refugiado en ese país en más de una ocasión, aún Doña Margarita Maza se encontraba asilada en Washington y al cuidados del gobierno de los USA. Así se privaba de recursos al Territorio.
Pedrín, que ya no hallaba la puerta, expide la convocatoria para establecer la Asamblea Legislativa –compuesta por un miembro de cada municipio electo directamente- que a su vez debería nombrar al Jefe Político, esto provoca el disgusto de las municipalidades de San José y de Santiago que pretenden que la elección de Jefe Político se haga mediante elección directa. La convocatoria sale el 14 de agosto de 1867 y ni San José ni Santiago hacen su elección para miembro de la Asamblea. Finalmente en San José ceden pero no en Santiago. Así, Pedrín decide desaparecer la municipalidad de Santiago que fue anexada a San Antonio. El día 1 de diciembre se reúnen en San Antonio solo 4 diputados: Emilio Legaspy de Todos Santos; Carlos F. Galán de La Paz; Salvador Castro de San José y Juan Hidalgo de San Antonio. Como no se reunía el número requerido de diputados la Asamblea no podía abrir el periodo de sesiones, hasta que llegó el de Mulegé, Antonio Piñuelas. Ya con la mayoría fue nombrado Jefe Político el Sr. Carlos F. Galán.

Galán no las tenía todas consigo, hubo rechazos y protestas por su nombramiento. Sus enemigos lo acusaban de conservador y proimperialista. Periodicazos no le faltaron; hasta un periódico de México, “El Globo” publicó acusaciones contra Pedrín por haber entregado el gobierno a Galán que también se decía, ni siquiera era mexicano.
Para ese tiempo, Maximiliano, a pesar de múltiples peticiones de clemencia llegadas de todo el mundo, ya había sido fusilado en el Cerro de las Campanas.
Ya el 24 de marzo de 1868 sucedió que Galán y Manuel Quintana, comerciante sinaloense habían pactado una rebaja del 15% en los derechos de importación. El administrador de la aduana se negó a hacer el descuento y fue destituido por Galán. Los enemigos de Galán hicieron llegar el asunto hasta el gobierno federal de donde se respondió que se repusiera el administrador de la aduana en su cargo y Juárez, engorilado al ver el desmadre que traían los californios envió al Territorio como jefe Político al General Bibiano Dávalos que en cuanto llegó aprehendió a Galán y lo envió a prisión acusado no solo de hacer rebajas a sus amigos sino también de enajenar la Isla de Guadalupe y un lugar llamado Los Algodones. Cuatro años le cayeron al pobre Galán, aunque Juárez, como no hizo con Maximiliano, se portó buena onda y lo indultó.
Gobierno de Dávalos. El merequetengue se volvía a armar: Dávalos era una autoridad dependiente de del Gobierno Federal, por lo tanto no había sido nombrado por la Asamblea, lo que echaba por tierra la Ley Orgánica del Territorio. Dávalos no acataba decisiones de la Asamblea, sino de la Secretaría de Gobernación. El ambiente era insostenible. La Asamblea, por su parte, decide nombrar un nuevo gobernador. Dávalos consulta el asunto con Juárez, éste responde que resolverá, según la persona que resulte electa. Así el 14 de junio se reúne la Asamblea y eligen a José María Castro. Dávalos no sanciona el hecho, solo envía la resolución de la Asamblea al Gobierno de Juárez que nada responde. Igualmente la Asamblea nombra a los miembros del Tribunal de Justicia, de nuevo Dávalos informa pero no acata. Juárez, impasible sin acusar recibo. Así las cosas, el 3 de noviembre de 1868 la Asamblea toma la determinación de desconocer a Dávalos y le ordena que entregue el poder.
Dávalos, que cuenta con el apoyo federal considera dicho desconocimiento como un acto subversivo y manda aprehender, por la noche y en sigilo, a Fernando Erquiaga y Antonio Piñuelas miembros de la Asamblea. Los envía a Mazatlán consignados al juez de distrito. Estos diputados elevan al Congreso de la Unión una acusación contra Dávalos y un periódico de Mazatlán llamado “Juan sin Miedo” publica una editorial acusando a Dávalos de pisotear la Constitución y la dignidad de los bajacalifornianos.

El Gobierno Federal decide declarar nula a la Asamblea legislativa bajacaliforniana y elaborar un nuevo estatuto, pero para conciliar en el asunto, acepta como gobernador a José María Castro que se hizo cargo del gobierno en marzo de 1869 … pero no por mucho tiempo.
Aquí acaba la siguiente década (1860-1870). ..también –como se puede ver- llena de levantamientos, asonadas y guamazos por todos lados. La grilla actual es un juego de párvulos, frente a la pesada grilla, pistola en mano, de nuestros antepasados. Los californios no se están en paz…... ¿Qué sucederá?..... ¿habrá vida apacible en Baja California?. -¡No deje de ver su gustada serie “…Y éramos tan felices III”!

domingo, 26 de abril de 2009

…. Y ERAMOS TAN FELICES

La manía conservadora de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, la mayoría de las veces, no es mas que parte de nostalgia, parte de deseo y parte de desmemoria. Muchos sudcas seguramente mantienen la idea de que “antes” era tan apacible la vida en Sudcalifornia y que “ahora” hay riesgos y peligros impensables en los pretéritos tiempos de perros amarrados con chorizo.
Siento decir que no es así: “antes”, en 1850 por ejemplo, la vida sudcaliforniana fue de lo mas agitada y movida por cada calamidad que les sobrevino, cuando no eran piratas, eran los gobernantes despóticos que mandaban del centro; las hambrunas, el desempleo o las revueltas, los alzamientos o la destitución de este o aquel jefe político del territorio.
Don Adrián Valdéz, el primer gran historiador sudcaliforniano, da cuenta de estas peripecias en un libro que ha sido compilado por el Dr. León Portilla, titulado “Historia de la Baja California 1850/1880” y editado por la UNAM en 1974.

Wiliam Walker y sus Flibusteros. La historia inicia en 1850 con la incursión del pirata William Walker que organizó una tropa de unos 40 hombres armados en San Francisco, California mientras el gobierno gringo se hacía de la vista gorda. Walker tenía la idea de tomar la Baja California primero y luego Sonora para proclamar la “República de Sonora”. La Baja California solo estaba poblada en la zona sur hasta San Ignacio; de lo que es hoy la parte Norte, según un informe de 1885, firmada por un tal Ferrer enviado desde La Paz a hacerse cargo de lo que es hoy el estado de Baja California, decía lo siguiente: “Desde San Ignacio hasta El Rosario, es poco menos que un desierto, y se hacen diez jornadas cuando no se llevan víveres ….. En El Rosario (ex - misión) habitan cuatro familias, a las cuales he tenido que facilitar cebada para que no murieran de hambre….. luego está el pueblo de Santo Tomás habitado por nueve familias mexicanas, en el mismo estado poco más o menos que las referidas; pero los Ranchos de Guadalupe y Valle de San Rafael, que son propiedad de norteamericanos residentes en Alta California, y el de Tía Juana, habitado por su propietario, sufren menos escasez ….” Y sigue la nota. Tijuana como se verá, era un rancho, Mexicali no existía y Ensenada era un campo pesquero donde se sacaba un marisco conocido como “aulón” –dice la referida nota-


En esas circunstancias, W. Walker y sus filibusteros llegan a La Paz, entonces gobernada por el Coronel Rafael Espinosa quien a pesar de las advertencias, no hizo ningún preparativo para defender la plaza, así que cuando Walker, el 3 de noviembre de 1853, fondeó “El Carolina” en Punta Prieta y mandó un piquete de mercenarios para hacer prisionero a Espinosa, ni las manos metió. Walker y sus filibusteros tomaron la casa de gobierno, arriaron la bandera mexicana que cambiaron por una bandera roja con dos estrellas blancas que simbolizaban la “República de Sonora y Baja California”; sometieron a quien se opuso y la tal república que fue proclamada a los cuatro vientos.


Al día siguiente W. Walker -sin pasar por "candidato de unidad"- es nombrado presidente por sus bucaneros. Los paceños asistieron a la dichosa ceremonia en inglés en la que nadie comprendió nada -cosas de gringos locos - dijo mas de uno. Se promulgaron leyes y se abolieron derechos aduanales. El 5 de noviembre se avistó un barco al cual los piratas abordaron y sin buscar mucho se encontraron al nuevo jefe político del territorio que venía a sustituir, por orden de Su Alteza Serenísima, al coronel Espinosa, así, Juan Clímaco Rebolledo fue también puesto prisionero y Walker se adueñó de la situación y de la República...pero no por mucho tiempo.




A Algunos vecinos les cayó el veinte y clandestinamente se organizaron; reunieron armas para hacer frente a los filibusteros. El mismo día del nombramiento de Walker, a los piratas les entró la sed y desembarcaron para echarse unos tragos en una cantina, ahí se suscitaron las primeras reyertas a tiros. Al ver que la población poco a poco se reunía para repeler a los invasores, el 6 de noviembre, Walker parte a Cabo San Lucas a esperar refuerzos, personal de California entusiasmados con la toma de La Paz, suceso que apareció en los periódicos californianos como un éxito rimbombante de Walker y sus muchachos.

Por su parte Waker se fortificaba en San Lucas pero los alcaldes de San Antonio y Todos Santos ya reunían hombres armados para hacer frente a los piratas, igualmente el alcalde de San José ya disponía de 40 hombres. Con estos movimientos, a Walker no le quedó otra mas que subirse al “Carolina” y alejarse de las costas. Como el gobierno estaba acéfalo con la prisión tanto de Espinoza como de Rebolledo, el 19 de noviembre, en San José, se nombró al Sr. Antonio Navarro jefe político del territorio de Baja California. La toma de posesión fue en San Antonio mientras en La Paz se seguía organizando la defensa del puerto.

Ya entrado diciembre, el gobernador de Sinaloa José María Yáñez enviaba a tres buques con 250 hombres armados que desembarcaron en Ensenada de Muertos, además de pertrechos y vituallas, nada menso, el gobernador sinaloense enviaba a Antonio Ochoa como Jefe Político interino. Así, Navarro, recién nombrado entrega el poder el día 12 de diciembre a Ochoa pero el día 25 de diciembre, Espinosa y Rebolledo logran escapara de los piratas así que en La Paz se juntan cuatro “gobernadores”: Espinosa que gobernaba cuando llegaron los piratas, Rebolledo que enviaban del centro a sustituirlo; Navarro nombrado cuando apresaron a ambos y Ochoa que llegaba nombrado por el gobernador de Sinaloa. Después de difíciles deliberaciones, se pusieron de acuerdo que sería Rebolledo, el nombrado por el dictador Santa Anna, el jefe militar mientras se organizaba una elección.



Walker que había huido al norte, se fortificó en la Ensenada de Todos Santos (hoy Ensenada) donde recibiría refuerzos para invadir la Baja California por el norte. En efecto, recibieron refuerzos pero nunca contaron con la furia de Antonio Meléndres, un ranchero fronterizo, valiente ciudadano, buenísimo para los cabronazos, quien a partir de sus hermanos y amigos, inició un ejército que llegaría a tener hasta 300 hombres, buena parte de ellos indígenas. Meléndres persiguió a los invasores –con todo y refuerzos- y aunque su fuerza era menor, con el conocimiento del terreno, su audacia y ardor patriótico, sin darles cuartel, atosigó a los filibusteros que sabían poco de andar entre chollas, chamizos y "uñaegatos" y llegó finalmente a derrotarlos hasta que huyeron por la frontera. Walker se refugió en California y ante la protesta del gobierno de Santa Anna, fue enjuiciado en los Estados Unidos por jueces que simpatizaban con su causa. Después de un juicio balín, Walker fue absuelto y quedó listo para emprender otra aventura que lo llevaría a ser presidente de Nicaragua y fusilado en Honduras ... pero esa es otra historia.

El Gobierno de Blancarte. En La Paz, el 8 de marzo de 1854, llega José María Blancarte, nombrado por Santa Anna, Comandante Principal y Jefe Superior Político, puesto que le entregó obediente Rebolledo. Blancarte era una alimaña de corazón peludo. Inculto, borracho y pendenciero, amigo personal de "El guerrero inmortal de Zempoala" (Santa Anna), Blancarte se encontró con la creciente popularidad de Antonio Meléndres quien se erigía como un verdadero héroe, un number one al que sus fans lo ovacionaba por doquier. Por tal razón, Blancarte -envidioso y mediocre- empezó a buscar la manera de deshacerse de Meléndres. Desde La Paz envió por barco al General Oñate para dizque ayudar a Meléndres, pero por tierra mandó a un tal José Fidel Pujol quien llevaba a Meléndres una carta con felicitaciones por sus encomiables servicios a la patria, además le ofrecía 500 pesos para aliviar en algo la sangría económica que le significó la corretiza que le puso a Walker y su banda. Pujol llegó a San Felipe antes que Oñate a la frontera, envió la carta a Meléndres quien acudió sin sospechar las intenciones, así desprevendio fue desarmado, apresado y de manera cobarde, fusilado y desaparecido. De Pujol no se volvió a saber. Oñate se hizo cargo del partido norte de Baja California ya sin el estorbo del héroe de la derrota bucanera que mal le habían pagado su arrojo y valentía.

El 20 de octubre de 1854, Blancarte organiza un plebiscito para ratificar a Su Alteza Serenísima en el poder. Se levantaron actas en los ayuntamientos, se manipularon los votos de adhesión, se presionó a los habitantes -ni siquiera les repertieron despensas, ni compraron credenciales de elector, como ahora- y se tomaron presos a quienes no dieron su voto a favor del dictador.



Ya en 1855, cuando Santa Anna es obligado a dejar el poder mediante el Plan de Ayutla firmado por los liberales, Blancarte -como político de siempre- comprende para donde corre el agua, se une al Plan y convoca a elecciones para jefe político. El 3 de diciembre es nombrado el Sr. José María Gómez quien instaló la Diputación, el Consejo de Gobierno y expidió el Estatuto Orgánico del Territorio, sin embargo Blancarte seguía siendo el hombre fuerte, el que ostentaba las armas. Como puede esperarse en esta situación, pronto Blancarte vuelve a las andadas y en abril de 1856 exige que la diputación abandone su sede en la Casa de Gobierno y trata de disolverla. Obviamente entró en fuertes contradicciones con Gómez quien solo apechugaba ante los desplantes del tremendo Blancarte que conspiraba para deponerlo.

El 11 de mayo de ese año 56, en Santiago, se levanta en armas Mauricio Castro, desconoce a Gómez y proclama a Blancarte como Jefe Político. Gómez huye a San José donde establece gobierno aunque su Consejo queda en La Paz. Finalmente, como la prudencia lo aconsejaba, Gómez renuncia y Blancarte toma el poder en Baja California en septiembre de 1856 ante la anuencia del presidente interino Ignacio Comonfort. Enseguida Blancarte disuelve los organismos democráticos y da rienda suelta a sus pretensiones autoritarias.

Pero las ansias filibusteras no cesan. El país es un desmadre propicio para que intereses extranjeros invadan los territorios mas desiertos y despoblados. Blancarte a la sazón jefe omnímodo de la Baja California tiene noticias que un tal Crabb ha reunido hombres y municiones para invadir la Baja California y Sonora, consigue armar a 350 hombres con los que parte para Sonora en enero de 1857 a combatir a los invasores ante el disgusto de los bajacalifornianos que ven como Blancarte deja sin guarnición militar la península. A Blancarte le vale madre y cruza el charco pero resulta que los planes de Blancarte no tienen nada que ver con la defensa del territorio sino con hacerse presente en Guadalajara. Blancarte conspiraba con el clero que veía peligrar sus intereses con el gobierno de los liberales. Las fuerzas militares de Guadalajara andan en otros asuntos, por tal razón, Blancarte aprovecha para dar un golpe de mando pero no le funciona y es arrestado y enviado a México.

La Constitución de 1857. Aunque Blancarte había dejado a sus títeres de Jefes Políticos que le sucedieron en el gobierno, el 26 de abril de 1857 llega la noticia de que se ha aprobado una nueva constitución, por lo tanto, los californios proceden a adherirse a dicha constitución en un solemne acto en La Paz y proceden a nombrar un nuevo gobierno. El 20 de mayo de 1857, Manuel Amao toma el cargo de Jefe Político y el 13 de julio de ese año, 17 electores del Colegio Electoral Bajacaliforniano votan por Ignacio Comonfort para presidente de la República y por Benito Juárez como Presidente de la Suprema Corte de Justicia.

No terminaba julio cuando un grupo de militares se subleva y huye de La Paz, el general Yáñez jefe de la guarnición hace prisioneros a los amotinados y los envía a Sonora, luego Yáñez se retiró a Mazatlán y dejó encargado de la comandancia al Coronel Diego Castilla que será un dolor de cabeza para M. Amao pues Castilla se adhiere al Plan de Tacubaya que trata de dejar sin efecto la Constitución de 1857 y sin efecto también, los decretos que había promulgado el propio Amao, especialmente en el reparto de las tierras misionales. Castilla derroca a Amao y por medio de la fuerza obliga a los ayuntamientos a reconocer en mencionado Plan de Tacubaya.

Castilla nombró a un Consejo con el objeto de elaborar El Estatuto Provisional del Territorio, en el se pretendía regresarle las tierras a la iglesia, instigados por el obispo Juan Francisco Escalante, amigocho de Castilla y de los conservadores del Tacubaya. El Consejo, encabezado por Nicanor Cota se hizo inteligentemente pendejo y no dictó ninguna resolución mientras Castilla con malas maneras trataba de implementar alguna ley que regresara al clero las tierras misionales. El autoritarismo de Castilla hizo crisis y el 9 de septiembre fue desconocido por el Ayuntamiento de San José que se adhería a la Constitución de 1857, después lo haría Todos Santos a la vez que movilizaban un pequeño ejército que marchó hacia La Paz. Castilla amedrentado por falsas noticias abandonó la plaza a pesar de tener unos 200 hombres a su servicio, se pertrechó en Pichilingue y luego se subió en el primer barco que zarpó a Sinaloa donde fue destituido y juzgado por “falta de espíritu militar”. ..por cobarde, pues.


Las fuerzas triunfantes nombraron Jefe Político a Ramón Navarro quien el 23 de septiembre del 57 reestablecía la observancia de la Constitución promulgada el 5 de febrero de 1857.

Ya en 1858, con el gobierno de Benito Juárez, el desmadre de la administración del país había influenciado el Territorio de Baja California, no había una ley orgánica y si muchas leyes que se habían promulgado y luego quedado sin efecto en varias ocasiones. La confusión respecto de lo que sucedía en el centro era cada vez mayor. Juárez andaba de un lado para otro y no tenía sede fija el gobierno mexicano. Navarro y su Consejo deciden declarar independiente el Territorio e instala una diputación con los ayuntamientos.



Baja California Independiente. Se decretaron nuevos impuestos y se liberó el comercio; se disminuyeron los aranceles de importación, luego la diputación creyó conveniente promulgar lo siguiente: 1°. El Territorio de Baja California es parte integrante de la nación mexicana; 2°. Acata y defiende la Constitución de 1857, como única ley fundamental de la República y otros artículos que se refieren a la emergencia y a la temporalidad de la declaración de independencia; luego se consiguieron armas tanto en EU como en Sinaloa en preparación de una Guardia Nacional para la defensa del territorio.

Pronto tuvo que entrar en acción dicha Guardia, el territorio independiente había promulgado leyes sobre buceo, minería, comercio, franquicias, y otras leyes que afectaron a algunas personas que se revelaron en San José, así la Guardia apresó a Mauricio Castro, Pablo María Castro y Zacarías Castro y terminó el movimiento -de Los Castro- sin derramamiento de sangre.

Fue una buena época. De Nayarit y Sinaloa llegaron intelectuales, obreros y gente bien preparada que huía de la intolerancia política y religiosa; mejoró el nivel económico de los habitantes del territorio; se realizó una nueva división política; se establecieron los tres poderes republicanos y se llamó a nuevas elecciones. Recayó el nombramiento, ahora de gobernador, en la persona de Teodoro Riveroll a principios de 1860 pero antes que Riveroll tomara posesión, llegó procedente de la Cd de México el Sr. Gerónimo Amador enviado por B. Juárez para hacerse cargo del gobierno.

Este episodio amenazaba con suspender la buena racha para el Territorio y reacios a entregar el poder, la Asamblea y el Jefe Político hicieron reuniones secretas para sopesar el asunto. Por un lado, ya estaban bien organizados y marchando con políticas provechosas para el Territorio, por otra, no entregar el gobierno significaba desobedecer el poder central con probables consecuencias funestas. Finalmente, después de muchas deliberaciones, Navarro, previa resolución de la Asamblea, el 12 de abril de 1960 entrega el poder a Amador con todo el dolor del alma de los sudcas que veían como el edificio democrático y progresista se venía abajo con la llegada inesperada de del extraño Sr. Amador.

Ahora es Amador. Apenas se hizo de la administración pública el mentado Amador, enseñó el cobre. No tenía ni maldita idea de donde estaba parado; su indigencia intelectual era tanta que sus determinaciones rayaban en el ridículo y empezó a ser pasto de chistes y ocurrencias que pasaban de boca en boca ante las carcajadas de los sudcas, que sin poder hacer nada, solo se reían de “El Zongolica”, como le apodaban. Se recuerdan perlas como la creación de una policía mixta con la Alta California, el decreto para que los barcos que van de San Francisco a Panamá “pasen a Cabo San Lucas a recoger la correspondencia”. Los paceños daban rienda suelta a la carrilla, en lo que ya eran -como hoy- depurados maestros.

Afortudamente, Amador sintió que era mas necesario en el centro del país para combatir a los conservadores y un buen día hizo itacate y se fue dejando de interino a Manuel Clemente Rojo el 1 de julio de 1860.

Mas tardó en irse Amador cuando Rojo lo desconoció apenas con 15 días en el poder. Como Mauricio Castro estaba dolido con el gobierno independiente -anterior al de Amador-, supo Amador que podía entrar por San José del Cabo, conseguir el apoyo de la muchachada Castro y hacerse de nuevo con el poder. En agosto Mauricio Castro había reunido una fuerza que creía suficiente para restablecer a Gerónimo Amador. Tal fuerza marchó hacia La Paz sin encontrar resistencia, ya para ese entonces, Rojo y el gobierno se habían embarcado para Sinaloa. Los Castros josefinos enviaron a José Arano para tomar la plaza. En cuanto llegó a La Paz les leyó el Acta de San José que restituía a Amador en el poder. Nadie la firmó, pues decía en el prólogo que su adhesión tendría que ser “libre y espontánea”. Entonces Arano cambió la redacción, le agregó a la dichosa acta “sometiéndose gustosos a sufrir, en caso contrario, la pena de ser pasados por las armas” y claro -en chinga- fue firmada y puesta la huella digital...no fuera a ser.

Rojo y los demás emigrados en Mazatlán buscaron a Márquez de León que ya andaba en las grandes ligas de las armas y los uniformes. El caudillo sudca les ayudó con 300 hombres y el mismo Márquez se trasladó a San José para sofocar el alboroto que Los Castro habían armado en el sur. Arano que estaba en La Paz se replegó a San José y dejó el poder a Pablo Pozo, a la sazón presidente del ayuntamiento de La Paz. Arano cometió su peor babosada: envió a sus hombres por tierra y las armas por barco. Craso error, Márquez de León que ya era una chucha cuerera en eso de la guerra, le interceptó el barco en el Canal de Cerralvo y sin esfuerzo, los desarmó y dióles mortal golpe.

Marquez de León entró a La Paz en septiembre de 1860, luego se dirigió a San José y tomó prisioneros a los promotores del gobierno de Amador. Reinstaló a Rojo que apresó a los dirigentes del levantamiento de San José, mientras, el buen Márquez de León volvía a Sinaloa donde lo necesitaban en la lucha contra los conservadores. El 3 de noviembre Rojo renunció al poder y se instaló a Teodoro Riveroll como era el deseo de la Asamblea antes de la llegada de Amador. Obviamente quedaron sin efecto los ridículos decretos y disposiciones de El Zongolica que empezaba a formar parte de la picarezca sudca de la época.

HASTA AQUI SOLO SON DIEZ AÑOS (1850-1860) Al siguiente año se enfrentaría la Invasión Francesa y el Imperio de Maximiliano.
Como se puede ver, sobresaltos no faltaban a los habitantes del siglo XIX en Baja California. Nada de vida apacible.
No se pierda el siguiente capítulo: "Los sudcas ante Maximiliano"... en su gustada serie: "... Y éramos tan felices..."

domingo, 5 de abril de 2009

LA PAZ, LA TISICA

En las postrimerías del siglo XIX, la tuberculosis azotó en todo el mundo, “La peste blanca” le llamaron.

En el mundo habían muerto de tuberculosis Shubert , Mozart y Chopin. La Dama de las Camelias muere de tuberculosis, igualmente, en la novela latinoamericana mas famosa de la época, “María”, del colombiano Jorge Issac muere del mismo mal; en el gran mundillo de la ópera, Mimí, de “La Boheme” fallece por tuberculosis; Paganini apagó su música el micobacterium; la tuberculosis no respetó ni al genio poético de Adolfo Bécquer ni el de Miguel Hernández; ni siquiera al generalísimo Simón Bolívar, libertador de América; el espíritu inquieto de Edgar A Poe terminaría a fuerza de hemoptisis; Thomas Mann presentaría “La Montaña Mágica” y las cuitas de los tuberculosos en los sanatorios antifímicos de los Alpes.

Franz Kafka, en esos días escribía “Tos con sangre” y en su larga y profunda melancolía le ponía sello a los tiempos.

En La Paz de la postrevolución, la escasez, la carestía, la falta de apoyos del centro del país, la disminución brusca de la madreperla, la actividad prioritaria, factores que juntos produjeron un fenómeno de pobreza extrema y la tuberculosis invadió la capital del entonces partido sur de Baja California.

En este lado del mundo, en nuestro rincón finisterra, los criaderos de perlas de La Paz habían producido una gran industria en la que trabajaban mas de 150 obreros y de la que dependían familias y otras actividades paralelas. El magnate perlero Gastón Vives, activo miembro del porfiriato, había tenido que huir de la purga con el triunfo de los caudillos revolucionarios Ortega y Cornejo y los placeres perleros fueron saqueados, destruídos y olvidados. La pobreza se expandió y el micobacterium tuberculoso se fijó en los cuerpos de los paceños que mal alimentados y desempleados, eran pasto fácil de la enfermedad.

La Paz cambió su nombre por “La Tísica”.

Robert Koch había descubierto , aislado y demostrado el causante de la tuberculosis a finales del siglo XIX, sin embargo pasó mas de medio siglo para que se encontrara un antibiótico capaz de atacar el bacilo. Fue hasta 1940 que se empezó a utilizar la estreptomicina y otros medicamentos eficaces. Los tratamientos antituberculosos eran hospitalarios, había nacido la radiología con la que se monitoreaban tales tratamientos, pero sobre todo, la tuberculosis, se sabía, no solo requería del contacto con el microbio para enfermar, la desnutrición era el otro componente esencial que prolongaba la enfermedad.

Para los años treinta y pese a los esfuerzos de Gastón Vives, Ruffo y otros empresarios, el negocio de las perlas no volvió a fructificar; por alguna misteriosa razón, las perlas desaparecieron y los cultivos no dieron ni la cantidad ni la calidad de antes. La Paz había encontrado otra vocación ya bien entrado el siglo XX. Los recursos del centro del país fluyeron gracias a las exigencias de grupos civiles que pedían no solo el cese del olvido, sino también la facultad de nombrar sus propios gobernantes y no ser refugio, destierro o castigo de viejos generales revolucionarios. El sur de la península había crecido y desarrollado como una provincia ajena al centro del país; extraña para quienes tomaban las decisiones de la república. En este nuevo orden que se gestaba, los sudcas mediante el Frente de Unificación Sudcaliforniana exigían su inclusión en los planes y el presupuesto; sus derechos y obligaciones como mexicanos.


Con un país un poco mas pacificado, con el gobierno progresista como el de Francisco J Mújica, el ya territorio de Baja California Sur iniciaba una nueva época. La institucionalidad sentó sus reales y las organizaciones civiles irrumpieron en el concierto público. Se abrieron cultivos de frutas y verduras en Los Planes, se aprovechó mejor la infraestructura de los oasis, se abrieron brechas para comunicar mejor a los sudcas, la pesca tomó un nuevo impulso y se establecieron tratamientos antituberculosos en el viejo hospital Salvatierra –la hoy Casa de la Cultura- .

Con la idea que retrataría magistralmente Thomas Mann en “La Montaña Mágica”, que los tuberculosos sanaban o al menos mejoraban cuando se internaban en los sanatorios montañosos, se inició en la zona de Santiago, en las faldas de la Sierra de la Laguna, la construcción de un hospital para tuberculosos. Dicho hospital nunca se terminó, hoy se pueden ver las ruinas, montículos de piedra, arcos y umbrales invadidos por la maleza. Era cierto, los tuberculosos mejoraban con el aire de las montañas, no se sabía exactamente la causa. A la luz de los conocimientos actuales, sabemos que el micobacterium, es ávido por el oxígeno, por esa razón su hábitat preferente son los pulmones, al disminuir la presión de oxígeno por encima del nivel del mar, el bacilo que descubriera Robert Koch, disminuye su velocidad de crecimiento con la consecuente mejoría de los pacientes.

Al final de los años cuarentas, el gran escritor, poeta y periodista Fernando Jordán coloca a la Baja California en la prensa nacional y escribe una serie de 22 valiosos artículos acerca de la península de Baja California que tituló “Tierra Incógnta”, los artículos de Jordán después aparecerían en un libro fundamental: “El Otro México” –Biografía de Baja California- que vio su luz primera en 1951. Su primer capítulo inicia así: “Hay libros desconcertados y desconcertantes. Este no es lo uno ni pretende ser lo otro. Pero puedo asegurar, sin pudor alguno, que el Otro México se originó en el desconcierto.
En el desconcierto y … en el amor. Ni más ni menos”

Jordán hace viajes en jeep y en un velero, recorre toda la Baja California entre y va relatando, en “El Otro México”, las características geográficas, costumbres e historia de los pueblos que visita. Cuando llega a La Paz, el capítulo se llama “En el que un nombre explica la ciudad”. Después de hacer un amplio elogio a la belleza de la bahía, a la jovialidad y frescura de su gente, a la paz que se respira y al imponente calor de su verano, al final dice “A pesar de los años de auge de las perlas y de la orchilla (cuya explotación resultó incosteable al descubrirse en Alemania las anilina sintéticas) La Paz sufrió hambre siempre y su población vivió generaciones de tuberculosos. Un poeta cruel la llamó “La Tísica”, y en verdad, considerándola como un ser vivo, la ciudad con sus pulmones corroídos, traía a las mentes la imagen de otra dama de las camelias, bella, tierna y enferma.”

Sin embargo, en el último párrafo repone: “Actualmente, la ciudad parece restablecerse de su prolongada enfermedad. Ha encontrado granero en los valles del sur. Ha hecho brotar el agua de las mas profundas venas de las montañas y de las capas del subsuelo. Desde hace un par de años el trigo se aclimata en la llanura, se produce tomate de excelente calidad que en gran parte se exporta, por avión a los Estados Unidos, y La Paz, en el verano y en el invierno, come fruta y legumbres, y bebe leche. Parece que el hambre ha terminado y que La Paz deja de ser “La Tísica”.
.

Fue el ahora Benemérito Hospital Juan María de Salvatierra, situado en la calle Bravo 1010 el primer tuberculario que se estableció en Baja California Sur donde el Dr. Francisco Cardoza, C. Dr. Holguin, Dr. Carlos Zaragoza, Dr. Von Borstel y otros eminentes médicos casi se especializaron en tuberculosis, pusieron en práctica los adelantos de la época, realizaron el catastro torácico para detección temprana de la enfermedad, atendieron a los tuberculosos, realizaron el aislamiento del bicho, y dieron los tratamientos de la época que fueron mejorando con los años hasta que los tratamientos de tuberculosis gracias al mejoramiento de las drogas y al monitoreo, se pudieron hacer de manera ambulatoria y domiciliaria.

Algunos veteranos médicos del Hospital Salvatierra recuerdan divertidos anécdotas de su infancia respecto del antiguo tuberculario y el miedo al contagio de los paceños: se evitaba pasar, a toda costa frente ese hospital. Si por alguna razón no había más remedio que pasar por la calle Bravo, una o dos cuadras antes, se hacía una larga y profunda inspiración forzada, se tapaban boca y naríz y pies en polvorosa, en presurosa carrera, se cruzaba Lic. Verdad, el frente del hospital –por la acera contraria- se continuaba por Josefa O de Domínguez y se volvía a respirar hasta la calle Gómez Farías… si se podía. El oráculo popular aconsejaba no respirar al menos por cuatro cuadras, a riesgo de contraer la enfermedad.

El Hospital Salvatierra así, pasó a ser un hospital general y Jordán concluía: “Al paso que fortalece sus pulmones y su estómago, la ciudad se embellece el rostro. El paseo del malecón ya no es el polvoso paseo de antaño y hoy bordea el mar una avenida de hormigón que parte del Palmar de Abaroa y que pronto llegará, convertida en carretera, hasta el balneario de El Coromuel. Los “papalotes (aeromotores), típicos que fueran de La Paz y que servían para bombear el agua de los pozos, van desapareciendo para la introducción del agua potable. Nuevas construcciones se levantan a paso rápido donde antes se acumulaban basuras o se abrían lotes baldíos, y el pueblo, despertando de su sueño secular, va abriendo los ojos para mirar el futuro.”

Era La Paz de 1950 que había sobrevivido a la epidemia de tuberculosis mundial, a la pobreza, el desempleo, al hambre; a las revueltas de 1910 que produjeron caos político mientras el bacilo de Koch se ensañaba con los más amolados; al abandono que cedía poco a poco y cuyos anhelos de autogobierno se cumplirían 20 años después. Era La Paz que se adaptaba a los nuevos tiempos y emprendía la siguiente mitad del siglo con el vigor y el orgullo que hoy conocemos.

sábado, 28 de marzo de 2009

ESCRIBIA SONETOS

(EN MEMORIA DE NESTOR AGUNDEZ)
Tratar de escribir acerca de Néstor resulta complicado para quienes lo conocimos, admiramos, amamos. Son tantas las aristas, los rasgos que lo definieron; su obra escrita, su obra social; su ejemplo; su tránsito –tan peculiar- por el mundo –su mundo- al que llenó de maravillas, de cosas bellas y se rodeó de ellas, entre otras, de la amistad que acompañó invariablemente con su generosidad.
Uno es el personaje, el promotor cultural que luchó incansablemente para producir el fenómeno cultural único en Todos Santos; buscó, tocó puertas, cansó, irritó a políticos, administradores, burócratas, hasta conseguir sus fines que eran los de Todos Santos. Otro, la persona cálida y amable; calificado por algunos como “un señor de los de antes”, cierto, todo un caballero al que solo le faltaba la pipa, los guantes y el bombín; otro, el poeta que puso alma y vísceras en la rima de 14 versos
De largas conversaciones; de voz pausada, dulce de abuelo querendón. Solo había que preguntar o recordarle algún asunto para que soltara el torrente de memoria que se remontaba hasta los años del Todos Santos cañero, su estancia en la Normal Rural de San Ignacio, sus maestros y el primer soneto, su única forma poética; el regreso a Todos Santos, sus años de profesor, la actividad del teatro Márquez de León; las campañas política, los gobernadores que conoció, los políticos que criticó, las danzas que inventó y seguía hasta que nos despedíamos después de varios cafés. Siempre se nos hacía tarde para tomar la carretera a La Paz.
Era difícil sacarlo de Todos Santos, solo salía para acudir a sus citas médicas con el Dr. Buanaventura Díaz. Hacía poco mas de una década que había perdido, después de una operación desgraciada, la visión de un ojo. Usaba una lupa para leer y su séquito de mujeres –amigas, parientes- le ayudaban a desvelar documentos, a buscar archivos y a pasar en limpio sus escritos que mantenía con rigor caótico en cualquier rincón de su casa o en el Centro Cultural que lleva su nombre
Llamaba la atención la simpleza de su vida, su forma de conducirse. Era una las personas más tímidas que he conocido. Le costaba acceder a los privilegios que le daba ser conocido, ser considerado un ícono de la cultura en el Estado. Prefería hacer cola, esperar su turno, solicitar una audiencia o un simple favor.
Lo conocí de manera profesional. Las consultas médicas eran, en realidad, después de cinco minutos, una prolongada conversación sobre los más variados temas. La salud quedaba de lado y seguían los proyectos, las nuevas adquisiciones para el museo, las mejoras del centro cultural, el mural que tanto le preocupaba, pero también las anécdotas que contaba con singular picardía, la evocación de personajes populares de Todos Santos que remataba con una gran carcajada. Al final de la consulta, ni receta, ni medicamentos, solo algunas recomendaciones, la consulta terminaba con abrazo y un fuerte apretón de manos, cuando no, una visita guiada por el museo donde atesoraba, a veces sin acomodo ni orden una cantidad enorme de objetos que tenían valor artístico, otros no tanto, pero que de cualquier manera pasaban a engrosar la colección, pues no podía desprenderse de los lazos afectivos que acompañaban a las obras. Algún curador profesional en el futuro, decidirá acaso sobre la calidad de ciertas obras, seguramente sin saber que para Néstor, la obra artística tenía significados que no podrá detectar, porque eran los del afecto, los de la amistad, los de la solidaridad.
Nunca dejó de enviarnos el soneto de fin de año. Todos los años, en enero llegaba sin falta sus mejores deseos en forma de 14 versos, su escritura favorita. En soneto plasmó sus amores, miedos, pasiones y angustias y en soneto vivió. Afortunadamente, el año pasado, por iniciativa del Instituto de Cultura, Juan Melgar realizó una compilación –“Cien de catorce”- un juego de libro y CD ROM que inicia con una entrevista y luego una selección de cien soneto que, a juicio de Melgar, eran los más meritorios. Néstor, en julio pasado, acudió a la presentación de la obra y era conmovedor verlo emocionado –hasta las lágrimas- agradecer nuestra presencia y el homenaje que le realizó el Instituto de Cultura
Y es que era Néstor un tipo humilde. No soportaba el halago, de inmediato cambiaba de tema cuando la conversación tocaba sus méritos, sus virtudes. No comprendía la grandeza de su obra, quizás porque la promoción de la cultura era una vocación, quizás porque era parte de su piel, de su naturaleza; era parte del amor al pueblo de Todos Santos y a su gente a la que conocía su árbol genealógico y al pueblo todos sus rincones
Será difícil ahora ir al Todos Santos sin Néstor. Acostumbrarse a su ausencia y conformarse con la obra y la memoria de quien fue mas que un amigo, un maestro en el arte de vivir con elegancia, discreción y sabiduría.
¡Salud!

lunes, 16 de marzo de 2009

AQUÍ ESTAMOS IV (El Cuarto Informe de Gobierno)

Otra vez, como todos los años, los que antes criticaban la forma en la que el PRI funcionaba, la vuelven hacer. Mientras fueron opositores, señalaban “el Día del Gobernador”, el besamanos genuflexivo, el derroche indolente, la danza de cifras, el acarreo descarado, la compra de aplausos, toda esta parafernalia cíclica que era, parecía, patrimonio del PRI, patentada por el revolucionario e institucional, cada año, el gobierno del PRD repite el numerito.
No obstante la terrible desgracia donde murieron mas de veinte acarreados en la toma de posesión, Narciso Agúndez ha persistido en el acarreo tan vergonzante para la clase política; vergonzante como todos los valores que tienen precio y se compran con dinero. En este caso, los valores que el político –Agúndez- compra es la popularidad, la lealtad, la admiración, el agradecimiento, quizás hasta la gloria. Para conseguirlo tiene que desembolsar cantidades inconfesables, pero no de su dinero, sino del nuestro, en eso estriba lo deshonesto.
Para que el señor gobernador se sienta querido, admirado, agradecido, etc. tenemos que pagarle toda la puesta en escena: a). autobuses que acuden a todos los municipios para que llenos de “público” regresan a la capital; b). Gente que aplaudirá y gritará hurras mediante un guión establecido. A estas personas, generalmente humildes, a las cuales algo les han prometido o algo les dieron, no de parte del estado, ni siquiera del gobierno, ni como obligación del gobernante, sino como graciosa concesión de Narciso, a esas personas habrá que pagarles c). Estancia en hoteles baratones y como consecuencia también d). Comida, al menos tres veces al día. Pero también hay invitados de caché, como los gobernadores vecinos, los amigotes y los dirigentes partidistas que vienen del DF a los que hay que pagarles e). Hoteles costosos y además f). Comida cara que, aunque izquierdistas, el confort, bien se sabe, es adictivo y no tiene partido. También hay que pagar g). Medios de comunicación que machacan semanas antes, durante y después las obras del prohombre que tenemos como gobernador, al final, habrá que pagarles una h). Pachanguita a los acarreados y a la tropa de las porras y las matracas y otra i). Pachanga, esa si, en forma, con cubierto de lujo, mesa servida, viandas costosas y licor del mejor para invitados y allegados al primer círculo.
Gastos enormes que todos los sudcas tenemos que desembolsar para que el señor llene su ego y nos informe lo que le conviene, a su manera, ante un congreso aplaudidor y manipulado como en los mejores tiempos del PRI. Luego la prensa –que también es pagada- resaltará los logros del gran hombre que los sudcas eligieron, a pesar de sus pecados de ambición confesos.
En una encuesta acientífica y rupestre revelaría sin dudas, que a los sudcas poco les interesa el informe del gobernador; que si la fastuosa ceremonia se hiciera sin acarreados y sin pagarle a nadie por sus afectos, desierta quedaría la Plaza de la Reforma. En el supuesto que a los habitantes de BCS les interesara escuchar el informe, ahí están los medios de comunicación. Pero casi nadie está interesado es escuchar la danza de cifras y números que bien se pueden leer en los documentos que amparan dicho informe.
Por otro lado, si el gobernador quiere hacer su pachanga anual, nadie puede coartar su derecho a festejarse sus años en el poder, el asunto enojoso es que lo hace con nuestro dinerito, los impuestos que religiosa y encabronadamente pagamos y que, el gobernador, está obligado a cuidar y no gastarlo en una gran jolgorio solo porque cumplió otro año el frente del poder ejecutivo de BCS.
Bien podría hacer su pachanguita –como todos- e invitar a sus íntimos; hacer su carne asada, en su casa; tomarse sus cervecitas, compradas por el mismo o sus choferes o algún lambiscón –no faltará- ponerse hasta el gorrito y finalizar en la madrugada borracho contando intimidades del poder –y de las otras- cantando rancheras en karaoke, como cualquier cumpleañero que se respete, sin faltar la contrita cruda del día siguiente. Es decir, como cualquier mortal.
Todo este gasto millonario sale de nuestros impuestos, una ceremonia fútil, banal, ególatra y petulante que, quienes ostentan el poder, cuando eran oposición, criticaron y rechazaron pero que hoy, en la cumbre saben que son parte del pan y circo que le deben al “pueblo” que se queda viendo como el derroche millonario solo toca a algunos privilegiados y a la masa la torta y el refresco para gritarle vítores al gobernador que está de fiesta, una fiesta que debería pagar de su peculio, como lo hacemos todos –la mayoría- cuando nos enfiestamos.
Esas antiguas rutilancias debieron de cambiar para, al menos, no parecerse tanto al PRI y para que parezca también que, cuando la izquierda asumió el poder en Baja California Sur, también llegaron nuevas formas de gobernar, menos indolentes, menos canallas; mas demócratas, más conscientes de que se gobierna, no se reina; que distinguen entre una democracia y una monarquía .