sábado, 16 de mayo de 2009

…Y ÉRAMOS TAN FELICES III

El insípido gobierno de José María Castro. Dejamos a Pablo María Castro al frente del poder en Baja California pero como sombra agorera permanecía al acecho el hombre fuerte, al General Bibiano Dávalos, guardián nombrado por el gobierno central.
Don Pablo María Castro había ascendido en marzo de 1869, permaneció en el poder dos años en los que se tiró a la milonga; nada hizo por cuenta propia, en pocas palabras, era medio huevón. Fue tanta la apatía de Castro que el 8 de abril de 1871 –sin chistar- entregó el poder al General Bibiano Dávalos.

La Concesión Leeses. Dávalos inició contactos con lo que es hoy el norte de la Baja California. Algunos norteamericanos habían estado sustrayendo cabras de la Isla de Guadalupe. Era imposible mantener vigilada la zona. El vasto desierto entre La Paz y la zona fronteriza, la falta de comunicaciones hicieron que Dávalos enviara algunos subprefectos que rápidamente renunciaron ante la falta de incentivos. Finalmente decidió que familias mexicanas de la Alta California, se hicieran de terrenos con lo que Juárez estuvo de acuerdo. Así fue como inició una de las primeras colonizaciones en un contrato que se firmó con Jacobo Leeses, en Saltillo el 30 de marzo de 1864.

El contrato era leonino: sumamente ventajosa para el colonizador que solo pagó cien mil pesos. Dicho convenio lo comprometía a introducir 200 familias en un lapso de 5 años. La llamada Concesión Leeses abarcaba desde grado 31 latitud norte en dirección al sur, hasta los 24 grados y 20 minutos de latitud –casi toda la Baja California-. Las cláusulas convertían a la Colonia Lesses en un estado independiente –podría cobrar sus propios impuestos, formar su propia fuerza pública, los minerales encontrados serían de los colonos, se les exentaban de impuestos y del servicio militar; incluso podrían tener sus propias leyes. El contrato era abusivo, inmoderado, gandalla; las familias asentadas, aunque fueran gringos, les obligaba a tomar la nacionalidad mexicana. Bien sabemos que seguirían siendo gringos pasara lo que pasara.


La Colonia Lesses, ergo, sería una extensión de los E.U. En Baja California no gustó nada esta concesión de Juárez.


Algunos periódicos de La Paz se inconformaron; se arroparon con la bandera del nacionalismo y publicaban las desventajas de la concesión. Otros, aplaudían la medida. Juárez se estaba deshaciendo de la Baja California; de un pedazo de la República que –quizás pensaba el indio de Guelatao- nada contribuía al erario nacional, al contrario, solo daba problemas. Cuando los representantes de Leeses acudieron a La Paz para tomar posesión de los terrenos, el Jefe Político les respondió que había algunas cláusulas contrarias a la Constitución que prohibía a los extranjeros “adquirir terrenos baldíos bajo ningún título”, se declaró incompetente y turnó el asunto al juez de primera instancia. Los representantes de la compañía colonizadora se inconformaron y acudieron al gobierno federal. Don Benito –que aun no se convertía en busto, en calle, en nombre de ciudad ni salía en los billetes- les dijo que todo estaba arreglado, que podían tomar los terrenos cuando desearan, pasando por encima de las autoridades sudcas.
Dicha compañía afortunadamente tropezó con dificultades para introducir las familias y tomar posesión de los terrenos.


En eso estaban cuando sucedió un descubrimiento casual en parte de los terrenos concesionados a la compañía Leeses: se encontró una planta parásita llamada Orchilla que se utilizaba, para fabricar tinturas textiles. Su valor en el mercado internacional era alto. El descubrimiento fue hecho por un capitán de un barco ballenero que llegó a las costas de Bahía Magdalena.
En cuanto se supo, se introdujeron cerca de 500 trabajadores en Bahía Magdalena y en los llanos de Hiray –hasta donde se extendía la orchilla- aunque había solo una mujer, la compañía Leeses aprovechó para argumentar que esas eran las 200 familias a las que se habían comprometido en el contrato. La explotación de la orchilla abrió a Bahía Magdalena como puerto comercial y fue como surgió lo que hoy se conoce como Puerto Cortés.


Mientras se explotaba la orchilla, la compañía colonizadora se encargaba de enviar al gobierno federal una serie de noticias falsas que aparentaban cumplir lo prometido: que estaban construyendo una carretera entre La Paz y Bahía Magdalena; que levantaron una escuela en La Soledad para los hijos de los colonos; que explotaban salinas; que erigían ranchos ganaderos; que estaban ampliando el puerto y hasta construcción de ríos navegables y otras patrañas que Juárez y sus muchachos creían a pie juntillas, satisfechos con su proceder. En realidad, lo único que habían hecho hasta la fecha eran unas cuarenta casuchas de madera y un pozo para sacar agua y evitar que se murieran de sed los trabajadores de la orchilla que, malvivían y trabajaban como condenados en estas áridas regiones.


Cuando la orchilla empezó a escasear y a disminuir su valor a causa de la invención de tinturas artificiales, la compañía dejó embarcados –sin empleo- en Bahía Magdalena cerca de 50 trabajadores, los cuales tuvieron que acudir a La Paz para ser auxiliados y no morir de hambre.
Finalmente –todo se sabría- el 11 de noviembre de 1871, la secretaría de gobernación comunicó a las autoridades bajacalifornianas el fin de la concesión por no cumplir, la compañía colonizadora con las principales cláusulas del contrato.


Ascenso y descenso de Dávalos. En la grilla local, el general Dávalos seguía al frente del gobierno. Aunque no era un estadista, había desplegado una gran actividad benéfica para los habitantes. Construyó caminos, ordenó asentamientos humanos, mejoró la administración de justicia; dio nuevas atribuciones a los municipios. En fin, con mucho trabajo había conseguido cierta aceptación popular.

Sus méritos fueron desconocidos y las simpatías ganadas se fueron a pique cuando se le acusó de meter las mano en unas elecciones municipales. La animosidad del partido contrario y de la prensa fue tanta que a Dávalos le salió lo militar y actuó lleno de odio y ánimo de venganza; era de carácter duro, hosco e intransigente, tal talante no le ayudó a la hora de hacer política. Al contrario, unificó a sus enemigos en su contra y el 13 de octubre de 1874, una asonada en San José del Cabo solicitaba el desconocimiento del General Dávalos como Jefe Político y el reconocimiento del general Jesús Toledo.


Los sublevados fueron atacados y vencidos, pero iniciaron los rumores de levantamientos en Mulegé, en El Triunfo y otras poblaciones. Dávalos enloquecido sospechaba de enemigos por doquier y empezó a meter al bote a ciudadanos inocentes por cualquier gesto, por cualquier dicho. En El Triunfo fue aprehendido el señor Emiliano Ibarra y Cenobio Cota a quienes el juez no encontró culpas y fueron liberados. No contento, Dávalos lo mandó apresar de nuevo y los puso a disposición de la justicia militar en Sinaloa. En ese juicio, tampoco se encontró pretexto a los cargos de sedición que Dávalos le había endilgado. Además, a los sublevados encarcelados los trató de manera inhumana; vejados, apaleados, torturados. La prensa hizo del conocimiento esos brutales métodos y Dávalos la tomó contra la prensa.


Emiliano Ibarra se había ganado las simpatías de los paceños mientras el rechazo contra Dávalos crecía. Así Ibarra inició, junto con Cenobio Cota un plan para derrocar a Dávalos. Fue el 2 de junio de 1875, Ibarra había sobornado el oficial de la plaza para que se hiciera loco y con motivo de un rumboso baile donde estaba casi toda la tropa en alegre jolgorio, ya pisteadones los soldados, las fuerzas de Ibarra los apresaron. Dávalos, empezó a sospechar que algo no andaba bien, salió de su casa a echar una ojeada. Apenas hubo puesto un pie fuera de su casa cuando sintió el helado cañón de una pistola en la garganta, era Cenobio Cota y su palomilla. Dávalos estaba solo y a merced de sus enemigos.


Cenobio Cota se dio vuelo con Dávalos a quien le recordó todas sus bellaquerías. Lo pateó, lo cacheteó, lo sarandeó y descargó contra Dávalos todos sus agravios y resentimientos. Lo trasladaron al El Triunfo y por todo el camino fue amenazado de tortura y muerte mientras le propinaban fuertes coscorrones, mentadas de madre y otras linduras; además, hicieron correr la especie de que se había ordenado su fusilamiento. El general Dávalos fue perdiendo valentía y al rato ya estaba suplicando por su vida. Dávalos ya muy agobiado y atemorizado ante las amenazas envió por el obispo para que permaneciera a su lado. Se sabe que nunca fue la intención de Emiliano Ibarra el fusilarlo, pero dada la conducta que había mostrado cuando detentaba el poder, se lo hicieron creer. Dicen que suplicó por sus hijos, por la virgen, por diosito y hasta por el osito Bimbo con tal de no morir. El general se achicopaló y en cuanto le mostraron un documento en el que se comprometía a dejar el poder y no aceptar ningún cargo en el ejército, estampó la firma sin mirar.


El Coronel Máximo Velazco. Al saberse en Mazatlán lo ocurrido en La Paz, el jefe de las armas envió a BC una fuerza de infantería y caballería para restablecer el orden al mando del Coronel Máximo Velazco, nombrado Jefe Político en lugar de Dávalos. Este llegó por La Ventana y enseguida se dedicó a batir a Ibarra que había salido hacia San José. Se encontraron en Santiago y después de reñido combate fue derrotado Ibarra y sus muchachos. En el campo quedaron cerca de 30 muertos; perseguidos y lanzados al mar, Ibarra y otros cabecillas lograron huir en un barco llamado El Lucifer por la costa del Pacífico. Una vez destruidas las fuerzas de Ibarra, quedó reestablecida la paz en La Paz… pero no por mucho tiempo.


El Coronel Velazco se hizo cargo del gobierno el 28 de junio de 1875. Fue recibido con algarabía por los habitantes de La Paz quienes ya no soportaban las bravuconadas de Dávalos y su cobarde conducta, ni los desmadres de Ibarra. Habían vivido días de encierro, de temor, de estado de excepción de tal manera que Velazco que además era un militar Liberal, bien educado, de finas formas, se ganó inmediatamente el favor de la sociedad porteña.


El primer problema con el que se encontró Velazco fue el obispo Ramón Moreno y Castañeda. Este prelado la emprendía, desde los tiempos de Dávalos- contra las Leyes de Reforma y contra los masones -tanto Dávalos como Velazco lo eran- además, no observaba la ley que le prohibía vestir en público los hábitos religiosos. Desde principios de 1875, el obispo se paseaba por doquier con sus hábitos y aun cuando ya se le había llamado la atención, continuaba en su empeño por desobedecer. Velazco citó al obispo de manera privada, habló en buenos términos con el prelado pero le valió madres; era un fanático intolerante: en las misas arengaba a la población a desobedecer a la autoridad y a rechazar las leyes juaristas. Velazco con cierta paciencia amonestó de nuevo al obispo y recibió a las damas de la alta sociedad porteña –que nunca faltan- que pedían clemencia para el gandalla del obispo. Velazco que además de guapetón era galante y simpaticón, dejó contentas a las damas con sus alocuciones, sus ojitos y su sonrisa de galán del cine mudo.


El obispo Moreno no paraba, sacó un periódico para atacar al gobierno y sus leyes, según esto, apoyado por el Papa. Los masones respondieron con otro periódico al que Moreno a su vez, desde el púlpito replicaba. Afortunadamente, en este pleito nunca participó de manera decidida la sociedad sudca que siempre se ha caracterizado como apática en los pleitos religiosos. Mientras el Coronel Velazco se ganaba el favor de la sociedad con trabajo fecundo en la administración, llamados a la concordia y relaciones sociales, además que embellecía la ciudad con un magnífico jardín frente a la catedral. No gozaba de cabal salud y a pesar de caer con frecuencia enfermo, seguía trabajando a favor de la comunidad. Finalmente muere el 19 de abril de 1876. Una multitud de todas las clases sociales se congregó para darle el último adiós, los masones pronunciaron, ante su sepulcro un discurso que en parte decía: “El hombre que ha cumplido con sus deberes es el santo, no el que ha llenado de cilicios, no el que ha quemado a la humanidad…; no es justo que el que se rapa la cabeza y maldice a sus hermanos; lo es el que se ciñe el mandil del trabajador y el que empuña el cincel y la truya”. En obvia alusión al obispo locochón que se tornó aun más intolerante.


Por su parte el obispo no quitaba el dedo del renglón; sus discursos cada vez mas incendiarios invitaban a la rebelión: censuraban el matrimonio civil e insultaba al presidente Juárez y sus compinches liberales.


El Gobierno de Miranda y el Obispo Moreno. Una vez muerto Velazco fue el Coronel Francisco Miranda quien se hizo cargo de la Jefatura Política del Territorio. Apenas llegado al gobierno, el obispo Moreno retó a Miranda con la organización de una procesión con cohetes y un gran escándalo. El gobierno respondió con una multa de 50 pesos que se negó a pagar con cierta altanería. Entonces fue tomado preso y conducido a pie hasta El Triunfo. Un gran número de damas se acercó a Miranda para pedir clemencia para Moreno, pero de todas maneras, el necio clérigo pagó su osadía con 8 días en el bote. Pero el obispo que era más terco que las ganas de defecar, en cuanto salió del bote volvió a sus andadas: salió vestido con hábitos de nuevo y de nuevo fue detenido por la policía, multado en 100 pesos o 15 días de arresto. El obispo pataleó, protestó; se negó a pagar así que pasó otra vez al botiquín. El prelado esperaba que los paceños se rebelaran contra la autoridad pero nada sucedió. La rancia tradición de indiferencia sudca se impuso; el obispo le había jugado los huevitos al tigre –se lo buscó-.


Espichadito y por la noche salió el –antes- fogoso obispo Moreno de la cárcel, se escondió en una casa frente al muelle y días después salió en un barco rumbo a Guaymas. Apenas llegó al puerto sonorense y se puso a echar pestes contra las Leyes de Reforma, autoridades y los masones sudcas. Igualmente las autoridades guaymenses le informaron al obispuco que si había llegado a hacer sus desmadres mal valía que ahuecara el ala y así lo hizo.


Otra vez el desmadre. El 16 de noviembre de 1876, un grupo de fanáticos en contubernio con algunos soldados preparaban un levantamiento en armas en contra de Miranda, Jefe Político y contra los masones, la conspiración fue descubierta y los cabecillas fusilados.


Dichas expresiones no eran otra cosa que parte del ambiente que se volvía a crispar en el país con la salida de Lerdo de Tejada del gobierno nacional, los liberales reconocían como nuevo presidente a José María Iglesias, pero Miranda, el nuevo Jefe Político del Territorio de BC, lejos del centro, sin noticias frescas, no sabía que partido tomar; permaneció indeciso y esperó el desenlace de los acontecimientos. Mientras Lerdo de Tejada e Iglesias se peleaban por la silla presidencial, Porfirio Díaz lanza el Plan de Tuxtepec para hacerse de la presidencia, entonces, en El Triunfo, un grupo de militares aprovechan el momento y desconocen al Coronel Miranda -que se encontraba de gira en San Antonio- al que sustituyen por el Capitán Claudio Zapata.
Miranda, casi sin tropa, decide dejarle la plaza a Zapata y se embarca rumbo a Guaymas. La única fuerza que quedaba del gobierno anterior, estaba al mando del capitán Riquelme a quien Zapata invitó a unirse a su causa para evitar el derramamiento de sangre. Riquelme que no confiaba en Zapata solicitó garantías, pero como Zapata ya se había fortificado y se le habían unido cerca de 200 voluntarios, mandó apresar a Riquelme que se rindió sin combatir.
Zapata prefirió quedarse como Comandante Militar y nombró a Antonio Aguilar Jefe Político. Aguilar era un tipo corriente, mas rudo que cursi, vivía de una casa de juego de mala muerte; trataba de quedarse con la jefatura política y para ello envió un comisionado a ver a Porfirio Díaz pero en lo que llegaba dicho comisionada, Porfirio Díaz ya había nombrado al Coronel Andrés L. Tapia aunque por sus múltiples ocupaciones no se podía hacer cargo de tal responsabilidad, nombraron de manera interina al teniente coronel Patricio Ávalos que llegó el 25 de febrero de 1877.


Durante el interinato de Avalos que duró 5 meses, se amplió el fundo legal de La Paz: las coordenadas se formaron por 20 metros de la orilla del mar, la Piedra Cagada, el Cerro de la Calavera y un lugar conocido como Los Excavaderos.


Ahora llega el Coronel Tapia. En julio llegó Tapia a hacerse cargo del gobierno del Territorio. Ya había estado en el territorio al frente de un batallón del ejército así que fue bien recibido. Las pasadas revueltas, otra vez, habían producido serias crisis en los ayuntamientos y no había dinero en el erario territorial. Se pidió prestado a Sonora, se les solicitaron anticipos a los impuestos de los comerciantes.


A poco de la llegada de Tapia, las cosas se pacificaron en el sur y pudo este reformar la administración. Apenas empezaban a medio marchar bien las cosas cuando en la parte norte se sucintaron una serie de alborotos que obligan a Tapia a constituirse en el primer jefe político de la península que visitó el Partido Norte. Los habitantes de aquella zona que había crecido rápidamente, solicitaron a Tapia un puerto en Ensenada y una comunicación con el resto del país puesto que dependían del comercio con San Diego mediante la aduana de Tijuana, además le solicitaban mano dura contra el contrabando que encarecía la vida en esa región. Tapia regresó del norte en enero de 1878 dejando como subprefecto al Sr. Brígido Castrejón.
Al coronel Tapia también le tocaron los temblores que en Loreto produjeron tremendos desastres en esa población. El propio Tapia auxilió a los damnificados llegando a tener una gran popularidad en el territorio.


Pero llegaban las nuevas elecciones al Congreso de la Unión y otra vez, las cosas se ponían difíciles para el gobernante en turno que nunca quedaba bien con las campañas y con los resultados. Y sucedió de nuevo: uno de los partidos en pugna acusó a Tapia de favorecer al partido rival. La adulteración del padrón que obligó a Tapia a intervenir en la elección fue suficiente para que no lo bajaran de manolarga, robahuevos, brincacercas y comecuandoai.
Aun así Tapia pudo retirarse del gobierno con cierta aceptación y reconocimiento público a su actuación.


Aparece el General Márquez de León. A finales de 1879, llega a La Paz, el General Márquez de León después de renunciar a la Comandancia de Marina del Pacífico, e inmediatamente la armó en contra del general Porfirio Díaz que se había instalado en el gobierno nacional. Aunque Tapia, sabía de los pronunciamientos de Márquez de León, no se atrevió ni siquiera a llamarle la atención, pues la fuerza que tenía bajo su mando era muy escasa, así que Márquez de León no le importaba ir por la vida echando pestes en contra de Porfirio y su régimen, además Márquez de León era ya una figura muy respetada – ya se veía traza de héroe, de monumento, de hombre en la rotonda, de nombre de aeropuerto y hasta de un teatro en Todos Santos- así que no se escondía para echar sus discursos, mientras Tapia apechugaba.
En una de sus alocuciones –del 22 de noviembre de 1879- en La Paz, decía lo siguiente: “
Conciudadanos: la corrupción y la mezquindad de sentimientos van poco a poco extinguiendo en la república el fuego santo del patriotismo y el amor a la libertad. Los abusos del poder han intimidado a la almas débiles y comprado con los tesoros públicos esos avaros miserables que solo piensan en su interés privado…..….. Tanta bajeza nos sumirá en la deshonra y en la ruina, si por medio de un esfuerzo supremo no reivindicamos nuestra dignidad mancillada”
Como se puede ver, la retórica encendida del General, se refería al gobierno de Porfirio Díaz. Pero en el siguiente párrafo, tocaba al coronel Tapia con directas referencias a su actuación en los sufragios pasados:
“Los desmanes cometidos por las autoridades del Territorio, y ese falseamiento escandaloso del voto público que se ha presenciado en las elecciones pasadas, solo son un débil reflejo de los que está pasando en el resto del país; son los actos reprobados de una administración ignorante y de mala fe, que arrastra por el fango el decoro nacional”

El encendido discurso sigue en el mismo tono y remata de la siguiente manera:

Nací entre vosotros, sois testigos de que he sacrificado una inmensa fortuna para servir a mi patria y tengo derecho a vuestra confianza. Juro, y no mentiré como ha mentido el hombre de Tuxtepec, que la Baja California recordará siempre con satisfacción que nació en su seno vuestro hermano y amigo. M.M. de León”

Márquez de León hablaba para la historia; ya se trataba de tú a tú con el bronce. La idea de Márquez de León no era iniciar un levantamiento en el Territorio, mas bien era, conseguir elementos para luego trasladarse a Sinaloa –donde era muy conocido- y ahí fomentar una revuelta contra Porfirio –que se estaba convirtiendo en Don Porfirio-.


El primer paso del plan rebelde fue, hacerse del gobierno local, para eso se contactó al capitán Manero, quien comandaba la guarnición de La Paz. Así, los contactos de M. de León conspiraron con Manero que a su vez, informaba al coronel Tapia del desarrollo de los preparativos. El día señalado para la asonada, Manero citó a los agentes de Márquez con el pretexto de ultimar detalles, los esperó con la fuerza pública y los aprehendió. Márquez supo que estaba perdido y sigilosamente se dirigió a Bahía Magdalena donde tomaría un barco rumbo a San Francisco, California. Frente al puerto se encontraba el cañonero “Demócrata” que evitaría la salida de M. de León del Territorio hacia el macizo continental.


Rumbo al exilio, M. de León se refugió unas horas en Todos Santos, de ahí envió emisarios hacia las localidades donde había conjurados -que no sabían que la conspiración había sido descubierta- para comunicarles las malas noticias y que por lo tanto, no hicieran ningún movimiento. Pero el comunicado de M. de León no llegó con prontitud y en Miraflores se levantaron en armas Jesús Álvarez, Ponciano Romero y Jesús Verduzco que ignoraban las últimas disposiciones de su caudillo. Marcharon hacia El Triunfo y enseguida, en Todos Santos se levantaron Clodomiro Cota y Manuel Legaspy que comunicaron a M. de León sus correrías. Se cuenta que Don Manuel se encabronó muchísimo por las consecuencias que tendría para el Territorio dicho levantamiento. Sin embargo, arrepintiéndose de tomar el barco a San Francisco, regresó a unirse con los rebeldes y se puso al frente de la tropa.


Márquez de León Ataca. En Todos Santos se reunieron unos 40 hombres; en El Triunfo, Clodomiro y legaspy se encontraron con el capitán Claudio Zapata que contaba con 50 hombres a caballos, así marcharon hacia La Paz, defendida por el capitán Manero que solo contaba con 25 hombres. Tapia, por su parte se fortificó en la Casa de Gobierno y otro piquete en la cárcel de la ciudad, una buena parte de funcionarios públicos se sumaron a defender el gobierno; era personal mal armados, sin parque y sin experiencia, además de un cañón que nadie sabía manejar. Sin disciplina militar, sin los pertrechos necesarios, los empleados públicos, saltaban de las trincheras a sus casas a comer, a visitar a su familia –quizás a echar un rapidito- y hasta a dormir.


Pero la tropa con la que contaba Márquez de León, tampoco estaba en situación de presumir ni de armamento ni de pautas militares de comportamiento. Cuando llegaron a La Paz, se situaron en los suburbios y esperaron la ocasión idónea para atacar. Ahí se la pasaban en el malecón jugando rayuela, echando dados y dándole a la malilla y al conquián. Una noche, Zapata reunió a su gente, armó un griterío y se fortificó en la esquina del viejo palacio municipal. Mientras esperaban el asalto, los fortificados en la casa de gobierno –el hoy museo de Las Californias, enseguida del Jardín Velazco- empezaron a moverle al cañón que creían inservible, lo cargaron, prendieron mecha y ante la sorpresa y el susto de sus operarios –como el burro que tocó la flauta-, el cañón disparó haciendo un fuerte estallido que dispersó a los conjurados. Zapata que si era militar trataba de agrupar a la tropa pero estos huyeron despavoridos. Así los rebeldes la pensaron para volver a atacar.


Así se mantuvieron, con refriegas ocasionales, un balazo por aquí otro por allá; tropeles y corretizas que no provocaron siquiera un muerto. Solo falleció en esas reyertas un borrachito, chopa, perdido, que tuvo la mala ocurrencia de atravesarse en uno de tantos tiroteos. Así permanecieron varios días y tanto los sitiados como los sitiadores empezaron a sentir el cansancio, el tedio y la falta de recursos. Entonces, Tapia pidió hablar con Márquez de León y por intermedio del los señores Félix Gibert y Juan Hidalgo –amigos del caudillo todosanteño- informaron a Tapia que a los rebeldes les habían llegado refuerzos, entre otros recursos, 400 rifles modernos y del paquete y otras falsedades.


Tapia que no era ningún baboso, pensó que si esa fuera la situación, hubieran armado –los rebeldes- un verdadero sitio, además hubieran atacado, pero no, el sitio era bastante flojo, con muchos agujeros y no contaron mas de 7 rifles que eran los que accionaban de larga distancia de vez en cuando las huestes del General. De cualquier manera, Tapia propuso a Don Manuel la suspensión de las hostilidades con el compromiso de entregarle la plaza en 8 días, éste aceptó –lo que corroboraba que no contaba con fuerzas suficientes para el golpe final-. Antes de cumplirse el plazo, apareció en el puerto de La Paz el cañonero “Demócrata” con 50 hombres al mando del capitán Carbó, que ya había desembarcado en La Ventana 80 hombres al mando del comandante Zamarripa. Los conjurados se replegaron a un rancho cercano a La Paz hasta donde les alcanzó una bomba del cañonero. El 4 de diciembre de 1879, llegaron más refuerzos para el gobierno por lo que el General Márquez de León y sus huestes tuvieron que poner pies en polvorosa hacia Todos Santos.


La Batalla de San Juan. El capitán Manero salió con 50 hombres hacia La Ventana donde se uniría a los refuerzos. Márquez que sabía sería perseguido, preparó la resistencia en la falda del cerro de San Juan a menos de un kilómetro de Todos Santos. Al mando de la caballería colocó a Zapata. Por la noche, Zamarripa se encontró con una avanzada de las fuerzas de M de León con lo que supo la posición de este. Así, Zamarripa se colocó al flanco derecho de los rebeldes pero por la noche, M de León –viejo zorro- cambió su frente y en cuanto aclaró el día, inició el combate.


M de León tenía buenos tiradores y mejor posición. Zamarripa empezó a sufrir bajas; por su parte Zapata al mando de la caballería envolvió a Zamarripa y los obligó a colocarse a la retaguardia. A los pronunciados se les acababa el parque por lo que Márquez junto con Legaspy intentaron un golpe final. Lograron rechazar a Zamarripa de la cima del cerro, así, los rebeldes tomaron mejor posición. Aunque Manero insistía en atacar, Zamarripa, ya desmoralizado por las numerosas bajas, se rindió. Manero logró escapar a San José del Cabo.


El combate duró cerca de 4 horas. Las tropas del gobierno tuvieron 11 muertos y más de 30 heridos, mientras las tropas de Don Manuel solo tuvieron 4 muertos y 8 heridos, entre ellos el propio Legaspy. Márquez de León dejó libres a los oficiales enemigos y aceptó a los soldados que quisieran seguirlo.


La noticia de la derrota de Zamarripa llegó a La Paz al otro día; casi nadie daba crédito, dada la superioridad de las fuerzas del gobierno. Una vez constatada la noticia, Carbó y Tapia se embarcaron junto con todos los empleados públicos, se agregaron también comerciantes de La Paz que habían contribuido con las tropas del gobierno. Los pronunciados al mando de Zapata atacaron El Triunfo que bajo la responsabilidad de Manuel Navarro se rindió a los tres días de combate con la llegada de Márquez de León. De esta manera se dirigieron a La Paz y fue nombrado Jefe Político el coronel Clodomiro Cota.


Aun así, el cañonero “Demócrata” seguía resguardando el puerto de tal manera que hiciera imposible que el Gral. Márquez de León expandiera a Sinaloa su movimiento como era su deseo. De vez en cuando el cañonero hacía disparos contra el puerto. Las bombas caían entre las hoy calles 16 de septiembre y 5 de mayo, con tremendo estruendo, provocando desasosiego y serias tribulaciones en los paceños que no sentían los duro sino lo tupido.


Caída de Don Manuel Márquez de León. Las fuerzas de Márquez de León habían hecho secuestros en los ranchos aledaños a El Triunfo y San Antonio, por tal razón en esa zona, varios rancheros iniciaron una guerra de guerrillas al mando de Enrique Ceseña, Concepción Ortega, Raymundo Avilés, Carlos Contreras y Tomás Moreno, todos al mando de Espiridión Contreras quienes ayudaron al gobierno como fuerza contrarrevolucionaria, a la vez que protegían sus propiedades.


En enero de 1880, la cañonera México arribó a Pichilingue con el fin de llenar sus carboneras, después se dirigió al puerto de La Paz a recoger una lancha pero los rebeldes, en posesión de la plaza abrieron fuego contra el barco, este respondió con fuertes disparos de artillería y el personal de la cañonera regresó sin poder recuperar la lancha. Por la noche, intentaron de nuevo el rescate de la lancha y aunque hubo de nuevo fuego entre los dos bandos, los disparos de cañón obligaron a los rebeldes a abandonar la resistencia y el personal de la “México” cumplió su cometido y regresó a Mazatlán. Tal refriega fue publicada en los periódicos del centro como fuertes bombardeos contra La Paz y otras exageraciones.

29 de enero 1880 llegó a La Paz en coronel José María Rangel con el octavo batallón de infantería, traía además consigo, a Tapia, a los funcionarios públicos y a varios comerciantes. Así se restableció el gobierno y Márquez de León con su palomilla huyeron hacia el norte. Rangel salió en su persecución y, después de muchas penalidades, atravesaron el desierto, llegaron hasta la frontera y obligó a los rebeldes a salir del Territorio ya muy dispersos.
Don Manuel, como se sabe, vivió el resto de sus días en San Francisco, mientras en México se instalaba lo que sería la larga dictadura de Porfirio Díaz. En San Francisco escribiría su testamento político titulado “En mis ratos de soledad”. Solo se le permitió la entrada a México ya gravemente enfermó en donde murió en mayo 1883.


En México se impondría la paz de los sepulcros aunque en este desolado territorio, la fogosa clase política siguió haciendo de las suyas, como luego veremos.

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