martes, 19 de mayo de 2009

LOS SORDOS TERRITORIOS

(Comentario a la obra “Los Sordos Territorios”, con motivo de la presentación el día 12 de mayo de 2009, en el Teatro de la Ciudad, en La Paz Baja California Sur)

Cuando se abrí este libro de relatos e inicié la lectura, me extrañó no encontrar, en los primeros textos, el tono jocoso, la ocurrencia inteligente con la que Miguel Ángel despliega tanto en su literatura de ficción como en sus textos periodísticos; esa manera de deslizar para el lector una sonrisa velada que no llega a carcajada. En la medida que pasaba hojas y me adentraba en la lectura, al contrario, no solo no aparecían los guiños satíricos, mordaces, sino el relato de la realidad pura y dura, sin concesiones

Antes de llegar a la mitad del libro comprendí que el tono no cambiaría, que Miguel se había propuesto a recetarnos un grupo de narraciones que, sin atajos ni maquillajes, golpean directo a la cara; literatura traumática diría a falta de mejor adjetivo; el retrato de una realidad que se intuye, que se sabe existe pero que no se quiere ver, quizás porque duele, porque espanta pero aquí está la literatura para espetárnosla y acorralarnos en este cúmulo de verdades que abruman.


Lo podemos ver en los textos. El joven homosexual que delinque pero que también es una víctima social; víctimas del desempleo, expulsados de la frontera, cirróticos de la existencia sin remedio; el impúdico ratero, el robado, el licenciado vaquetón, apático el ministerio público; pensiones de mala muerte, cantinas pringosas, calles inmundas; expedientes perdidos, juicios eternos, presos políticos, presos gandallas; la selva donde nadie es bueno, nadie es malo del todo. Los juicios morales quedan inconclusos, la ética un territorio desconocido, sordo, paralítico, asténico; en fin, la justicia fallida. Un espejo donde todos nos reflejamos, un retrato que si no fuera cotidiano, bien podría llamarse kafkiano.

Aunque son casi veinte relatos, el tono áspero y riguroso inicial se mantiene hasta el final y desde un principio lanza al lector la pregunta: ¿has estado alguna vez en la cárcel? que se repite con los múltiples sinónimos populares de cárcel, no hay respuesta pero si una sucesión de preguntas agresivas cargadas de descripciones aterradoras que al terminar desearás ser un ciudadano modelo y jamás, ni por fuera, visitar una penitenciaría. En otras narraciones recordaremos la pregunta inicial donde la rehabilitación social es solo una manera burocrática de nominar un lugar, de establecer una topografía.

Testimonio, realidad
En algunas narraciones aparece, de manera sutil un narrador que, todo hace suponer, es el autor. Que estuvo ahí o si no, muy cerca del suceso. Por su ocupación como abogado, dicha primera persona hace suponer que estas narraciones son testimoniales





Testimonio. Un tipo de narración pone en escena la exclusión más radical cuando intenta hablar por las víctimas, por los marginados, por los muertos, ya que los testigos directos de la máxima destrucción no pueden dar testimonio

El testimonio expone las marcas, desafía la aniquilación, admite sus efectos. Aunque ni siquiera sea leído, es la única forma viable de hacerse cargo de la pérdida, del horror.

Las narraciones de M Ángel no son rasgos constitutivos de la existencia sino hechos históricos; el testimonio no sólo es el medio para asumir el caos social, sino también para resistir social y culturalmente, un deber para la recuperación ética de la comunidad.

Se insiste en que la verdad exige que el tema a tratar se aborde desde distintos ángulos (periodismo, literatura, testimonio) al mismo tiempo se le asigna una nueva función a esta forma, que debe informar y activar la comprensión política del lector.

En la tradición latinoamericana, Miguel Bonasso, Sol Arguedas, Rodolfo Walsh y otros que han querido modificar la manera de hacer literatura, optando por un "trabajo de transformación" por el cual se "literaturiza" un testimonio o un informe periodístico.

Se demuestra así que los géneros "marginales" son aptos para narrar ciertos hechos históricos en sociedades en las que las versiones oficiales están desacreditadas. Es decir, mezclar datos recogidos en la investigación periodística con mecanismos discursivos que permiten transformar la información en acontecimiento novelado

Realidad. Dice Borges, en una parte del cuento “Emma Zunz”: La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

La irrealidad de la realidad es un fenómeno estudiado por los escritores norteamericanos de fines de los sesenta - Capote, Mailer, Wolfe- cuando sellaron con el Nuevo Periodismo el auge de la escritura “de no-ficción”.

La historia etnográfica desarrollada en las ciencias sociales desde 1950 por Oscar Lewis (en los Estados Unidos) impulsa la formación de este género, tributario de la “contracultura” de los 60, que rescata el testimonio oral para darle cabida a la historia no oficial
Ser realistas, pero sin comillas: de eso se trata. Porque el realismo verdadero lo contiene todo: la fantasía y la razón, lo constatable y lo deseable; inclusive, la utopía. En cambio, el realismo entrecomillado reduce la realidad a datos, que por ser parciales, terminan siendo pura apariencia.




Y es que, borrar la memoria popular y reprimir cualquier intento de alimentarla, fue precisamente uno de los objetivos principales de quienes han hecho del horror y la destrucción generalizada su propuesta de vida. Diversos países de la región, allí donde el afán libertario aparecía con más solidez, debieron soportar durante años el discurso del realismo entrecomillado. Aquel que con el pretexto de reprimir los excesos subversivos, justificaba procesos de devastación nacional pocas veces experimentados en Latinoamérica.
Economías destruidas, industrias y recursos naturales arrasados, una deuda externa sin precedentes, desempleo y marginalidad pocas veces vistos, corrupción institucionalizada, aculturización e hipocresía total en los discursos dominantes, son, para muchos de nuestros países, la respuesta "realista" a los proyectos emancipadores de los años 60.

La única zona optimista de la obra es la ocurrencia del relato, la ocurrencia de dárnoslos a conocer. Quizás sucedió a Miguel lo que a Rodolfo Walsh, después de pedir infructuosamente justicia para los fusilados, decidió dar a conocer los hechos. El lugar que niega la justicia, lo encuentra en la literatura.

Solo hay un héroe, un redentor cuasi cristiano sin nombre al final del libro; una luz en las expectativas de salvación. El pronunciamiento más político en esta serie de relatos, porque representa lo deseable, la solución; simboliza la salida anhelada a esta realidad que no nos gusta.
Pero Miguel no afloja. No se muestra como un escritor complaciente que quiera quedar bien con sus lectores, sino un escritor que está dispuesto a arriesgarse a incomodar a quienes lo lean con tal de ser fiel a la realidad que describe. Captura el espíritu del entorno para todos aquellos que viven la pesadilla de un país sin oportunidades, sin incentivos, sin esperanzas. Posee una aguda percepción de la realidad nacional, que describe despojado de ilusiones, sin brindar ninguna tregua esperanzadora al lector. Las cosas son como son. “Si no te gusta, tu problema”, parece enunciar el narrador de cada uno de los relatos de este libro.

Cuando se termina el libro, en efecto, el lector se siente acorralado. Sabe que de alguna manera también participa; que las campanas doblan por todos y que no hay manera de huir; que la forma directa y brutal con la que Miguel Ángel nos lanza estas experiencias quizás personales van mas allá de solo mostrar lo que sucede en ese lado oscuro de la condición humana porque es imposible no conmoverse; es imposible evitar la perturbación y hasta la sensación de culpa en tanto entes sociales.

No hay víctimas inocentes, ni delincuentes cándidos; la tipología lambrosiana choca y se estrella en una sociedad en la que cada quien reza a su santo, cada quien se rasca con sus uñas. La desconfianza, el recelo y la suspicacia alcanzan a todos.



Miguel no deja espacio para la esperanza, ignoro si esa era la intención de sus textos, al final el agobio es tanto, no solo porque no hay esperanza, sino también falta de respuestas. Uno espera una señal, un gesto de optimismo que es negado hasta el final, el relato termina con esta frase: -es tu patria, cabrón… es tu patria.

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