jueves, 13 de junio de 2013

EL VERDULERO RUIDOSO, EL MEDICO Y EL AYUNTAMIENTO PACEÑO (Primera parte)

El doctor trabajaba en su consultorio en santa paz hasta que llegó el vecino, el de la frutería de al lado, alguien que supone que entre más decibeles imprime a las guapachosas melodías, el respetable tendrá mas apetito de frutas y verduras. Una extraña teoría mercadotécnica preferente en las aceras comerciales de La Paz, si no impulsada por el ayuntamiento, al menos, protegida, quizás, como bien cultural. Tres tremendas bocinas montadas en un tripié usa como arma letal. En la medida que tomates, aguacates y papayas invaden la banqueta, también escala el ruido. Lo siguiente fue un micrófono con el que arenga, voz en cuello, a aprovechar las ofertonas de dos por uno en sandías y melones, sin faltar el repetitivo “Azote de los careros” como se autodenomina el ruidoso verdulero. Después vuelve con alegría desbordante a los nostálgicos Mike Laure, Chico Che, para regresar a la actualidad grupera y todo el  catálogo de El Recodo desde Cruz Lizárraga al gordo Preciado. Nunca se agota, el aparato sigue toca y toca.


 El doctor, ahora se tiene que estirar, atravesarse en el escritorio para poder escuchar la débil voz del paciente disfónico; del que tiene febrícula, del que padece astenia y adinamia, que apenas puede hablar. Como si estuviera en un antro, el médico observa los gestos del paciente, el llanto de los niños, las muecas del doliente, la ansiedad del hipertenso, pero no escucha sus palabras mientras los pasitos duranguenses y bandas sinaloenses hacen que vibren tímpanos circunvecinos y los cristales del gabinete.

Si apenas puede escuchar al paciente, ya tratar de escuchar un sonido suave, tenue como el tono cardiaco, el murmullo de los pulmones, el roce de las tripas o el refinado sonidito de un foco fetal, es misión imposible. Ni hablar de un soplo cardiaco, de un frote pleural, del mate de víscera maciza, del claro pulmonar, del timpánico intestinal. No puede trabajar, ha tenido que abandonar el consultorio porque es imposible. Su error inicial fue tratar de arreglar el asunto de forma civilizada. Se armó de valor y se apersonó ante el verdulero ruidoso, le dijo que le bajara un poquito a su excelsa música; craso tropezón, peor le fue, -ahora pa’ que se le quite lo mamón-  la perilla del volumen anda en lo máximo.


El perfil psicológico del ruidoso no le permite acatar una sugerencia por sutil que esta sea. El ruidoso suele ser fornido, fanfarrón; su escolaridad es mínima – vende mansanas y auacates-  le caen mal las personas como el médico -¿Qué se cree este doctorcito?- repudia ese aire de falsa buena persona, esa delicadeza fingida que tiene el doctor. El ruidoso tiene mejor carro, mejor casa, mejor estéreo que el medicucho ese, la prueba que de poco sirve ir a la universidad. El ruidoso no tiene escrúpulos, sabe que hacer con los inspectores, las directrices municipales le tienen sin cuidado. Los vecinos saben que es inútil; que ya han peregrinado por el organigrama municipal y no hay nada que hacer. El ruidoso sabe que no está en Suiza, que todo vale. Ese pulso con los vecinos lo ha ganado siempre.


Los que tienen que trabajar de noche para que otros duerman: la enfermera que acaba de llegar de guardia, el velador que vive atrás, el mesero que llega tarde a dormir; la muchacha del rímel corrido de labores non sanctas, el policía que anoche laboró, el perito, el bombero, el cantinero, todos ellos tienen que dormir pero no los deja el ruidoso que vende silantro y sevolla. Ya era suficiente con el claxon del gas, con la musiquita del agua electropura o los tamales se Doña Chonita que se anuncian con altavoz, pero al menos son ruidos pasajeros; se despiertan y se vuelven a dormir, pero el ruidoso verdulero no descansa, todo el día dale que dale con el reguetón, los corridos, la banda ¿Qué vamos hacer, doctor? le dicen los vecinos al atribulado médico que tampoco encuentra la puerta del sosiego. Algunos creen que el pobre médico tiene aquella respetabilidad y la autoridad moral que tuvieron alguna vez los médicos.


El doctor que cree en las leyes, en la convivencia pacífica; que tiene cierta conciencia social derivada de que estudió en la UNAM y alguna vez pensó que el socialismo, el pensamiento de Marx, la Revolución cubana y las acciones del Che Guevara eran parte del futuro de América Latina. De ahí le quedó el respeto por el proletariado y la conciencia de clase. Pero el proletariado estridente lo tiene al borde del estallido y desde hace rato piensa que la clase obrera a la menor provocación se va al paraíso; el verdulero escandaloso le ha colmado la paciencia, le ha chupado la alegría. Tanto derecho tiene “El azote de los careros” a trabajar como los hijos de Hipócrates y a dormir los desvelados.
 Revisa el Bando de Policía y Buen Gobierno fechado en noviembre del 94, modificado el 2001, no encuentra otro así que supone que es el vigente. Encuentra en el capítulo VIII DEL ORDEN PUBLICO el ARTICULO 34 que dice “Son contravenciones del Orden Público: VII. Operar aparatos amplificadores de sonido en lugares públicos, establecimientos comerciales o vehículos, emitiéndolo hacia la vía pública, sin el permiso correspondiente o contraviniendo este”, además, abajo sigue con el VIII, aún más explícito: “Turbar la tranquilidad social con ruidos, gritos, aparatos mecánicos, magna voces u otros semejantes”.


Una risita maligna esbozó el médico, tenía la razón y las leyes de su parte, ahora vería “El Azote de los careros” que las disposiciones municipales no se pueden saltar así como así
 El doctor se armó de ciudadanía, cerró el consultorio y fue al ayuntamiento paceño. Lo que sucedió ahí lo sabremos hasta que el doctor vuelva.


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