jueves, 13 de junio de 2013

TRES MIL –PINCHES- PESOS



Tengo un amigo que ha ganado un certamen de cuento al que convocó el órgano municipal que se dedica a promover la cultura. Mi amigo está orgulloso, se siente bien; siente bien que sus letras, su imaginación, su oficio, su técnica para contar una historia, tenga cierto reconocimiento; que otros, un jurado bien calificado, encuentren en su obra valores dignos de ser premiados. Es un buen escritor, podría decir que es un gran escritor, pero es mi amigo y no sería objetivo.

Lo he felicitado por el triunfo de su obra y le he preguntado –nada elegante- de cuanto es el monto económico del premio –3 mil pesos- responde –pero no me los han pagado…aún- repone. Es difícil siquiera pensar que alguien, un burócrata cultural, por más ignorante del esfuerzo que significa la creación artística, cuando se organiza el certamen, ahí en la larga mesa de su oficina, rodeado de colaboradores, expertos en estos menesteres; mientras delinean las bases de la convocatoria, mientras eligen, quizás el jurado que se chutará los cuentos para luego decidir el ganador y se mencione la magra cifra que se le pagará al mejor, no repare en la miseria que son tres mil –pinches- pesos. En ese momento, cuando se establece el precio del cuento ganador ¿no les dará vergüenza al o la responsable de la cultura municipal que está tasando un cuento con, quizás menos del 10 por ciento de su salario mensual?  solo por materializar el precio.


¿Se puede evaluar con dinero el esfuerzo creativo?, seguramente no, como muchas otras cosas que no tienen precio, pero si, al menos, desde las razones por las que se realizan certámenes artísticos, culturales o académicos que es, supongo,  estimular la lectura, la creación literaria –como en este caso- mostrar que el Estado asume su obligación de promocionar los valores artísticos y culturales; provocar la búsqueda y reafirmación de la identidad, de nuestra manera de ser, de nuestras tradiciones –el discurso puede ser larguísimo al respecto- o, simplemente contar una buena historia –que ya es bastante-. Si es cierto que el gobierno en turno busca todos estos valores invaluables –como todos los valores morales- la estimación de tres mil pesos –puestos en cualquier contexto- es muy poco; representa la desgana para conseguir tales objetivos.  El esfuerzo económico es muy pequeño si se compara el premio con otros gastos del gobierno como la obra material que tanto se festeja. Tres mil –pinches pesos- se los gasta un funcionario de medio pelo en un día de viáticos.

Me encantaría saber cómo fue que se llegó a la conclusión que el ganador se merecía tres mil  -pinches- pesos. Podría ser que hace muchos años, cuando se instituyó el certamen, entonces, la rueda de crisis e inflaciones del país estaba en una etapa donde 3 mil pesos eran 30 mil, solo que se les ha pasado, se les ha olvidado actualizar el premio a los costos actuales.


En el grosero plano material ¿Qué se puede comprar con tres mil pesos? Un pasaje de avión al DF de ida pero no de vuelta; un traje finolis, un estéreo buenón; el servicio de bocadillos de una inauguración de pavimento, medio tanque de combustible del avión del secretario de finanzas; medio castillo de varilla de pavimento hidráulico; dos días en un hotel de tres estrellas. Tres mil pesos representan menos del 3 por ciento del sueldo mensual de un diputado; el sueldo quincenal de un policía; con tres mil pesos se puede pagar tenencia y revisado, seis tanques de gasolina, el mandado del mes y no mucho más.

Si no creen en lo que hacen, mejor ni hacerlo porque darle tres mil –pinches- pesos a quien gana un certamen de cuento es como hacerlo por pura formalidad; para que forme parte de las estadísticas, del discurso a la hora de los informes, para justificar presupuesto y cargo. Esos tres mil –pinches- pesos son la muestra de la indolencia, el desinterés con la que se ve desde arriba el fenómeno cultural; el desprecio a la creación artística…no fuera pavimento…

Detrás del cuento de mi amigo –y de cualquiera que gane un concurso- hay muchos años de lectura, numerosos papeles borroneados, cambios de ideas, de palabras, de frases, de horas, días, de trabajo intelectual para embonar palabra tras palabras, letra tras letra, comas, puntos. El cuento requiere de una precisión tal que si una novela -para un escritor- es una maratón, el cuento es una carrera de cien metros. Hacer cabriolas con el lenguaje en un espacio muy limitado; contar una historia que contenga los elementos de una novela: poner en situación al lector, conseguir un clímax de la acción con un final escabroso, sorpresivo, revelador, nada fácil. Lo sabemos quienes lo hemos intentado de manera infructuosa y admirado la maestría de Cortázar, de Chejov, de Borges y más acá, de nuestro Fernando Escopinichi.
Tres mil pesos –finalmente- sirven también para invitar a los amigos una gozosa cena con un buen vino, sabrosa conversación, por ejemplo, pero sobre todo que el órgano cultural del municipio, al menos, entregue los tres mil –pinches- pesos que ni siquiera han pagado. 



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