Tratar de escribir acerca de Néstor resulta complicado para quienes lo conocimos, admiramos, amamos. Son tantas las aristas, los rasgos que lo definieron; su obra escrita, su obra social; su ejemplo; su tránsito –tan peculiar- por el mundo –su mundo- al que llenó de maravillas, de cosas bellas y se rodeó de ellas, entre otras, de la amistad que acompañó invariablemente con su generosidad.
Uno es el personaje, el promotor cultural que luchó incansablemente para producir el fenómeno cultural único en Todos Santos; buscó, tocó puertas, cansó, irritó a políticos, administradores, burócratas, hasta conseguir sus fines que eran los de Todos Santos. Otro, la persona cálida y amable; calificado por algunos como “un señor de los de antes”, cierto, todo un caballero al que solo le faltaba la pipa, los guantes y el bombín; otro, el poeta que puso alma y vísceras en la rima de 14 versos
De largas conversaciones; de voz pausada, dulce de abuelo querendón. Solo había que preguntar o recordarle algún asunto para que soltara el torrente de memoria que se remontaba hasta los años del Todos Santos cañero, su estancia en la Normal Rural de San Ignacio, sus maestros y el primer soneto, su única forma poética; el regreso a Todos Santos, sus años de profesor, la actividad del teatro Márquez de León; las campañas política, los gobernadores que conoció, los políticos que criticó, las danzas que inventó y seguía hasta que nos despedíamos después de varios cafés. Siempre se nos hacía tarde para tomar la carretera a La Paz.
Era difícil sacarlo de Todos Santos, solo salía para acudir a sus citas médicas con el Dr. Buanaventura Díaz. Hacía poco mas de una década que había perdido, después de una operación desgraciada, la visión de un ojo. Usaba una lupa para leer y su séquito de mujeres –amigas, parientes- le ayudaban a desvelar documentos, a buscar archivos y a pasar en limpio sus escritos que mantenía con rigor caótico en cualquier rincón de su casa o en el Centro Cultural que lleva su nombre
Llamaba la atención la simpleza de su vida, su forma de conducirse. Era una las personas más tímidas que he conocido. Le costaba acceder a los privilegios que le daba ser conocido, ser considerado un ícono de la cultura en el Estado. Prefería hacer cola, esperar su turno, solicitar una audiencia o un simple favor.
Lo conocí de manera profesional. Las consultas médicas eran, en realidad, después de cinco minutos, una prolongada conversación sobre los más variados temas. La salud quedaba de lado y seguían los proyectos, las nuevas adquisiciones para el museo, las mejoras del centro cultural, el mural que tanto le preocupaba, pero también las anécdotas que contaba con singular picardía, la evocación de personajes populares de Todos Santos que remataba con una gran carcajada. Al final de la consulta, ni receta, ni medicamentos, solo algunas recomendaciones, la consulta terminaba con abrazo y un fuerte apretón de manos, cuando no, una visita guiada por el museo donde atesoraba, a veces sin acomodo ni orden una cantidad enorme de objetos que tenían valor artístico, otros no tanto, pero que de cualquier manera pasaban a engrosar la colección, pues no podía desprenderse de los lazos afectivos que acompañaban a las obras. Algún curador profesional en el futuro, decidirá acaso sobre la calidad de ciertas obras, seguramente sin saber que para Néstor, la obra artística tenía significados que no podrá detectar, porque eran los del afecto, los de la amistad, los de la solidaridad.
Nunca dejó de enviarnos el soneto de fin de año. Todos los años, en enero llegaba sin falta sus mejores deseos en forma de 14 versos, su escritura favorita. En soneto plasmó sus amores, miedos, pasiones y angustias y en soneto vivió. Afortunadamente, el año pasado, por iniciativa del Instituto de Cultura, Juan Melgar realizó una compilación –“Cien de catorce”- un juego de libro y CD ROM que inicia con una entrevista y luego una selección de cien soneto que, a juicio de Melgar, eran los más meritorios. Néstor, en julio pasado, acudió a la presentación de la obra y era conmovedor verlo emocionado –hasta las lágrimas- agradecer nuestra presencia y el homenaje que le realizó el Instituto de Cultura
Y es que era Néstor un tipo humilde. No soportaba el halago, de inmediato cambiaba de tema cuando la conversación tocaba sus méritos, sus virtudes. No comprendía la grandeza de su obra, quizás porque la promoción de la cultura era una vocación, quizás porque era parte de su piel, de su naturaleza; era parte del amor al pueblo de Todos Santos y a su gente a la que conocía su árbol genealógico y al pueblo todos sus rincones
Será difícil ahora ir al Todos Santos sin Néstor. Acostumbrarse a su ausencia y conformarse con la obra y la memoria de quien fue mas que un amigo, un maestro en el arte de vivir con elegancia, discreción y sabiduría.
¡Salud!
¡Salud!
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