jueves, 19 de febrero de 2009

EL BEISBOL, LA RADIO

Otra de las delicias de la radio de mi infancia era el beisbol de la Liga Mexicana. A las 19.30 –“la hora mágica del beisbol”- sintonizábamos la radio pero a medida que avanzaba la noche, la radio perdía claridad y entraban los gringos. Lo peor era cuando la radio fallaba en situación crítica, por ejemplo: “con hombre en primera, hombre en tercera, dos outs, con cuenta llena, empatados en la novena entrada…..” luego entraba el ruido que crecía en intensidad y la voz del mago Septién se perdía mientras cada vez más clara llegaba la voz de un locutor gringo. Ya sabíamos que no había nada que hacer pero movíamos la antena para todos lados desesperados, la espera a que regresara “la onda” era un suplicio. Si bien nos iba, al menos nos enterábamos del final del juego.
Nuestros preferidos eran los Tigres –los fabulosos Tigres capitalinos- en buena parte porque ahí jugaban peloteros oriundos de Santa Rosalía, entre ellos Arturo Cacheaux a quien debo el nombre de Arturo. Cacheaux era un tremendo pitcher que rompía la liga local cuando yo nací. Una tía a quien le gustaba el lanzador, pujó fuertemente para que me colocaran ese nombre en la pila bautismal. Además jugaban Vicente Romo, Obed Plasencia –empezaba su carrera- y el zurdo Robles que se había casado con una cachanía. Éramos tigristas y escuchábamos embelesados los gritos destemplados de El Mago Septién exagerando las atrapadas del Pulpo Remes, las increíbles fildeadas de Manuel El Estrellita Ponce, los dobleplay fulgurantes del infield del millón de pesos, el bateo oportuno de Ricardo Garza, los tapones de El Bombero Enrique Castillo, las estrategias de ejedrecista de El Chito García o los juegos de 15 pochados de El grandote Peña y de El Huevo Romo. Desde luego Cacheaux era mi ídolo.


El Tigres del 65 campeonaron y aplastaron a Los Diablos, los acérrimos rivales. Emocionados por la excelente temporada, un grupo de niños enviamos cartas a las oficinas de El Tigres y nos respondieron con una gran fotografía de todo el equipo campeón, firmada por cada uno de ellos, además de un banderín; tesoros infantiles que guardé con celo y que por ahí deben andar perdidos en algún baúl.
Cuando tuve la oportunidad de ir a la ciudad de México a estudiar a la UNAM, después de ir a la Ciudad Universitaria, el siguiente sitio que visité fue el estadio del Seguro Social, el escenario de tantos juegos escuchados, tantas veces imaginado y soñado. Difícil explicar la sensación de estar en ese estadio, sobre todo para un sudcaliforniano que jamás había visto un campo de pelota con césped, mucho menos de noche. Hasta entonces comprendí porqué se le llama “el diamante”; la brillantez del alumbrado, la perfecta sincronía del campo, las líneas de cal pulcras , exactas y el graderío rojo -de los Diablos- de un lado y azul del otro; era algo alucinante, una de las experiencias mas bellas; una especie de deja vu anunciado, buscado, imaginado que alcanzó el clímax cuando vi a El Mago Septién entrar a la cabina de trasmisión junto con Enrique Kerlegand, el anotador oficial y un Toño de Valdéz casi adolescente que hacía sus pininos.

Por fortuna, una vez establecido en la ciudad, me tocó vivir bastante cerca del estadio y fueron muchas tardes que de regreso de la escuela, llegué al estadio, con mochila y todo, muy temprano a esperar sentado en sol general -3 pesos- a que iniciara el juego, a “la hora mágica del beisbol”. Mientras hacía tareas, pasaba apuntes o me echaba un sueñito reparador, los jugadores calentaban, platicaban entre ellos, los trabajadores del estadio arreglaban el campo, los umpires hacían calistenia y esperaba el play ball que tantas veces escuché en la radio.
Entrados los setentas, fue una mala época para los Tigres. La academia de beisbol de Pastejé no dio los frutos esperados y sin inversión, el equipo se vino abajo. Era normal que los Tigres se mantuvieran a diez, quince juegos del primer lugar pero la “guerra civil” –los encuentros Tigres-Diablos- era otra cosa; esos juegos eran de garra, emoción y gritos destemplados. La única vez que el estadio se veía abarrotado y animado.
Aún así, pude ser testigo del bateo inteligente de J.J. Bellacetin, del crecimiento como jugador de Matías Carrillo, eterno aspirante a jugador de grandes ligas; el “churro” de Celerino Sánchez para sacar outs en la primera base; atrapadas increíbles del super ratón Zamudio, juegos completos de uno o dos hits de Alfredo El Zurdo Meza –cachanía también-; los pleitos de El Chito García con el Musulungo Herrera, un umpire negro, corpulento que creía en la santería; y desde luego, las ocurrencias que el público gritaba, desde el “¡ai va el agua de riñón!” hasta el “¡que batee El Pájaro!”, El Pájaro era el batboy, el grito surgía cuando Los Tigres dominados por el pitcheo rival, enfadaban a sus aficionados; los taquitos de canasta de tres por peso de debajo de la rampa y muchas noches de buen beisbol, otras de palizas a Los Tigres que luego, como se sabe, tuvieron que emigrar del DF.
De el lado de Los Diablos, vi a Ramón Arano, Enrique Romo, Fernando Villaescusa, Daniel Fernández, Kalimán Robles, el Abulón Hernández, Nelson Barrera, el Zurdo Ortíz y muchos otros grandes jugadores, rivales del Tigres que hicieron de la “guerra civil”, juegos reñidos como apasionados, eso que solo se puede percibir en el calor del estadio...y en la radio de la infancia, con la imaginación viva y la ingenuidad de la edad.
Todos los años esperábamos el juego de Los Cómicos contra Los Luchadores. Por una módica cantidad, antes del juego principal –Tigres-Diablos- podíamos ver a los cómicos mas populares de México jugar tres entradas. Ahí estaban Resortes, Vitola, el enano Santanón, Cepillín, Pomponio, Kíkaro y muchos otros que hacían sus monerías corriendo, bateando, haciendo trampas y provocando carcajadas en el público, especialmente los niños que eran legión y que en esa ocasión entraban gratis.

Sentado en las butacas azules de Los Tigres, nunca dejé de evocar las noches en San Ignacio con la oreja pegada a la radio, comiendo naranjas con chile y sal, mientras los adultos jugaban dominó y me preguntaban las incidencias del juego, que anotaba rigurosamente en la contraportada de la revista “Hit”, eso, solo si los “gringos” no se metían y el clima era benigno o al radio no se le iba “la onda” y no teníamos que mover la antena, porque ciertamente, la onda volvía cuando le daba la gana. Ya lo sabíamos.

viernes, 6 de febrero de 2009

Hombre Delgado al Garete

Entre las novedades editoriales que este blog ha recibido, se cuenta el libro de cuentos “Hombre delgado al garete”, escrito por Juan Melgar que salió a la luz a finales del año pasado. Ganador del Premio Estatal de Cuento 2007”, muestra nueve cuentos, uno de los cuales le da título al libro.
Escritor sudcaliforniano, conocido en el ancho público por sus incursiones en periódicos y revistas de toda catadura; sus crónicas de Los 7 pilares -la cantina mas guarra y dicharachera de este iluso puerto- han merecido ya, la antología y el reconocimiento del culto –escaso pero muy exclusivo- mundo de las letras.
Este volumen parece desprovisto de los personajes con los que el lector asiduo identifica a Juan Melgar: El Parara, La Doñita, El Juntabotes, o el joven universitario de El Calandrio, con los que arremete la crítica social, habla de la gente, cuenta mentiras, se queja del gobierno, pontifica, filosofa y hasta da consejos a través de una garigoleada y sabrosa prolijidad sudca. Aunque cuando se le hinca el diente a “Hombre delgado al garete”, en algunos de los cuentos hace una misteriosa y fantasmagórica aparición una especie de chamán yaqui, que recuerda al viejo sabio sonorense del pensamiento profundo y palabra breve que recala con frecuencia en “Los 7 pilares”-
En “Hombre delgado al garete” se puede constatar el depurado estilo de Juan Melgar. Apantalla por el ritmo aplicado sobre una prosa aseada, sin artificios de escritor culto. El prodigio surge aparentemente sin esfuerzo; se comprueba así que la eficacia está en la sencillez, algo que el lector agradece sin despegar los ojos del relato.
La temática es de lo mas variada, sin embargo, los hechos, los personajes se mueven en dos constantes, la Baja California y el mar, dos pasiones, dos amores con los que Melgar va desde el realismo histórico a la ficción jocosa; la emoción del suspenso al drama de la muerte solitaria. Aun así, los cuentos de “Hombre delgado al garete” ocupan múltiples y diferentes universos: el cosmopolita aventurero español de insólita profesión de cuenta-cuentos, encontrado en un bombardeo en Panamá; el aventón de un barco ballenero a un indio yaqui por la costa de California; la épica batalla del Cerro Amarillo donde los muleginos defendieron con garbo y patriotismo del bueno los pendones nacionales; la historia de un náufrago que salió de Santa Rosalía y fue rescatado casi sin vida solo para acometer tremenda aventura por el Golfo de California; un peculiar Robinson que llega a Cabo San Lucas; la muerte de un científico del siglo de las luces en los pedregales californios; un pingüino que un día, así como así, arribó hambriento a un pueblo de pescadores del Pacífico Norte y la armó en grande.
Aunque el lector sudcaliforniano encontrará imágenes, expresiones y lugares familiares, la espléndida prosa de Melgar, sin duda, mantiene el tono del escritor universal y los merecimientos para conmover y maravillar mas allá del charco, mas allá de “la cortina de cholla.
Así sea.








viernes, 30 de enero de 2009

Insoliteces

A finales del año pasado, por las calles de La Paz circulaba un vehículo en venta con la siguiente leyenda: "Soy chilango y ya me quiero ir"



Los prejuicios, las monomanías antichilangas no siempre muestran en todo su esplendor, los efectos del rechazo que con tanta frecuencia ocurre en la llamada provincia contra los oriundos del Distrito Federal. Esta condición poco civilizada; retrógrada en tiempos de Obamas en Casa Blanca, mujeres en primeros ministerios, desfiles pro orgullo gay y de exaltación de la tolerancia y los valores de la democracia, se atenúa cuando el humor y la distensión, concurren para ahuyentar las obsesiones antichilangas que tan mal nos pinta a los sudcas autollamados “bien nacidos”.
En ocasiones como esta, el impulso antichilango de los sudcas es utilizado, con chilanga creatividad en el afán de vender el carro –el coche, hijo- a la brevedad posible. Como se puede ver en la fotografía, el defeño propietario, como parte sustancial de la ganga, en la compra del vehículo ofrece, ipso facto, su chilanga ausencia.


Como es natural, no pudimos conocer con precisión los resultados de las gestiones de compraventa vehicular, pero la mercadotecnia que apela a lo mas peludo del corazón, a lo mas negro de los sentimientos sudcalifornianos, lleva consigo una buena dosis de éxito. Algunos sudcas comentaban a su paso que bien podrían los vecinos del chilango vendedor, reunir parte de sus ahorros y hacer una "vaquita" con el fin de cerrar la operación comercial y así reducir la densidad demográfica chilanga en estos páramos desérticos de la Baja California Sur.


jueves, 22 de enero de 2009

REGRESO

Por motivos ajenos a las ganas y al talante del bloguero, este espacio dejó de publicarse unos meses. Ya está de regreso para los amigos que lo leen y que se comunican tanto para criticar lo que aquí se escribe como para felicitar la apertura de un espacio eminentemente sudca donde plasmar inquietudes, broncas, informaciones y lo que salga de la caja de pandora que es esta seca y pedregosa media península.

El motivo por el que este blog se estancó está intimamente relacionado con la firma HP, fabricante de mi equipo cibernético.

Verán: hace un año y cacho adquirí un buen -en el papel- equipo portátil; chorrocientos bytes y
millones de gigabaytes en el ram y en el duro, además de un procesador chingón, cámara integrada, dvd + RW +RL y mucho mas dispositivos que se escondían en un perfecto rectángulo color plata y portada blanquesina marmórea, elegantona y apantalladora -pa que mas que la verdad-. Loco de contento con su cargamento de felicidad, el bloquero se dispuso a usar tan tremendo equipo que llegó a costar cerca de quince mil pesos mas el agio de los intereses del plástico de bancomer.
Exactamente al año de usar el refinado y exquisito armatoste, empezó a malfuncionar, aunque antes ya se le habían caído dos teclas (mayúsculas y tab) y los hules de la base.

Puesto a reclamar el esperpento, la factura acudí a Microsistemas, lugar de la adquisición. El encargado respondió, hasta eso con cara compungida que "el problema parece ser del sistema pero HP no tiene en La Paz ninguna representación y menos servicio técnico" - y entonces por qué venden ustedes esos productos- alcancé a decir -nomás-. Faltaba una semana para que expirara la garantía que finalmente expiró en un intento de revisión de parte de un taller que se encuentra en la calle Altamirano casi esquina con 16 de septiembre donde se me dijo que no había caso, que el asunto era difícil. Acto seguido me cobró 300 pesos.

En eso me envían a mi correo una encuesta de HP acerca de sus productos -había adquirido además una impresora- a la que respondí a todas las preguntas con 0 (del 1 al 10...empezaban todas las cuestiones), aproveché para explorar la página web de HP y me encontré en la maraña cibernética, una página que anunciaba con letras pequeñas que el producto HP pavillion dv6420la Notebook" el de la serie GM podía tener un defecto y que los síntomas eran los siguientes: tarda para arrancar, se apaga el wireless y otras linduras. Todos los síntomas tenía mi elegantísimo aparato de "edición limitada"

La trasnacional ponía a las órdenes de los usuarios adquirientes un teléfono al cual, ipso facto, llamé. Desde luego que respondieron con la consabida: presione 1 si es usuario personal, 2 si es empresa. Presioné el 1 donde empezaba otra cantaleta: presiones 1 si llama del DF, 2 si llama de provincia. Presioné el 2 y otra: 1 si es heterosexual, 2 si le hace agua la canoa, etcétera hasta que finalmente di con servicio de reparaciones o algo así.

Después de una inquisisción de alguien que no era una voz impersonal y que se identificó con su nombre quedamos en que enviarían mediante una empresa de mensajería, una caja en donde debería depositar el pavillion defectuosa y así se hizo. Dicho movimiento se efectuó el 28 de octubre de 2008.
Esperé paciente los 15 días de plazo máximo que la propia HP se adjudica para arreglar los desperfectos. Pasaron los 15 días y nada. pasaron otros 5 mas y nada, así que decidí hablar al teléfono (Centro de tecnología) donde se me pidió el número de orden de servicio y otros datos para que luego me respondieran que no, aun no estaba reparada.
A la manera de Job pasaron otros quince, volví a hablar al dichoso número pasando por el filtro del "presione el......", la misma respuesta. Se acercaba diciembre y cada viernes llamaba para preguntar por mi "edición limitada" y del otro lado se me respondía que "la pieza no llegaba". Como si fuera el taller de mi amigo El Piojo que arregla licuadoras, planchas, radios, TV y hasta hornos de microoondas que a fuerza de echar a perder, finalmente aprendió a reparar -eso dice-.

Cada vez mas encabronado les respondía que me la enviaran así como estaba y una retahíla -ya encarrerado- de palabrotas -destinadas a la empresa, desde luego- ante el empleado que simplemente me escuchaba, supongo que con el callo del oído y la sintonía puesta en "me vale madres".

Pasó diciembre y nada.



Finalmente el día 19 de enero llegó por mensajería -igual como se fue- un paquete que contenía la dichosa pavillion edición limitada, supuestamente arreglada, que además contenía un papelito con una palomita en un cuadro que decía "reposicion de tarjeta madre"....ni las teclas caídas le pusieron los muy culeys de HP invent.

La máquina se conecta a internet, abre todos los programas pero todavía tarda en prender; ahora se bloquea cuando menos lo espero y la ruedita del tiempo de window vista se queda dando vueltas en el programa menos pensado y de ahí no da ni para atrás ni para adelante; el DVD ya no sirve y la batería ya no le dura ni 15 minutos. No está peor pero, como canción del Buki, no saca de ningún apuro
Traté de hacer una denuncia en línea por la Procuraduría del Consumidor pero me piden que escanee cuanto papel desde mi identificación del IFE, la factura y números de orden etc y la verdad me da gueva. La verdad es que no he ido a poner la demanda a la Profeco por incredulidad y desconfianza en las instituciones de la república, aunque de todas maneras la pondré....por no dejar.

Finalmente me enredé con otra laptop porque mi vieja PC es muy lenta y anciana, sirve para el trabajo fecundo que espera, en su participación, un cheque o pago en matálico; para el ocio y el blog está mi nueva laptop de la firma Dell que espero, esté mejor fabricada por chinos mas
espabilados o indios -de la India- mejor entrenados por los neolibrales de Silicon Valley. A HP invent solo le deso que quiebre; que la crisis la desaparezca; que al presidente y accionistas mayores se les pudra el fundillo y que nadie les compre nada y el carro que tienen en fórmula uno llegue, la proxima temporada en el último lugar. ¿que más?.

Si la Dell me sale buena, el blog seguirá sin interrupciones.

PD. en efecto Cali, es CONDOHOTEL y no econhotel como este bloquero escribió. Perdón -aunque como dijo otro lector, "no es lo importante"
En efecto, hay quien piensa que cualquier cosa que abra fuentes de trabajo es bueno; hay quienes pensamos que no. Que las leyes se hicieron para cumplirse y no son suceptibles de votos, encuestas ni referendums. Que los gobiernos tienen el deber -mucho mas uno que se dice de izquierda (?)- de defender los deseos de los ciudadanos frente a la voracidad de los empresarios y ganones de siempre.



martes, 28 de octubre de 2008

EDIFICIO DE MAS DE DIEZ PISOS EN EL MALECON

Si no nos ponemos abusados – y aguzados- los paceños y a los amantes de La Paz, este bello metacarpo del llamado brazo descarnado de la patria, bien se nos podía ir al carajo y entrar en una lógica de desarrollo que bien sabemos que no queremos. Y tan bien sabemos que no queremos que desde hace algún tiempo, se pusieron las bases legales, en el Municipio de La Paz, para impulsar el desarrollo armónico de la zona maleconera y sus alrededores.
Quienes hemos tenido la fortuna de visitar otros lugares, otros puertos, otros mares que lamen la tierra, hemos constatados –sin negar la parcialidad y la saudade- que este, el de La Paz es uno de los malecones mas bellos y que necesitamos, requerimos, por el bien de todos, que lo siga siendo. Es necesario, por lo tanto, que los ciudadanos paceños cerremos filas ante el intento del actual H (¡y que Hache!) Ayuntamiento de autorización a la empresa DECOPE para desarrollar el Proyecto ECONOHOTEL en el malecón costero que contempla un adefesio –edificio- de mas de diez pisos, a pesar de que los reglamentos de la ciudad, lo prohíben.
El malecón sin duda es el sello de la ciudad, por lo tanto, nos pertenece a todos. Es la naturaleza, sin duda quien los delineó y puso límites, pero en el casi medio siglo años de existencia del puerto de la antigua Santa Cruz, los sucesivos pobladores paceños le fueron colocando piedra y argamasa donde chocara el manso oleaje de la bahía, para luego darle su aire, su distancia producida por las mareas máximas y los mas bravos huracanes.
A partir de ahí se formó el caserío del margen maleconero y como galería de teatro, en el terraplén donde puso su primera cruz Jaime Bravo, se edificaron otras casas y mas arriba otras y sí hasta llegar a salvar los arroyos que hoy son las calles 16 de septiembre, 5 de Mayo, Rosales, Allende y Márquez de León. Un orden natural para poder ver hacia el mar y las islas que protegen la bahía de La Paz que a su vez le dan ese aspecto de sosegado espejo líquido.
Administraciones municipales pasadas con la contribución de los paceños interesados previeron de manera pitonisa y admirable que los edificios con vista a la bahía, es decir, los que se encuentran en el malecón, no tuvieran mas de tres pisos pues ello rompería ese orden además de que el efecto estético sería desastroso como muchos que conocemos, sin ir muy lejos, Cabo San Lucas, que entre edificios cubrieron las marinas y lo que pudo ser un bello y prolongado malecón no es mas que un acúmulo de pisos de hotel y la vista, que debería ser de todos, es de unos pocos: los empresarios ganones que lucran con el paisaje que nos pertenece.
La avaricia de inversionistas y constructores, en contubernio con autoridades, sin duda, obraron para que en Los Cabos se construyeran esos adefesios además de un plan de desarrollo que hoy sufre las consecuencias del desorden y la anarquía.
La Paz hace mucho que ha delineado su forma de desarrollo y tiene en Los Cabos el mejor ejemplo de lo que no queremos.
Sin embargo, parece que en La Paz, a pesar de que las leyes del desarrollo urbano no permiten la construcción de grandes edificios en el malecón, al actual ayuntamiento poco le han importado tales ordenamientos. El proyecto Condohotel que contempla mas de 10 pisos frente al malecón, está siendo apoyado por jilgueros periodísticos, empresarios, políticos –quizás la presidenta municipal- y no pocos regidores, precisamente, los que tienen la obligación de velar por nuestros intereses.
Algunas organizaciones de vecinos ya han puesto el grito en el cielo -y en el ayuntamiento- para evitar que esto suceda; se han abierto algunos blogs -http://mogotito.blogspot.com- y otros vecinos están organizando colectivos con el fin de que las autoridades municipales hagan lo que tienen que hacer: respetar los reglamentos de desarrollo de la ciudad.
Particularmente el Reglamento de Imagen Urbana (RIU) del Municipio de La Paz y al Programa de Desarrollo Urbano del Centro de Población (PDUCP)de la Ciudad de La Paz, los cuales están actualizados y revisados hasta abril de 2008.
Desde el 22 de septiembre de este año, El Periódico lanza una editorial muy interesada, titulado “Llega a La Paz una alternativa para el desarrollo”, el artículo de marras, además de halagar por todo lo alto la filantropía empresaria que llega para dar empleo y desarrollo a La Paz, se pone el huarache –antes de la espina- y la emprende contra “grupitos de pseudoecologistas que nunca aportan nada y se oponen a todo”, contra “enemigos del desarrollo económico” etc. Como si todo el crecimiento –que no desarrollo- económico fuera deseable.
La Paz –y sus ciudadanos- hace tiempo que han escogido el tipo de desarrollo que queremos tener y la vocación turística diferenciada. Tales ideas están plasmadas en el pducp por lo que únicamente exigimos –no pedimos- que se respeten las leyes.
En el periódico El Sudcaliforniano –que bien se sabe está alquilado al régimen- el día 24 de octubre, se publica en la primera plana, página central, una fotografía donde aparecen la presidenta Municipal Rosa Delia Cota, un nuncio de la iglesia en compañía del inversionista del régimen Luis Cano (el Carlos Ahumada sudcaliforniano), departiendo en El Mogote.
Malas compañías. Mal fario. Mala cosa.
Se invita entonces, por este blog a estar pendientes –aguzados- con el albazo que pretenden dar las autoridades municipales para que el Señor Carlos Estrada, director del proyecto Econohotel, lleve a cabo sus aviesas intenciones de recetarnos un edificio de mas de 10 pisos en el malecón paceño, cuya construcción, aparte de que romperá la armonía del paisaje; aumentará los problemas de tránsito, de drenaje, por si fuera poco: está prohibido por la ley.

sábado, 27 de septiembre de 2008

HACE MAS DE CUARENTA AÑOS; EL ROCK (A propósito de los cuarenta años del 2 de octubre de 1968)

Hace poco mas de 40 años,a finales de los sesentas, yo cursaba los últimos años de primaria; vivía en San Ignacio y me encantaba -me encanta- escuchar la radio. No había TV…ni luz eléctrica. La radio que escuchaba, eran las estaciones de Sonora y Sinaloa. El esquema era el de siempre: muchos anuncios con locutores ruidosos al grito de ¡Ofertooooón!, luego una cancioncita rítmica –“alegre”- en general, cumbias, música ranchera, tríos y baladas de cantantes de moda, en ocasiones, interrumpido por un noticiario.


El "rockanrol" mexicano estaba pasando de moda y aquellos dizque rockeros como Enrique Guzmán, César Costa, Alberto Vázquez, Manolo Muñoz o Angélica María, ahora solo cantaban baladitas melosas copiadas de la música popular italiana y norteamericana. Algunos grupos que conservaban –en el nombre- cierta reminiscencia del rockanrol -al menos el nombre en inglés- como los Fredys, Los Babys, los Jhonny Jets o Los Moonlight, habían dado un giro hacia la música romántica, sollozante y obvia. Al igual que los Apson, dejaron de copiar el rockanrol gringo para dedicarse a amenizar bailes y a grabar viejas canciones de tríos, boleritos guapachosos tocados con instrumentos modernos y ocurrencias de fugaz paso por las estaciones de radio como "La minifalda de Reynalda", "La mula bronca", o "Fuiste a Acapulco" que causaron furor en su momento.


La música ranchera que siempre ha rifado en esos lares eran los corridos de Antonio Aguilar y el recuerdo de Javier Solís; desde luego que José Alfredo y sus múltiples intérpretes estaban presentes, pero en el ambiente ranchero de San Ignacio, los incuestionables reyes eran los Alegres de Terán a quienes les hacían sombra los Broncos de Reynosa y los Gorriones de Topochico que tenían sus presentaciones estelares en el madrugador programa de Laboratorios Mayov.

Cuando llegaba la noche, las estaciones mexicanas de Sonora y Sinaloa desaparecían del cuadrante y si el tiempo era bueno, se podía escuchar la W de México donde escuchábamos "El Risámetro" o el programa del “Doctor IQ”; radionovelas como la de “El Ojo de Vidrio”. Mal muy mal de escuchaba la XEB “La B Grande de México” –se le iba y venía la onda- donde escuchábamos el béisbol de la Liga Mexicana a “la hora mágica del béisbol” -Mago Septién dixit- si el tiempo era bueno y la interferencia nos permitía algo de claridad.

Si nada de esto funcionaba, solo quedaban las estaciones de los Estados Unidos que se escuchaban nítidas, aun en las noches invernales ventosas del desierto. Casi sin anuncios comerciales, solo irrumpía de vez en cuando el locutor que aullaba como lobo o alguna aguardentosa voz que anunciaba a Chuck Berry, Beatles o Elvis –que apenas entendía o a lo mejor no- pero que tenía un sonido diferente a todo lo que se escuchaba en la radio en el norte de la Baja California Sur.

Era una estridencia bien marcada, acompasada por sonidos fuertes de bajos y percusiones, además de resonancias alargadas que se distorsionaban y daban una sensación de caos controlado; la voz del cantante no era especialmente virtuosa, incluso se perdía en los sonidos dominantes de la instrumentación. Me gustaba, simplemente me gustaba el tono festivo, los gritos destemplados y quizás, cierta sensación de diferencia, quizás de libertad. Obviamente no tenía idea de lo que la canción decía, ni quien cantaba y tocaba aquellas disonancias tan distintas a lo que se escuchaba en San Ignacio...y puntos circunvecinos.

Había otras estaciones. Recuerdo especialmente una que mencionaba frecuentemente a “Oklahoma” en su identificación. La música de esa radio era un poco diferente: poco mas lenta, los instrumentos eran mas numerosos y variados –trompetas, por ejemplo- pero además incluían invariablemente coros que hacían una especie de respuesta a la voz del cantante principal. También me gustaban, tampoco sabía porqué ni quien o quienes cantaban. Mucho tiempo después sabría que era la música de The Miracles, Marvin Gaye, Stevie Wonder, Diana Ross & The Supremes, The Jackson five, The Temptations, Martha and the Vandellas, The Velvelettes, The Spinners, Gladys Knight & the Pips, y muchísimos otros de los grandes de la grabadora Motown Sound.

Cuando entré a la secundaria, conocí amigos que tenían discos, uno de ellos, tenía a su vez un tío que compraba discos de los Beatles y estaba suscrito al “México Canta”, una revista semanal que informaba el Hit Parade, traía artículos escritos por Carlos Chimal y José Agustín, cartas del público que respondía el Vivi Hernández, cancionero, traducciones de algunas rolas, entrevistas. El “México Canta”, además de los artistas de éxito de la época –Manzanero, Roberto Jordán, Carlos Lico, etc.- traía información y fotos de Beatles, Rare Earth, Jefferson Airplane, Mammas and the Papas y muchos otros a los que ya identificaba con la música que escuchaba en la noche en San Ignacio. También tenía espacio el rock nacional como El Three Soul on My Mind y Xavier Bátiz


La colección de “México Canta” del Alfonso –el Tío del Koyso- empezó a formar parte de las lecturas obligadas en mi temprana juventud y de ahí a sintonizar las estaciones gringas nocturnas para identificar a los grupos y luego a la traducción de las canciones.
Un golpe tremendo en esa época fue la separación de los Beatles, no lo podíamos creer. Apenas estábamos masticando Let it Be y Lady Madona cuando por el “México Canta” nos llegaban las noticias de que Ringo, Paul, John y George no tocarían mas juntos por culpa de Yoko Ono; otros decían que, en realidad Paul había muerto y que era difícil sustituirlo y volvíamos a la portada de Abbey Road donde se decía estaban las claves de la desaparición de Paul y volvíamos a escuchar Come Together, something, Maxwell's Silver Hammer, Oh! Darling, Octopus's Garden en busca de las claves de la separación. Sabía –por Chimal- que Abbey Road (1969) fue el último disco de los Beatles, se puede decir que era una despedida. Aunque Let it be salió al mercado en 1970, pues se había grabado anteriormente, y fue retrasado debido a motivos comerciales y artísticos.


Para finales de los setentas, ya en plena secundaria, no encontré ningun prospecto de novia que le gustara el rock, a las chicas mas o menos progresistas -dizque alivianadas- les gustaba Leonardo Fabio, los Solitarios, y Raphael que empezaba a provocar tumultos y a invadir las estaciones de radio y cuando no, pues los rancheros y las cumbias de moda.

Por otro lado, en México estaban pasando cosas que nosotros, acá, en Baja California Sur, no sabíamos o no querían que supiéramos. Solo sabíamos que los Beatles habían desafiado a Jesucristo con su fama; que John y Yoko se habían tomado fotos desnudos; que en Vietnam había guerra; que los estudiantes en México andaban muy alborotados por culpa del comunismo internacional y que la policía andaba en busca de melenudos, fanáticos del rockanrol para meterlos al bote por marihuanos y porque estaban en contra del gobierno.
Díaz Ordaz les había dado una lección en 1968 y el PRI en pleno, apoyaba la mano dura del presidente a quien no le gustaban los melenudos –y que la vida lo habría de premiar con Alfredito, un hijo rockero- el vocero del presidente, Porfirio Muñoledo habría de pagar su justificación de la Masacre de Tlaltelolco con una larga -brillante- vida política con triste final en el PRD.


Finalmente llegó la realidad a Santa Rosalía. Algunos jóvenes que habían salido a cursar estudios universitarios a Guanajuato, Hermosillo, Guadalajara y México, empezaban a usar el pelo largo, ropa informal de mezclilla, largas patillas y a juntarse a escuchar rock y quizás a quemar yerba seca. Andaban de vacaciones en el mineral, cuando la policía, con el pretexto de una infracción de tránsito, arremetió contra ellos, los apresaron y el siguiente paso fue cortarles el pelo, a lo que –obviamente- se resistieron y se armó el pancho. Lo que parecía un conflicto entre los jóvenes, sus familias y la policía, se extendió al resto de la población que vio en el accionar policiaco un abuso de autoridad.


El episodio no hizo mas que reunir a muchas otras personas en contra del delegado municipal que había ordenado la represión, era evidente que el aspecto de los jóvenes y sus manera de comportarse irritaba a las autoridades (desde Díaz Ordaz hasta el mas insignificante alcalde).
Liderados por El Pirri Cota, el Chema Bravo, el Quirry Juárez y otros, las autoridades cedieron, aceptaron el mea culpa y los reos salieron de las mazmorras. Como festejo a las acciones y el buen final se improvisó un concierto de rock que reunió a mas palomilla de la que se esperaba ante la inquina y antipatía de las autoridades y fuerzas vivas de la comunidad que solo aceptaba como forma de diversión juvenil las “serenatas” de los jueves que reunía a la familia, parejitas amorosas que se lanzaban -a la menor provocación- a la pista de baile y al chamaquero a tomar limonadas en la nevería de Lito Cuevas y a meterle tostones a la sinfonola.

Cuando terminé la secundaria en Santa Rosalía, ingresé a la Prepa Morelos en La Paz y conocí amigos que escuchaban música de aquella de las estaciones nocturnas gringas de San Ignacio. El entorno era diferente porque la NT, la estación que dirigía Don Francisco King expedía música muy variada fuera de las cancioncitas de moda, cumbias guapachosas, bandas sinaloenses y música bronca de la contracosta. La NT no solo nos educó un poco el oído con música clásica y semiclásica, también nos enseñó a reconocer géneros musicales, pero sobretodo, por la noche a la hora de la maleconeada- emitía un programa de rock –“De Cabellos Largos”- ahí escuché a los durables y rítmicos Credence, el rock latino - tropical- de Santana, el regreso de Paul con los Wings, las melosas melodías de los Bee Gees –antes de que cantaran como Cepillín-, la voz potente de Joe Cocker, las rolitas de Simon y Grafunkel, a los camaleónicos Crosby, Still, Nash and Young o el duro guitarrazo de Hendrix y muchos mas que los morros maleconeros solicitaban a la estación, a quienes los hijos -o sobrinos- de Don Pancho King hacían esfuerzos por mantener actualizados.

En La Paz encontré compañeros que habían estado en Los Ángeles y San Diego que trajeron discos de Carol King, de Janis Joplin, de Cream (White Room) y otros que empezamos a escuchar con verdadera veneración y nos creíamos los mas adelantados de la comarca que, obviamente despreciábamos olímpicamente, la música popular de “cancioncitas que no sacan de ningún apuro”.

El “México Canta” había degenerado –ante las presiones del gobierno- y solo ofrecía información grupera, cantantes españoles, letras de canciones de moda; el gusto musical lo marcaba Raúl Velazco y las estaciones guapachosas de la contracosta, pero casi nada de rock. Finalmente "México Canta" desapareció.
Me encantaría decir que en la prepa leíamos la revista "Rolling Stone" pero solo sucedió una vez que el Alberto Vargas –un compañero de la prepa- que fue a San Diego y se trajo la revista –“hecha para caminar por el lado salvaje de la vida”- donde venían unos artículos sobre la guerra de Vietnam, una entrevista con Andy Warhol, otra con Dylan que empezaba a entrar en la leyenda; información acerca del nuevo disco de Jethro Tull –solo conocido por los muy avanzados- y muchos otros grupos que jamás habíamos escuchado.


La revista Rolling Stone y la inquietud juvenil nos revelaban que, además de las novias –afectas a las baladitas de moda- y la sudcalifornia de la “cortina de cholla”, había otras cosas en el mundo, entre ellas el festival de Woodstock; empezábamos a tratar de saber que pasó en el movimiento estudiantil de 1968, a leer a Carlos Fuentes, García Márquez, Cortázar y Vargas Llosa; a preguntarse acerca de la democracia con un partido único que siempre ganaba las elecciones.

En eso ocurrió el Festival de Avándaro que fue vapuleado por los medios de comunicación de la época y por la gente decente. Nadie sabía de donde habían salido tantas bandas de rock –con el pretexto de las carreras de autos- ni tantos espectadores que se pasaron una tarde y toda la noche de música y gritos de liberación en un país que todo se prohibía.


En adelante, la represión contra el rock y los conciertos fue mayor, igualmente contra los chavos que usaban pelo largo. El gobierno obligó a las disqueras a rechazar a la enorme cantidad de grupos –Dug Dugs, Peace and Love, Five Finger, Tinta Blanca, El Klan, Bandido, etc. Obligaron a cerrar los lugares donde se presentaban y muchos tuvieron que desaparecer. Solo el polvo de “Three soul in my mind” (El Tri de Lora) queda de aquellos lodos.

Comprenderíamos después, que tanto la explosión de Avándaro como la del Movimiento Estudiantil que terminó en la tragedia de Tlatelolco tres años antes, tenían la misma raíz: eran los jóvenes que estaban hartos, hartos de sus familias, de su país, de su gobierno, del partido eterno, de no poder vestir y arreglarse como se les pegara la gana, de musiquita con letras ñoñas, tontas y repetitivas. Del gobierno que trataba a los ciudadanos como hijos que premia y castiga y no como ciudadanos y a los jóvenes como a retrasados mentales condenados a seguir las modas de Televisa.


El rock formaba parte de esa búsqueda y de esas exigencias. Las razias se sucedían en todo el país, la policía en búsqueda de chavos con greña larga a quien tundir con toletes y meter al bote. Los conciertos de rock ni pensarlo, el gobierno le temía a cualquier concentración de jóvenes.

En la música de rock se acumulaba buena parte del descontento social y del hartazgo de los jóvenes contra el orden de cosas; el rock les caía mal a los “decentes”, a la derecha, a la iglesia, al PRI, a las clases acomodadas.
El rock no solo era música estridente con letras en inglés; era también otra forma de vestir y de cambios en el aspecto personal; otra forma de ver el mundo, mas amplia, mas profunda y cosmopolita; era un fenómeno m
undial que, pedía a gritos libertad y la incorporación de los jóvenes y sus ideas a la participación social.

Entre otros movimientos y fenómenos sociales, el rock empezó una recomposición del gobierno, la familia, el arte, la escuela, que finalmente, provocó el rompimiento de prohibiciones, que hoy, nuestros hijos consideran ridículas o piensan que exageramos para poder justificar esas fotografías que mis hijas exhiben a sus amigas –para carcajearse- de vez en cuando, donde su padre, flaco, enjuto; de jeans y zapatos de gamusa, camiseta hang ten, pelo largo, desordenado y lentes lenon, posa en su recámara de estudiante ante el poster

de Génesis y no se imaginan que ahí se encuentra –con pelo- el venerable Phil Collins, ese que ahora le pone música a una película sobre Tarzán y a "Tierra de Osos". En eso terminamos, después de todo, ha sido divertido.

lunes, 15 de septiembre de 2008

EL REGRESO DEL PADRE GUILLEN

Después de 26 días de camino, el Padre Clemente Guillén, 4 soldados y un cabo español, además de 15 indios monquis de la región de Liguí –o Malibat- maltrechos, cansados y sin provisiones llegaron a la Bahía de Paz, avistaron, la balandra “Triunfo de la Santa Cruz” en la que se trasladaron el Padre Jaime Bravo y el Padre Ugarte, después, un poco mas adelante, Guillén se encontró con los santos varones que recibieron al fatigado contingente con la buena nueva de que habían logrado hacer amistad tanto con los indios guaycuras de la playa como con los pericúes de las islas y que, por lo tanto, sería posible edificar la misión en la bahía.
Fueron obsequiados con las mejores viandas, descansaron y luego todo el grupo de Liguí y Guillén se sumaron al desmonte y levantamiento y hasta en las expediciones al interior. Pasaron ahí la Navidad en la que se acercaron grupos de guaycuras –ya con mas confianza- y llegaron a bautizar cerca de cuarenta inditos.
El Año Nuevo, el Padre Bravo mandó matar 3 vacas y armaron tremendo pachangón, comieron carne asada y los indios lauretanos sorprendieron con su habilidad culinaria pues en un terraplén de grava, colocaron una gran cantidad de almejas, a las cuales les agregaron yerbas aromáticas para después cubrirlas con varas secas que fueron encendidas en una fugaz lumbrada. Las almejas tomaron un sabor digno de los mejores y más regios banquetes europeos.
Cuando tomó forma el establecimiento, fueron llegando a La Paz tanto indios del interior como de las islas a los que el Padre Jaime Bravo amistó, alimentó e instó a que le ayudaran a levantar la edificaciones que formarían la misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, de todo esto fueron testigos en su estancia, el Padre Guillén y sus acompañantes....pero había qu regresar de nuevo a Malibat (Liguí).
Se decidió el retorno para el Día de Reyes - 6 de enero de 1721- ese día amaneció lloviendo y tuvieron que esperar hasta el día 10 en que mulas y vituallas fueron llevadas en canoas hasta la terminación de la bahía, de ahí en adelante, Guillén tomó de nuevo el camino andado y durante casi una semana repasó senderos conocidos. Pero Guillén quería explorar hacia otros parajes y con ayuda de sus indios preguntaba en las rancherías por lugares con agua y pastos.
A medida que se apartaba del camino ya conocido, las rancherías y grupos de indios se hacían más hostiles, especialmente los de la región de Aripes. Algunos recibían regalos pero se negaban a guiarlos; otros, simplemente huían hacia las serranías y otros los seguían a cierta distancia, pero no se acercaban mientras de cerro a a cerro se comunicaban con gritos y silbidos incomprensibles para Guillén y su gente que se mantenía en tensión constante.

Cuenta Guillén que al llegar a un poblado prequeño, un indio se mantenía a cierta, pero seguramente deseaba ser regalado de comida, Guillén se acerca y le insta a unirse al grupo para comer, el indio responde algo que Guillén no comprende por lo que se dirige a los indios amigos y traductores que no aguantan la risa, finalmente Guillén y los españoles sonríen al escuchar las razones por las que el indio no quiere acceder al poblado "dice que ahí tiene muchos suegros"- tradujeron los lauretanos.


Poco a poco se dieron cuenta que los indios que encontraron a su paso les mentían acerca de los rumbos y direcciones a tomar. El sábado 18 de enero tuvieron el primer desencuentro franco: una legua antes de llegar a una ranchería, salieron a su encuentro varios indios que los invitaron a correr. Guillén sabía que llegar corriendo a toda velocidad y probar su capacidad muscular era una manera de iniciar amistad, pero le pareció sospechosa la invtación puesto que los anfitriones no se mostraban muy amables y la invitación parecía mas un udo reto que un rito amistoso. Guillén les comentó que venían muy cansados, que habían caminado muchas leguas; que había que seguir aún muchas leguas y que, además, ya estaban certificados de su amistad. Tal respuesta no gustó a los anfitriones que se negaron a recibir alimento que Guillén les regalaba. Sin embargo permenecían cerca del contingente. Así, ambos contingentes se mantenían en guardia mientras avanzaban por las veredas.
Cuando llegaron a Pameraquí, se sumaron una mayor cantidad de indios hostiles que se acercaban a la expedición. Al tratar de salir de la ranchería de Pameraquí, la expedición se encontraba rodeada por unos setenta indios que les instaban se fueren por veredas peligrosas. El cabo español, a lomo de caballo, les respondió que fuesen adelante, que dejaran el camino libre, a esto, un indio se molestó y dio con su arco un fuerte piquete al caballo que acusó con un salto el dolor; otro indio hizo lo mismo con otro caballo y estos amenazaron con desbocarse. Los indios hostiles se acercaban a los indios amigos y les preguntaban “¿poque no traen arcos?, ¿son mujeres?”; otros comentaban entre ellos
“tienen miedo”, “si tienen miedo ¿para que vienen a nuestras tierras?”.
Así, en este ambiente caminaron
todo el día. “con tan pesada compañía -narra en su diario Clemente Guillén- llegamos a Aripité. Los indios se mostraban sospechosamente amables y se acomidieron, después de recibir regalos, a guiar a la expedición, por mejores caminos, mientras los facinerosos se agrupaban y parecían discutir la manera de atacar al contingente de Guillén. Al salir de la ranchería “vimos un planta de pitahaya toda destrozada, hecha añicos y de ella algunos pedacillos mayores estaban clavados contra el suelo con estacas y palos aguzados; lo que interpretaron nuestros indios amigos y españoles prácticos ser hecho a fin de declararnos enemigos y rompernos guerra”. La expedición sigió su camino sin volver la vista atrás y no pararon hasta después de caminar 12 leguas a causa del cansancio de bestias y personal y fue hasta la madrugada del 19 de enero que empezarían a reconocer parajes de indios amigos como los de Cudemé y los de San Cosme Chirigaguí, aun así, tales indios no se acercaron a la expedición, “quizás por miedo o por traición”.

Continuaron el día 20 y 21 por rancherías conocidas – Guerecuaná, Aenatá, Quepo, Quatiquié, Onduchah, Anyaichirí y Candapán- las cuales se encontraban deshabitadas. Fue hasta el miércoles 22 que llegaron a Santa Cruz Udaré, de donde eran naturales tres de los indios expedicionarios, que fueron recibidos por los parientes con gran regocijo. Se encontraba de visita el cacique de Anyaichirí a quien “refirieron los tres amigos los indicios que tuvimos del mal ánimo de la gente de Pemeraquí y Aripité”. El cacique, para mostrar sus respetos y su parcialidad a favor del Padre Clemente
Guillén y su expedición, en el silencio de la noche, hizo un enérgico conjuro contra los hostiles aripitinos y pemeraquienses: flechas, lanzas ardientes, tizones que chocaban entre si iluminaron la noche, potentes movimientos de animal salvaje; gritos de guerra, de reto y reclamo, beligerantes aullidos que se perdieron en el corazón de las tinieblas, surcaron el aire en algún paraje al sur de Loreto, ya muy cerca de Liguí-, tan cerca que, al otro día, el 23 de enero de 1721, el Padre Clemente Guillén y su contingente regresaban sanos y salvos, a la misión de San Juan Malibat de la que habían salido un 11 de noviembre de 1720.




Como se sabe, la misión de Malibat ya no existe. Debido a la escasez y las epidemias, fue cambiada a Nuestra Señora de los Dolores, lugar que el propio Guillén descubrió en su viaje de ida y vuelta a la Bahía de La Paz.