lunes, 15 de septiembre de 2008

EL REGRESO DEL PADRE GUILLEN

Después de 26 días de camino, el Padre Clemente Guillén, 4 soldados y un cabo español, además de 15 indios monquis de la región de Liguí –o Malibat- maltrechos, cansados y sin provisiones llegaron a la Bahía de Paz, avistaron, la balandra “Triunfo de la Santa Cruz” en la que se trasladaron el Padre Jaime Bravo y el Padre Ugarte, después, un poco mas adelante, Guillén se encontró con los santos varones que recibieron al fatigado contingente con la buena nueva de que habían logrado hacer amistad tanto con los indios guaycuras de la playa como con los pericúes de las islas y que, por lo tanto, sería posible edificar la misión en la bahía.
Fueron obsequiados con las mejores viandas, descansaron y luego todo el grupo de Liguí y Guillén se sumaron al desmonte y levantamiento y hasta en las expediciones al interior. Pasaron ahí la Navidad en la que se acercaron grupos de guaycuras –ya con mas confianza- y llegaron a bautizar cerca de cuarenta inditos.
El Año Nuevo, el Padre Bravo mandó matar 3 vacas y armaron tremendo pachangón, comieron carne asada y los indios lauretanos sorprendieron con su habilidad culinaria pues en un terraplén de grava, colocaron una gran cantidad de almejas, a las cuales les agregaron yerbas aromáticas para después cubrirlas con varas secas que fueron encendidas en una fugaz lumbrada. Las almejas tomaron un sabor digno de los mejores y más regios banquetes europeos.
Cuando tomó forma el establecimiento, fueron llegando a La Paz tanto indios del interior como de las islas a los que el Padre Jaime Bravo amistó, alimentó e instó a que le ayudaran a levantar la edificaciones que formarían la misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, de todo esto fueron testigos en su estancia, el Padre Guillén y sus acompañantes....pero había qu regresar de nuevo a Malibat (Liguí).
Se decidió el retorno para el Día de Reyes - 6 de enero de 1721- ese día amaneció lloviendo y tuvieron que esperar hasta el día 10 en que mulas y vituallas fueron llevadas en canoas hasta la terminación de la bahía, de ahí en adelante, Guillén tomó de nuevo el camino andado y durante casi una semana repasó senderos conocidos. Pero Guillén quería explorar hacia otros parajes y con ayuda de sus indios preguntaba en las rancherías por lugares con agua y pastos.
A medida que se apartaba del camino ya conocido, las rancherías y grupos de indios se hacían más hostiles, especialmente los de la región de Aripes. Algunos recibían regalos pero se negaban a guiarlos; otros, simplemente huían hacia las serranías y otros los seguían a cierta distancia, pero no se acercaban mientras de cerro a a cerro se comunicaban con gritos y silbidos incomprensibles para Guillén y su gente que se mantenía en tensión constante.

Cuenta Guillén que al llegar a un poblado prequeño, un indio se mantenía a cierta, pero seguramente deseaba ser regalado de comida, Guillén se acerca y le insta a unirse al grupo para comer, el indio responde algo que Guillén no comprende por lo que se dirige a los indios amigos y traductores que no aguantan la risa, finalmente Guillén y los españoles sonríen al escuchar las razones por las que el indio no quiere acceder al poblado "dice que ahí tiene muchos suegros"- tradujeron los lauretanos.


Poco a poco se dieron cuenta que los indios que encontraron a su paso les mentían acerca de los rumbos y direcciones a tomar. El sábado 18 de enero tuvieron el primer desencuentro franco: una legua antes de llegar a una ranchería, salieron a su encuentro varios indios que los invitaron a correr. Guillén sabía que llegar corriendo a toda velocidad y probar su capacidad muscular era una manera de iniciar amistad, pero le pareció sospechosa la invtación puesto que los anfitriones no se mostraban muy amables y la invitación parecía mas un udo reto que un rito amistoso. Guillén les comentó que venían muy cansados, que habían caminado muchas leguas; que había que seguir aún muchas leguas y que, además, ya estaban certificados de su amistad. Tal respuesta no gustó a los anfitriones que se negaron a recibir alimento que Guillén les regalaba. Sin embargo permenecían cerca del contingente. Así, ambos contingentes se mantenían en guardia mientras avanzaban por las veredas.
Cuando llegaron a Pameraquí, se sumaron una mayor cantidad de indios hostiles que se acercaban a la expedición. Al tratar de salir de la ranchería de Pameraquí, la expedición se encontraba rodeada por unos setenta indios que les instaban se fueren por veredas peligrosas. El cabo español, a lomo de caballo, les respondió que fuesen adelante, que dejaran el camino libre, a esto, un indio se molestó y dio con su arco un fuerte piquete al caballo que acusó con un salto el dolor; otro indio hizo lo mismo con otro caballo y estos amenazaron con desbocarse. Los indios hostiles se acercaban a los indios amigos y les preguntaban “¿poque no traen arcos?, ¿son mujeres?”; otros comentaban entre ellos
“tienen miedo”, “si tienen miedo ¿para que vienen a nuestras tierras?”.
Así, en este ambiente caminaron
todo el día. “con tan pesada compañía -narra en su diario Clemente Guillén- llegamos a Aripité. Los indios se mostraban sospechosamente amables y se acomidieron, después de recibir regalos, a guiar a la expedición, por mejores caminos, mientras los facinerosos se agrupaban y parecían discutir la manera de atacar al contingente de Guillén. Al salir de la ranchería “vimos un planta de pitahaya toda destrozada, hecha añicos y de ella algunos pedacillos mayores estaban clavados contra el suelo con estacas y palos aguzados; lo que interpretaron nuestros indios amigos y españoles prácticos ser hecho a fin de declararnos enemigos y rompernos guerra”. La expedición sigió su camino sin volver la vista atrás y no pararon hasta después de caminar 12 leguas a causa del cansancio de bestias y personal y fue hasta la madrugada del 19 de enero que empezarían a reconocer parajes de indios amigos como los de Cudemé y los de San Cosme Chirigaguí, aun así, tales indios no se acercaron a la expedición, “quizás por miedo o por traición”.

Continuaron el día 20 y 21 por rancherías conocidas – Guerecuaná, Aenatá, Quepo, Quatiquié, Onduchah, Anyaichirí y Candapán- las cuales se encontraban deshabitadas. Fue hasta el miércoles 22 que llegaron a Santa Cruz Udaré, de donde eran naturales tres de los indios expedicionarios, que fueron recibidos por los parientes con gran regocijo. Se encontraba de visita el cacique de Anyaichirí a quien “refirieron los tres amigos los indicios que tuvimos del mal ánimo de la gente de Pemeraquí y Aripité”. El cacique, para mostrar sus respetos y su parcialidad a favor del Padre Clemente
Guillén y su expedición, en el silencio de la noche, hizo un enérgico conjuro contra los hostiles aripitinos y pemeraquienses: flechas, lanzas ardientes, tizones que chocaban entre si iluminaron la noche, potentes movimientos de animal salvaje; gritos de guerra, de reto y reclamo, beligerantes aullidos que se perdieron en el corazón de las tinieblas, surcaron el aire en algún paraje al sur de Loreto, ya muy cerca de Liguí-, tan cerca que, al otro día, el 23 de enero de 1721, el Padre Clemente Guillén y su contingente regresaban sanos y salvos, a la misión de San Juan Malibat de la que habían salido un 11 de noviembre de 1720.




Como se sabe, la misión de Malibat ya no existe. Debido a la escasez y las epidemias, fue cambiada a Nuestra Señora de los Dolores, lugar que el propio Guillén descubrió en su viaje de ida y vuelta a la Bahía de La Paz.

No hay comentarios: