sábado, 27 de septiembre de 2008

HACE MAS DE CUARENTA AÑOS; EL ROCK (A propósito de los cuarenta años del 2 de octubre de 1968)

Hace poco mas de 40 años,a finales de los sesentas, yo cursaba los últimos años de primaria; vivía en San Ignacio y me encantaba -me encanta- escuchar la radio. No había TV…ni luz eléctrica. La radio que escuchaba, eran las estaciones de Sonora y Sinaloa. El esquema era el de siempre: muchos anuncios con locutores ruidosos al grito de ¡Ofertooooón!, luego una cancioncita rítmica –“alegre”- en general, cumbias, música ranchera, tríos y baladas de cantantes de moda, en ocasiones, interrumpido por un noticiario.


El "rockanrol" mexicano estaba pasando de moda y aquellos dizque rockeros como Enrique Guzmán, César Costa, Alberto Vázquez, Manolo Muñoz o Angélica María, ahora solo cantaban baladitas melosas copiadas de la música popular italiana y norteamericana. Algunos grupos que conservaban –en el nombre- cierta reminiscencia del rockanrol -al menos el nombre en inglés- como los Fredys, Los Babys, los Jhonny Jets o Los Moonlight, habían dado un giro hacia la música romántica, sollozante y obvia. Al igual que los Apson, dejaron de copiar el rockanrol gringo para dedicarse a amenizar bailes y a grabar viejas canciones de tríos, boleritos guapachosos tocados con instrumentos modernos y ocurrencias de fugaz paso por las estaciones de radio como "La minifalda de Reynalda", "La mula bronca", o "Fuiste a Acapulco" que causaron furor en su momento.


La música ranchera que siempre ha rifado en esos lares eran los corridos de Antonio Aguilar y el recuerdo de Javier Solís; desde luego que José Alfredo y sus múltiples intérpretes estaban presentes, pero en el ambiente ranchero de San Ignacio, los incuestionables reyes eran los Alegres de Terán a quienes les hacían sombra los Broncos de Reynosa y los Gorriones de Topochico que tenían sus presentaciones estelares en el madrugador programa de Laboratorios Mayov.

Cuando llegaba la noche, las estaciones mexicanas de Sonora y Sinaloa desaparecían del cuadrante y si el tiempo era bueno, se podía escuchar la W de México donde escuchábamos "El Risámetro" o el programa del “Doctor IQ”; radionovelas como la de “El Ojo de Vidrio”. Mal muy mal de escuchaba la XEB “La B Grande de México” –se le iba y venía la onda- donde escuchábamos el béisbol de la Liga Mexicana a “la hora mágica del béisbol” -Mago Septién dixit- si el tiempo era bueno y la interferencia nos permitía algo de claridad.

Si nada de esto funcionaba, solo quedaban las estaciones de los Estados Unidos que se escuchaban nítidas, aun en las noches invernales ventosas del desierto. Casi sin anuncios comerciales, solo irrumpía de vez en cuando el locutor que aullaba como lobo o alguna aguardentosa voz que anunciaba a Chuck Berry, Beatles o Elvis –que apenas entendía o a lo mejor no- pero que tenía un sonido diferente a todo lo que se escuchaba en la radio en el norte de la Baja California Sur.

Era una estridencia bien marcada, acompasada por sonidos fuertes de bajos y percusiones, además de resonancias alargadas que se distorsionaban y daban una sensación de caos controlado; la voz del cantante no era especialmente virtuosa, incluso se perdía en los sonidos dominantes de la instrumentación. Me gustaba, simplemente me gustaba el tono festivo, los gritos destemplados y quizás, cierta sensación de diferencia, quizás de libertad. Obviamente no tenía idea de lo que la canción decía, ni quien cantaba y tocaba aquellas disonancias tan distintas a lo que se escuchaba en San Ignacio...y puntos circunvecinos.

Había otras estaciones. Recuerdo especialmente una que mencionaba frecuentemente a “Oklahoma” en su identificación. La música de esa radio era un poco diferente: poco mas lenta, los instrumentos eran mas numerosos y variados –trompetas, por ejemplo- pero además incluían invariablemente coros que hacían una especie de respuesta a la voz del cantante principal. También me gustaban, tampoco sabía porqué ni quien o quienes cantaban. Mucho tiempo después sabría que era la música de The Miracles, Marvin Gaye, Stevie Wonder, Diana Ross & The Supremes, The Jackson five, The Temptations, Martha and the Vandellas, The Velvelettes, The Spinners, Gladys Knight & the Pips, y muchísimos otros de los grandes de la grabadora Motown Sound.

Cuando entré a la secundaria, conocí amigos que tenían discos, uno de ellos, tenía a su vez un tío que compraba discos de los Beatles y estaba suscrito al “México Canta”, una revista semanal que informaba el Hit Parade, traía artículos escritos por Carlos Chimal y José Agustín, cartas del público que respondía el Vivi Hernández, cancionero, traducciones de algunas rolas, entrevistas. El “México Canta”, además de los artistas de éxito de la época –Manzanero, Roberto Jordán, Carlos Lico, etc.- traía información y fotos de Beatles, Rare Earth, Jefferson Airplane, Mammas and the Papas y muchos otros a los que ya identificaba con la música que escuchaba en la noche en San Ignacio. También tenía espacio el rock nacional como El Three Soul on My Mind y Xavier Bátiz


La colección de “México Canta” del Alfonso –el Tío del Koyso- empezó a formar parte de las lecturas obligadas en mi temprana juventud y de ahí a sintonizar las estaciones gringas nocturnas para identificar a los grupos y luego a la traducción de las canciones.
Un golpe tremendo en esa época fue la separación de los Beatles, no lo podíamos creer. Apenas estábamos masticando Let it Be y Lady Madona cuando por el “México Canta” nos llegaban las noticias de que Ringo, Paul, John y George no tocarían mas juntos por culpa de Yoko Ono; otros decían que, en realidad Paul había muerto y que era difícil sustituirlo y volvíamos a la portada de Abbey Road donde se decía estaban las claves de la desaparición de Paul y volvíamos a escuchar Come Together, something, Maxwell's Silver Hammer, Oh! Darling, Octopus's Garden en busca de las claves de la separación. Sabía –por Chimal- que Abbey Road (1969) fue el último disco de los Beatles, se puede decir que era una despedida. Aunque Let it be salió al mercado en 1970, pues se había grabado anteriormente, y fue retrasado debido a motivos comerciales y artísticos.


Para finales de los setentas, ya en plena secundaria, no encontré ningun prospecto de novia que le gustara el rock, a las chicas mas o menos progresistas -dizque alivianadas- les gustaba Leonardo Fabio, los Solitarios, y Raphael que empezaba a provocar tumultos y a invadir las estaciones de radio y cuando no, pues los rancheros y las cumbias de moda.

Por otro lado, en México estaban pasando cosas que nosotros, acá, en Baja California Sur, no sabíamos o no querían que supiéramos. Solo sabíamos que los Beatles habían desafiado a Jesucristo con su fama; que John y Yoko se habían tomado fotos desnudos; que en Vietnam había guerra; que los estudiantes en México andaban muy alborotados por culpa del comunismo internacional y que la policía andaba en busca de melenudos, fanáticos del rockanrol para meterlos al bote por marihuanos y porque estaban en contra del gobierno.
Díaz Ordaz les había dado una lección en 1968 y el PRI en pleno, apoyaba la mano dura del presidente a quien no le gustaban los melenudos –y que la vida lo habría de premiar con Alfredito, un hijo rockero- el vocero del presidente, Porfirio Muñoledo habría de pagar su justificación de la Masacre de Tlaltelolco con una larga -brillante- vida política con triste final en el PRD.


Finalmente llegó la realidad a Santa Rosalía. Algunos jóvenes que habían salido a cursar estudios universitarios a Guanajuato, Hermosillo, Guadalajara y México, empezaban a usar el pelo largo, ropa informal de mezclilla, largas patillas y a juntarse a escuchar rock y quizás a quemar yerba seca. Andaban de vacaciones en el mineral, cuando la policía, con el pretexto de una infracción de tránsito, arremetió contra ellos, los apresaron y el siguiente paso fue cortarles el pelo, a lo que –obviamente- se resistieron y se armó el pancho. Lo que parecía un conflicto entre los jóvenes, sus familias y la policía, se extendió al resto de la población que vio en el accionar policiaco un abuso de autoridad.


El episodio no hizo mas que reunir a muchas otras personas en contra del delegado municipal que había ordenado la represión, era evidente que el aspecto de los jóvenes y sus manera de comportarse irritaba a las autoridades (desde Díaz Ordaz hasta el mas insignificante alcalde).
Liderados por El Pirri Cota, el Chema Bravo, el Quirry Juárez y otros, las autoridades cedieron, aceptaron el mea culpa y los reos salieron de las mazmorras. Como festejo a las acciones y el buen final se improvisó un concierto de rock que reunió a mas palomilla de la que se esperaba ante la inquina y antipatía de las autoridades y fuerzas vivas de la comunidad que solo aceptaba como forma de diversión juvenil las “serenatas” de los jueves que reunía a la familia, parejitas amorosas que se lanzaban -a la menor provocación- a la pista de baile y al chamaquero a tomar limonadas en la nevería de Lito Cuevas y a meterle tostones a la sinfonola.

Cuando terminé la secundaria en Santa Rosalía, ingresé a la Prepa Morelos en La Paz y conocí amigos que escuchaban música de aquella de las estaciones nocturnas gringas de San Ignacio. El entorno era diferente porque la NT, la estación que dirigía Don Francisco King expedía música muy variada fuera de las cancioncitas de moda, cumbias guapachosas, bandas sinaloenses y música bronca de la contracosta. La NT no solo nos educó un poco el oído con música clásica y semiclásica, también nos enseñó a reconocer géneros musicales, pero sobretodo, por la noche a la hora de la maleconeada- emitía un programa de rock –“De Cabellos Largos”- ahí escuché a los durables y rítmicos Credence, el rock latino - tropical- de Santana, el regreso de Paul con los Wings, las melosas melodías de los Bee Gees –antes de que cantaran como Cepillín-, la voz potente de Joe Cocker, las rolitas de Simon y Grafunkel, a los camaleónicos Crosby, Still, Nash and Young o el duro guitarrazo de Hendrix y muchos mas que los morros maleconeros solicitaban a la estación, a quienes los hijos -o sobrinos- de Don Pancho King hacían esfuerzos por mantener actualizados.

En La Paz encontré compañeros que habían estado en Los Ángeles y San Diego que trajeron discos de Carol King, de Janis Joplin, de Cream (White Room) y otros que empezamos a escuchar con verdadera veneración y nos creíamos los mas adelantados de la comarca que, obviamente despreciábamos olímpicamente, la música popular de “cancioncitas que no sacan de ningún apuro”.

El “México Canta” había degenerado –ante las presiones del gobierno- y solo ofrecía información grupera, cantantes españoles, letras de canciones de moda; el gusto musical lo marcaba Raúl Velazco y las estaciones guapachosas de la contracosta, pero casi nada de rock. Finalmente "México Canta" desapareció.
Me encantaría decir que en la prepa leíamos la revista "Rolling Stone" pero solo sucedió una vez que el Alberto Vargas –un compañero de la prepa- que fue a San Diego y se trajo la revista –“hecha para caminar por el lado salvaje de la vida”- donde venían unos artículos sobre la guerra de Vietnam, una entrevista con Andy Warhol, otra con Dylan que empezaba a entrar en la leyenda; información acerca del nuevo disco de Jethro Tull –solo conocido por los muy avanzados- y muchos otros grupos que jamás habíamos escuchado.


La revista Rolling Stone y la inquietud juvenil nos revelaban que, además de las novias –afectas a las baladitas de moda- y la sudcalifornia de la “cortina de cholla”, había otras cosas en el mundo, entre ellas el festival de Woodstock; empezábamos a tratar de saber que pasó en el movimiento estudiantil de 1968, a leer a Carlos Fuentes, García Márquez, Cortázar y Vargas Llosa; a preguntarse acerca de la democracia con un partido único que siempre ganaba las elecciones.

En eso ocurrió el Festival de Avándaro que fue vapuleado por los medios de comunicación de la época y por la gente decente. Nadie sabía de donde habían salido tantas bandas de rock –con el pretexto de las carreras de autos- ni tantos espectadores que se pasaron una tarde y toda la noche de música y gritos de liberación en un país que todo se prohibía.


En adelante, la represión contra el rock y los conciertos fue mayor, igualmente contra los chavos que usaban pelo largo. El gobierno obligó a las disqueras a rechazar a la enorme cantidad de grupos –Dug Dugs, Peace and Love, Five Finger, Tinta Blanca, El Klan, Bandido, etc. Obligaron a cerrar los lugares donde se presentaban y muchos tuvieron que desaparecer. Solo el polvo de “Three soul in my mind” (El Tri de Lora) queda de aquellos lodos.

Comprenderíamos después, que tanto la explosión de Avándaro como la del Movimiento Estudiantil que terminó en la tragedia de Tlatelolco tres años antes, tenían la misma raíz: eran los jóvenes que estaban hartos, hartos de sus familias, de su país, de su gobierno, del partido eterno, de no poder vestir y arreglarse como se les pegara la gana, de musiquita con letras ñoñas, tontas y repetitivas. Del gobierno que trataba a los ciudadanos como hijos que premia y castiga y no como ciudadanos y a los jóvenes como a retrasados mentales condenados a seguir las modas de Televisa.


El rock formaba parte de esa búsqueda y de esas exigencias. Las razias se sucedían en todo el país, la policía en búsqueda de chavos con greña larga a quien tundir con toletes y meter al bote. Los conciertos de rock ni pensarlo, el gobierno le temía a cualquier concentración de jóvenes.

En la música de rock se acumulaba buena parte del descontento social y del hartazgo de los jóvenes contra el orden de cosas; el rock les caía mal a los “decentes”, a la derecha, a la iglesia, al PRI, a las clases acomodadas.
El rock no solo era música estridente con letras en inglés; era también otra forma de vestir y de cambios en el aspecto personal; otra forma de ver el mundo, mas amplia, mas profunda y cosmopolita; era un fenómeno m
undial que, pedía a gritos libertad y la incorporación de los jóvenes y sus ideas a la participación social.

Entre otros movimientos y fenómenos sociales, el rock empezó una recomposición del gobierno, la familia, el arte, la escuela, que finalmente, provocó el rompimiento de prohibiciones, que hoy, nuestros hijos consideran ridículas o piensan que exageramos para poder justificar esas fotografías que mis hijas exhiben a sus amigas –para carcajearse- de vez en cuando, donde su padre, flaco, enjuto; de jeans y zapatos de gamusa, camiseta hang ten, pelo largo, desordenado y lentes lenon, posa en su recámara de estudiante ante el poster

de Génesis y no se imaginan que ahí se encuentra –con pelo- el venerable Phil Collins, ese que ahora le pone música a una película sobre Tarzán y a "Tierra de Osos". En eso terminamos, después de todo, ha sido divertido.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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