lunes, 21 de noviembre de 2011

CIEN Y UN DIAS

Sin más razón que un sistema decimal arraigado en la cultura occidental, se ha considerado que cien días de gobierno, son un plazo perentorio –cualquier cosa que signifique- para evaluar, por primera vez un gobierno debutante. En estos primeros cien días, se supone, un gobierno ya ha trazado un trayecto suficiente, un perfil mínimo que permita calcular las expectativas.

En los primeros cien días se tantean las formas, los colaboradores, las primeras acciones, las actitudes, el pulso, las tendencias de un gobierno y los indicios de la llamada “manera personal de gobernar”. Surgido de una serie de movimientos pre-electorales enigmáticos, de estratagemas que se tejieron en las oscuras cañerías del poder político nacional, el gobierno de Covarrubias ha quedado solo, con un magro bono democrático y las expectativas contenidas para quien ha accedido al gobierno con cuarenta por ciento de votos a favor.
Sin una pertenencia partidista, sin identidad ideológica, sin posicionamientos profundos respecto de las ideas políticas, no se tiene más que las promesas de campaña y los discursos coyunturales para abordar las tendencias de los primeros movimientos del ejecutivo estatal.

Las formas. Si bien las relaciones con los gobiernos municipales han sido institucionales y sin sobresaltos, hasta hoy, han trascendido las formas con las que se sustituyeron los diferentes mandos en las instancias del gobierno estatal. En muchas ocasiones, sin mayor protocolo, sin documentos escritos siquiera, el sustituto desplazó, a veces de manera grosera, al funcionario despedido. Sin mediar más que un “órdenes de arriba”, se hicieron algunas de las destituciones.

Hay en ese neopanismo orgulloso de sus logros, una especie de encono, de aborrecimiento a todo lo que huela a gobierno pasado –aunque no a Agúndez y sus más cercanos colaboradores- El resentimiento se nota en los nuevos mandos medios –suelen ser más papistas que el papa- que han sustituido a sus pares con lujo de malos modales, carentes de diplomacia, con una prepotencia gratuita dirigida a personal que sabía que su ciclo había terminado.

Los colaboradores. Es quizás el rubro más enigmático, turbio e incomprensible: empezando por el Secretario general de gobierno,  la mano derecha, el encargado de la política interna, Mendoza Davis. Hijo de Ángel César Mendoza -un verdadero santón del PRI- miembro de la altísima alcurnia política sudcaliforniana y de los patricios paceños; de amplio y reconocido linaje priista. Después de ser delegado del IMSS -nombramiento federal- pasó a formar cabeza del equipo de campaña de Marco A. Covarrubias, quizás por sugerencia –orden- del centro. Aun cuando en esos días, Mendoza Davis, era mencionado como probable candidato del PRI a la gubernatura.

Aun así, hay quien piensa que las andanzas del Secretario General de Gobierno, bien podrían estarlo preparando para el salto a la gubernatura. La pregunta inicial sería ¿por cuál partido? Por derechos de sangre pertenece al PRI, por razones laborales –y coyunturales-  al PAN. Será un verdadero prodigio observar, primero, los equilibrios para cruzar el pantano sin mancha y después, la metamorfosis de Mendoza Davis del panismo funcional al priismo hereditario, dirección que sugieren el pedigrí y el futurismo imperante. Fenómeno posible en un estado donde el trasiego de personajes y partidos llega a ser surrealista. Solo falta saber las artimañas y tretas de las que se valdrá el mundillo político para conseguir la transformación. También será relevante observar en los próximos años, los movimientos del funcionario Mendoza Davis, tendientes a nutrir esa candidatura.

El otro funcionario fuertemente discutido es sin duda, José Antonio Ramírez Gómez, quien repite en la Secretaría de Finanzas después de haber servido en el sexenio de Narciso Agúndez. El tópico más cuestionado por partidos y sociedad en general del gobierno agundista, es por esta razón que es poco explicable, desde la óptica del ciudadano común y corriente, las razones que tuvo Covarrubias para ratificar sus servicios.
Es claro que Ramírez Gómez apoyó la candidatura de Covarrubias en la campaña electoral; los perredistas reprochaban a Narciso Agúndez la libertad y el desparpajo con el que su secretario de finanzas hacía equipo con Covarrubias en campaña, incluso se hablaba del uso de dineros del erario que alimentaban ese neopanismo emergente. Con este respaldo, se estaría sellando –en apariencia- una negociación de no agresión entre Covarrubias- Agúndez.

Por otra parte, el gobernador y asesores sabían que tenía que pagar un alto costo político con la ratificación de Ramírez Gómez, por eso, tal inclusión en el gabinete lleva a preguntarse las poderosísimas razones que tuvo el gobernador para mantenerlo en el cargo. En estos cien días, es quizás la crítica mas constante, la más frecuente que se le hace al nuevo gobierno. Tal cuestionamiento es causa de una acelerada pérdida de confianza en el gobierno de Covarrubias.

La ciudadanía, en las urnas demostró un rechazo absoluto al gobierno de Agúndez, eso fue evidente, entonces, no se entienden las razones para incluir no solo a Ramírez Gómez en el primer círculo, sino también otros funcionarios identificados con la administración anterior.

Varios secretarios han sido nombrados por obvias cuotas al PAN, una especie de derecho de peaje; un tributo a la partidocracia. Otros, sin experiencia, sin antecedentes laborales en los rubros nominados; algunos de los que solo se conoce su amistad, su infancia compartida, el paisanaje; la camaradería de banquillo como razón suficiente.

Actitudes. Las primeras acciones del Gobernador que llegaron a los medios de comunicación, fueron los recorridos afanosos de ministerios del gobierno federal en busca de planes, programas y ayudas. Después, ha emprendido un incansable peregrinar, ahora por el Estado. Aprovecha así Covarrubias, lo que mejor sabe hacer, comunicarse con el hombre común de la calle. Parece sentirse a sus anchas al aire libre; en cambio, prisionero, perdido en el trajín de la oficina.
El rancheo,  ha sido una de las características sobresalientes en estos cien días. Visitas a comunidades alejadas de la capital con el objeto de llevar algún tipo de asistencia, desde artículos de primera necesidad, hasta apoyos a la agricultura, ganadería, pesca o promesas de cumplir las promesas incumplidas de otros gobiernos. Algunas acciones parecen mínimas, otras que no requerían el concurso del gobernador, sin embargo, es información que llena los espacios comunicacionales que proviene del interior del gobierno. Los beneficiados agradecen al gobernador y el ogro filantrópico parece más vivo que nunca.

Es probable que a falta de grandes realizaciones, de noticias de primera plana, de anuncios grandiosos, “el rancheo” se haya convertido en una estrategia dirigida a frenar la pérdida de credibilidad acelerada que ha provocado los tropiezos en la conformación del gabinete, la falta de un plan maestro de desarrollo y la lentitud que se aprecia en el arranque del gobierno.

A diferencia de otros gobiernos, en los que la Primera Dama jugó un papel marginal, en el gobierno de Covarrubias, la llamada Primera Dama gusta de involucrarse en las funciones del DIF, de hablar en público y mostrar, con su trabajo constante, el apoyo a las acciones gubernamentales. Una actitud congruente con uno de los aspectos centrales de su campaña: el apoyo de la familia, la unión familiar como virtud indiscutible de la sociedad.

La personal forma de gobernar. Si bien cien días es un lapso corto para apreciarla, también es cierto que el gobernador está viviendo momentos difíciles, extraordinarios que, quizás lo han forzado a tomar una serie de decisiones incongruentes con su manera de ser. Su entrada a las grandes ligas de la política ha recibido un bautizo de fuego que obliga a conductas, también extraordinarias.

Coordinado en asesorías por familiares cercanos, repite la actitud de los anteriores gobernadores de colocar a su hermano en el mirador político; repite esa costumbre sudcaliforniana de involucrar a la familia en el ejercicio de gobierno.

Encrucijada. Es fácil entender la encrucijada en la que se encuentra el gobernador Covarrubias. Ha recibido un gobierno en malas condiciones: endeudado y sin mayores posibilidades de conseguir créditos para emprender proyectos grandiosos. Depende pues, de la buena voluntad de la federación.
Por otro lado, una ciudadanía que empieza a cuestionar sus ligas con la administración agundista, a la que no puede responder porque mantiene en su seno al artífice de las finanzas de ese gobierno. Un gobernador que parece acotado por sus propios compromisos, a quien, incluso, desde la oposición empiezan a desestimar su autoridad al frente del ejecutivo. Con la situación financiera del Estado en el candelero, la sociedad, su masa crítica, mantiene sus antenas sobre el asunto financiero más que en lo político. El lunar en el que se ha convertido la secretaría de finanzas para el gobierno lo entienden muy bien el gobernador y sus asesores, pero también entienden que hay poderosas razones para su permanencia. La preocupación reside en esas poderosas razones que evitan su despido y aumenta el desgaste de un gobierno con apenas, cien días.

No puede culpar de su parálisis, de su lentitud, a la administración pasada; no puede ni siquiera aclarar para el público que lo exige, las cuentas del estado: el monto de la deuda, el precio de ésta, los compromisos; pasivos y activos; es decir, un balance general con pelos y señales sin poner en evidencia los manejos de Agúndez, es decir, de su propio secretario de finanzas.

La única respuesta ha sido una demanda contra el ex gobernador que, por cierto, la opinión generalizada la tomó como juegos de artificios; dicha demanda no tuvo la mayor credibilidad y en efecto, fue catalogada como una manera muy ligera de aplacar a la opinión pública y comentocracia que insiste en el poder compartido: una máxima política ineludible. Las mas de las veces deletéreo tanto para el gobernante como para sus gobernados.

Quizás existe –desde el gobierno estatal- una gran confianza en el llamado bono democrático, esa confianza que comúnmente la sociedad otorga al gobierno que inicia labores; confianza en los dones carismáticos, en la proverbial flema sudcaliforniana. Cierto que tal bono es limitado; que el carisma del candidato no se traslada al gobernante y que la flema sudca es, cada vez más espesa.

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