martes, 10 de junio de 2008

Los Pueblos de BCS

Casi todos los pueblos de la Baja California Sur son de origen jesuita y fundados en el siglo XVI y XVI, solo Santa Rosalía, fundado en el siglo XIX por franceses parece totalmente diferente al resto de comunidades sudcalifornianas. Vea si no:






Casas de madera con techo a dos aguas, de un pueblo obrero fundado con el objeto de extraer mineral de cobre. El otro, San Ignacio, un pueblo fundado a inicios del siglo XVII, con el objeto de establecer una misión al que acudieran los indios californios para ser evangelizados. Finalmente, el cobre se agotó en Santa Rosalía y la Compañía minera francesa "El Boleo", a principio de los años cincuenta se declaró en quiebra dejando desolación, desempleo y una gran cantidad de chatarra
A esto le siguió un enorme éxodo que diseminó rosalienses por toda la Baja California y Sonora. Aún así el pueblo se negó a morir y el gobierno hizo esfuerzos por mantener el trabajo de la minería mediante la extracción de cobre de los despojos franceses. La actividad duró unos cuantos años y Santa Rosalía vive hoy de la pesca del calamar que es abundante en el Golfo de California y de la buricracia puesto que es la cabecera del municipio de Mulegé.


Una gran diferencia con San Ignacio que parece eterno, quizás porque fue fundado con la idea de la "Ciudad de dios", que evoca, sin duda, la utopía agustina. Después de la expulsión de los jesuitas y de la secularización de posesiones de la iglesia y la extinción de los indios, San Ignacio pasó a ser un lugar de paso entre la sierra y la playa; entre las salinas y los campos pesqueros que los ignacianos fundarían en el Pacífico Norte. Ahora permanece como nuestro Macondo, silencioso, misterioso; con la belleza de un oasis, no solo para la sed y el hambre del cuerpo, también para la vista. Solo el viajero que llega desde el norte arenoso, ventoso y árido puede entender la gracia que significa un locus de agua fresca y palmera datilera, dulce y nutritiva.

Dos pueblos, uno que fue fundado para fenecer; otro que fue fundado para permanecer. Sin embargo, sus habitantes se aferran a la matria aunque esté en el final de la tierra.
Ambos requieren de fuentes de empleo, de mejores niveles de vida; ambos están plantados en este peñón con arena, cardones y chamizos llamada península por la topografía, pero que tanto por su pasado, su cultura y su sentimiento, bien sabemos que es una isla rodeada de agua por todas partes menos por una, que es desierto. Ocupada por hombres y mujeres con destino tan cierto como su voluntad rocosa.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Cachano-ignaciano, el autor es recorrido por dos amores que mezclan (supongo) imágenes y sensaciones de su infancia: humo de chimeneas y olor a tule y carrizo; tacto de maderas traslapadas y macizas paredes de adobe y piedra; silbatos industriales con máquinas de vapor y rumor de brisa suave que agita las palmas datileras... Tener el corazón dividido es un estado de gracia que no todos pueden alcanzar (religiosos incluídos).
Bien por el blog. Bien por este médico que no le hace ascos a la filosofía ni al deporte ni al peridismo ni a la literatura ni a los medios de información ni a la política vista desde la barrera... ni a la amistad.