martes, 29 de julio de 2008

LA AVENTURA DE JUAN DIAZ

Para 1705, el Padre Juan María de Salvatierra, muy a su pesar, aconsejó a sus patrocinadores de Jalisco y Colima, que dieran permiso a algunos barcos para que ingresaran a la Bahía de La Paz, muy preciada por su configuración geográfica. Salvatierra creía que tales barcos servirían para, finalmente, catequizar a los Guaycuras de la bahía y a los Pericúes de las islas –en guerra constante-. Se habían levantado las misiones de Loreto y de San Javier pero la de La Paz seguía quedando pendiente.
A partir de esos años, las incursiones de exploradores, cabotaje, perleros y piratas en la Bahía de La Paz fue constante.
En 1713, uno de estos barcos perleros, hizo contacto con los indios isleños y comerciaron con ellos. Un día, cuando regresaron los buzos, el piloto que había quedado solo abordo, horrorizado narró que unos indios ingresaron al barco a la fuerza, que lo ataron, amagaron con incendiar el barco y robaron una fanega de maíz. Los marineros decidieron dar un escarmiento a los indios. Cuando al otro día, cuatro indios regresaron en sus canoas, los españoles prepararon sus armas y una vez cerca del barco abrieron fuego y los asesinaron. Previendo una reacción de los naturales huyeron y no regresaron mas.

Sin embargo, los indios no olvidaron y un año después, el Padre Jaime Bravo escribía: “ …no mirando estas gentes que la venganza sea en los mismos que hacen el daño, sino les basta que sea de su nación o ranchería o lengua; y a todos los españoles y de cara blanca, los miran como parientes unos de otros”
Enseguida relata el Padre Bravo el ataque de los indios isleños a los integrantes del barco: “Un día que era ya a los últimos de su buceo, en que les había ido muy bien, y ya a primeros de octubre, fueron a dar primero sobre los que estaban en el barco, que eran el capitán, un contramaestre mallorquín y otro español, que estaban solos mientras las canoas iban a sacar concha. Y matando a los tres, sin recibir de ellos daño alguno, fueron sobre las canoas, que con facilidad acabaron con todos ellos, como estaban descuidados de lo que ya había sucedido con los del barco. Solo reservaron sin daño a Juan Díaz a fin de que les sirviese para gobernarles el barco en el manejo del timón y velas, y llevándolo al barco, le mandaron levar anclas, ayudando ellos y fueron a poner el barco en un estero”
Juan Díaz no solo era el piloto, también tenía que achicar la bodega del desvencijado armatoste a punta de azotes. Los indios lo trataban francamente mal, en los pocos descansos que tenía el pobre Juan Díaz, el indio que pasaba a su lado, así sin mas, le daba un sopapo; otro una patada, otro -sin querer- lo pisaba, luego otro lo mandaba a hacer algo; si uno le daba comida, otro se la quitaba, además era fuente de escarnio, risas burlescas y los trabajos mas pesados, Juan los hacía, en fin, los indios le daban una carrilla que el peor carrilludo sudca no podría.
Un día, fondeados en un estero de la bahía, aprovechando que los indios habían salido en sus canoas, Juan trató de sorprenderlos: esperó el vientecillo de la tarde, levó anclas, desplegó velas, el barco se movió pesadamente y tomó algo de velocidad pero no la suficiente. Los indios se dieron cuenta, remaron cual atletas olímpicos y en un momento le dieron alcance. El castigo fue que entre dos indios lo tomaron, uno de la cabeza, otro de los pies, levantándolo lo mas que podían y dejándolo caer sobre la cubierta del barco hasta que se cansaron. El aporreo fue de antología y Juan no volvió a tratar de huir, en parte porque, en llegando de nuevo al estero, los indios quemaron el barco y le sacaron todas las partes de hierro que eran muy valiosas para ellos.
En lo sucesivo, el trato a Juan Díaz no cambió y lo usaban entre otras cosas para pasear a los niños, como si Juan fuera un caballo (Un hombre llamado caballo). Pasaron los meses y los indios isleños querían dar un escarmiento a los guaycuros playanos, sus acérrimos enemigos, de tal manera que le regresaron su arma a Juan que no contaba con pólvora, aun así los indios le pedían que disparara; el plan era que Juan encabezara el ataque y detrás, ellos como arqueros arremeterían contra los guaycuros, usando -of course- a Juan como escudo. Cuando Juan les dice que sin pólvora no hay ¡pum!, los indios le trajeron carcoma de madera negra, muy parecida a la pólvora que, obviamente no funcionaba, otros azotes y pescozones le costó a Juan, hasta que les enseñó que si le arrimaba un tizón la carcoma no explotaba, solo así dejaron de castigarlo
Aun así, vistieron a Juan con ropas españolas y le dieron título de capitán y lo mandaron por delante con el rifle y a cierta distancia los isleños que esperaban que salieran los guaycuros, Juan se adelantó y cuando estuvo a una distancia en la que no lo alcanzarían ni los indios ni sus flechas, corrió y corrió hasta que se perdió en los matorrales al interior de la bahía. Aún así los indios le gritaban que regresara que ya lo tratarían bien
Una vez que perdió a sus captores regresó a la playa a esperar algún barco que lo rescatara, hizo un hueco donde se escondía y solo salía a buscar alimento. Cuando escuchaba merodeadores se metía a la cueva, fueron varias las ocasiones en las que anduvieron cerca los guaycuros a punto de dar con el, finalmente fue encontrado por los guaycuros y cual fue su sorpresa que sabiendo ellos que Juan había sido capturado por sus enemigos, lo trataron como rey. Casi 6 meses pasó Juan entre los guaycuros a los que aprendió a querer y a entender. Ellos trataron a Juan casi como una deidad, tanto que cuando salían de pesca dejaban a Juan en la orilla, le hacían una ramadita y le llevaban sus mejores especímenes alimenticios, hasta compartieron mujeres con el buen Juan, asimismo lo consolaban cuando Juan, llevado por la nostalgia lloraba y compungía. Ellos mismos, los guaycuros lo llevaron a la costa una vez que avistaron un barco español. Ahí contó al capitán Don José de Larreategui toda su tragedia.
Fue llevado a Loreto donde conoció al Padre Jaime Bravo quien le dio asilo y escuchó con todo detalle las historias que Juan acumuló en su prisión primero y en su liberación después

En ocasión de la incursión hacia La Paz con el objeto de establecer la misión, es Juan quien sirve de guía y de contacto con los indios. Grande fue la alegría de los guaycuros cuando se encontraron de nuevo, de tal manera que Juan Díaz fue una pieza fundamental para establecer lo que sería la Misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz.
Jaime Bravo, compara, en sus escritos, la aventura de Juan Díaz con las que vivieron Gonzalo de Aguilar y Cabeza de Vaca, dos casos excepcionales de quienes vivieron entre indios intervalos largos de tiempo, intimaron, se adaptaron a su forma de vida y en muchas ocasiones actuaron como uno de ellos, haciendo suyas sus guerras, sus penas, sus creencias, olvidando, a veces, en ese mundo raro, alucinante, completamente la cultura original.

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