Entre los fenómenos dignos de mención de estas elecciones generales estatales que acaban de pasar, se pueden señalar algunos hechos sobresalientes tales como el voto diferenciado, las triquiñuelas de todo tipo, el ascenso del PRI; la preferencia del candidato, no del partido; el posicionamiento artificial del PAN, la copiosa asistencia a las urnas, pero sobre todo, la derrota estrepitosa del PRD – PT, un fenómeno que, con mucho, es la parte más destacada que, por sí misma refleja la situación electoral de B. C. S. y sus posibles consecuencias.
No fue una derrota cualquiera, fue una derrota a toda una manera de hacer política, a la comodidad que provee la confianza en el poder; a la forma abusiva de usar las mayorías en el congreso; al contubernio entre ejecutivo y legislativo; a la falta de distancia entre gobernador y partido y a la incapacidad para solucionar los diferendos internos. Es la expresión de una ciudadanía que ha aprendido que con su voto puede castigar y cambiar el estado de cosas.
Muy pronto el PREP apagó los aires triunfalistas de los simpatizantes del partido en el poder, el candidato Luis A. Díaz nunca pasó del tercer lugar; las alcaldías y los escaños en el congreso se ganaron con muy escasa diferencia sobre el segundo lugar. Al final se quedaría el PRD PT con muy magros resultados: además de la pérdida de la gubernatura, solo dos alcaldías, tres lugares en el congreso y una caída hasta el tercer lugar en el orden de las fuerzas políticas del Estado.
No es fácil digerir una derrota así. Ya han empezado desde la cúpula del PRD a lanzar frases motivadoras que invitan a seguir en la lucha y con la idea que el pueblo fue engañado; que el pueblo bueno, noble e ingenuo cayó en la trampa de los neoliberales –que tienen muchos rostros- que los electores han sucumbido a una especie de canto de las sirenas, es decir, son los votantes los equivocados, es asunto de conciencia política que la izquierda no ha sabido inducir. Tarde o temprano, con la dirigencia o sin ella, los colectivos de la izquierda sudcaliforniana tendrán que hacer la autocrítica con el fin de identificar los errores que los llevaron a perder el poder, entre los que sobresalen: divisiones internas, el factor Narciso, el candidato y otras.
Divisiones internas. Sin duda la raíz de la derrota. Cuando empezaron los estire y afloja acerca de la forma de nominar las candidaturas, la cúpula del PRD aun sentía que tenía todo para ganar y se hicieron escasos esfuerzos para mediar entre los inconformes. La actitud parecía ser la de quienes teniéndolo todo, los tránsfugas se lo perdían; no merecieron la intervención diplomática ni la política de la reconciliación. No hacían falta. Esas fueron las expresiones de los principales dirigentes cuando salió Leonel Cota, por ejemplo, por la puerta de atrás. De mala manera le dieron un portazo a uno de sus principales dirigentes.
Por otra parte, cuando la discusión encuesta o consulta y que se decidió finalmente por ambos métodos, cuando faltaba por hacer la consulta popular, sin más, la dirigencia nacional se negó a llevarla a cabo a pesar que la dirigencia estatal negaba las causas para no llevarla a cabo que argüían Los Chuchos, una dirigencia nacional rechazada por la mayoría de perredistas pero que, aún así, el partido local siguió sus lineamientos.
Si bien las defecciones del PRD se sucedieron de manera lenta pero continuada, fue la de Marcos Covarrubias –que nunca fue explicada ni por el propio Covarrubias ni por la dirigencia estatal- la que pesó más. Covarrubias había demostrado que tenía el favor del electorado, sin embargo, parece ser que, desde el gobierno se impusieron, a propósito, tal cantidad de compromisos, tal carga de obligaciones para con los grupos perdedores, que Covarrubias y sus mas cercanos colaboradores prefirieron la incertidumbre de pasarse a otro partido. ¿Por qué preferir otro partido si en el PRD tenía casi seguro el triunfo?, esa pregunta nunca fue resuelta por la dirigencia estatal que siguió haciéndole el juego a Los Chucho y a Narciso Agúndez.
El factor Narciso. Los errores se fueron amontonando durante seis años –o más- sin que el partido levantara la mano. Tampoco los escasos intelectuales que tuvieron cabida en el gobierno perredista, dijeron esta boca es mía. El aburguesamiento de los funcionarios de izquierda fue patente; la comodidad que provee un buen sueldo, la conformidad con el estado de cosas que provoca el agradecimiento a quien lo puso donde está, obraron la defensa a ultranza de un gobierno que cada día se veía más hacia la derecha.
Por ejemplo, la desorganización municipal por falta de fondos fue una de las causas que incidieron para dar una visión de un gobierno ineficiente. Mientras Narciso Agúndez se codeaba con Televisa y le daba todo para que colocaran un centro de rehabilitación infantil, mientras el CREE –el órgano de rehabilitación estatal- seguía en la indigencia, el gobierno de NAM despojaba al patrimonio estatal de millones que hacían falta en los municipios; los alcaldes batallaban para llegar a fin de mes. El asunto tronó el fin de año cuando no pudieron cumplir los compromisos económicos con los trabajadores municipales –a quienes les habían quitado, a la mala, parte de su sueldo para el Teletón-, pero si habían cumplido con Televisa. Se sucedieron paros, suspensión de pagos y hasta desórdenes políticos en el caso de Comondú.
Nadie dijo nada, o mejor: hubo voces de advertencia de algunos miembros del partido –que la dirigencia desestimó- ante la deuda que el estado acumulaba. Un congreso con mayoría perredista débil, patrimonialista y en los brazos del gobernador, dio la anuencia para adquirir una de las deudas mas espantosas que los sudcalifornianos tenemos que pagar del erario; una deuda irresponsable, en buena parte utilizada para la construcción de obras no prioritarias como el Pabellón Cultural de Los Cabos. En fin, una opacidad tal en el manejo de los recursos que el gobierno electo– ejecutivo y congreso- deberán llamar a cuentas al gobernador.
La universidad, tradicionalmente botín político, se encontró, en su ya larga historia de desventuras, de pronto con dos rectores. A despecho de su autonomía, los gobiernos estatales siempre han incidido en la UABCS desde su fundación, han actuados de bomberos ante los múltiples conflictos universitarios. Por tal razón, tales conflictos se endosan al gobierno en turno.
Además de estos ejemplos, ha habido acusaciones de frivolidad y de gestos impopulares, pero Narciso Agúndez hasta el final ha sido apoyado por el partido. La dirigencia siempre se negó a deslindarse, al contrario, apoyó o al menos guardó silencio ante los errores y omisiones en los que cayó Agúndez Montaño; los verdaderos izquierdistas estaban más ocupados en conservar su puesto que en tratar de señalar a un gobierno que acumulaba desprestigio y descrédito que, obviamente incidió en el candidato.
El candidato. Aun cuando Luis A. Díaz no fue el seleccionado por la encuesta, a la renuncia de Covarrubias, se acudió a su candidatura. Bien se sabía que Luis A. Díaz tenía una serie de cuestionamientos que lo hacían un candidato difícil de prestigiar, lustrar y de promocionar con éxito. Sin embargo, pudieron más las influencias del gobernador y Los Chuchos que los factores críticos del partido.
Luis A. Díaz fue, quizás desde el principio del gobierno de NAM el señalado. Había sido mano derecha de NAM en la alcaldía de Los Cabos y sucesor del propio Narciso en dicha alcaldía. En cuanto finalizó su ejercicio como alcalde de Los Cabos, el gobernador lo llamó para ocupar la posición más visible en su gobierno, la Secretaría de Gobierno. Así se tejió la red de apoyos a LAD que desde su ascenso a esa posición inició su campaña, a la que se adhirieron todos los funcionarios de alto y mediano pelo, aunque LAD tenía asuntos sin resolver que van desde su identidad, hasta acusaciones de contubernio con invasiones ilegales de terrenos y otras sospechas que no valieron para la dirigencia estatal. Aun así se mantuvo en la candidatura cuando era evidente que tales acusaciones –ciertas o no- harían mella a la hora de presentarse como candidato. Para los adversarios fue un alivio.
Aunque el PRD confiaba en su estructura electoral, el peso de las acusaciones y sospechas sobre Luis A. Díaz terminaron por ser el mayor lastre en plena campaña. Además, el entorno había cambiado: las escisiones y la caída de popularidad de Narciso Agúndez produjo unas circunstancias muy diferentes para Luis A. Díaz; el partido en el poder ya no podía darse los lujos de las anteriores elecciones que ganaron de calle.
Igual sucedió con los candidatos a alcaldes, especialmente en La Paz. Impuesto gracias a sus relaciones con la dirigencia nacional, Ricardo Gerardo Higuera resultaba un candidato sin arraigo, sin popularidad en la ciudad. Candidaturas que nunca prosperaron pero el partido se empeció en mantenerlos con el objeto de cubrir cuotas y ya, al final, quizás con el objeto de impedir otras escisiones de políticos saltimbanquis que han colmado la partidocracia.
Epílogo. El PRD, sus aliados y los miembros de la izquierda tienen mucho material para analizar. Sin duda, esta debacle obliga a una refundación, al menos, regional del partido. Además de obligar a la renuncia de la dirigencia para dejar libre paso a las ideas y documentos, será necesario, ahora sí, contar con los recursos intelectuales de la izquierda con el fin de contar con un partido consecuente con los principios de la izquierda.
Privilegiar la congruencia por encima de la actividad política pragmática y utilitaria; analizar las distancias entre gobernantes y partido, entre candidatos y programa; entre ser de izquierda en la oposición y de derecha a la hora de gobernar, pero sobre todo, observar las conveniencias del PRD estatal independientemente de los vaivenes en los que se mueve la dirigencia nacional, una de las peores influencias en este proceso electoral.
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