lunes, 21 de diciembre de 2009

ES EL OCIO

Que el gobierno federal -con todos los problemones que tiene para resolver- se ocupe en cambiarle el nombre a una isla en el Mar de Cortés, no solo es absurdo, es ridículo, grotesco, esperpéntico.

Con todo el avispero que despertaron con el narco, a la Liga de la Decencia comandada por Calderón, como todos sabemos o intuímos -al menos- se le hizo bola el engrudo. Como al violinista mulegino que no le encontraba el "tan-tan" a la canción, se convirtió en asunto sin fin; la nota roja es un parte de guerra; baste hojear -es un decir- los periódicos internacionales y la únicas notas de México están escritas con el rojo sangre de la violencia callejera, con frecuencia indiscriminada. El quid de todo está en seguirle la pista al dinero, dicen los enterados, pero Felipillo ý el opus dei se encontrarían con muchos amigos y compañeritos dadivosos en las campañas panistas en ese camino del blanqueo y limpieza de morlacos; de muchos patrimonios, en apariencia decentes y de buenas familias.

Con reformas que no caminan: ni la laboral, ni la del estado, ni la fiscal; sin rumbo económico y con un gobierno de cuates a cual mas de todos mas ineficiente. Con un gobierno que depende del PRI –de Beltrones, de Paredes, de Gamboa ¡puchi!- para todos sus movimientos. Entregado al capital, a la Gordillo, a Televisa y al episcopado. Con promesas de campaña de empleo, de disminuir impuestos, de combate a la pobreza sometidas el mundo del revés, Felipillo nos salió mas obtuso de lo que parecía.

Con todo eso, no hay gobierno posible. Entonces el ocio invade la administración de Calderón.

Ese gobierno que hoy patea la lata, se extrae los mocos y los hace bolitas, se saca pelusa del ombligo, teje y desteje como la morra de Ulises, no le queda otra que churir los ojos y mirar lejos, pues en una de esas, para congraciarse con algún dignatario francés, para pedir perdón –quizás- por la cárcel de Florence, por el fusilamiento de Maximiliano, por la madriza de Zaragoza y zacapoaxtlas que lo acompañaron, por la tumba de Porfirio, por la muerte de Jean-Baptiste Chappe D' Auteroche en San José del Cabo, por la mexicana miada a la tumba del soldado desconocido, por lo que sea, alguien, alguno de sus compas de la prepa -de esos ocurrentes que nunca faltan- oteando el mapa, mientras mareaba un moco entre indice y pulgar, tuvo una ocurrencia: cambiarle el nombre a la Isla de Cerralvo por la de el marinero e investigador Jacques Costeau.

Un plumazo y al otro día los babisuris ya son orgullosos habitantes de la Isla Costeau

Lo que hace el ocio ¿no?. ¡Adió!

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