Por el bulevar Pino Pallas, al empezar –o finalizar, según se vea- en el extremo cercano a la Cola de la Ballena, hay dos kilómetros lineales de ramas, árboles y arbustos que bordean la carretera, todo el margen cubierta de viejos y añosos pinos salados, detrás de ellos un bosque tupido de todo tipo de vegetación regional.
Todos los días pasamos por ahí y lo que se ve es maquinaria pesada que desprende los pinos salados de sus raíces; los “uña de gato” y los huizaches volteados al revés, con las raíces para arriba; la tremenda fuerza de la maquinaria pesada hace ver frágiles, debiluchos los mezquites que tan fuertes y correosos parecen cara a cara y al tacto. Ahora son leña, son gigantes muertos que en nombre del negocio, el interés pecuniario, la inversión, la creación de empleos, todas ellas actividades deseables, respetables y, dicen que también, productivas, ahí es donde uno se pregunta: ¿para quién?
Todos Los días pasamos por ahí. En el transcurso de esos dos kilómetros de vegetación típica, medio en broma medio en serio nos decíamos que hubiera sido una buena puntada hacer un Central Park, como el de Nueva York. Primero fue la tienda de origen norteamericano que vende ferretería, luego otra construcción que será un supermercado, ahora, parece que será una llamada “plaza” –que están muy de moda.
Todos los días pasamos por ahí y lo que se ve es maquinaria pesada que desprende los pinos salados de sus raíces; los “uña de gato” y los huizaches volteados al revés, con las raíces para arriba; la tremenda fuerza de la maquinaria pesada hace ver frágiles, debiluchos los mezquites que tan fuertes y correosos parecen cara a cara y al tacto. Ahora son leña, son gigantes muertos que en nombre del negocio, el interés pecuniario, la inversión, la creación de empleos, todas ellas actividades deseables, respetables y, dicen que también, productivas, ahí es donde uno se pregunta: ¿para quién?
Todos los días pasamos por ahí y nos imaginábamos a nuestro Central Park cruzados por senderos angostos de piedra, con juegos mecánicos para los pequeños; asadores, mesas y sillas de maderas típicas de la región, hasta de un teatro al aire libre, tarimas para la danza y un circuito para carreras pedestres. La zona mas agreste podría utilizarse para bicicross, patinaje y este tipo de deportes. Un circuito pavimentado para aerobics y paseos en bicicleta o simples paseos para estirar las piernas en medio del follaje. Todos los días que pasábamos por ahí, le agregábamos otra función, otro destino, otra capacida
d…y que tal quedaría ¿un museo?...y una piscina…y una cancha de tenis y así, en los pocos minutos que lo recorremos en auto. Todos los días pasamos por nuestro Central Park frustrado y nos preguntamos ¿Cómo es que los neoyorkinos conservan aun hectáreas y mas hectáreas verdes localizadas en el centro de la ciudad más cara, en la zona más onerosa metro por metro. Como no han tenido un alcalde que, al encontrarse en problemas económicos pudo haber vendido parte del parque o el parque entero para hacerse de recursos y para sanear la administración de la ciudad.
¿Cómo es que en el imperio yanqui –como le llama la vieja izquierda- no ha vendido el Central Park?, ese imperio del dinero, del negocio, el inventor del consumismo global, permiten que en la ciudad de Nueva York exista aun ese gran parque urbano público de 341 hectáreas de extensión situado en el distrito metropolitano de Manhattan. Un parque de forma rectangular y unas dimensiones de 4.000 m x 800 m, más grande que dos de las naciones más pequeñas del mundo; es casi dos veces más grande que Mónaco y casi ocho veces más que la Ciudad del Vaticano –según la Wiki-
¿Cómo es que en el imperio yanqui –como le llama la vieja izquierda- no ha vendido el Central Park?, ese imperio del dinero, del negocio, el inventor del consumismo global, permiten que en la ciudad de Nueva York exista aun ese gran parque urbano público de 341 hectáreas de extensión situado en el distrito metropolitano de Manhattan. Un parque de forma rectangular y unas dimensiones de 4.000 m x 800 m, más grande que dos de las naciones más pequeñas del mundo; es casi dos veces más grande que Mónaco y casi ocho veces más que la Ciudad del Vaticano –según la Wiki-
Pero los neoyorquinos aman a su ciudad. Aquellos carteles de yo –corazón- Nueva York que se popularizaron en los ochentas, salieron de ahí precisamente. A los neoyorquinos les importa su ciudad y protestan, igual que los parisinos y los madrileños.
Todos los días pasamos por ahí los paceños y vemos como son arrasadas con saña las 200 hectáreas de clorofila, oxígeno y de bienestar para los paceños, ignoro el tipo de bienestar concreto, pero era mejor, seguramente, tener ahí, para la vista, para el regocijo cotidiano nuestros uñas de gato, pinos salados, mezquites, huizaches, gobernadoras, palos de arco y demás ramas, árboles y arbustos que creíamos nuestros, pero tenían dueño, ahora tendrán otro, que nos construirá una mole de cemento y acero con algún nombre en inglés para que los paceños nos sintamos mas cosmopolitas y como más….progresistas.
2 comentarios:
Triste, muy triste, ver cada día cómo la mancha de cemento y construcciones de diversa índole, se extiende en lugar del breñal Sudcaliforniano.
Ya no encontraremos
los diseños sugeridos
por la sombra de los cactus
sobre la alfombra de arena
a pleno sol
o en noches de luna llena.
Serán solo eso,
una sombra en nuestro recuerdo.
Triste muy triste querido amigo Arturo. Leticia Garriga.
lot more place to watch....
Publicar un comentario