EL VERDULERO RUIDOSO, EL MEDICO Y EL AYUNTAMIENTO PACEÑO (Primera parte)
El doctor trabajaba en su consultorio en santa paz hasta que
llegó el vecino, el de la frutería de al lado, alguien que supone que entre más
decibeles imprime a las guapachosas melodías, el respetable tendrá mas apetito
de frutas y verduras. Una extraña teoría mercadotécnica preferente en las
aceras comerciales de La Paz, si no impulsada por el ayuntamiento, al menos,
protegida, quizás, como bien cultural. Tres tremendas bocinas montadas en un
tripié usa como arma letal. En la medida que tomates, aguacates y papayas
invaden la banqueta, también escala el ruido. Lo siguiente fue un micrófono con
el que arenga, voz en cuello, a aprovechar las ofertonas de dos por uno en
sandías y melones, sin faltar el repetitivo “Azote de los careros” como se autodenomina
el ruidoso verdulero. Después vuelve con alegría desbordante a los nostálgicos
Mike Laure, Chico Che, para regresar a la actualidad grupera y todo el catálogo de El Recodo desde Cruz Lizárraga al gordo
Preciado. Nunca se agota, el aparato sigue toca y toca.

El doctor, ahora se
tiene que estirar, atravesarse en el escritorio para poder escuchar la débil
voz del paciente disfónico; del que tiene febrícula, del que padece astenia y adinamia,
que apenas puede hablar. Como si estuviera en un antro, el médico observa los
gestos del paciente, el llanto de los niños, las muecas del doliente, la
ansiedad del hipertenso, pero no escucha sus palabras mientras los pasitos
duranguenses y bandas sinaloenses hacen que vibren tímpanos circunvecinos y los
cristales del gabinete.
Si apenas puede escuchar al paciente, ya tratar de escuchar
un sonido suave, tenue como el tono cardiaco, el murmullo de los pulmones, el
roce de las tripas o el refinado sonidito de un foco fetal, es misión
imposible. Ni hablar de un soplo cardiaco, de un frote pleural, del mate de
víscera maciza, del claro pulmonar, del timpánico intestinal. No puede
trabajar, ha tenido que abandonar el consultorio porque es imposible. Su error inicial
fue tratar de arreglar el asunto de forma civilizada. Se armó de valor y se
apersonó ante el verdulero ruidoso, le dijo que le bajara un poquito a su excelsa
música; craso tropezón, peor le fue, -ahora pa’ que se le quite lo mamón- la perilla del volumen anda en lo máximo.
El perfil psicológico del ruidoso no le permite acatar una
sugerencia por sutil que esta sea. El ruidoso suele ser fornido, fanfarrón; su
escolaridad es mínima – vende mansanas y auacates- le caen mal las personas como el médico -¿Qué
se cree este doctorcito?- repudia ese aire de falsa buena persona, esa delicadeza
fingida que tiene el doctor. El ruidoso tiene mejor carro, mejor casa, mejor
estéreo que el medicucho ese, la prueba que de poco sirve ir a la universidad.
El ruidoso no tiene escrúpulos, sabe que hacer con los inspectores, las
directrices municipales le tienen sin cuidado. Los vecinos saben que es inútil;
que ya han peregrinado por el organigrama municipal y no hay nada que hacer. El
ruidoso sabe que no está en Suiza, que todo vale. Ese pulso con los vecinos lo
ha ganado siempre.
Los que tienen que trabajar de noche para que otros duerman:
la enfermera que acaba de llegar de guardia, el velador que vive atrás, el
mesero que llega tarde a dormir; la muchacha del rímel corrido de labores non
sanctas, el policía que anoche laboró, el perito, el bombero, el cantinero,
todos ellos tienen que dormir pero no los deja el ruidoso que vende silantro y
sevolla. Ya era suficiente con el claxon del gas, con la musiquita del agua
electropura o los tamales se Doña Chonita que se anuncian con altavoz, pero al
menos son ruidos pasajeros; se despiertan y se vuelven a dormir, pero el
ruidoso verdulero no descansa, todo el día dale que dale con el reguetón, los
corridos, la banda ¿Qué vamos hacer, doctor? le dicen los vecinos al atribulado
médico que tampoco encuentra la puerta del sosiego. Algunos creen que el pobre
médico tiene aquella respetabilidad y la autoridad moral que tuvieron alguna
vez los médicos.

El doctor
que cree en las leyes, en la convivencia pacífica; que tiene cierta conciencia
social derivada de que estudió en la UNAM y alguna vez pensó que el socialismo,
el pensamiento de Marx, la Revolución cubana y las acciones del Che Guevara
eran parte del futuro de América Latina. De ahí le quedó el respeto por el
proletariado y la conciencia de clase. Pero el proletariado estridente lo tiene
al borde del estallido y desde hace rato piensa que la clase obrera a la menor
provocación se va al paraíso; el verdulero escandaloso le ha colmado la
paciencia, le ha chupado la alegría. Tanto derecho tiene “El azote de los
careros” a trabajar como los hijos de Hipócrates y a dormir los desvelados.
Revisa el Bando
de Policía y Buen Gobierno fechado en noviembre del 94, modificado el 2001, no
encuentra otro así que supone que es el vigente. Encuentra en el capítulo VIII DEL
ORDEN PUBLICO el ARTICULO 34 que dice “Son
contravenciones del Orden Público: VII. Operar aparatos amplificadores de
sonido en lugares públicos, establecimientos comerciales o vehículos,
emitiéndolo hacia la vía pública, sin el permiso correspondiente o
contraviniendo este”, además, abajo sigue con el VIII, aún más explícito: “Turbar la tranquilidad social con ruidos,
gritos, aparatos mecánicos, magna voces u otros semejantes”.

Una risita
maligna esbozó el médico, tenía la razón y las leyes de su parte, ahora vería
“El Azote de los careros” que las disposiciones municipales no se pueden saltar
así como así
El doctor se
armó de ciudadanía, cerró el consultorio y fue al ayuntamiento paceño. Lo que
sucedió ahí lo sabremos hasta que el doctor vuelva.
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