BLOG RENACENTISTA: MEDICINA, LITERATURA, POLITICA, RELIGION, POESIA, HISTORIA Y BAJA CALIFORNIA SUR. Inspirado desde esta rocosa península bañada por las aguas marinas tanto del Golfo de California como del Pacífico este blog es una "botella al mar" de una tierra por mucho tiempo ignorada.
jueves, 13 de junio de 2013
EL VERDULERO RUIDOSO, EL MEDICO Y EL AYUNTAMIENTO PACEÑO (Primera parte)
El doctor trabajaba en su consultorio en santa paz hasta que llegó el vecino, el de la frutería de al lado, alguien que supone que entre más decibeles imprime a las guapachosas melodías, el respetable tendrá mas apetito de frutas y verduras. Una extraña teoría mercadotécnica preferente en las aceras comerciales de La Paz, si no impulsada por el ayuntamiento, al menos, protegida, quizás, como bien cultural. Tres tremendas bocinas montadas en un tripié usa como arma letal. En la medida que tomates, aguacates y papayas invaden la banqueta, también escala el ruido. Lo siguiente fue un micrófono con el que arenga, voz en cuello, a aprovechar las ofertonas de dos por uno en sandías y melones, sin faltar el repetitivo “Azote de los careros” como se autodenomina el ruidoso verdulero. Después vuelve con alegría desbordante a los nostálgicos Mike Laure, Chico Che, para regresar a la actualidad grupera y todo el catálogo de El Recodo desde Cruz Lizárraga al gordo Preciado. Nunca se agota, el aparato sigue toca y toca.

El doctor, ahora se
tiene que estirar, atravesarse en el escritorio para poder escuchar la débil
voz del paciente disfónico; del que tiene febrícula, del que padece astenia y adinamia,
que apenas puede hablar. Como si estuviera en un antro, el médico observa los
gestos del paciente, el llanto de los niños, las muecas del doliente, la
ansiedad del hipertenso, pero no escucha sus palabras mientras los pasitos
duranguenses y bandas sinaloenses hacen que vibren tímpanos circunvecinos y los
cristales del gabinete.
Si apenas puede escuchar al paciente, ya tratar de escuchar un sonido suave, tenue como el tono cardiaco, el murmullo de los pulmones, el roce de las tripas o el refinado sonidito de un foco fetal, es misión imposible. Ni hablar de un soplo cardiaco, de un frote pleural, del mate de víscera maciza, del claro pulmonar, del timpánico intestinal. No puede trabajar, ha tenido que abandonar el consultorio porque es imposible. Su error inicial fue tratar de arreglar el asunto de forma civilizada. Se armó de valor y se apersonó ante el verdulero ruidoso, le dijo que le bajara un poquito a su excelsa música; craso tropezón, peor le fue, -ahora pa’ que se le quite lo mamón- la perilla del volumen anda en lo máximo.
El perfil psicológico del ruidoso no le permite acatar una
sugerencia por sutil que esta sea. El ruidoso suele ser fornido, fanfarrón; su
escolaridad es mínima – vende mansanas y auacates- le caen mal las personas como el médico -¿Qué
se cree este doctorcito?- repudia ese aire de falsa buena persona, esa delicadeza
fingida que tiene el doctor. El ruidoso tiene mejor carro, mejor casa, mejor
estéreo que el medicucho ese, la prueba que de poco sirve ir a la universidad.
El ruidoso no tiene escrúpulos, sabe que hacer con los inspectores, las
directrices municipales le tienen sin cuidado. Los vecinos saben que es inútil;
que ya han peregrinado por el organigrama municipal y no hay nada que hacer. El
ruidoso sabe que no está en Suiza, que todo vale. Ese pulso con los vecinos lo
ha ganado siempre.
Los que tienen que trabajar de noche para que otros duerman:
la enfermera que acaba de llegar de guardia, el velador que vive atrás, el
mesero que llega tarde a dormir; la muchacha del rímel corrido de labores non
sanctas, el policía que anoche laboró, el perito, el bombero, el cantinero,
todos ellos tienen que dormir pero no los deja el ruidoso que vende silantro y
sevolla. Ya era suficiente con el claxon del gas, con la musiquita del agua
electropura o los tamales se Doña Chonita que se anuncian con altavoz, pero al
menos son ruidos pasajeros; se despiertan y se vuelven a dormir, pero el
ruidoso verdulero no descansa, todo el día dale que dale con el reguetón, los
corridos, la banda ¿Qué vamos hacer, doctor? le dicen los vecinos al atribulado
médico que tampoco encuentra la puerta del sosiego. Algunos creen que el pobre
médico tiene aquella respetabilidad y la autoridad moral que tuvieron alguna
vez los médicos.

El doctor
que cree en las leyes, en la convivencia pacífica; que tiene cierta conciencia
social derivada de que estudió en la UNAM y alguna vez pensó que el socialismo,
el pensamiento de Marx, la Revolución cubana y las acciones del Che Guevara
eran parte del futuro de América Latina. De ahí le quedó el respeto por el
proletariado y la conciencia de clase. Pero el proletariado estridente lo tiene
al borde del estallido y desde hace rato piensa que la clase obrera a la menor
provocación se va al paraíso; el verdulero escandaloso le ha colmado la
paciencia, le ha chupado la alegría. Tanto derecho tiene “El azote de los
careros” a trabajar como los hijos de Hipócrates y a dormir los desvelados.
Revisa el Bando
de Policía y Buen Gobierno fechado en noviembre del 94, modificado el 2001, no
encuentra otro así que supone que es el vigente. Encuentra en el capítulo VIII DEL
ORDEN PUBLICO el ARTICULO 34 que dice “Son
contravenciones del Orden Público: VII. Operar aparatos amplificadores de
sonido en lugares públicos, establecimientos comerciales o vehículos,
emitiéndolo hacia la vía pública, sin el permiso correspondiente o
contraviniendo este”, además, abajo sigue con el VIII, aún más explícito: “Turbar la tranquilidad social con ruidos,
gritos, aparatos mecánicos, magna voces u otros semejantes”.

Una risita
maligna esbozó el médico, tenía la razón y las leyes de su parte, ahora vería
“El Azote de los careros” que las disposiciones municipales no se pueden saltar
así como así
El doctor se
armó de ciudadanía, cerró el consultorio y fue al ayuntamiento paceño. Lo que
sucedió ahí lo sabremos hasta que el doctor vuelva.
TRES MIL –PINCHES- PESOS
Tengo un amigo que ha ganado un certamen de cuento al que
convocó el órgano municipal que se dedica a promover la cultura. Mi amigo está
orgulloso, se siente bien; siente bien que sus letras, su imaginación, su
oficio, su técnica para contar una historia, tenga cierto reconocimiento; que
otros, un jurado bien calificado, encuentren en su obra valores dignos de ser
premiados. Es un buen escritor, podría decir que es un gran escritor, pero es
mi amigo y no sería objetivo.
Lo he felicitado por el triunfo de su obra y le he
preguntado –nada elegante- de cuanto es el monto económico del premio –3 mil
pesos- responde –pero no me los han pagado…aún- repone. Es difícil siquiera
pensar que alguien, un burócrata cultural, por más ignorante del esfuerzo que
significa la creación artística, cuando se organiza el certamen, ahí en la
larga mesa de su oficina, rodeado de colaboradores, expertos en estos
menesteres; mientras delinean las bases de la convocatoria, mientras eligen,
quizás el jurado que se chutará los cuentos para luego decidir el ganador y se mencione
la magra cifra que se le pagará al mejor, no repare en la miseria que son tres
mil –pinches- pesos. En ese momento, cuando se establece el precio del cuento
ganador ¿no les dará vergüenza al o la responsable de la cultura municipal que
está tasando un cuento con, quizás menos del 10 por ciento de su salario
mensual? solo por materializar el
precio.
¿Se puede evaluar con dinero el esfuerzo creativo?,
seguramente no, como muchas otras cosas que no tienen precio, pero si, al
menos, desde las razones por las que se realizan certámenes artísticos,
culturales o académicos que es, supongo, estimular la lectura, la creación literaria
–como en este caso- mostrar que el Estado asume su obligación de promocionar
los valores artísticos y culturales; provocar la búsqueda y reafirmación de la
identidad, de nuestra manera de ser, de nuestras tradiciones –el discurso puede
ser larguísimo al respecto- o, simplemente contar una buena historia –que ya es
bastante-. Si es cierto que el gobierno en turno busca todos estos valores
invaluables –como todos los valores morales- la estimación de tres mil pesos
–puestos en cualquier contexto- es muy poco; representa la desgana para
conseguir tales objetivos. El esfuerzo
económico es muy pequeño si se compara el premio con otros gastos del gobierno
como la obra material que tanto se festeja. Tres mil –pinches pesos- se los
gasta un funcionario de medio pelo en un día de viáticos.
Me encantaría saber cómo fue que se llegó a la conclusión que el ganador se merecía tres mil -pinches- pesos. Podría ser que hace muchos años, cuando se instituyó el certamen, entonces, la rueda de crisis e inflaciones del país estaba en una etapa donde 3 mil pesos eran 30 mil, solo que se les ha pasado, se les ha olvidado actualizar el premio a los costos actuales.
En el grosero plano material ¿Qué se puede comprar con tres
mil pesos? Un pasaje de avión al DF de ida pero no de vuelta; un traje finolis,
un estéreo buenón; el servicio de bocadillos de una inauguración de pavimento,
medio tanque de combustible del avión del secretario de finanzas; medio
castillo de varilla de pavimento hidráulico; dos días en un hotel de tres
estrellas. Tres mil pesos representan menos del 3 por ciento del sueldo mensual
de un diputado; el sueldo quincenal de un policía; con tres mil pesos se puede
pagar tenencia y revisado, seis tanques de gasolina, el mandado del mes y no
mucho más.
Si no creen en lo que hacen, mejor ni hacerlo porque darle
tres mil –pinches- pesos a quien gana un certamen de cuento es como hacerlo por
pura formalidad; para que forme parte de las estadísticas, del discurso a la
hora de los informes, para justificar presupuesto y cargo. Esos tres mil
–pinches- pesos son la muestra de la indolencia, el desinterés con la que se ve
desde arriba el fenómeno cultural; el desprecio a la creación artística…no
fuera pavimento…
Detrás del cuento de mi amigo –y de cualquiera que gane un
concurso- hay muchos años de lectura, numerosos papeles borroneados, cambios de
ideas, de palabras, de frases, de horas, días, de trabajo intelectual para
embonar palabra tras palabras, letra tras letra, comas, puntos. El cuento
requiere de una precisión tal que si una novela -para un escritor- es una
maratón, el cuento es una carrera de cien metros. Hacer cabriolas con el lenguaje
en un espacio muy limitado; contar una historia que contenga los elementos de
una novela: poner en situación al lector, conseguir un clímax de la acción con
un final escabroso, sorpresivo, revelador, nada fácil. Lo sabemos quienes lo
hemos intentado de manera infructuosa y admirado la maestría de Cortázar, de
Chejov, de Borges y más acá, de nuestro Fernando Escopinichi.
Tres mil pesos –finalmente- sirven también para invitar a
los amigos una gozosa cena con un buen vino, sabrosa conversación, por ejemplo,
pero sobre todo que el órgano cultural del municipio, al menos, entregue los
tres mil –pinches- pesos que ni siquiera han pagado.
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