apalería en general invadieron el sitio. Todos nos preguntábamos que sucedía hasta que la obra estuvo terminada y un día sin más, pudimos ver en pleno a la misteriosa obra de Narciso, era una fuente con chorros descomunales que bailaba al son que le tocaran.
La fuente bullía día y noche, se estiraba y se acortaba como
el célebre chorrito de Gabilondo Soler y así permaneció todo el sexenio hasta
que llegaron los actuales huéspedes del canterano palacio convertidos en
panistas; desapareció el amarillo chillante de edificios, uniformes y carros
oficiales que se cambió por el azul panista ante el regocijo de los vendedores
de pintura sexenales y, entre otras cosas,
la fuente se desvaneció. No hay más ruido y movimiento de agua, hoy la
fosa donde se levantaba la los acuosos chorros está llena de fierros, caños y
mangueras que ya muestran óxidos y mohos.
Ignoro las razones igual que la urgencia para levantar una
fuente en la explanada del palacio gubernamental o el simbolismo profundo que
guarda su construcción, pero también los motivos para abandonarla a su suerte.
Independientemente de los rencores y rivalidades que puedan albergar los
“mandamases” del estado tendrían que considerar que dicha fuente está fabricada
con dinero de los contribuyentes y que su uso, igual que en cualquier ciudad
que pretende embellecerse –con todo lo que eso significa- merecería que se
pusiera en funcionamiento, total, ya está ahí, hay que disfrutarla.
Pero no, no sucede así quizás porque los que ganaron las
elecciones son ahora los dueños de fuentes y vidas y ya sabrán lo que hacen. Lo
cierto es que todas las ciudades –que se precien de serlo- tienen este tipo de
ornatos y en algunas ciudades, hay fuentes famosas como la de Canaletas en
Barcelona, la de Trevi en Roma o la de Diana Cazadora en Ciudad de México; más
acá, la Minerva en Guadalajara, muchas ciudades poseen fuentes que luego, por
otras razones, se hacen célebres y aunque la fuente de Narciso ha sido, quizás
hasta un capricho del exgobernador, como todas las fuentes arriba mencionadas, embellecen, emperifollan, dan personalidad a
la ciudad, en fin, la fuente hace bien a
La Paz y ningún estorbo.
Se vuelve sobre las malas costumbres de la inauguración del ”fuego nuevo”, algo que el PRI hacía por
razones de sobrevivencia: enterrar, borrar todo lo que oliera a gobierno
anterior, para iniciar el “nuevo” cuando todo mundo sabía que era uno solo. Pero
el PRI que ya se caía de viejo, necesitaba nuevos argumentos: hacía enemigo al gobierno anterior –que
siempre salía por la puerta de atrás- y entonces, el “nuevo”, producía el
efecto de la esperanza porque se habían ido los malos y llegaban los buenos,
que a la postre, como sabemos, salían peor. El PRI produjo en BCS una sucesión
descendente: en la percepción ciudadana, el gobierno de Alvarado fue menos
bueno que el de Mendoza, el de Liceaga fue peor que el de Alvarado y el de
Mercado –hasta ahí llegaron- fue nefasto, mucho peor que el de Liceaga, que ya
es decir.
Es obvio que la idea de enterrar el gobierno anterior para
que brille el nuevo, no es nueva.
Pero en el caso del gobierno perredista de
Narciso Agúndez, ni necesidad había de enterrarlo porque se enterró solo: perdió
las elecciones por paliza, salió desprestigiado y hasta a la cárcel fue a dar. La idea de suprimir
la fuente –solo porque se hizo en el periodo narcicístico- no es solo pueril, simplona, sino que también afecta
la vista de la ciudad; al entorno agradable que produce el ruido del agua para
quienes vivimos en el desierto.
Por otro lado, es claro que persiste la idea que las obras
son de los gobernantes que las encargaron o que se erigieron durante su
periodo, las placas alusivas que colocan
en las obras públicas son verdaderas egotecas que soban la vanidad y algunas
llegan al colmo de la pedantería. Como si no supiéramos que después, una vez
finalizado su sexenio o cuatrienio y medio, cuando ya no tiene posibilidade$ de controlar a los mismos que
los ensalzaron; cuando ya no hay contención
de los medios –porque hay fuego nuevo, precisamente- empiezan a caer los
ditirambos para ser, de nuevo, no solo comunes y corrientes sino que hasta
delincuentes. Hemos visto como el gobernador Agúndez, hace unos meses descorría
con jactancia, la cortinilla que cubría la placa metálica en la inauguración de
una obra que lo podía llevar a la rotonda o al CERESO.
La fuente no funciona, está seca y al punto de herrumbre, la
gente pasa y ve la fosa de fierros y mangueras retorcidas, tostadas por el sol;
los surtidores estropeados de una obra abandonada, derruida; no se observan
trazas de reparaciones, tampoco está desmantelada, está ahí, como una prueba de
la carencia de institucionalidad, de la falta de continuidad en asuntos de
gobierno, peor aún, la artimaña huele
más a sevicia, a ensañamiento, sentimientos poco edificantes, muy alejados de
las virtudes sudcalifornianas y de su prédica institucional.
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