Fueron obsequiados con las mejores viandas, descansaron y luego todo el grupo de Liguí y Guillén se sumaron al desmonte y levantamiento y hasta en las expediciones al interior. Pasaron ahí la Navidad en la que se acercaron grupos de guaycuras –ya con mas confianza- y llegaron a bautizar cerca de cuarenta inditos.
El Año Nuevo, el Padre Bravo mandó matar 3 vacas y armaron tremendo pachangón, comieron carne asada y los indios lauretanos sorprendieron con su habilidad culinaria pues en un terraplén de grava, colocaron una gran cantidad de almejas, a las cuales les agregaron yerbas aromáticas para después cubrirlas con varas secas que fueron encendidas en una fugaz lumbrada. Las almejas tomaron un sabor digno de los mejores y más regios banquetes europeos.
Cuando tomó forma el establecimiento, fueron llegando a La Paz tanto indios del interior como de las islas a los que el Padre Jaime Bravo amistó, alimentó e instó a que le ayudaran a levantar la edificaciones que formarían la misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, de todo esto fueron testigos en su estancia, el Padre Guillén y sus acompañantes....pero había qu regresar de nuevo a Malibat (Liguí).
Se decidió el retorno para el Día de Reyes - 6 de enero de 1721- ese día amaneció lloviendo y tuvieron que esperar hasta el día 10 en que mulas y vituallas fueron llevadas en canoas hasta la terminación de la bahía, de ahí en adelante, Guillén tomó de nuevo el camino andado y durante casi una semana repasó senderos conocidos. Pero Guillén quería explorar hacia otros parajes y con ayuda de sus indios preguntaba en las rancherías por lugares con agua y pastos.
A medida que se apartaba del camino ya conocido, las rancherías y grupos de indios se hacían más hostiles, especialmente los de la región de Aripes. Algunos recibían regalos pero se negaban a guiarlos; otros, simplemente huían hacia las serranías y otros los seguían a cierta distancia, pero no se acercaban mientras de cerro a a cerro se comunicaban con gritos y silbidos incomprensibles para Guillén y su gente que se mantenía en tensión constante.
Cuando tomó forma el establecimiento, fueron llegando a La Paz tanto indios del interior como de las islas a los que el Padre Jaime Bravo amistó, alimentó e instó a que le ayudaran a levantar la edificaciones que formarían la misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, de todo esto fueron testigos en su estancia, el Padre Guillén y sus acompañantes....pero había qu regresar de nuevo a Malibat (Liguí).
Se decidió el retorno para el Día de Reyes - 6 de enero de 1721- ese día amaneció lloviendo y tuvieron que esperar hasta el día 10 en que mulas y vituallas fueron llevadas en canoas hasta la terminación de la bahía, de ahí en adelante, Guillén tomó de nuevo el camino andado y durante casi una semana repasó senderos conocidos. Pero Guillén quería explorar hacia otros parajes y con ayuda de sus indios preguntaba en las rancherías por lugares con agua y pastos.
A medida que se apartaba del camino ya conocido, las rancherías y grupos de indios se hacían más hostiles, especialmente los de la región de Aripes. Algunos recibían regalos pero se negaban a guiarlos; otros, simplemente huían hacia las serranías y otros los seguían a cierta distancia, pero no se acercaban mientras de cerro a a cerro se comunicaban con gritos y silbidos incomprensibles para Guillén y su gente que se mantenía en tensión constante.
Cuenta Guillén que al llegar a un poblado prequeño, un indio se mantenía a cierta, pero seguramente deseaba ser regalado de comida, Guillén se acerca y le insta a unirse al grupo para comer, el indio responde algo que Guillén no comprende por lo que se dirige a los indios amigos y traductores que no aguantan la risa, finalmente Guillén y los españoles sonríen al escuchar las razones por las que el indio no quiere acceder al poblado "dice que ahí tiene muchos suegros"- tradujeron los lauretanos.
Poco a poco se dieron cuenta que los indios que encontraron a su paso les mentían acerca de los rumbos y direcciones a tomar. El sábado 18 de enero tuvieron el primer desencuentro franco: una legua antes de llegar a una ranchería, salieron a su encuentro varios indios que los invitaron a correr. Guillén sabía que llegar corriendo a toda velocidad y probar su capacidad muscular era una manera de iniciar amistad, pero le pareció sospechosa la invtación puesto que los anfitriones no se mostraban muy amables y la invitación parecía mas un udo reto que un rito amistoso. Guillén les comentó que venían muy cansados, que habían caminado muchas leguas; que había que seguir aún muchas leguas y que, además, ya estaban certificados de su amistad. Tal respuesta no gustó a los anfitriones que se negaron a recibir alimento que Guillén les regalaba. Sin embargo permenecían cerca del contingente. Así, ambos contingentes se mantenían en guardia mientras avanzaban por las veredas.
Cuando llegaron a Pameraquí, se sumaron una mayor cantidad de indios hostiles que se acercaban a la expedición. Al tratar de salir de la ranchería de Pameraquí, la expedición se encontraba rodeada por unos setenta indios que les instaban se fueren por veredas peligrosas. El cabo español, a lomo de caballo, les respondió que fuesen adelante, que dejaran el camino libre, a esto, un indio se molestó y dio con su arco un fuerte piquete al caballo que acusó con un salto el dolor; otro indio hizo lo mismo con otro caballo y estos amenazaron con desbocarse. Los indios hostiles se acercaban a los indios amigos y les preguntaban “¿poque no traen arcos?, ¿son mujeres?”; otros comentaban entre ellos “tienen miedo”, “si tienen miedo ¿para que vienen a nuestras tierras?”.
Así, en este ambiente caminaron todo el día. “con tan pesada compañía -narra en su diario Clemente Guillén- llegamos a Aripité. Los indios se mostraban sospechosamente amables y se acomidieron, después de recibir regalos, a guiar a la expedición, por mejores caminos, mientras los facinerosos se agrupaban y parecían discutir la manera de atacar al contingente de Guillén. Al salir de la ranchería “vimos un planta de pitahaya toda destrozada, hecha añicos y de ella algunos pedacillos mayores estaban clavados contra el suelo con estacas y palos aguzados; lo que interpretaron nuestros indios amigos y españoles prácticos ser hecho a fin de declararnos enemigos y rompernos guerra”. La expedición sigió su camino sin volver la vista atrás y no pararon hasta después de caminar 12 leguas a causa del cansancio de bestias y personal y fue hasta la madrugada del 19 de enero que empezarían a reconocer parajes de indios amigos como los de Cudemé y los de San Cosme Chirigaguí, aun así, tales indios no se acercaron a la expedición, “quizás por miedo o por traición”.
Cuando llegaron a Pameraquí, se sumaron una mayor cantidad de indios hostiles que se acercaban a la expedición. Al tratar de salir de la ranchería de Pameraquí, la expedición se encontraba rodeada por unos setenta indios que les instaban se fueren por veredas peligrosas. El cabo español, a lomo de caballo, les respondió que fuesen adelante, que dejaran el camino libre, a esto, un indio se molestó y dio con su arco un fuerte piquete al caballo que acusó con un salto el dolor; otro indio hizo lo mismo con otro caballo y estos amenazaron con desbocarse. Los indios hostiles se acercaban a los indios amigos y les preguntaban “¿poque no traen arcos?, ¿son mujeres?”; otros comentaban entre ellos “tienen miedo”, “si tienen miedo ¿para que vienen a nuestras tierras?”.
Así, en este ambiente caminaron todo el día. “con tan pesada compañía -narra en su diario Clemente Guillén- llegamos a Aripité. Los indios se mostraban sospechosamente amables y se acomidieron, después de recibir regalos, a guiar a la expedición, por mejores caminos, mientras los facinerosos se agrupaban y parecían discutir la manera de atacar al contingente de Guillén. Al salir de la ranchería “vimos un planta de pitahaya toda destrozada, hecha añicos y de ella algunos pedacillos mayores estaban clavados contra el suelo con estacas y palos aguzados; lo que interpretaron nuestros indios amigos y españoles prácticos ser hecho a fin de declararnos enemigos y rompernos guerra”. La expedición sigió su camino sin volver la vista atrás y no pararon hasta después de caminar 12 leguas a causa del cansancio de bestias y personal y fue hasta la madrugada del 19 de enero que empezarían a reconocer parajes de indios amigos como los de Cudemé y los de San Cosme Chirigaguí, aun así, tales indios no se acercaron a la expedición, “quizás por miedo o por traición”.
Continuaron el día 20 y 21 por rancherías conocidas – Guerecuaná, Aenatá, Quepo, Quatiquié, Onduchah, Anyaichirí y Candapán- las cuales se encontraban deshabitadas. Fue hasta el miércoles 22 que llegaron a Santa Cruz Udaré, de donde eran naturales tres de los indios expedicionarios, que fueron recibidos por los parientes con gran regocijo. Se encontraba de visita el cacique de Anyaichirí a quien “refirieron los tres amigos los indicios que tuvimos del mal ánimo de la gente de Pemeraquí y Aripité”. El cacique, para mostrar sus respetos y su parcialidad a favor del Padre Clemente
Guillén y su expedición, en el silencio de la noche, hizo un enérgico conjuro contra los hostiles aripitinos y pemeraquienses: flechas, lanzas ardientes, tizones que chocaban entre si iluminaron la noche, potentes movimientos de animal salvaje; gritos de guerra, de reto y reclamo, beligerantes aullidos que se perdieron en el corazón de las tinieblas, surcaron el aire en algún paraje al sur de Loreto, ya muy cerca de Liguí-, tan cerca que, al otro día, el 23 de enero de 1721, el Padre Clemente Guillén y su contingente regresaban sanos y salvos, a la misión de San Juan Malibat de la que habían salido un 11 de noviembre de 1720.
Como se sabe, la misión de Malibat ya no existe. Debido a la escasez y las epidemias, fue cambiada a Nuestra Señora de los Dolores, lugar que el propio Guillén descubrió en su viaje de ida y vuelta a la Bahía de La Paz.
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