jueves, 13 de junio de 2013

EL VERDULERO RUIDOSO, EL MÉDICO Y EL AYUNTAMIENTO PACEÑO (Segunda parte)



Nos quedamos en que vecinos del verdulero ruidoso que se encuentra en las calles de Cabildo y 5 de mayo no soportan tanto ruido pero que le temen al veleidoso comerciante. El doctor –uno de los afectados- transfigurado en héroe por aclamación popular, es aupado por las víctimas del verdulero para que con su “influencia” acuda al ayuntamiento paceño y ponga en juego sus contactos, su don de palabra, su representación social, con el fin de frenar el contaminante ruido que sale de las enormes bocinas del escandaloso banquetero.


El doctor, todo un ciudadano, que solo va armado por la razón que se encuentra contenida en el Bando de Policía y Buen Gobierno (BP y BG). Así, acude a la sede del ayuntamiento paceño, llega a la explanada y se dispone a buscar un módulo de información. Apenas otea el horizonte cuando se encuentra con el Sergio Bautista –que mejor información- piensa el facultativo. El Sergio bautista es casi un cronista de la ciudad, conoce todo lo que hay que conocer de La Paz; de ágil y amena conversación, memorioso como pocos, de inmediato se introducen en el tema, el doctor le expone su pesar, Bautista ni siquiera le deja concluir su alocución –No hay nada que hacer- dice con pesadumbre. Baja los ojos y cuenta una y otra anécdota acerca de casos similares al del doctor. Cuenta que después de peregrinar de oficina en oficina, parece que no hay quien responda por las disposiciones del BP y BG.


El pesimismo de Bautista no habría de arredrar la fe que el médico tiene en las instituciones. En camino al edificio edilicio encuentra a una conocida que trabaja en el corazón del ayuntamiento. Repite la historia del verdulero ruidoso que no le deja trabajar en paz, en vez de ayudar a buscar donde resolver el asunto, la empleada del ayuntamiento lo recibe con la noticia de que el cabildo está a punto de aprobar una ley en la que se podrán permitir 70 decibeles de ruido público. –No puede ser- exclama el facultativo y ambos, casi al unísono se preguntan –¿sabrán los responsables cuanto de ruido son 70 decibeles?. Por lo visto, no.


Mas pesares, más dificultades encuentra en el recorrido. Por artes del destino se encuentra a un alto funcionario del ayuntamiento al que después de saludar de manera respetuosa, aprovecha el facultativo para explicarle sus desdichas con el escandaloso verdulero. Presto el funcionario, le indica que acuda a la oficina de Puestos Fijos y Semifijos -en aquella puerta- apunta con diligencia. Se apersona en la mencionada oficina y una vez que se desocupa la empleada del mostrador, vuelve a contar la misma historia. Cuando termina su disertación, la empleada que se distraía mientras el médico explicaba sus pesadumbres, concluye que no es en esa oficina donde se arreglan los asuntos de los ruidosos verduleros. –es en Espectáculos- y agrega –en la puerta de enseguida-


Prosigue su caminata hasta la oficina de Espectáculos. Hay mucho tráfico en la oficina de Espectáculos. Espera hasta que una empleada queda libre para volver a contar su asunto. –me envían de Puestos Fijos y Semifijos, apenas va a la mitad cuando saca una libreta y empieza a preguntar datos. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Como? Todo se le responde. –muy bien- dice en forma de despedida, se da la vuelta y deja al quejumbroso parado y en ascuas. –señorita- dice tímidamente que va a pasar con mi asunto?- La señorita regresa y trata de explicar algo mas o menos así: -vamos a llamar al inspector de la zona para que revise la situación, una vez que esto suceda, el inspector traerá un informe detallado que servirá para tomar una determinación respecto del asunto que usted acaba de explicar. – ¿Cuánto tarda el procedimiento? -pregunta descorazonado el facultativo. –depende- es la respuesta y como intuyendo la siguiente y obligada cuestión, añade –depende de que el inspector ande por la zona-.


Poco satisfecho con sus gestiones, el médico acude con un amigo que trabaja en el Ayuntamiento. Su amigo habla con un director de algo –a ver si te ayuda- dice. En efecto, a la media hora el médico recibe una llamada, es la secretaria del director –dice el director que elabore una queja por escrito- y le explica los detalles, los elementos que debe llevar la denuncia -deme su correo electrónico para enviarle un formato- Hasta la fecha el médico está esperando el formato que la secretaria del director le habría de enviar.


El verdulero y su ruido siguen tan campantes. El médico ha utilizado las redes sociales, ha recibido decenas de respuestas y todas son deprimentes –No hay nada que hacer- parece ser la objeción general. De lo poco que se puede hacer es: no darles el voto para sus próximas aventuras políticas y escribir dos artículos pesimistas en Octavo Día.


EL VERDULERO RUIDOSO, EL MEDICO Y EL AYUNTAMIENTO PACEÑO (Primera parte)

El doctor trabajaba en su consultorio en santa paz hasta que llegó el vecino, el de la frutería de al lado, alguien que supone que entre más decibeles imprime a las guapachosas melodías, el respetable tendrá mas apetito de frutas y verduras. Una extraña teoría mercadotécnica preferente en las aceras comerciales de La Paz, si no impulsada por el ayuntamiento, al menos, protegida, quizás, como bien cultural. Tres tremendas bocinas montadas en un tripié usa como arma letal. En la medida que tomates, aguacates y papayas invaden la banqueta, también escala el ruido. Lo siguiente fue un micrófono con el que arenga, voz en cuello, a aprovechar las ofertonas de dos por uno en sandías y melones, sin faltar el repetitivo “Azote de los careros” como se autodenomina el ruidoso verdulero. Después vuelve con alegría desbordante a los nostálgicos Mike Laure, Chico Che, para regresar a la actualidad grupera y todo el  catálogo de El Recodo desde Cruz Lizárraga al gordo Preciado. Nunca se agota, el aparato sigue toca y toca.


 El doctor, ahora se tiene que estirar, atravesarse en el escritorio para poder escuchar la débil voz del paciente disfónico; del que tiene febrícula, del que padece astenia y adinamia, que apenas puede hablar. Como si estuviera en un antro, el médico observa los gestos del paciente, el llanto de los niños, las muecas del doliente, la ansiedad del hipertenso, pero no escucha sus palabras mientras los pasitos duranguenses y bandas sinaloenses hacen que vibren tímpanos circunvecinos y los cristales del gabinete.

Si apenas puede escuchar al paciente, ya tratar de escuchar un sonido suave, tenue como el tono cardiaco, el murmullo de los pulmones, el roce de las tripas o el refinado sonidito de un foco fetal, es misión imposible. Ni hablar de un soplo cardiaco, de un frote pleural, del mate de víscera maciza, del claro pulmonar, del timpánico intestinal. No puede trabajar, ha tenido que abandonar el consultorio porque es imposible. Su error inicial fue tratar de arreglar el asunto de forma civilizada. Se armó de valor y se apersonó ante el verdulero ruidoso, le dijo que le bajara un poquito a su excelsa música; craso tropezón, peor le fue, -ahora pa’ que se le quite lo mamón-  la perilla del volumen anda en lo máximo.


El perfil psicológico del ruidoso no le permite acatar una sugerencia por sutil que esta sea. El ruidoso suele ser fornido, fanfarrón; su escolaridad es mínima – vende mansanas y auacates-  le caen mal las personas como el médico -¿Qué se cree este doctorcito?- repudia ese aire de falsa buena persona, esa delicadeza fingida que tiene el doctor. El ruidoso tiene mejor carro, mejor casa, mejor estéreo que el medicucho ese, la prueba que de poco sirve ir a la universidad. El ruidoso no tiene escrúpulos, sabe que hacer con los inspectores, las directrices municipales le tienen sin cuidado. Los vecinos saben que es inútil; que ya han peregrinado por el organigrama municipal y no hay nada que hacer. El ruidoso sabe que no está en Suiza, que todo vale. Ese pulso con los vecinos lo ha ganado siempre.


Los que tienen que trabajar de noche para que otros duerman: la enfermera que acaba de llegar de guardia, el velador que vive atrás, el mesero que llega tarde a dormir; la muchacha del rímel corrido de labores non sanctas, el policía que anoche laboró, el perito, el bombero, el cantinero, todos ellos tienen que dormir pero no los deja el ruidoso que vende silantro y sevolla. Ya era suficiente con el claxon del gas, con la musiquita del agua electropura o los tamales se Doña Chonita que se anuncian con altavoz, pero al menos son ruidos pasajeros; se despiertan y se vuelven a dormir, pero el ruidoso verdulero no descansa, todo el día dale que dale con el reguetón, los corridos, la banda ¿Qué vamos hacer, doctor? le dicen los vecinos al atribulado médico que tampoco encuentra la puerta del sosiego. Algunos creen que el pobre médico tiene aquella respetabilidad y la autoridad moral que tuvieron alguna vez los médicos.


El doctor que cree en las leyes, en la convivencia pacífica; que tiene cierta conciencia social derivada de que estudió en la UNAM y alguna vez pensó que el socialismo, el pensamiento de Marx, la Revolución cubana y las acciones del Che Guevara eran parte del futuro de América Latina. De ahí le quedó el respeto por el proletariado y la conciencia de clase. Pero el proletariado estridente lo tiene al borde del estallido y desde hace rato piensa que la clase obrera a la menor provocación se va al paraíso; el verdulero escandaloso le ha colmado la paciencia, le ha chupado la alegría. Tanto derecho tiene “El azote de los careros” a trabajar como los hijos de Hipócrates y a dormir los desvelados.
 Revisa el Bando de Policía y Buen Gobierno fechado en noviembre del 94, modificado el 2001, no encuentra otro así que supone que es el vigente. Encuentra en el capítulo VIII DEL ORDEN PUBLICO el ARTICULO 34 que dice “Son contravenciones del Orden Público: VII. Operar aparatos amplificadores de sonido en lugares públicos, establecimientos comerciales o vehículos, emitiéndolo hacia la vía pública, sin el permiso correspondiente o contraviniendo este”, además, abajo sigue con el VIII, aún más explícito: “Turbar la tranquilidad social con ruidos, gritos, aparatos mecánicos, magna voces u otros semejantes”.


Una risita maligna esbozó el médico, tenía la razón y las leyes de su parte, ahora vería “El Azote de los careros” que las disposiciones municipales no se pueden saltar así como así
 El doctor se armó de ciudadanía, cerró el consultorio y fue al ayuntamiento paceño. Lo que sucedió ahí lo sabremos hasta que el doctor vuelva.


TRES MIL –PINCHES- PESOS



Tengo un amigo que ha ganado un certamen de cuento al que convocó el órgano municipal que se dedica a promover la cultura. Mi amigo está orgulloso, se siente bien; siente bien que sus letras, su imaginación, su oficio, su técnica para contar una historia, tenga cierto reconocimiento; que otros, un jurado bien calificado, encuentren en su obra valores dignos de ser premiados. Es un buen escritor, podría decir que es un gran escritor, pero es mi amigo y no sería objetivo.

Lo he felicitado por el triunfo de su obra y le he preguntado –nada elegante- de cuanto es el monto económico del premio –3 mil pesos- responde –pero no me los han pagado…aún- repone. Es difícil siquiera pensar que alguien, un burócrata cultural, por más ignorante del esfuerzo que significa la creación artística, cuando se organiza el certamen, ahí en la larga mesa de su oficina, rodeado de colaboradores, expertos en estos menesteres; mientras delinean las bases de la convocatoria, mientras eligen, quizás el jurado que se chutará los cuentos para luego decidir el ganador y se mencione la magra cifra que se le pagará al mejor, no repare en la miseria que son tres mil –pinches- pesos. En ese momento, cuando se establece el precio del cuento ganador ¿no les dará vergüenza al o la responsable de la cultura municipal que está tasando un cuento con, quizás menos del 10 por ciento de su salario mensual?  solo por materializar el precio.


¿Se puede evaluar con dinero el esfuerzo creativo?, seguramente no, como muchas otras cosas que no tienen precio, pero si, al menos, desde las razones por las que se realizan certámenes artísticos, culturales o académicos que es, supongo,  estimular la lectura, la creación literaria –como en este caso- mostrar que el Estado asume su obligación de promocionar los valores artísticos y culturales; provocar la búsqueda y reafirmación de la identidad, de nuestra manera de ser, de nuestras tradiciones –el discurso puede ser larguísimo al respecto- o, simplemente contar una buena historia –que ya es bastante-. Si es cierto que el gobierno en turno busca todos estos valores invaluables –como todos los valores morales- la estimación de tres mil pesos –puestos en cualquier contexto- es muy poco; representa la desgana para conseguir tales objetivos.  El esfuerzo económico es muy pequeño si se compara el premio con otros gastos del gobierno como la obra material que tanto se festeja. Tres mil –pinches pesos- se los gasta un funcionario de medio pelo en un día de viáticos.

Me encantaría saber cómo fue que se llegó a la conclusión que el ganador se merecía tres mil  -pinches- pesos. Podría ser que hace muchos años, cuando se instituyó el certamen, entonces, la rueda de crisis e inflaciones del país estaba en una etapa donde 3 mil pesos eran 30 mil, solo que se les ha pasado, se les ha olvidado actualizar el premio a los costos actuales.


En el grosero plano material ¿Qué se puede comprar con tres mil pesos? Un pasaje de avión al DF de ida pero no de vuelta; un traje finolis, un estéreo buenón; el servicio de bocadillos de una inauguración de pavimento, medio tanque de combustible del avión del secretario de finanzas; medio castillo de varilla de pavimento hidráulico; dos días en un hotel de tres estrellas. Tres mil pesos representan menos del 3 por ciento del sueldo mensual de un diputado; el sueldo quincenal de un policía; con tres mil pesos se puede pagar tenencia y revisado, seis tanques de gasolina, el mandado del mes y no mucho más.

Si no creen en lo que hacen, mejor ni hacerlo porque darle tres mil –pinches- pesos a quien gana un certamen de cuento es como hacerlo por pura formalidad; para que forme parte de las estadísticas, del discurso a la hora de los informes, para justificar presupuesto y cargo. Esos tres mil –pinches- pesos son la muestra de la indolencia, el desinterés con la que se ve desde arriba el fenómeno cultural; el desprecio a la creación artística…no fuera pavimento…

Detrás del cuento de mi amigo –y de cualquiera que gane un concurso- hay muchos años de lectura, numerosos papeles borroneados, cambios de ideas, de palabras, de frases, de horas, días, de trabajo intelectual para embonar palabra tras palabras, letra tras letra, comas, puntos. El cuento requiere de una precisión tal que si una novela -para un escritor- es una maratón, el cuento es una carrera de cien metros. Hacer cabriolas con el lenguaje en un espacio muy limitado; contar una historia que contenga los elementos de una novela: poner en situación al lector, conseguir un clímax de la acción con un final escabroso, sorpresivo, revelador, nada fácil. Lo sabemos quienes lo hemos intentado de manera infructuosa y admirado la maestría de Cortázar, de Chejov, de Borges y más acá, de nuestro Fernando Escopinichi.
Tres mil pesos –finalmente- sirven también para invitar a los amigos una gozosa cena con un buen vino, sabrosa conversación, por ejemplo, pero sobre todo que el órgano cultural del municipio, al menos, entregue los tres mil –pinches- pesos que ni siquiera han pagado.