domingo, 10 de abril de 2011

NUEVA EPOCA

Se Cierra el círculo que empezó en 1999 con un movimiento social que encabezara Leonel Cota Montaño, que logró, al fin, la capitulación del PRI. Se desgastaba el partido de estado y con los neoperredistas se encumbraba un nuevo grupo en el poder con denominación de izquierda que prometía mejores gobiernos para BCS. Así fue. Leonel Cota asumió con un bono democrático derivado del apoyo abundante del electorado en las urnas, de la clamorosa e incuestionable derrota del PRI y del discurso populista, como todo populismo, esperanzador.


No lo hizo mal, casi de manera inmediata se observaron grandes transformaciones en BCS. Enamorado del poder, gobernó con mano de hierro, de manera hiperactiva fue gobernador de tiempo completo, omnipresente y todopoderoso. Su gobierno trascendió el Mar de Cortés, se relacionó con quien podría ser –en ese tiempo- el nuevo presidente, Andrés M. López Obrador y poco antes que finalizara su sexenio, se fue a buscar fortuna a las grandes ligas de la política nacional. La derrota traumática del tabasqueño supuso, para Leonel Cota, un tobogán en el que se ha desplazado de manera consistente hasta llegar a la situación actual: una ostensible indigencia política, impensable para los tiempos de oropel que le tocó vivir.


De los momentos radiantes de poder omnímodo surgió Narciso Agúndez. Cota Montaño Había hecho un buen gobierno, su calificación y aceptación popular era elevada, podía, con la mano en la cintura, señalar e impulsar a su sucesor. Nadie se le opuso, pero nadie sabe explicar las razones, las cualidades que Cota Montaño encontró en Narciso Agúndez. Si lo que buscaba era un tipo manejable y dócil, que permitiera la trascendencia transexenal del poder, es obvio que no atinó. Narciso Agúndez quizás oyó y aceptó las primeras órdenes y sugerencias de exgobernador, pero poco a poco se fue alejando de su dominio, la separación fue inminente. Al final llegaría el choque público nada amistosos que se suscitó con motivo de la selección de candidatos del PRD en el pasado proceso electoral.


Hay una nada despreciable obra pública de Narciso Agúndez, sin embargo, todo parece indicar - por las votaciones en contra de su partido y candidato, las rechiflas públicas y los rumores de enriquecimiento personal y de sus más cercanos colaboradores que Narciso Agúndez saldrá por la puerta de atrás. Existen hechos comprobables como la deuda pública de cerca de 3 mil millones, intervención manipuladora en la UABCS y en el poder judicial, utilización del erario en gastos no prioritarios y gestos impopulares que han exacerbado el rechazo de Narciso Agúndez y por supuesto, a su partido.




Entonces, de aquel PRD triunfante del 99, poco queda, en su declive solo ha cosechado dos alcaldías y cuatro posiciones en el congreso. Parece estar en ruinas. No ha habido reacciones significativas del perredismo, apenas un acto de contrición ambiguo y enigmático –todo un galimatías- que escribiera Adrián Chávez como forma de explicación de los resortes íntimos que llevaron al PRD, a perder el poder. Todo parece indicar que ha terminado una época y empieza otra; que el grupo político que gobernó dos sexenios está a punto de la descomposición total. Ya hacen sus maletas los oportunistas que en etapas triunfantes se hicieron pasar por izquierdistas, mientras en el otro lado del espectro político, el PAN, un partido sin pena ni gloria en BCS, se empieza a llenar de los mismos oportunistas que alguna vez colmaron al PRD.


PAN y la nueva época. Igual que el PRD en algún tiempo, el PAN hasta hace unos meses no suscitaba ningún entusiasmo. Poco se sabía del partido que representa los intereses de la derecha. Las únicas referencias al PAN en los medios, eran las frecuentes salidas de tono entre la dirección estatal panista y el Senador Coppola en la lucha por el partido, por lo demás, habían sido las delegaciones federales la única presencia del PAN en el Estado. Parecía que en Sudcalifornia no había conservadores. Con la adquisición de Covarrubias, con el triunfo electoral, con el poder tangencial que han conseguido al suministrar sus siglas, el PAN parece revivido. Los “panistas”, que han llenado las oficinas antes desiertas, sienten que han triunfado y que el poder también les pertenece. La misma operación que el PRD realizó cuando llegaron al poder mediante un candidato de otro partido. Al tiempo deberán darse cuenta que quien llegó al poder fue Marcos Covarrubias y su grupo pero no el PAN. Las cuentas que tienden a sacar los, ahora numerosos panistas, es cuánto vale -en términos de posiciones en el nuevo gobierno- el empréstito de símbolos y abreviaturas.


Tan habituados estamos al travestismo político que casi ni se nota que hace unos meses, Covarrubias era un izquierdista, que fungía como diputado federal por un partido –of course- de izquierda, tenía –es una suposición- un ideario, un programa de gobierno, unos planes, una manera de pensar que contrastaba con la actual. Una vez que no solo ha pasado como candidato, sino que se ha afiliado al PAN, se comprende que tendrá que adoptar otra manera de pensar, otros planes, otro programa para colocarse en el otro extremo del espectro político. Aunque ¿Quién cree en tales espacios, en tales espectros?, quizás es parte del empobrecimiento de la democracia o simplemente la práctica política los ha diluido y se ha perdido toda perspectiva con políticos pragmático y utilitarios en su apremiante e imperiosa búsqueda del poder.


La inexperiencia de Covarrubias. Habitualmente un gobernador de cualquier entidad tiene muchos años en el quehacer político. Un currículum abultado de cargos de elección popular, de funcionario, de cargos honorarios, de puestos académicos, no es el caso de Covarrubias. Apenas ha sido presidente municipal de Comondú y justo un año en una diputación federal donde formó parte de las comisiones de Presupuesto y de Pesca. No más de cuatro años en dos cargos de elección popular. La pregunta sería ¿tiene Covarrubias la capacidad para iniciar una nueva época? Poco se sabe de la manera de pensar; su paso por la política ha sido muy fugaz y tortuoso en materia de ideas y discurso. Sin embargo, su discurso de campaña se centró en el “cambio”. Expresaba –como lo hacen todos los políticos en campaña- que la gente quiere un cambio. Aunque –como todos los políticos en campaña- no explicaba en qué consistía ese cambio. Se entendería –así a vuelo de pájaro- que se refería al gobierno de Agúndez pero habrá que ver, que es lo que desea cambiar, como interpretó los deseos de la gente –de cual gente- y que es lo que puede cambiar en cuatro años y medio.


La oposición. A diferencia de los felices años perredistas, al gobierno de Covarrubias le tocará enfrentar una oposición quizás más equilibrada y más crítica, pues en su corto andar, ha dejado animadversiones en la oposición, que seguramente tendrán –el PRI y el PRD- ganas de cobrar en cuanto inicie su ejercicio de gobierno el ex alcalde de Comondú. Para muchos priistas, Covarrubias llega con fuertes cargas de ilegitimidad debido, especialmente, a las sospechosas y fantásticas urnas de Comondú que nunca se explicaron bien a bien y que, a la postre, fue la ventaja con la que desplazó a Ricardo Barroso del primer lugar en la elección constitucional.

En el PRI, se iniciará una fuerte competencia al interior, básicamente entre las dos revelaciones de los últimos años: Ricardo Barroso y Estela Ponce, cada uno desde posiciones diferentes, con estilos distintos tendrán que mantenerse vigentes en el ánimo del electorado; en medio de esta lucha, la oposición al PAN y a Covarrubias resulta una buena manera de conseguir visibilidad pública; pegarle a Covarrubias, además de pregonar su capacidades frente a las supuestas deficiencias del PAN y los panistas, una controversia que, en el terreno nacional, tiende a hacerse más encarnizada, a medida que avanza la definición por la presidencia de la República. Para el PRD y asociados, no solo por el olímpico desprecio a esos partidos, sino por las explicaciones postreras que se han dado respecto a la gestión de la candidatura de Covarrubias. Una candidatura de estado –gestada en la presidencia- con la contribución de las dirigencias del PAN y el PRD, es decir, una reprochable manera de competencia electoral que dejó al PRD en el tercer lugar, en el desempleo y en el autismo político.

Si bien es cierto que solo queda un remedo de lo que fue el PRD, también es cierto que, ya sin las prerrogativas, sin el poder y sin recursos, el PRD tenderá a la depuración de sus cuadros. Ya ha habido un buen trasvase de oportunistas que han pasado del PRD al PAN, de tal manera que, es posible que los viejos perredistas, la izquierda genuina, se haga cargo ahora de la izquierda y empiece un arremetida crítica y combativa de un PRD que, convertido en movimiento social, se encuentra mucho más cómodo que en el gobierno, mucho más, contra las fuerzas de la derecha, representada, ahora, por Covarrubias y el PAN.

Epílogo. Marcos Covarrubias no las tiene todas consigo. Una andanada de problemas mayores le esperan apenas traspase los umbrales del llamado Palacio de Cantera. El propio Covarrubias, con su muy escasa experiencia política y administrativa ya representa un hándicap en contra. La única defensa contra la inexperiencia es la asesoría de los expertos y la selección de los mas cercanos colaboradores con parámetros de excelencia. Es decir, no se puede dar el lujo de gobernar con amigos, compadres o correligionarios solo porque lo son.

De entrada se encuentra con la entrega- recepción de un gobierno que se percibe como omiso y poco transparente. El problema consiste en que, si no hay resultados satisfactorios para una población que pide cuentas claras, en algunos casos, franco linchamiento, se estará confirmando, para muchos, la teoría del plan B que tanto se emitió por aquí y por allá, durante el periodo electoral. Asunto que disminuye y despersonaliza la figura del gobernador.

No tiene mucho tiempo, son solo 4 años y medio en los que tendrá que demostrar de que puede con la responsabilidad y sobre todo, explicar, con su ejercicio de gobierno, con hechos concretos, medibles y comprobables, cuál era ese cambio que propagaba cuando se convertía –en mítines, reuniones, entrevistas, debates- en intérprete de los deseos de las mayorías.