domingo, 16 de agosto de 2009

¿VAS PAL NORTE?

¿Vas pal norte? era una pregunta que se hacían los sudcas cuando alguien llevaba algún cargamento, maleta o mochila, porque para ir al norte había que ir bien avituallado, cargado con lonche, tendidos y bastimento para varios días.

El camino no era exactamente el que habrían seguido los misioneros. Los jesuitas y luego los franciscanos perseguían la conversión de la indiada, sus trayectos buscaban colectivos nómadas; en cambio, los ciudadanos del naciente siglo XX, hacer circular un vehículo de combustión interna por la península de Baja California. Si bien existen reminiscencias de lo fue el sendero misional, una vez inventado el automóvil, democratizado y extendido su uso, fueron los norteamericanos aventureros de la antigua AAA (Asociación Americana del Automóvil), quienes en búsqueda de coyunturas entre la cordillera y el mar, fueron encontrando los pasajes más adecuados para que vehículos de motor pudieran transitar a lo largo la península. Hay quien piensa que El Chapo Galván, un mecánico de Santa Rosalía fue un factor decisivo en la apertura de ese camino que, una vez hecha la carretera transpeninsular, en general no varió demasiado el curso, en algunos segmentos se pueden ver las huellas del viejo camino real.

El norte de Baja California Sur dependía del puente marítimo de Guaymas-Santa Rosalía para surtir frutas, verduras y otros perecederos. Pequeños barcos, paquebotes, hacían los, a veces, intrépidos viajes. De la frontera, dependía para la introducción de latería, muebles, ropa, carros y todos los productos que se compraban en los USA; prendas nuevas y de segunda recalaban hacia los norteños del sur, de tal manera que el comercio hacia el norte –Tijuana, Ensenada- era muy fluido por un camino pedregoso, estrecho, donde solo podía pasar un “troque” a la vez, con muy pocas brechas rápidas y arenales extensos, con aspecto del talco pero que con agua de lluvia se convertían en verdaderos cenagales. De Santa Rosalía a Ensenada o Tijuana se hacían no menos de tres días. Cuando llovía y aparecía el Lago de Chapala –la mayor parte del año, seco- los atascos y desperfectos de los troques, dejaban en la indigencia al norte de Baja California Sur.



El medio que se usaba para ir al norte era el troque -el truck de la General Motors- un auto con redilas fabricado para cargar hasta 10 toneladas y que podía pasar por los angostos senderos de las cuestas en los que, a veces, las llantas apenas se ajustaban entre el paredón y el abismo. Las redilas bamboleaban, y crujían, el auto pujaba y amenazaba con apagarse mientras los bordes de los neumáticos despejaban pequeños guijarros que se perdían en el desfiladero. Eran vehículos de gasolina, sumamente austeros, con poderosos ejes y de trasmisiones con velocidades extras como el “campao” –compound- y el “chango” –change- que se requerían cuando cargados había que subir una empinada pendiente. Un auto de carga mas grande no cabría en esas estrecheces; uno más pequeño, no valdría la pena el viaje. El troque era el carro justo para este largo y sinuoso camino.


Los troqueros eran hombres recios cuyas desventuras en el camino las tomaban como parte del negocio, eran el precio de la audacia. No había “viaje al norte” sin al menos una ponchadura –que había que arreglar con parche de “El Camello” sobre la cámara- cuando no, las fugas de aceite, las roturas de muelles o del diferencial y hasta el motor partido por la mitad. Se sabían de todas - todas las fallas de sus armatostes y pasaban horas y horas debajo del troque hasta que, con un arreglo provisional, podían pasar a la siguiente ranchería. Eran reconocidos en los pueblos por donde pasaban, se les asignaba cierto halo de heroicidad y hasta galanura. No faltaba el troquero inquieto que dejaba en cada pueblo un amor y uno que otro retoño que de grande, afirmaría orgulloso, “mi papá es troquero”. No era cualquier cosa, eran personajes famosos en la región; eran los que surtían de alimentos y los materiales imprescindibles de esa zona del territorio, sin ellos, el mercado se caía y la escasez aparecía.

Había troqueros legendarios cuyas andanzas se contaban entre el pueblo y no pocos párvulos que escuchaban las pláticas de los mayores, querían, de grande, ser troqueros. Igualmente, los niños jugábamos con carritos que pasaban, en el patio de la casa, en la calle, las mismas peripecias que los choferes que iban al norte.


Las conversaciones de troqueros iban desde las contingencias posibles, digamos verosímiles, las creíbles con cierta dosis de ingenuidad hasta las mas locas ficciones dignas de febriles y alucinados escribidores.

“... cuando revisamos el carro, la banda estaba rota y no llevábamos refacción, no hallé mas que lanzarme el monte a buscar una mata de soyate, corté varias ramas y las trencé; medí la banda rota y formé un círculo con la trenza de soyate, la hice del mismo tamaño y la coloqué en lugar de la banda. Me persigné y encendí el carro, metí primera y el carro empezó a caminar, faltaban todavía unos 300 kilómetros para llegar a Ensenada. Pensé que se iba a tronar la improvisada banda, el carro iba bien cargado, pero no pasó nada, como si llevara una banda nueva. Así llegamos a Ensenada y aunque compré otra banda, le dejé la de soyate solo para ver cuánto aguantaba, fue en la carretera entre Ensenada y Tijuana que la banda reventó. Creo que se calentó porque le metí todo el acelerador en la carretera” –verdad o mentira- eso contaba un troquero. Cuando detectaba al escéptico que nunca falta, agregaba –pregúntenle a mi compadre… tal-


No hay mejor muelle que la de datilillo”- decía otro y empezaba a contar la ocasión que yendo pal Norte: “un poco después de Las Vírgenes, al final de la brecha de El Mezquital, la carga se fue de lado y por poco nos volteamos, en cuanto sucedió, le dije a mi ayudante: “son las muelles que se rompieron y no fallé”. Mi ayudante, El Sony Boy – hijo de Juan Verdugo, estaba chavalito, eran sus primeros viajes al norte- nomás volteaba pa todos lados y yo, tranquilo, agarré monte armado de un machete ante el asombro de mi ayudante y al rato regresé con tres o cuatro trozos de datilillo verdón no muy maduro. Así cargados como íbamos, levantamos el carro y en el lugar de las muelles colocamos el datilillo. Mi ayudante se rió de la puntada y creyó que no iba a aguantar, así nos fuimos hasta Los Ángeles –el rancho del güero Betancourt- donde revisamos el arreglo, los palos de datilillo como si nada”, apenas terminaba la anécdota y no faltaba quien reviraba otra aun más increíble.

De ahí pasaban a las travesuras que se hacían cuando, ante un obstáculo en al camino, los troques y troqueros se acumulaban. Entre el “lonche” y cachivaches siempre había botellas de aguardiente, algún vinillo regional y otros “fuertecitos” que degustaban en la retaguardia mientras los de adelante trabajaban para destrabar el impedimento. Tales borracheras eran de antología y venían a aumentar la cantidad de anécdotas, además de contribuir a estrechar una especie de hermandad entre troqueros cuyos códigos de conducta en el camino, aun sin ser escritos, eran de todos conocidos. Había una nobleza auspiciada, sin duda, por la vulnerabilidad de hombre y máquina ante el cruel desierto, la dureza del terreno, la inmensidad de la intemperie.




De tal manera que la gente que viajaba al norte esperaba un viaje de 2 a 3 días, si bien les iba. Pero la mayoría de las veces no faltaban los imponderables y el viaje se podía prolongar hasta por 10 días según fuera el obstáculo: lluvia, desperfecto o incluso maniobras para pasar dos carros por el mismo camino y a la misma hora, cosa que no se podía como bien lo había descrito Newton en sus infalibles leyes. Por lo tanto, para viajar al norte había que cargar con tendidos – cobijas envuelta con una cuilta (el primitivo sleeping bag), maletas; un itacate con machaca y tortillas de harina, latas de leche, carne enlatada; agua, combustible y las “encomiendas” –que nunca faltaban- cajas de cartón que mandaba alguien a alguien –PMAC por muy amable conducto- con contenidos de lo mas variados.

Otro miembro de la fauna que surcaba aquellos caminos, eran los fayuqueros. Comerciantes andantes que usaban un auto un poco mas pequeño, camionetonas a las cuales le colocaban un altoparlante con el cual anunciaban las ofertas. Cobijas, trastos, juguetes, lámparas, blancos, pilas, focos, cortaúñas, destapadores, chucherías de todo tipo que vendían una vez apostados en una esquina, en una plaza. De gran oratoria, los fayuqueros convencían al más receloso y si no podían, la oferta se elevaba y del 2 x 1, que ante el comprador remolón se convertía en 3 x 1 y además agregaban “por el mismo precio” cualquier otro artículo hasta hacer irresistible el ofrecimiento.

Entre mitos, mentiras, medias verdades, mitotes y verdaderas hazañas, los troqueros y los fayuqueros surcaban aquellos caminos que sustituyó pero no borró del todo la carretera Transpeninsular.

En 1974, Echeverría en su cuarto informe de gobierno decía: "Esta vía de comunicación, que se extiende desde Tijuana hasta Cabo San Lucas, tiene una extensión de 1,708 kilómetros. Fue justificado anhelo de muchas generaciones de bajacalifornianos y constituye la obra de infraestructura fundamental para la península. El unir por un camino pavimentado, a las mas lejanas de las capitales de las Entidades Federativas con el resto de nuestro territorio, representan para nuestro país un paso definitivo en su integración".



En la actualidad, solo los aficionados del off road han mantenido vigente el viejo camino que surtía los productos necesarios a la península; hoy es un deporte, una diversión lo que en otro tiempo era, en la práctica, la savia que llenaba el pulso de lo que llamó -alguien que fatigó una y otra vez estos caminos- El Otro México, por recóndito y olvidado.

Muchos de los troqueros se jubilaron, el oficio ya no volvió a ser lo que fue; algunos, los más jóvenes siguieron viajando en la nueva carretera y la mayoría decía que ya no tenía chiste. Así era, el camino pavimentado, aunque largo y sinuoso, se democratizaba y cualquier bípedo con unos dedos de frente podría franquearlo en un auto común y corriente; no se requerían ya los hombres rudos, sabios del tiempo y sus vaivenes, excelentes mecánicos, famosos en la tribu. Con la carretera pavimentada, no solo terminó la función del troquero, nació otra era para los sudcalifornianos, otra forma de viajar al norte, con menos vituallas, con menos emociones y, sin lugar par la audacia.

sábado, 1 de agosto de 2009

EL PRI Y EL PRIISMO SUDCA

Introducción. Vuelven por sus fueros en el país. El viejo partido de estado que en Baja California Sur parecía aplastado, ha recibido algunas bocanadas de aire, aunque dista mucho de ser el trabuco que fue, bien podría, al igual que en el ámbito nacional, hacer un regreso triunfal a la gubernatura de Baja California Sur, de donde parecía expulsado para siempre.
Habría que preguntarse cuales son las probabilidades de que el PRI vuelva a ser la primera fuerza política en BCS y si sería el mismo PRI que alguna vez campeó a sus anchas, dueño de la situación a lo largo de la media península.


La posibilidad existe. No es raro que en las nuevas democracias, los partidos de estado, los viejos partidos únicos como los partidos comunistas Europa del este, una vez instalado el sistema democrático, muevan a nostalgia y regresen a manejar hilos de poder.

Antecedentes. El PRI sudcaliforniano inicia su ascenso al asociarse a movimientos populares de los años 40’s, los colectivos que solicitaban al gobierno federal el gobernador nativo y con arraigo, además de autonomía estatal, funcionaban prácticamente como un partido. Es el FUS –Frente de Unificación Sudcaliforniana- la organización que el PRI penetra y consigue elevar a una clase política que durante varios años se mantuvo en segundo plano, detrás de los gobernantes que enviaban del centro.


Aquella clase política sudcaliforniana no tuvo la oportunidad de escalar el poder, sin embargo, quedó una especie de dinastía que, en 1970 cuando se inició la transición de Territorio a Estado, saltaron al primer plano y fueron los gobernadores, diputados, senadores, presidentes municipales, dirigentes del partido y de todo el directorio que requirió la gobernanza del Estado.
No es raro que los dos primeros gobernadores de Baja California Sur se apellidaran Arámburo.
Tal era la estrechez de las familias que heredaron el poder. El PRI fungía –en casi todo el país- como agencia de colocaciones, como filtro y selección de funcionarios. El control era total.
El crecimiento de la burocracia después de los 70’s necesitó de sangre nueva y el PRI se dio a la tarea, por medio del IEPES (la escuela de cuadros del PRI) de reclutar jóvenes inquietos, estudiantes promedio y buenos oradores, de ahí surgirían Jesús Murillo, Antonio Manríquez, Mario Vargas, Cirilo Guluarte, Raúl Rouseau, David de la Paz y muchos otros jóvenes que pasaron a formar una élite de consentidos que, en cuanto terminaron su carrera universitaria, ingresaron al servicio público. La mayoría no pertenecían a familias relacionadas con la clase política, lo que amplió el espectro de sudcalifornianos que podían ingresar a los selectos círculos del poder.


La costumbre del poder. Que diferencia a aquellos tiempos en los que solo con tronar los dedos se tenían recursos humanos, económicos y hasta sobraba “para llevar”. Las relaciones del partido con el gobierno eran únicas y unánimes y solo había que preocuparse por la posición, por la elección interna, por el dedo indicador del “jefe nato” del partido.

Eran días aquellos en que los fantasmas priistas que hoy se encuentran deambulando sin sentido, eran los de cajón en un presídium. Las glorias priistas acudían a los homenajes, a las inauguraciones de obras, a recibir jefes nacionales. Tiempos eran de grandes titulares en los periódicos, los mismos que hoy cabecean en grandes letras las buenas nuevas del grupo en el poder; esos mismos, describían con lujo de detalle, la grandeza de los próceres que hoy se esconden en sus estancias de retiro.

Tiempos de grandes compras, de viajes a San Diego al “mandado”. Tiempos en que los negocios eran prósperos porque el cliente, el propio gobierno, era obeso y derrochador, poco fijado y apapachador; el cliente era tan bonachón que abrazaba a la familia, a los amigos y establecía nuevas relaciones, no solo las del famoso diez por ciento de comisión. El dinero era un león de papel.
No solo había que ser prócer priísta, había que parecerlo. El aspecto exterior no era baba de perico. Además de la casa solariega y las de descanso, el rancho o la casita en el suburbio lo menos parecida a lo que llaman de “interés social”, había que tener una lancha –por alguna razón, la lancha siempre ha tenido caché- y el carro de moda. El viaje anual a Las Vegas descubierto –oh sorpresa- por el fotógrafo del aeropuerto. Y que decir del manejo social: las páginas del periódico daban cuenta del enlace matrimonial –siempre de buena familia a buena familia- de los hijos del prócer. El cumpleaños era rumboso y los vecinos tenían que soporta una impresionante carga vehicular de la cuadra y los grupos musicales que desfilaban, desde los ranchero, marichis hasta la Rondalla del Cereso –que estaba a las órdenes de los poderosos de antaño-, igual sucedía con los bautizos y primeras comuniones de los cachorros de la revolución.

La ideología era lo de menos, pero había una serie de claves y enunciados priistas que tendían hacia el nacionalismo y desde luego, a la herencia de la Revolución de 1910. Tales herencias ideológicas se dejaban ver en las fechas patrias o en las reuniones plenarias. No por nada, buena parte de los próceres escalaron a la cúpula a causa de sus atributos oratorios.
La fecha orientaba el discurso, las frases grandilocuentes eran coronadas con un fuerte aplauso y al terminar, el orador era masacrado en la espalda por potentes manazos, cuanto mas sonoras, mejor. La elección del orador llevaba mensaje: denotaba un empujón a la posición próxima superior, predilección en un pleito interno o era un recado que algunos entenderían.
Las famosas reglas no escritas del PRI, en Baja California Sur fueron asimiladas al pie de la letra por la clase política sudcaliforniana.
Los gobiernos del PRI. Los gobiernos del PRI tuvieron sucesivamente una calidad descendente. El primer gobierno, el de Ángel César Mendoza A. es uno de los más recordados, no solo porque fue el primero estatal, sino porque tuvo un gran acercamiento con la gente, porque supo realzar las tradiciones sudcalifornianas y porque construyó las instituciones necesarias para el arranque del Estado, tarea que consolidaría Alberto Alvarado Arámburo, un viejo político, fogueado en las delegaciones del DF, autoritario y paternal y, a quien se le empezaron achacar mano larga con los dineros del erario, además de cierta dejadez en los asuntos del Estado.
Los gobernadores eran nombrados desde el centro, allá se desarrollaba la política sudcaliforniana. Liceaga Ruibal con quien empezó la decadencia del PRI, era senador y coordinaba la campaña de Miguel de la Madrid cuando un accidente, al bajarse de un avión, le cercenó un brazo, nadie dudó que el favor se pagaría con la gubernatura. En cuanto se hizo del poder, empezaron líos de tipo familiar que se ventilaron en público; el asunto terminó en divorcio mientras el sistema priista hacía lo imposible por aparentar normalidad. El acabose llegó cuando dos de sus hermanos fueron detenidos por complicidad con narcotraficantes. Aun cuando la renuncia se imponía, terminó su mandato con calificaciones reprobatorias y las primeras deserciones del partido.

Con el prestigio muy estropeado, el PRI nomina a Guilllermo Mercado. Sería la última vez que la cargada priista sudca acudiría al aeropuerto a recibir al elegido en las oficinas del PRI del Distrito Federal. Igual que en los anteriores candidatos a gobernadores, la nomenclatura del partido esperaba en primera fila; el “apoyo irrestricto” de los sectores - obrero, campesino y popular- con mantas y carteles elogiosos secundaban el apoteósico acto; sindicatos afiliados al partidazo ponían las porras, las gorras, las camisetas alusivas; matracas, confeti y mariachis por doquier; guayaberas, abrazote y fuerte apretón de manos se movían entre un mar de gente, deseosa de hacerse presente ante el recién seleccionado desde las alturas.

Mercado Romero, se suponía, enderezaría los entuertos de Liceaga. No fue así, rodeado de colaboradores ávidos y patrimonialistas, su gobierno se mantuvo en flotación mientras la oposición empezaba a dar algunos golpes. No fue fácil para Mercado hacerse de la gubernatura, por primera vez, se habló de gran fraude electoral; candidato del PAN –un priista empanizado- Crisóforo Salido, consiguió una cantidad de votos que prendió los focos rojos del PRI. Otros priistas se empezaban a pasar a otros partidos, fue el caso de Ruffo Velarde que ganó la presidencia municipal de La Paz con las siglas del PAN; Ricardo Gerardo Higuera optó por el PRD. El gobierno timorato de Mercado empezaba a dispersar priistas distinguidos.

Mercado Romero terminó su sexenio en medio de escándalos de enriquecimientos muy explicables; quema de papelería comprobatoria, negocios turbios y acusaciones populares de corrupción que, como veremos, después se harían materiales y judiciales.



La debacle. No fue raro que después del desastroso gobierno de Mercado, un priista, Leonel Cota sacara provecho de la situación. De familias humildes, con formación universitaria y participación política juvenil en la izquierda, Leonel Cota se afilió al PRI en cuanto terminó sus estudios en el DF. Rápidamente escaló el directorio priista; los puestos mas altos –presidencia municipal de La Paz y diputación federal- durante la administración –y con la anuencia- de Mercado Romero.




El siguiente candidato del PRI sería Antonio Manríquez, un priista de toda la vida, criado, educado y promocionado por el partidazo. Nadie dudaba que sería el próximo gobernador; lo habían preperado para tal empresa. El sistema priista trataba de reinventarse ante las presiones de sus críticos y accedió, por primera vez, a hacer una consulta interna, abierta a la ciudadanía. En efecto, la ganó Manríquez Guluarte con muy pocos votos sobre Cota Montaño quien, enseguida acusó al PRI de fraude y se pasó al PRD donde fue nominado.
Muchos priístas que no habían escalado la cúpula del partido encontraron en la disidencia leonelista su oportunidad y así, junto con otros desprendimientos del Revolucionario, que se sumaron a la izquierda histórica del PRD, supieron capitalizar el descontento contra el gobierno priísta saliente y la armaron en grande: ganaron la gubernatura por paliza.




Una vez en el poder Cota Montaños acusó de peculado a Mercado y a sus mas cercanos colaboradores, le quitó las oficinas al PRI –que eran de propiedad del Estado-, viejos funcionarios priistas fueron expulsados del gobierno, otros, por miedo, desaparecieron de la escena política. Una buena parte del priismo que no podría vivir fuera del presupuesto se afilió al PRD; otros, pactaron el silencio con el nuevo gobierno

El PRI quedó destrozado, desorientado y sin brújula.
En PRI en la oposición. Muy pocos permanecieron en el partido. No había los incentivos de antaño. Apenas si consiguieron algunos escaños en el congreso local, los diputados priistas empezaron a sentir el rigor de ser oposición. Eran “mayoriteados” tiro por viaje, la nueva mayoría del PRD se comportaba, exactamente como se comportó el PRI en sus días de gloria.
No solo porque el PRI fue desangrado por sus propios militantes que se fueron -a la campaña primero, al gobierno después- en oleadas. Aquel PRI pujante de guayabera blanca, abrazo estruendoso y promesas a cada paso, había desaparecido.
Aquellos próceres priistas sudcalifornianos que alguna vez presumieron los alcances de la Revolución Mexicana, parecían cansados.
Se podía ver por la ciudad, como fantasmas al exgobernador Mendoza Arámburo, al Gral Valdivia, a Liceaga Ruibal, deambulando como fantasmas, en busca de ojos y manos quien los reconozca, a quien saludar. Otros, se sabe, viven en La Paz o se han retirado a sus propiedades ganadas en sus días de gloria, rara vez se dejan ver, como si escondieran un pasado vergonzoso, es el caso de Manríquez Guluarte, Mercado Romero, Mario Vargas. Otros; los menos, han seguido en el partido y han tratado de revertir la situación como Román Pozo, Jesús Flores , Estela Ponce, Anita Beltrán, que han tenido que batallar, contra la falta de incentivos, la pobreza, el peso del grupo en el poder y a sus propias malas decisiones .
Dos sexenios ya llevan los priistas en la oposición, tiempo suficiente para advertir lo que se siente.

Sin los mandamás de antes, la clase política de segundo orden –que parecían de tercero- pelearon por el partido. Ya sin líder en el ejecutivo que todo lo podía como siempre fue su tradición, el PRI cayó en sucesivas manos de políticos desconocidos que lejos estaban de elaborar políticas de oposición, en el mejor de los casos, administraban las miserias, los despojos de lo que había sido el gran partido de estado; en el peor de los casos, trataban de pactar con el gobierno y vivir -of course- del presupuesto.
El PRI tocó fondo en el 2005 cuando postuló a Rodimiro Amaya a la gubernatura. Quien había sido priista distinguido, que abandonó el partido junto con Leonel Cota de quien fue secretario general y que, por no haber sido postulado por el dedo todopoderoso de Leonel, regresó al PRI en donde fue recibido con la postulación. Después, la campaña sería un enorme fracaso y Rodimiro desapareció del mapa mientras el PRI quedó aun más hundido.



Muy pocos priistas trataban de salvar al partido. Casi daba vergüenza ser del PRI. Fueron muchas las malas decisiones que prolongaron la cuasi agonía del PRI sudca que requería terapia intensiva urgente. Es Estela Ponce quien se mantuvo vigente en la política partidista nacional quien toma el PRI en completa decadencia y quien, al menos, detiene la caída.
Poco a poco han ido regresando los que no se fueron al PRD. Quienes han tomado conciencia de su papel de oposición y lo duro que resulta dicho papel. En las ceremonias priistas vuelven a aparecer algunos viejos políticos y también la sangre nueva del partido que, ahora, tiene que transformarse y dirigir el discurso a los jóvenes que no saben muy bien de que se trata el asunto. A quienes tenían 10 años cuando perdieron el poder en Sudcalifornia pero que hoy tienen veinte y credencial de elector.

Ya sin jefes natos, sin los recursos del estado, sin el tráfico de influencias, sin el control político a todos los niveles, el PRI empieza a recuperar terreno. En buena parte, por los triunfos nacionales y el posicionamiento político que ha manejado en el congreso nacional, pero también porque el grupo en el poder se empieza a resquebrajar. A medida que se acerca la sucesión de Narciso Agúndez, el PRD parece fraccionarse en tribus –como es su costumbre- tales tribus suelen tener pleitos fratricidas sin importarles dañar al partido y dar ventajas a la oposición. Estas desavenencias del PRD y el grupo en el poder, es el filón que deberá explotar el PRI en los próximos meses.


PRI nacional; PRI Sudca. Lo que sucede en el PRI nacional, no necesariamente sucede en Baja California Sur, el aislamiento secular y nuestra propia realidad, han hecho que no solo en el ámbito político, BCS, camine, a veces, a contracorriente. El PRI nacional, desde hace tiempo, avanza inexorablemente, a lo que parece, la recuperación de la silla presidencial. Se ha posicionado como casi seguro ganador en las próximas elecciones generales.
Ha mantenido cerca del 60% de los gobiernos estatales, igual número de presidencias municipales y en estas elecciones intermedias que acaban de pasar, el PRI, el viejo partido de estado, de nuevo, se levanta con la victoria.


A diferencia de otros estados, el PRI sudcaliforniano no mantuvo sus bases territoriales, esta condición ha hecho que en muchos estados, donde alguna vez perdió, el PRI encuentre la manera de regresar y ganar de nuevo el poder ejecutivo. En Sudcalifornia, las bases priistas hoy las detenta el PRD porque esta partido debe sus triunfos electorales no solo a las antiguas bases territoriales priistas, sino también a los próceres priistas que trasvasaron tales bases al PRD. Es decir, son las mismas, por lo tanto, requiere de un proceso de conversión reversiva.
Otra de las condiciones que ha hecho que el PRI regrese en otros estados es el mal gobierno de priistas o perredistas, situación que han aprovechado los priistas para enviar el mensaje de que ellos si sabían gobernar. Es el mismo mensaje que en el ámbito nacional siguen enviando ante las incapacidades evidentes de los gobiernos panistas en el ejecutivo nacional. Tanto Fox en el sexenio anterior, como Felipe Calderón en el actual, han presentado serias deficiencias para mostrar que eran mejores que los viejos priistas; mientras los priistas no pierden ocasión para recordar sus triunfos en el gobierno, su mano derecha y su mano izquierda en las formas de gobernar.


En Baja California Sur, los gobiernos perredistas tanto el de Leonel Cota como el actual de Narciso Agúndez no han dado oportunidad al PRI de mostrar las deficiencias y patrañas de tales gobernanzas. No porque no tengan –o hayan tenido- tales gobiernos motivos para ser acremente criticados, sino porque los priistas ya no tienen los canales de antaño para dirigirse al vasto público sudcaliforniano. La radio, la televisión y los periódicos que alguna vez comieron de la mano del viejo partido de estado, hoy los detenta el PRD y su gobierno.

Como podemos ver: las bases territoriales, los medios de comunicación, parte de la dirigencia del PRI, hoy están en manos del PRD. Es decir, el PRD se convirtió en el PRI de hace mas de una década. Funcionan igual, por lo tanto, difícil será para la nomenclatura priista, arrebatar el gobierno al PRD. Igual que el PRI en otros tiempos, el PRD sabe como mantener el poder. Igual que el PRI, sus próceres han subido en la escala social, también van a ver el box a Las Vegas y también compran mandado en San Diego. Igual que el PRI casan a sus hijos con buenas familias y aparecen en grandes titulares en las páginas sociales de los periódicos. Igual que los priistas, los próceres perredistas ya han cambiado sus casas de interés social por el caserón con lancha y carros para todos los miembros de la familia.

Igual que los priistas, las doñas perredistas no solo hacen trabajo solidario en el DIF, también juegan canasta, presumen las adquisiciones materiales de sus maridos y ya visten mejorcito; el dinero embellece y ya empiezan a distinguir entre lo casual, lo in o lo out en la moda.

Aunque en materia de cultura y trapicheo social, igual que los priistas: lo que natura no da; Salamanca non presta.

Reaparición. Después de una década de sequía el PRI ha tenido un éxito, impensable meses atrás: ganaron La Paz al PRD en las elecciones próximas pasadas al Congreso de la Unión. Dicho triunfo no se puede achacar ciertamente al gran trabajo territorial del PRI, tiene que ver mas que nada con las controversias entre los grupos perredistas, a la coyuntura de la sucesión.Por otro lado, parece que las agitadas aguas en la dirigencia del PRI estatal han amainado y aunque en estas elecciones pasadas han presentado candidatos sin esperanza de triunfo, es claro que el viejo partido de estado no desapareció a pesar de todo. Los columnistas priistas que se han mantenido en los periódicos, empiezan a sonreír en lugar de las amargas quejas; los próceres del PRI ya se dejan ver en busca de miradas y saludos en la calle, en charlas de café y actos del partido; los próceres aparecen otra vez en las páginas sociales, después de haber encabezado la policiaca; los que aguantaron el vendaval, se erigen como héroes y dan lecciones de sobrevivencia política; los agazapados salen de sus rincones en estado postraumático y cuando alguna que otra nostálgica guayabera blanca cruza la calle, nos recuerda que todo se puede esperar de la cambiante clase política sudcaliforniana….hasta el regreso triunfal del PRI.