martes, 19 de mayo de 2009

LOS SORDOS TERRITORIOS

(Comentario a la obra “Los Sordos Territorios”, con motivo de la presentación el día 12 de mayo de 2009, en el Teatro de la Ciudad, en La Paz Baja California Sur)

Cuando se abrí este libro de relatos e inicié la lectura, me extrañó no encontrar, en los primeros textos, el tono jocoso, la ocurrencia inteligente con la que Miguel Ángel despliega tanto en su literatura de ficción como en sus textos periodísticos; esa manera de deslizar para el lector una sonrisa velada que no llega a carcajada. En la medida que pasaba hojas y me adentraba en la lectura, al contrario, no solo no aparecían los guiños satíricos, mordaces, sino el relato de la realidad pura y dura, sin concesiones

Antes de llegar a la mitad del libro comprendí que el tono no cambiaría, que Miguel se había propuesto a recetarnos un grupo de narraciones que, sin atajos ni maquillajes, golpean directo a la cara; literatura traumática diría a falta de mejor adjetivo; el retrato de una realidad que se intuye, que se sabe existe pero que no se quiere ver, quizás porque duele, porque espanta pero aquí está la literatura para espetárnosla y acorralarnos en este cúmulo de verdades que abruman.


Lo podemos ver en los textos. El joven homosexual que delinque pero que también es una víctima social; víctimas del desempleo, expulsados de la frontera, cirróticos de la existencia sin remedio; el impúdico ratero, el robado, el licenciado vaquetón, apático el ministerio público; pensiones de mala muerte, cantinas pringosas, calles inmundas; expedientes perdidos, juicios eternos, presos políticos, presos gandallas; la selva donde nadie es bueno, nadie es malo del todo. Los juicios morales quedan inconclusos, la ética un territorio desconocido, sordo, paralítico, asténico; en fin, la justicia fallida. Un espejo donde todos nos reflejamos, un retrato que si no fuera cotidiano, bien podría llamarse kafkiano.

Aunque son casi veinte relatos, el tono áspero y riguroso inicial se mantiene hasta el final y desde un principio lanza al lector la pregunta: ¿has estado alguna vez en la cárcel? que se repite con los múltiples sinónimos populares de cárcel, no hay respuesta pero si una sucesión de preguntas agresivas cargadas de descripciones aterradoras que al terminar desearás ser un ciudadano modelo y jamás, ni por fuera, visitar una penitenciaría. En otras narraciones recordaremos la pregunta inicial donde la rehabilitación social es solo una manera burocrática de nominar un lugar, de establecer una topografía.

Testimonio, realidad
En algunas narraciones aparece, de manera sutil un narrador que, todo hace suponer, es el autor. Que estuvo ahí o si no, muy cerca del suceso. Por su ocupación como abogado, dicha primera persona hace suponer que estas narraciones son testimoniales





Testimonio. Un tipo de narración pone en escena la exclusión más radical cuando intenta hablar por las víctimas, por los marginados, por los muertos, ya que los testigos directos de la máxima destrucción no pueden dar testimonio

El testimonio expone las marcas, desafía la aniquilación, admite sus efectos. Aunque ni siquiera sea leído, es la única forma viable de hacerse cargo de la pérdida, del horror.

Las narraciones de M Ángel no son rasgos constitutivos de la existencia sino hechos históricos; el testimonio no sólo es el medio para asumir el caos social, sino también para resistir social y culturalmente, un deber para la recuperación ética de la comunidad.

Se insiste en que la verdad exige que el tema a tratar se aborde desde distintos ángulos (periodismo, literatura, testimonio) al mismo tiempo se le asigna una nueva función a esta forma, que debe informar y activar la comprensión política del lector.

En la tradición latinoamericana, Miguel Bonasso, Sol Arguedas, Rodolfo Walsh y otros que han querido modificar la manera de hacer literatura, optando por un "trabajo de transformación" por el cual se "literaturiza" un testimonio o un informe periodístico.

Se demuestra así que los géneros "marginales" son aptos para narrar ciertos hechos históricos en sociedades en las que las versiones oficiales están desacreditadas. Es decir, mezclar datos recogidos en la investigación periodística con mecanismos discursivos que permiten transformar la información en acontecimiento novelado

Realidad. Dice Borges, en una parte del cuento “Emma Zunz”: La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

La irrealidad de la realidad es un fenómeno estudiado por los escritores norteamericanos de fines de los sesenta - Capote, Mailer, Wolfe- cuando sellaron con el Nuevo Periodismo el auge de la escritura “de no-ficción”.

La historia etnográfica desarrollada en las ciencias sociales desde 1950 por Oscar Lewis (en los Estados Unidos) impulsa la formación de este género, tributario de la “contracultura” de los 60, que rescata el testimonio oral para darle cabida a la historia no oficial
Ser realistas, pero sin comillas: de eso se trata. Porque el realismo verdadero lo contiene todo: la fantasía y la razón, lo constatable y lo deseable; inclusive, la utopía. En cambio, el realismo entrecomillado reduce la realidad a datos, que por ser parciales, terminan siendo pura apariencia.




Y es que, borrar la memoria popular y reprimir cualquier intento de alimentarla, fue precisamente uno de los objetivos principales de quienes han hecho del horror y la destrucción generalizada su propuesta de vida. Diversos países de la región, allí donde el afán libertario aparecía con más solidez, debieron soportar durante años el discurso del realismo entrecomillado. Aquel que con el pretexto de reprimir los excesos subversivos, justificaba procesos de devastación nacional pocas veces experimentados en Latinoamérica.
Economías destruidas, industrias y recursos naturales arrasados, una deuda externa sin precedentes, desempleo y marginalidad pocas veces vistos, corrupción institucionalizada, aculturización e hipocresía total en los discursos dominantes, son, para muchos de nuestros países, la respuesta "realista" a los proyectos emancipadores de los años 60.

La única zona optimista de la obra es la ocurrencia del relato, la ocurrencia de dárnoslos a conocer. Quizás sucedió a Miguel lo que a Rodolfo Walsh, después de pedir infructuosamente justicia para los fusilados, decidió dar a conocer los hechos. El lugar que niega la justicia, lo encuentra en la literatura.

Solo hay un héroe, un redentor cuasi cristiano sin nombre al final del libro; una luz en las expectativas de salvación. El pronunciamiento más político en esta serie de relatos, porque representa lo deseable, la solución; simboliza la salida anhelada a esta realidad que no nos gusta.
Pero Miguel no afloja. No se muestra como un escritor complaciente que quiera quedar bien con sus lectores, sino un escritor que está dispuesto a arriesgarse a incomodar a quienes lo lean con tal de ser fiel a la realidad que describe. Captura el espíritu del entorno para todos aquellos que viven la pesadilla de un país sin oportunidades, sin incentivos, sin esperanzas. Posee una aguda percepción de la realidad nacional, que describe despojado de ilusiones, sin brindar ninguna tregua esperanzadora al lector. Las cosas son como son. “Si no te gusta, tu problema”, parece enunciar el narrador de cada uno de los relatos de este libro.

Cuando se termina el libro, en efecto, el lector se siente acorralado. Sabe que de alguna manera también participa; que las campanas doblan por todos y que no hay manera de huir; que la forma directa y brutal con la que Miguel Ángel nos lanza estas experiencias quizás personales van mas allá de solo mostrar lo que sucede en ese lado oscuro de la condición humana porque es imposible no conmoverse; es imposible evitar la perturbación y hasta la sensación de culpa en tanto entes sociales.

No hay víctimas inocentes, ni delincuentes cándidos; la tipología lambrosiana choca y se estrella en una sociedad en la que cada quien reza a su santo, cada quien se rasca con sus uñas. La desconfianza, el recelo y la suspicacia alcanzan a todos.



Miguel no deja espacio para la esperanza, ignoro si esa era la intención de sus textos, al final el agobio es tanto, no solo porque no hay esperanza, sino también falta de respuestas. Uno espera una señal, un gesto de optimismo que es negado hasta el final, el relato termina con esta frase: -es tu patria, cabrón… es tu patria.

sábado, 16 de mayo de 2009

…Y ÉRAMOS TAN FELICES III

El insípido gobierno de José María Castro. Dejamos a Pablo María Castro al frente del poder en Baja California pero como sombra agorera permanecía al acecho el hombre fuerte, al General Bibiano Dávalos, guardián nombrado por el gobierno central.
Don Pablo María Castro había ascendido en marzo de 1869, permaneció en el poder dos años en los que se tiró a la milonga; nada hizo por cuenta propia, en pocas palabras, era medio huevón. Fue tanta la apatía de Castro que el 8 de abril de 1871 –sin chistar- entregó el poder al General Bibiano Dávalos.

La Concesión Leeses. Dávalos inició contactos con lo que es hoy el norte de la Baja California. Algunos norteamericanos habían estado sustrayendo cabras de la Isla de Guadalupe. Era imposible mantener vigilada la zona. El vasto desierto entre La Paz y la zona fronteriza, la falta de comunicaciones hicieron que Dávalos enviara algunos subprefectos que rápidamente renunciaron ante la falta de incentivos. Finalmente decidió que familias mexicanas de la Alta California, se hicieran de terrenos con lo que Juárez estuvo de acuerdo. Así fue como inició una de las primeras colonizaciones en un contrato que se firmó con Jacobo Leeses, en Saltillo el 30 de marzo de 1864.

El contrato era leonino: sumamente ventajosa para el colonizador que solo pagó cien mil pesos. Dicho convenio lo comprometía a introducir 200 familias en un lapso de 5 años. La llamada Concesión Leeses abarcaba desde grado 31 latitud norte en dirección al sur, hasta los 24 grados y 20 minutos de latitud –casi toda la Baja California-. Las cláusulas convertían a la Colonia Lesses en un estado independiente –podría cobrar sus propios impuestos, formar su propia fuerza pública, los minerales encontrados serían de los colonos, se les exentaban de impuestos y del servicio militar; incluso podrían tener sus propias leyes. El contrato era abusivo, inmoderado, gandalla; las familias asentadas, aunque fueran gringos, les obligaba a tomar la nacionalidad mexicana. Bien sabemos que seguirían siendo gringos pasara lo que pasara.


La Colonia Lesses, ergo, sería una extensión de los E.U. En Baja California no gustó nada esta concesión de Juárez.


Algunos periódicos de La Paz se inconformaron; se arroparon con la bandera del nacionalismo y publicaban las desventajas de la concesión. Otros, aplaudían la medida. Juárez se estaba deshaciendo de la Baja California; de un pedazo de la República que –quizás pensaba el indio de Guelatao- nada contribuía al erario nacional, al contrario, solo daba problemas. Cuando los representantes de Leeses acudieron a La Paz para tomar posesión de los terrenos, el Jefe Político les respondió que había algunas cláusulas contrarias a la Constitución que prohibía a los extranjeros “adquirir terrenos baldíos bajo ningún título”, se declaró incompetente y turnó el asunto al juez de primera instancia. Los representantes de la compañía colonizadora se inconformaron y acudieron al gobierno federal. Don Benito –que aun no se convertía en busto, en calle, en nombre de ciudad ni salía en los billetes- les dijo que todo estaba arreglado, que podían tomar los terrenos cuando desearan, pasando por encima de las autoridades sudcas.
Dicha compañía afortunadamente tropezó con dificultades para introducir las familias y tomar posesión de los terrenos.


En eso estaban cuando sucedió un descubrimiento casual en parte de los terrenos concesionados a la compañía Leeses: se encontró una planta parásita llamada Orchilla que se utilizaba, para fabricar tinturas textiles. Su valor en el mercado internacional era alto. El descubrimiento fue hecho por un capitán de un barco ballenero que llegó a las costas de Bahía Magdalena.
En cuanto se supo, se introdujeron cerca de 500 trabajadores en Bahía Magdalena y en los llanos de Hiray –hasta donde se extendía la orchilla- aunque había solo una mujer, la compañía Leeses aprovechó para argumentar que esas eran las 200 familias a las que se habían comprometido en el contrato. La explotación de la orchilla abrió a Bahía Magdalena como puerto comercial y fue como surgió lo que hoy se conoce como Puerto Cortés.


Mientras se explotaba la orchilla, la compañía colonizadora se encargaba de enviar al gobierno federal una serie de noticias falsas que aparentaban cumplir lo prometido: que estaban construyendo una carretera entre La Paz y Bahía Magdalena; que levantaron una escuela en La Soledad para los hijos de los colonos; que explotaban salinas; que erigían ranchos ganaderos; que estaban ampliando el puerto y hasta construcción de ríos navegables y otras patrañas que Juárez y sus muchachos creían a pie juntillas, satisfechos con su proceder. En realidad, lo único que habían hecho hasta la fecha eran unas cuarenta casuchas de madera y un pozo para sacar agua y evitar que se murieran de sed los trabajadores de la orchilla que, malvivían y trabajaban como condenados en estas áridas regiones.


Cuando la orchilla empezó a escasear y a disminuir su valor a causa de la invención de tinturas artificiales, la compañía dejó embarcados –sin empleo- en Bahía Magdalena cerca de 50 trabajadores, los cuales tuvieron que acudir a La Paz para ser auxiliados y no morir de hambre.
Finalmente –todo se sabría- el 11 de noviembre de 1871, la secretaría de gobernación comunicó a las autoridades bajacalifornianas el fin de la concesión por no cumplir, la compañía colonizadora con las principales cláusulas del contrato.


Ascenso y descenso de Dávalos. En la grilla local, el general Dávalos seguía al frente del gobierno. Aunque no era un estadista, había desplegado una gran actividad benéfica para los habitantes. Construyó caminos, ordenó asentamientos humanos, mejoró la administración de justicia; dio nuevas atribuciones a los municipios. En fin, con mucho trabajo había conseguido cierta aceptación popular.

Sus méritos fueron desconocidos y las simpatías ganadas se fueron a pique cuando se le acusó de meter las mano en unas elecciones municipales. La animosidad del partido contrario y de la prensa fue tanta que a Dávalos le salió lo militar y actuó lleno de odio y ánimo de venganza; era de carácter duro, hosco e intransigente, tal talante no le ayudó a la hora de hacer política. Al contrario, unificó a sus enemigos en su contra y el 13 de octubre de 1874, una asonada en San José del Cabo solicitaba el desconocimiento del General Dávalos como Jefe Político y el reconocimiento del general Jesús Toledo.


Los sublevados fueron atacados y vencidos, pero iniciaron los rumores de levantamientos en Mulegé, en El Triunfo y otras poblaciones. Dávalos enloquecido sospechaba de enemigos por doquier y empezó a meter al bote a ciudadanos inocentes por cualquier gesto, por cualquier dicho. En El Triunfo fue aprehendido el señor Emiliano Ibarra y Cenobio Cota a quienes el juez no encontró culpas y fueron liberados. No contento, Dávalos lo mandó apresar de nuevo y los puso a disposición de la justicia militar en Sinaloa. En ese juicio, tampoco se encontró pretexto a los cargos de sedición que Dávalos le había endilgado. Además, a los sublevados encarcelados los trató de manera inhumana; vejados, apaleados, torturados. La prensa hizo del conocimiento esos brutales métodos y Dávalos la tomó contra la prensa.


Emiliano Ibarra se había ganado las simpatías de los paceños mientras el rechazo contra Dávalos crecía. Así Ibarra inició, junto con Cenobio Cota un plan para derrocar a Dávalos. Fue el 2 de junio de 1875, Ibarra había sobornado el oficial de la plaza para que se hiciera loco y con motivo de un rumboso baile donde estaba casi toda la tropa en alegre jolgorio, ya pisteadones los soldados, las fuerzas de Ibarra los apresaron. Dávalos, empezó a sospechar que algo no andaba bien, salió de su casa a echar una ojeada. Apenas hubo puesto un pie fuera de su casa cuando sintió el helado cañón de una pistola en la garganta, era Cenobio Cota y su palomilla. Dávalos estaba solo y a merced de sus enemigos.


Cenobio Cota se dio vuelo con Dávalos a quien le recordó todas sus bellaquerías. Lo pateó, lo cacheteó, lo sarandeó y descargó contra Dávalos todos sus agravios y resentimientos. Lo trasladaron al El Triunfo y por todo el camino fue amenazado de tortura y muerte mientras le propinaban fuertes coscorrones, mentadas de madre y otras linduras; además, hicieron correr la especie de que se había ordenado su fusilamiento. El general Dávalos fue perdiendo valentía y al rato ya estaba suplicando por su vida. Dávalos ya muy agobiado y atemorizado ante las amenazas envió por el obispo para que permaneciera a su lado. Se sabe que nunca fue la intención de Emiliano Ibarra el fusilarlo, pero dada la conducta que había mostrado cuando detentaba el poder, se lo hicieron creer. Dicen que suplicó por sus hijos, por la virgen, por diosito y hasta por el osito Bimbo con tal de no morir. El general se achicopaló y en cuanto le mostraron un documento en el que se comprometía a dejar el poder y no aceptar ningún cargo en el ejército, estampó la firma sin mirar.


El Coronel Máximo Velazco. Al saberse en Mazatlán lo ocurrido en La Paz, el jefe de las armas envió a BC una fuerza de infantería y caballería para restablecer el orden al mando del Coronel Máximo Velazco, nombrado Jefe Político en lugar de Dávalos. Este llegó por La Ventana y enseguida se dedicó a batir a Ibarra que había salido hacia San José. Se encontraron en Santiago y después de reñido combate fue derrotado Ibarra y sus muchachos. En el campo quedaron cerca de 30 muertos; perseguidos y lanzados al mar, Ibarra y otros cabecillas lograron huir en un barco llamado El Lucifer por la costa del Pacífico. Una vez destruidas las fuerzas de Ibarra, quedó reestablecida la paz en La Paz… pero no por mucho tiempo.


El Coronel Velazco se hizo cargo del gobierno el 28 de junio de 1875. Fue recibido con algarabía por los habitantes de La Paz quienes ya no soportaban las bravuconadas de Dávalos y su cobarde conducta, ni los desmadres de Ibarra. Habían vivido días de encierro, de temor, de estado de excepción de tal manera que Velazco que además era un militar Liberal, bien educado, de finas formas, se ganó inmediatamente el favor de la sociedad porteña.


El primer problema con el que se encontró Velazco fue el obispo Ramón Moreno y Castañeda. Este prelado la emprendía, desde los tiempos de Dávalos- contra las Leyes de Reforma y contra los masones -tanto Dávalos como Velazco lo eran- además, no observaba la ley que le prohibía vestir en público los hábitos religiosos. Desde principios de 1875, el obispo se paseaba por doquier con sus hábitos y aun cuando ya se le había llamado la atención, continuaba en su empeño por desobedecer. Velazco citó al obispo de manera privada, habló en buenos términos con el prelado pero le valió madres; era un fanático intolerante: en las misas arengaba a la población a desobedecer a la autoridad y a rechazar las leyes juaristas. Velazco con cierta paciencia amonestó de nuevo al obispo y recibió a las damas de la alta sociedad porteña –que nunca faltan- que pedían clemencia para el gandalla del obispo. Velazco que además de guapetón era galante y simpaticón, dejó contentas a las damas con sus alocuciones, sus ojitos y su sonrisa de galán del cine mudo.


El obispo Moreno no paraba, sacó un periódico para atacar al gobierno y sus leyes, según esto, apoyado por el Papa. Los masones respondieron con otro periódico al que Moreno a su vez, desde el púlpito replicaba. Afortunadamente, en este pleito nunca participó de manera decidida la sociedad sudca que siempre se ha caracterizado como apática en los pleitos religiosos. Mientras el Coronel Velazco se ganaba el favor de la sociedad con trabajo fecundo en la administración, llamados a la concordia y relaciones sociales, además que embellecía la ciudad con un magnífico jardín frente a la catedral. No gozaba de cabal salud y a pesar de caer con frecuencia enfermo, seguía trabajando a favor de la comunidad. Finalmente muere el 19 de abril de 1876. Una multitud de todas las clases sociales se congregó para darle el último adiós, los masones pronunciaron, ante su sepulcro un discurso que en parte decía: “El hombre que ha cumplido con sus deberes es el santo, no el que ha llenado de cilicios, no el que ha quemado a la humanidad…; no es justo que el que se rapa la cabeza y maldice a sus hermanos; lo es el que se ciñe el mandil del trabajador y el que empuña el cincel y la truya”. En obvia alusión al obispo locochón que se tornó aun más intolerante.


Por su parte el obispo no quitaba el dedo del renglón; sus discursos cada vez mas incendiarios invitaban a la rebelión: censuraban el matrimonio civil e insultaba al presidente Juárez y sus compinches liberales.


El Gobierno de Miranda y el Obispo Moreno. Una vez muerto Velazco fue el Coronel Francisco Miranda quien se hizo cargo de la Jefatura Política del Territorio. Apenas llegado al gobierno, el obispo Moreno retó a Miranda con la organización de una procesión con cohetes y un gran escándalo. El gobierno respondió con una multa de 50 pesos que se negó a pagar con cierta altanería. Entonces fue tomado preso y conducido a pie hasta El Triunfo. Un gran número de damas se acercó a Miranda para pedir clemencia para Moreno, pero de todas maneras, el necio clérigo pagó su osadía con 8 días en el bote. Pero el obispo que era más terco que las ganas de defecar, en cuanto salió del bote volvió a sus andadas: salió vestido con hábitos de nuevo y de nuevo fue detenido por la policía, multado en 100 pesos o 15 días de arresto. El obispo pataleó, protestó; se negó a pagar así que pasó otra vez al botiquín. El prelado esperaba que los paceños se rebelaran contra la autoridad pero nada sucedió. La rancia tradición de indiferencia sudca se impuso; el obispo le había jugado los huevitos al tigre –se lo buscó-.


Espichadito y por la noche salió el –antes- fogoso obispo Moreno de la cárcel, se escondió en una casa frente al muelle y días después salió en un barco rumbo a Guaymas. Apenas llegó al puerto sonorense y se puso a echar pestes contra las Leyes de Reforma, autoridades y los masones sudcas. Igualmente las autoridades guaymenses le informaron al obispuco que si había llegado a hacer sus desmadres mal valía que ahuecara el ala y así lo hizo.


Otra vez el desmadre. El 16 de noviembre de 1876, un grupo de fanáticos en contubernio con algunos soldados preparaban un levantamiento en armas en contra de Miranda, Jefe Político y contra los masones, la conspiración fue descubierta y los cabecillas fusilados.


Dichas expresiones no eran otra cosa que parte del ambiente que se volvía a crispar en el país con la salida de Lerdo de Tejada del gobierno nacional, los liberales reconocían como nuevo presidente a José María Iglesias, pero Miranda, el nuevo Jefe Político del Territorio de BC, lejos del centro, sin noticias frescas, no sabía que partido tomar; permaneció indeciso y esperó el desenlace de los acontecimientos. Mientras Lerdo de Tejada e Iglesias se peleaban por la silla presidencial, Porfirio Díaz lanza el Plan de Tuxtepec para hacerse de la presidencia, entonces, en El Triunfo, un grupo de militares aprovechan el momento y desconocen al Coronel Miranda -que se encontraba de gira en San Antonio- al que sustituyen por el Capitán Claudio Zapata.
Miranda, casi sin tropa, decide dejarle la plaza a Zapata y se embarca rumbo a Guaymas. La única fuerza que quedaba del gobierno anterior, estaba al mando del capitán Riquelme a quien Zapata invitó a unirse a su causa para evitar el derramamiento de sangre. Riquelme que no confiaba en Zapata solicitó garantías, pero como Zapata ya se había fortificado y se le habían unido cerca de 200 voluntarios, mandó apresar a Riquelme que se rindió sin combatir.
Zapata prefirió quedarse como Comandante Militar y nombró a Antonio Aguilar Jefe Político. Aguilar era un tipo corriente, mas rudo que cursi, vivía de una casa de juego de mala muerte; trataba de quedarse con la jefatura política y para ello envió un comisionado a ver a Porfirio Díaz pero en lo que llegaba dicho comisionada, Porfirio Díaz ya había nombrado al Coronel Andrés L. Tapia aunque por sus múltiples ocupaciones no se podía hacer cargo de tal responsabilidad, nombraron de manera interina al teniente coronel Patricio Ávalos que llegó el 25 de febrero de 1877.


Durante el interinato de Avalos que duró 5 meses, se amplió el fundo legal de La Paz: las coordenadas se formaron por 20 metros de la orilla del mar, la Piedra Cagada, el Cerro de la Calavera y un lugar conocido como Los Excavaderos.


Ahora llega el Coronel Tapia. En julio llegó Tapia a hacerse cargo del gobierno del Territorio. Ya había estado en el territorio al frente de un batallón del ejército así que fue bien recibido. Las pasadas revueltas, otra vez, habían producido serias crisis en los ayuntamientos y no había dinero en el erario territorial. Se pidió prestado a Sonora, se les solicitaron anticipos a los impuestos de los comerciantes.


A poco de la llegada de Tapia, las cosas se pacificaron en el sur y pudo este reformar la administración. Apenas empezaban a medio marchar bien las cosas cuando en la parte norte se sucintaron una serie de alborotos que obligan a Tapia a constituirse en el primer jefe político de la península que visitó el Partido Norte. Los habitantes de aquella zona que había crecido rápidamente, solicitaron a Tapia un puerto en Ensenada y una comunicación con el resto del país puesto que dependían del comercio con San Diego mediante la aduana de Tijuana, además le solicitaban mano dura contra el contrabando que encarecía la vida en esa región. Tapia regresó del norte en enero de 1878 dejando como subprefecto al Sr. Brígido Castrejón.
Al coronel Tapia también le tocaron los temblores que en Loreto produjeron tremendos desastres en esa población. El propio Tapia auxilió a los damnificados llegando a tener una gran popularidad en el territorio.


Pero llegaban las nuevas elecciones al Congreso de la Unión y otra vez, las cosas se ponían difíciles para el gobernante en turno que nunca quedaba bien con las campañas y con los resultados. Y sucedió de nuevo: uno de los partidos en pugna acusó a Tapia de favorecer al partido rival. La adulteración del padrón que obligó a Tapia a intervenir en la elección fue suficiente para que no lo bajaran de manolarga, robahuevos, brincacercas y comecuandoai.
Aun así Tapia pudo retirarse del gobierno con cierta aceptación y reconocimiento público a su actuación.


Aparece el General Márquez de León. A finales de 1879, llega a La Paz, el General Márquez de León después de renunciar a la Comandancia de Marina del Pacífico, e inmediatamente la armó en contra del general Porfirio Díaz que se había instalado en el gobierno nacional. Aunque Tapia, sabía de los pronunciamientos de Márquez de León, no se atrevió ni siquiera a llamarle la atención, pues la fuerza que tenía bajo su mando era muy escasa, así que Márquez de León no le importaba ir por la vida echando pestes en contra de Porfirio y su régimen, además Márquez de León era ya una figura muy respetada – ya se veía traza de héroe, de monumento, de hombre en la rotonda, de nombre de aeropuerto y hasta de un teatro en Todos Santos- así que no se escondía para echar sus discursos, mientras Tapia apechugaba.
En una de sus alocuciones –del 22 de noviembre de 1879- en La Paz, decía lo siguiente: “
Conciudadanos: la corrupción y la mezquindad de sentimientos van poco a poco extinguiendo en la república el fuego santo del patriotismo y el amor a la libertad. Los abusos del poder han intimidado a la almas débiles y comprado con los tesoros públicos esos avaros miserables que solo piensan en su interés privado…..….. Tanta bajeza nos sumirá en la deshonra y en la ruina, si por medio de un esfuerzo supremo no reivindicamos nuestra dignidad mancillada”
Como se puede ver, la retórica encendida del General, se refería al gobierno de Porfirio Díaz. Pero en el siguiente párrafo, tocaba al coronel Tapia con directas referencias a su actuación en los sufragios pasados:
“Los desmanes cometidos por las autoridades del Territorio, y ese falseamiento escandaloso del voto público que se ha presenciado en las elecciones pasadas, solo son un débil reflejo de los que está pasando en el resto del país; son los actos reprobados de una administración ignorante y de mala fe, que arrastra por el fango el decoro nacional”

El encendido discurso sigue en el mismo tono y remata de la siguiente manera:

Nací entre vosotros, sois testigos de que he sacrificado una inmensa fortuna para servir a mi patria y tengo derecho a vuestra confianza. Juro, y no mentiré como ha mentido el hombre de Tuxtepec, que la Baja California recordará siempre con satisfacción que nació en su seno vuestro hermano y amigo. M.M. de León”

Márquez de León hablaba para la historia; ya se trataba de tú a tú con el bronce. La idea de Márquez de León no era iniciar un levantamiento en el Territorio, mas bien era, conseguir elementos para luego trasladarse a Sinaloa –donde era muy conocido- y ahí fomentar una revuelta contra Porfirio –que se estaba convirtiendo en Don Porfirio-.


El primer paso del plan rebelde fue, hacerse del gobierno local, para eso se contactó al capitán Manero, quien comandaba la guarnición de La Paz. Así, los contactos de M. de León conspiraron con Manero que a su vez, informaba al coronel Tapia del desarrollo de los preparativos. El día señalado para la asonada, Manero citó a los agentes de Márquez con el pretexto de ultimar detalles, los esperó con la fuerza pública y los aprehendió. Márquez supo que estaba perdido y sigilosamente se dirigió a Bahía Magdalena donde tomaría un barco rumbo a San Francisco, California. Frente al puerto se encontraba el cañonero “Demócrata” que evitaría la salida de M. de León del Territorio hacia el macizo continental.


Rumbo al exilio, M. de León se refugió unas horas en Todos Santos, de ahí envió emisarios hacia las localidades donde había conjurados -que no sabían que la conspiración había sido descubierta- para comunicarles las malas noticias y que por lo tanto, no hicieran ningún movimiento. Pero el comunicado de M. de León no llegó con prontitud y en Miraflores se levantaron en armas Jesús Álvarez, Ponciano Romero y Jesús Verduzco que ignoraban las últimas disposiciones de su caudillo. Marcharon hacia El Triunfo y enseguida, en Todos Santos se levantaron Clodomiro Cota y Manuel Legaspy que comunicaron a M. de León sus correrías. Se cuenta que Don Manuel se encabronó muchísimo por las consecuencias que tendría para el Territorio dicho levantamiento. Sin embargo, arrepintiéndose de tomar el barco a San Francisco, regresó a unirse con los rebeldes y se puso al frente de la tropa.


Márquez de León Ataca. En Todos Santos se reunieron unos 40 hombres; en El Triunfo, Clodomiro y legaspy se encontraron con el capitán Claudio Zapata que contaba con 50 hombres a caballos, así marcharon hacia La Paz, defendida por el capitán Manero que solo contaba con 25 hombres. Tapia, por su parte se fortificó en la Casa de Gobierno y otro piquete en la cárcel de la ciudad, una buena parte de funcionarios públicos se sumaron a defender el gobierno; era personal mal armados, sin parque y sin experiencia, además de un cañón que nadie sabía manejar. Sin disciplina militar, sin los pertrechos necesarios, los empleados públicos, saltaban de las trincheras a sus casas a comer, a visitar a su familia –quizás a echar un rapidito- y hasta a dormir.


Pero la tropa con la que contaba Márquez de León, tampoco estaba en situación de presumir ni de armamento ni de pautas militares de comportamiento. Cuando llegaron a La Paz, se situaron en los suburbios y esperaron la ocasión idónea para atacar. Ahí se la pasaban en el malecón jugando rayuela, echando dados y dándole a la malilla y al conquián. Una noche, Zapata reunió a su gente, armó un griterío y se fortificó en la esquina del viejo palacio municipal. Mientras esperaban el asalto, los fortificados en la casa de gobierno –el hoy museo de Las Californias, enseguida del Jardín Velazco- empezaron a moverle al cañón que creían inservible, lo cargaron, prendieron mecha y ante la sorpresa y el susto de sus operarios –como el burro que tocó la flauta-, el cañón disparó haciendo un fuerte estallido que dispersó a los conjurados. Zapata que si era militar trataba de agrupar a la tropa pero estos huyeron despavoridos. Así los rebeldes la pensaron para volver a atacar.


Así se mantuvieron, con refriegas ocasionales, un balazo por aquí otro por allá; tropeles y corretizas que no provocaron siquiera un muerto. Solo falleció en esas reyertas un borrachito, chopa, perdido, que tuvo la mala ocurrencia de atravesarse en uno de tantos tiroteos. Así permanecieron varios días y tanto los sitiados como los sitiadores empezaron a sentir el cansancio, el tedio y la falta de recursos. Entonces, Tapia pidió hablar con Márquez de León y por intermedio del los señores Félix Gibert y Juan Hidalgo –amigos del caudillo todosanteño- informaron a Tapia que a los rebeldes les habían llegado refuerzos, entre otros recursos, 400 rifles modernos y del paquete y otras falsedades.


Tapia que no era ningún baboso, pensó que si esa fuera la situación, hubieran armado –los rebeldes- un verdadero sitio, además hubieran atacado, pero no, el sitio era bastante flojo, con muchos agujeros y no contaron mas de 7 rifles que eran los que accionaban de larga distancia de vez en cuando las huestes del General. De cualquier manera, Tapia propuso a Don Manuel la suspensión de las hostilidades con el compromiso de entregarle la plaza en 8 días, éste aceptó –lo que corroboraba que no contaba con fuerzas suficientes para el golpe final-. Antes de cumplirse el plazo, apareció en el puerto de La Paz el cañonero “Demócrata” con 50 hombres al mando del capitán Carbó, que ya había desembarcado en La Ventana 80 hombres al mando del comandante Zamarripa. Los conjurados se replegaron a un rancho cercano a La Paz hasta donde les alcanzó una bomba del cañonero. El 4 de diciembre de 1879, llegaron más refuerzos para el gobierno por lo que el General Márquez de León y sus huestes tuvieron que poner pies en polvorosa hacia Todos Santos.


La Batalla de San Juan. El capitán Manero salió con 50 hombres hacia La Ventana donde se uniría a los refuerzos. Márquez que sabía sería perseguido, preparó la resistencia en la falda del cerro de San Juan a menos de un kilómetro de Todos Santos. Al mando de la caballería colocó a Zapata. Por la noche, Zamarripa se encontró con una avanzada de las fuerzas de M de León con lo que supo la posición de este. Así, Zamarripa se colocó al flanco derecho de los rebeldes pero por la noche, M de León –viejo zorro- cambió su frente y en cuanto aclaró el día, inició el combate.


M de León tenía buenos tiradores y mejor posición. Zamarripa empezó a sufrir bajas; por su parte Zapata al mando de la caballería envolvió a Zamarripa y los obligó a colocarse a la retaguardia. A los pronunciados se les acababa el parque por lo que Márquez junto con Legaspy intentaron un golpe final. Lograron rechazar a Zamarripa de la cima del cerro, así, los rebeldes tomaron mejor posición. Aunque Manero insistía en atacar, Zamarripa, ya desmoralizado por las numerosas bajas, se rindió. Manero logró escapar a San José del Cabo.


El combate duró cerca de 4 horas. Las tropas del gobierno tuvieron 11 muertos y más de 30 heridos, mientras las tropas de Don Manuel solo tuvieron 4 muertos y 8 heridos, entre ellos el propio Legaspy. Márquez de León dejó libres a los oficiales enemigos y aceptó a los soldados que quisieran seguirlo.


La noticia de la derrota de Zamarripa llegó a La Paz al otro día; casi nadie daba crédito, dada la superioridad de las fuerzas del gobierno. Una vez constatada la noticia, Carbó y Tapia se embarcaron junto con todos los empleados públicos, se agregaron también comerciantes de La Paz que habían contribuido con las tropas del gobierno. Los pronunciados al mando de Zapata atacaron El Triunfo que bajo la responsabilidad de Manuel Navarro se rindió a los tres días de combate con la llegada de Márquez de León. De esta manera se dirigieron a La Paz y fue nombrado Jefe Político el coronel Clodomiro Cota.


Aun así, el cañonero “Demócrata” seguía resguardando el puerto de tal manera que hiciera imposible que el Gral. Márquez de León expandiera a Sinaloa su movimiento como era su deseo. De vez en cuando el cañonero hacía disparos contra el puerto. Las bombas caían entre las hoy calles 16 de septiembre y 5 de mayo, con tremendo estruendo, provocando desasosiego y serias tribulaciones en los paceños que no sentían los duro sino lo tupido.


Caída de Don Manuel Márquez de León. Las fuerzas de Márquez de León habían hecho secuestros en los ranchos aledaños a El Triunfo y San Antonio, por tal razón en esa zona, varios rancheros iniciaron una guerra de guerrillas al mando de Enrique Ceseña, Concepción Ortega, Raymundo Avilés, Carlos Contreras y Tomás Moreno, todos al mando de Espiridión Contreras quienes ayudaron al gobierno como fuerza contrarrevolucionaria, a la vez que protegían sus propiedades.


En enero de 1880, la cañonera México arribó a Pichilingue con el fin de llenar sus carboneras, después se dirigió al puerto de La Paz a recoger una lancha pero los rebeldes, en posesión de la plaza abrieron fuego contra el barco, este respondió con fuertes disparos de artillería y el personal de la cañonera regresó sin poder recuperar la lancha. Por la noche, intentaron de nuevo el rescate de la lancha y aunque hubo de nuevo fuego entre los dos bandos, los disparos de cañón obligaron a los rebeldes a abandonar la resistencia y el personal de la “México” cumplió su cometido y regresó a Mazatlán. Tal refriega fue publicada en los periódicos del centro como fuertes bombardeos contra La Paz y otras exageraciones.

29 de enero 1880 llegó a La Paz en coronel José María Rangel con el octavo batallón de infantería, traía además consigo, a Tapia, a los funcionarios públicos y a varios comerciantes. Así se restableció el gobierno y Márquez de León con su palomilla huyeron hacia el norte. Rangel salió en su persecución y, después de muchas penalidades, atravesaron el desierto, llegaron hasta la frontera y obligó a los rebeldes a salir del Territorio ya muy dispersos.
Don Manuel, como se sabe, vivió el resto de sus días en San Francisco, mientras en México se instalaba lo que sería la larga dictadura de Porfirio Díaz. En San Francisco escribiría su testamento político titulado “En mis ratos de soledad”. Solo se le permitió la entrada a México ya gravemente enfermó en donde murió en mayo 1883.


En México se impondría la paz de los sepulcros aunque en este desolado territorio, la fogosa clase política siguió haciendo de las suyas, como luego veremos.

domingo, 3 de mayo de 2009

…Y ERAMOS TAN FELICES II

El gobierno de Riveroll. Al siguiente año, 1861, Juárez hacía su entrada triunfal a la capital después de derrotar a Miramón. Riveroll fue reconocido por el gobierno de Juárez y se mantuvo en el poder pero la Asamblea, compuesta por un representante de cada municipio; que se había fundado con carácter temporal –mientras Juárez andaba del tingo al tango- dispuso que ya no tenía porqué reunirse en vista que el gobierno del centro ya se había restablecido. Aún así, Riveroll desplegó una gran actividad administrativa: organizó a los municipios, decretó leyes contra el abigeato; también sobre huertos, sembradíos y concesión de tierras, además reformó la procuración de justicia; abrió el puerto de La Paz al comercio extranjero y Mulegé, Loreto y San José del Cabo, al de cabotaje.


Sin embargo, si la Asamblea había cesado sus funciones en vista de la restitución del gobierno de Juárez, algunos ayuntamientos grilleros exigieron a Riveroll abandonar el gobierno puesto que su función también tenía que haber cesado. Riveroll alegaba que el gobierno del indio oaxaqueño lo había reconocido; dicho esto, se amachó en el poder, pero cierto descontento y ánimo conspirativo se empezó a notar en el Territorio. Así, el 11 de septiembre de 1862, un grupo de conspiradores fueron prendidos y luego desterrados. Se empezaban a mover –otra vez- las aguas, igual sucedía al gobierno central, Don Benito y acompañantes que no salía de problemas, tanto España, como Inglaterra y Francia, cobraban deudas que el país no podía pagar.

Al comprender que su posición era muy frágil, su única salvaguardia consistía en unos cuantos soldados andrajosos y mal pagados -el pomposo nombre de Guardia Nacional le quedaba bastante holgado- Riveroll con el pretexto de realizar un plebiscito, se refugia en los pueblos del sur, en eso andaba, cuando el 2 de octubre un motín encabezado por Fidencio Pineda y Modesto Arriola toma La Paz, pero Riveroll consigue apoyos y regresa a la capital con 400 hombres que se adhieren a su causa y los revoltosos huyen. Riveroll, a finales de octubre, disuelve lo que quedaba de la Guardia Nacional por faltar a sus deberes y convoca una Asamblea Legislativa que, a su vez, nombre nuevo ejecutivo. Fue designado Pedro Magaña Navarrete quien se ensañó con el pobre Riveroll a quien hizo diversos cargos injustificados. Luego, una vez que la Asamblea dio posesión a Magaña, Riveroll pudo refutar los cargos y limpiar su nombre ante la propia asamblea.
Mientras, Modesto Arriola que había huido del motín paceño, se dirigió a la Isla del Carmen donde se hizo de unos 70 hombres, luego pasó a Mulegé que ocupó sin resistencia; cuando supo que los muleginos se estaban armando para rechazarlos, marchó hacia La Paz, llegó primero a Los Dolores y en San Hilario fue batido, entregó las armas y fue desterrado por Magaña Navarrete quien duró en el cargo hasta 1864.

El auge minero de San Antonio había provocado un boom de desarrollo en la parte sur del territorio; el comercio recibió un vigoroso impulso y fueron buenos años de rendimientos de la aduana marítima. El bienestar se dejaba sentir en Baja California. El comercio y casi todos los órdenes de la vida de Baja California se notaban florecientes: “de día en día –publicaba un periódico- vemos con satisfacción abrirse ya una nueva casa de comercio, ya levantarse una nueva finca…”. Después, como sucede con los pueblos mineros, vendría la decadencia de los yacimientos del sur que había sido sobrevalorados por especuladores, mucha gente perdió dinero, la inversión extranjera dejó de fluir y la península cayó en una depresión económica que solo se soportaba con las derramas económicas del pasado. Para acabarla de joder, 1864 fue uno de los años más secos que se recuerde… que ya es decir. La ganadería y la agricultura sufrieron fuertes pérdidas.

Triunfa Félix Gibert. En los nuevos comicios del 23 de octubre de 1864, resultaron elegidos Félix Gibert –quien había sido de los cabecillas que defendieron el puerto contra Walker y sus piratas- Jefe Político y Antonio Pedrín, Vicejefe, quienes tomaron posesión hasta el 2 de enero de 1865. El primer problema con el que se enfrentó el gobierno de Gibert fue la preparación de la defensa del Territorio; ya estaba en marcha la Invasión Francesa y Maximiliano listo junto con Carlota para edificar un imperio. 15 días después, Gibert se dirigió a la Asamblea para solicitar los recursos necesarios para armar una fuerza de 400 hombres. La Asamblea respondió que no había lana para tal efecto, que lo único que podían hacer era una especie de “resistencia moral” contra la invasión extranjera.

La espera era angustiosa, las tropas de Maximiliano ya habían ocupado Mazatlán y Guaymas.

La Intervención francesa. En septiembre del siguiente año, Gibert recibió una carta de parte del Comisario Imperial de la 8ª. División, M. Gamboa, dicha carta pedía al Jefe Político que reconociera la autoridad Imperial y evitara todo conflicto con el ejército de Max; decía que Juárez estaba fuera de México junto con sus ministros, por lo tanto, no había gobierno a quien profesarle lealtad. En efecto, Juárez parecía derrotado y Gibert solo quería ganar tiempo así que remitió la carta imperial a la Asamblea. La Asamblea respondió que no podía deliberar acerca del escabroso asunto por falta de quórum pero que en breve se reunirían para debatir el contenido de la misiva. Fue necesario amenazar con una multa de 100 pesos a los asambleístas para que se volvieran a reunir. Mientras tanto, el Presidente del Tribunal pensaba que era mejor dejar a los franceses ocupar el territorio y evitar los cabronazos. Finalmente los miembros de la Asamblea, por separado responden con un dictamen por demás profuso y confuso –una joya de ambigüedad mezclada con retórica patriótica- que el presidente –que era el revoltoso Mauricio Castro- trató de aclarar de esta manera: “El gobierno, señores, desea que esta Asamblea le diga, de una manera terminante, la conducta que debe seguir el Territorio en las presentes circunstancias; esperando de un momento a otro, la llegada de los franceses, no puede continuar la marcha que ha seguido hasta hoy, porque ha llegado la hora de adoptar la última resolución que decida la suerte del país; o tomamos la resolución de resistir a los franceses o se le deja ocupar el territorio de un modo pacífico…”. “Para hacer resistencia, debemos considerar nuestra verdadera posición; sin un solo soldado sobre las armas, el Territorio no cuenta con más gente que con los rancheros y labradores diseminados a largas distancias los unos de los otros…. Nuestra península está aislada del resto de nuestra república; los estados de Sinaloa y Sonora, que son los inmediatos, están como la mayor parte de la nación ocupados por los franceses… el Presidente de la República, después de haber cambiado de residencia varias veces, pasando a diversos estados, que fue desocupando a la manera que los ocupaban los invasores…etc, el documento sigue poniendo pretextos para finalmente concluir: “La H Asamblea de la Baja California, en fuerza de las razones que la obligan a hacerlo, no aclama, sino se somete al gobierno del imperio, protestando dejar ilesos los derechos de la nación contra esta resolución que dicta, por no poder contrarrestar la fuerza irresistible de las circunstancias”


Después del 26 de octubre, Gibert recibe, desde Tepic, una comunicación del Visitador Imperial que no era otro que Rafael Espinosa, quien había sido Jefe Político de Baja California en 1850; aquel que fue apresado por el pirata W. Walker, por lo tanto, conocido por las autoridades bajacalifornianas, especialmente por Gibert y Márquez de León. Espinosa amenazaba con venir a La Paz para arreglar el asunto de la adhesión al imperio. En efecto Espinosa se dejó venir y a finales de octubre ya estaba fondeado en un vapor frente a las costas de La Paz. Fue Márquez de León –a quien Espinosa conocía y profesaba especial afecto- quien avisa a Gibert. Gibert le responde – “dígale a Espinosa que si viene con tropa, haga lo que le convenga; pero si viene solo, puede pasar a mi casa, donde tendré el gusto de alojar al amigo”-. Llegó solo y se alojó, en efecto, en casa de Gibert.
Gibert consulta con Márquez de León, Salvador Villarino y Ramón Navarro la respuesta que habrá que darle a Espinosa, quienes convinieron que aceptarían, sin resistencia, la llegada de tropas extranjeras, pero que le darían largas con el pretexto de consultar, a su vez con los ayuntamientos. Pero cuando la reunión terminó –dice Gibert- Márquez de León se le acercó de manera sospechosa y le dio instrucciones de cómo tratar al Visitador imperial: “engañándolo, mientras lo echábamos”. La actitud de Márquez de León, no le pareció leal. Márquez de León, por lo visto, tenía otros planes que no compartió con Gibert.

Clodomiro toma las armas. Apenas se hubo retirado el patriota sudca, cuando se le avisó a Gibert que un grupo de hombres armados, al mando de Clodomiro Cota, se dirigía desde El Triunfo a La Paz con el objeto no solo de tomar el gobierno, sino de fusilar tanto a Gibert como a Espinosa. Ambos se ponen a salvo pero Espinosa no sabía que hacer ante la aceptación de Márquez de León en una carta pero por otra, la actitud beligerante de C. Cota, a la sazón, lugarteniente de Márquez de León. Ante la contradicción evidente, Gibert parte apresuradamente hacia Mazatlán y Clodomiro Cota se queda en calidad de encargado de la resistencia contra los franceses.
Gibert es llevado ante Maximiliano por intermedio del Prefecto Imperial, ahí Gibert, al parecer, convence al austriaco que no envíe tropas a Baja California. Se dice que a Gibert, Maximiliano le ofreció la jefatura política de Puebla, cargo que rechazó. De México, Gibert salió hacia Nueva York donde permaneció hasta que Juárez restauró de nuevo la República. Considerado traidor en BC, sus bienes fueron confiscados.
El historiador Adrián Valadés coloca una serie de pies de página para indicar la difícil situación que tuvo que enfrentar Gibert, dudosa de traición para unos, obligado por la situación para otros y, para sus simpatizantes, un bienhechor que evitó la derrama de sangre en BC.

Por un lado, existen documentos que dicen que Gibert ofreció la sumisión del territorio, en acuerdo tanto con la Asamblea como con el Tribunal Superior y que, por eso, las tropas de Max, que tenían cosas más importantes que hacer, prefirieron combatir en el macizo del país. Hay documentos que prueban que, si las fuerzas francesas no pisaron el Territorio de BC fue a causa de que Clodomiro Cota había hecho tronar sus chicharrones. Maximiliano, el 17 de diciembre le escribe al Mariscal Bazaine: “Acabo de saber que la contrarrevolución ha estallado en La Paz, y que las autoridades imperiales han tenido que retirarse. Aunque la importancia política de la Baja California sea poco considerable, esta revolución producirá sobre la opinión pública de los Estados Unidos y de Europa, un efecto fatal, dando ocasión de creer que lejos de pacificarse el país, por el contrario, perdemos terreno…”. La carta sigue con una exhortación a Bazaine para enviar tropas a BC. Algo que ya no pudieron hacer pues la resistencia nacional empezaba a buscarle la cabeza a Maximiliano y, a Carlota se le empezaba a botar la canica.
Como se puede ver, Clodomiro Cota fue quien precipitó los acontecimientos y en ningún momento, rigió el imperio ni pisaron suelo sudca las tropas de de Maximiliano.
La Paz fue ocupada el 17 de noviembre de 1865 por Clodomiro Cota quien declaró estado de sitio y tomó presos a personas comprometidas con el Imperio; 10 días después se hizo cargo del gobierno, en ausencia de Gibert, el Vice Antonio Pedrín, que suspendió el estado de sitio y cesó la cacería de brujas que inició Clodomiro.

El gobierno de Pedrín- Pedrín trató de armar un ejército para evitar las penurias pasadas, pero no hubo cooperación, ni de los políticos, ni de los ricos que no quisieron poner un centavo para tal efecto; ni del californio de a pie que no registró voluntarios. Ante la indefensión de su gobierno, decepcionado Pedrín trata de renunciar al gobierno. Fueron comisionados una persona de cada municipio para resolver el asunto (Pedro Navarrete, Jesús Fiol, Ramón Navarro, Clodomiro Cota, Susano Rosas, Federico Montaño y Zacarías Castro). Esta Junta resolvió que Pedrín continuara –a su pesar- en el cargo de Jefe Político. Pedrín que ya no quería el paquete, se declaró enfermo de gravedad y citó al Presidente de la Asamblea, Fabian Luna para que se hiciera cargo del gobierno. De nuevo la Junta respondió que Luna no podía pues estaba bajo sospecha por haber firmado la carta en la que se reconocía al Imperio. El pasado empezaba a pasar factura y no era raro que el ambiente político se llenara con sospechas y acusaciones de colaboración con el imperio.
Finalmente acordaron que sería Ramón Navarro quien se hiciera cargo del gobierno. Pedrín que se había retirado “convaleciente” a Santiago, llamó a Navarro para entregarle el poder … en su domicilio. Entonces Fabián Luna y el tempestuoso Mauricio Castro sacaron a colación el artículo estatutario que decía que para dejar el poder se requería un motivo grave, era un secreto a voces que Pedrín se “hacía el enfermo”, por lo tanto, si abandonaba la jefatura, podría ser acusado y procesado. Así que tamposo pudo investir a Navarro… Pedrín seguía –a su pesar- en el poder.

Pero Pedrín estaba amachado y nada quería saber del gobierno. Se fue a San José –de donde era oriundo- y se negó a recibir y firmar documentos. Así, el testarudo Pedrín llama a nuevas elecciones el 24 de mayo de 1866.
El Golpe de Navarrete. Tales elecciones las gana Pedro Magaña Navarrete, pero los partidarios de Navarro no estuvieron de acuerdo. Alegaron fraude y una serie de intrigas para nulificar la elección. La situación se tornaba cada vez mas caótica y a Pedrín no le quedó otra que acudir a Manuel Márquez de León, ya Coronel y hombre fuerte, para que con la fuerza política que empezaba a tener, revisara la elección. Finalmente los presidentes de las mesas electorales declararon la elección nula …y Pedrín seguía siendo –a su pesar- Jefe Político.

Entonces Pedrín, que a estas alturas estaba hasta la madre, volvió a convocar a elecciones, cosa que la Diputación invalidó, pues la Diputación tendría que haber calificado la elección y nadie la había consultado. El merequetengue era mayor. Sin acuerdos por ningún lado, los josefinos –otra vez, Los Castro- junto con vecinos de Santiago y Miraflores se levantaron en armas contra Pedrín que en chinga salió del Territorio. Al frente de la asonada estaban Jesús Fiol y Bartolomé Castro, amiguetes de Navarrete a quien dejaron como Comandante. Navarrete, pretende justificar su actitud golpista con la idea del “servicio a la patria” pero Juárez y sus muchachos –otra vez en la capital del país- no se tragan el embuste y solo reconocen el gobierno de Pedrín, que -muy a su pesar- seguía siendo el Jefe Político de la BC, ahora en el exilio.

Navarrete -que no recibía, debido a la tardanza de las comunicaciones, la respuesta del Benemérito de las Américas”- se empezaba a convertir en un tiranuelo bananero y se aprestaba a deshacerse de mala manera de sus enemigos. Entre otros, desterró a Miguel Amao, a Ramón Navarro y a Victoriano Legaspy (nombres de céntricas calles paceñas). No llegó a septiembre del 86 cuando una nueva asonada en Todos Santos y El Triunfo comandada por Salvador Villarino y Ramón Navarro trataron de deponerlo. Navarrete contaba con 200 hombres; Villarino y Navarro con 300. Fueron varios días de tiroteos frente a la Casa de Gobierno; tiros por aquí, escaramuzas por allá que no dejaban vivir en paz. Los comerciantes del centro se reúnen e instan a los belicosos a un arreglo. Finalmente el 16 de septiembre, Villarino se dirige a Navarrete para expresarle el motivo de su levantamiento: era solo prevención pues le habían llegado noticias que sus intereses podrían ser perjudicados, por lo visto, declaró Villarino- eran temores infundados y se dieron un abrazo. A continuación los alzados pasaron a reconocer a Navarrete como su máxima y única autoridad.

Vuelve Pedrín. Pedrín se encontraba en San Francisco, California y por intermedio del cónsul en esa ciudad se pone en contacto con Benito Juárez quien apoya a Pedrín y al nombramiento de Jefe Político, le agrega el de Comandante General. Pedrín llega por San José donde es ovacionado como hijo pródigo y donde se le unen vecinos de otros pueblos sureños. Se dirige a Navarrete para que le entregue el poder pero este se pone los moños. Navarrete amaga con un estado de excepción pero ya Manuel Navarro con 40 hombres proclamaba a favor de la causa de Pedrín en San Antonio; Villarino se le unió con 25 hombres en Todos Santos; luego Manuel Salgado con otro piquete de voluntarios. Todos fueron a encontrar a Pedrín en Santa Anita donde ya los esperaba Ildefonso Green y Pablo Gastélum en Los Cabos. Todos se reunieron en La Palma y de ahí se fueron a Santiago donde sitiaron a Navarrete y sus muchachos. Después de casi dos semanas de cabronazos las tropas de Navarrete se rindieron, pero Navarrete había logrado huir. Pedrín entonces, toma el poder libre de polvo y paja, pues ya los franceses se batían en retirada y se preveía el triunfo completo y rotundo de Benito Juárez contra el güerejo de Maximiliano y su corte de conservadores.
Pero las peripecias de Pedrín no terminarían ahí. Navarrete se encontraba desterrado en Sinaloa y ahí se encontró con un tal Gastón D’Artois, de origen belga quien había sido oficial de artillería con el Gral. Corona. Navarrete hizo migas con el belga y tramaron que D’Artois se trasladara al sur de la península, buscara a los adeptos a Navarrete y organizara una sublevación para deponer a Pedrín. El belga reunió dicha fuerza en Santiago y a principios de abril de 1867 sorprendió a El Triunfo y San Antonio donde tomó presas a las autoridades. Dos días se detuvo en San Antonio, lo que dio tiempo para que Antonio Navarro, rodeara el camino por El Carrizal y llegara a La Paz para dar el pitazo.
El ataque de D’Artois. En la mañana del 4 de abril –ya sin el factor sorpresa- entran a La Paz los sublevados encabezados por Manuel Cota, Flamino Montaño, los hermanos Collins y Filomeno Brown. Se dividieron en dos grupos, uno atacó el cuartel; el otro, la casa de gobierno. Los atacantes fueron rechazados y obligados a precipitada fuga después de unas cuantas bajas. Huyeron hasta Las Playitas, otros hacia La sierra a donde fueron perseguidos por Navarro y Arano que lograron hacer prisionero a uno de los Collins. Entretanto D’Artois se dirigió a San Antonio donde hizo algunas raterías pero fue perseguido por Juan Hidalgo quien logró detener a la mayoría de su pandilla pero no al belga que se lanzó a la sierra a galope tendido. Sin conocer el terreno, D’Artois anduvo extraviado y fue fácil presa de rancheros rastreadores que lo encontraron dormido, fatigado debajo de un arbusto. De ahí se lo llevaron a La Paz. Entre sus pertenencias había un manifiesto dirigido a los habitantes del Territorio con una serie de acusaciones contra Pedrín –de intruso y semiimperial no lo bajaba- por lo que debía ser destituido.

Los paceños, excitados pedían a gritos que D’Artois y sus cómplices fueran pasados por las armas; la multitud llegó a amagar al propio Pedrín si no fusilaba a los levantados; la turba paceña exigía sangre. Aun así, Pedrín decidió consignar a los acusados al Juzgado de Primera Instancia en Sinaloa, donde dijeron que no les competía el caso, que era asunto de justicia militar, luego los militares dijeron que no había quien formara un Consejo de Guerra y después de líos legaloides -para no hacerla cansada- se sobreseyó la causa y quedaron en libertad. De D’Artois se sabría después que compró unos terrenos en lo que hora es Mexicali.

Reconstrucción del gobierno. En la BC la clase política, peor que hoy día, se tenía mutua desconfianza; muchos se acusaban de imperialistas, otros de traidores. La actitud vacilante de la clase política sudca ante las fuerzas de Maximiliano empezaba a ser tema de cuchicheos y sospechas. Estaba también, latente la amenaza de Navarrete que seguía en Sinaloa con la idea de atacar de nuevo al gobierno de Pedrín. Las sospechas, los recelos obraron de tal manera que algunas personas fueron apresadas por prejuicios, como el Sr. Juan de Dios Angulo, cuyo delito era ser suegro de Navarrete o a Ambrosio Castro que se le acusó de simpatizar con D’Artois.

Por su parte, Pedrín, a mitad del año de 1867 trató de organizar el gobierno. Ya restablecida la República, había leyes generales que se interponían con las locales, las cuales se habían expedido a causa de la intervención francesa. Había que reconstruir las leyes hacendarias, la aduana marítima, por ejemplo. Hubo casos como el del gobierno norteamericano, que sin pagar derechos, había montado una carbonera en Pichilingue, por donde pasaban sus barcos a surtirse de carbón. Ya habían hecho dos viajes, en el tercero, la administración aduanal trató de cobrar esos derechos, pero los norteamericanos no quisieron pagar. Entonces, el Cónsul de USA en La Paz, obró para que el propio Juárez les diera permiso para cargar el carbón sin pagar un solo centavo al estado, “como una cortesía con el gobierno de los Estados Unidos”- respondió Juárez que había sido refugiado en ese país en más de una ocasión, aún Doña Margarita Maza se encontraba asilada en Washington y al cuidados del gobierno de los USA. Así se privaba de recursos al Territorio.
Pedrín, que ya no hallaba la puerta, expide la convocatoria para establecer la Asamblea Legislativa –compuesta por un miembro de cada municipio electo directamente- que a su vez debería nombrar al Jefe Político, esto provoca el disgusto de las municipalidades de San José y de Santiago que pretenden que la elección de Jefe Político se haga mediante elección directa. La convocatoria sale el 14 de agosto de 1867 y ni San José ni Santiago hacen su elección para miembro de la Asamblea. Finalmente en San José ceden pero no en Santiago. Así, Pedrín decide desaparecer la municipalidad de Santiago que fue anexada a San Antonio. El día 1 de diciembre se reúnen en San Antonio solo 4 diputados: Emilio Legaspy de Todos Santos; Carlos F. Galán de La Paz; Salvador Castro de San José y Juan Hidalgo de San Antonio. Como no se reunía el número requerido de diputados la Asamblea no podía abrir el periodo de sesiones, hasta que llegó el de Mulegé, Antonio Piñuelas. Ya con la mayoría fue nombrado Jefe Político el Sr. Carlos F. Galán.

Galán no las tenía todas consigo, hubo rechazos y protestas por su nombramiento. Sus enemigos lo acusaban de conservador y proimperialista. Periodicazos no le faltaron; hasta un periódico de México, “El Globo” publicó acusaciones contra Pedrín por haber entregado el gobierno a Galán que también se decía, ni siquiera era mexicano.
Para ese tiempo, Maximiliano, a pesar de múltiples peticiones de clemencia llegadas de todo el mundo, ya había sido fusilado en el Cerro de las Campanas.
Ya el 24 de marzo de 1868 sucedió que Galán y Manuel Quintana, comerciante sinaloense habían pactado una rebaja del 15% en los derechos de importación. El administrador de la aduana se negó a hacer el descuento y fue destituido por Galán. Los enemigos de Galán hicieron llegar el asunto hasta el gobierno federal de donde se respondió que se repusiera el administrador de la aduana en su cargo y Juárez, engorilado al ver el desmadre que traían los californios envió al Territorio como jefe Político al General Bibiano Dávalos que en cuanto llegó aprehendió a Galán y lo envió a prisión acusado no solo de hacer rebajas a sus amigos sino también de enajenar la Isla de Guadalupe y un lugar llamado Los Algodones. Cuatro años le cayeron al pobre Galán, aunque Juárez, como no hizo con Maximiliano, se portó buena onda y lo indultó.
Gobierno de Dávalos. El merequetengue se volvía a armar: Dávalos era una autoridad dependiente de del Gobierno Federal, por lo tanto no había sido nombrado por la Asamblea, lo que echaba por tierra la Ley Orgánica del Territorio. Dávalos no acataba decisiones de la Asamblea, sino de la Secretaría de Gobernación. El ambiente era insostenible. La Asamblea, por su parte, decide nombrar un nuevo gobernador. Dávalos consulta el asunto con Juárez, éste responde que resolverá, según la persona que resulte electa. Así el 14 de junio se reúne la Asamblea y eligen a José María Castro. Dávalos no sanciona el hecho, solo envía la resolución de la Asamblea al Gobierno de Juárez que nada responde. Igualmente la Asamblea nombra a los miembros del Tribunal de Justicia, de nuevo Dávalos informa pero no acata. Juárez, impasible sin acusar recibo. Así las cosas, el 3 de noviembre de 1868 la Asamblea toma la determinación de desconocer a Dávalos y le ordena que entregue el poder.
Dávalos, que cuenta con el apoyo federal considera dicho desconocimiento como un acto subversivo y manda aprehender, por la noche y en sigilo, a Fernando Erquiaga y Antonio Piñuelas miembros de la Asamblea. Los envía a Mazatlán consignados al juez de distrito. Estos diputados elevan al Congreso de la Unión una acusación contra Dávalos y un periódico de Mazatlán llamado “Juan sin Miedo” publica una editorial acusando a Dávalos de pisotear la Constitución y la dignidad de los bajacalifornianos.

El Gobierno Federal decide declarar nula a la Asamblea legislativa bajacaliforniana y elaborar un nuevo estatuto, pero para conciliar en el asunto, acepta como gobernador a José María Castro que se hizo cargo del gobierno en marzo de 1869 … pero no por mucho tiempo.
Aquí acaba la siguiente década (1860-1870). ..también –como se puede ver- llena de levantamientos, asonadas y guamazos por todos lados. La grilla actual es un juego de párvulos, frente a la pesada grilla, pistola en mano, de nuestros antepasados. Los californios no se están en paz…... ¿Qué sucederá?..... ¿habrá vida apacible en Baja California?. -¡No deje de ver su gustada serie “…Y éramos tan felices III”!